Archivo mensual: junio 2010

La celeste

Decían que estábamos muertos. Y si no estábamos muertos, que nos quedaban pocas horas de vida, como si fuéramos tres millones de enfermos de cáncer de pulmón terminal… Después de todo, por algo es este el país más fumador de América…

Pero algo pasó, algo cambió. ¿Habrá sido por la ley que prohíbe fumar en lugares públicos, por toda esa publicidad espantosa antitabaco que de sólo mirar las cajillas con bebés moribundos uno se muere de asco?

Mmm… poco factible. Yo creo que no estábamos en el lecho de muerte, que nunca lo estuvimos. Creo que estábamos escondidos, bien escondidos entre el humo y el cigarro.

Y acá nos tienen. Pasó la vicecampeona. Pasó el locatario bafana. Pasaron los poderosísimos aztecas. Pasaron los dragones rojos.

Acá nos tienen: dejando boquiabiertos, silenciando estadios de nuevo. Los únicos que pudimos hacer callar las vuvuzelas, las reputaquelasparió de las vuvuzelas.

El aire es puro de nuevo: ya no hay humo. No hay nubes.

Todo es celeste como siempre y como nunca. Maravillosamente celeste.

Y el viernes, sin importar el resultado, el cielo va a seguir siendo celeste. Porque el punto está claro, clarísimo.

La celeste no está muerta, pero ni cerca.

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Entre humos de cigarro

No soy fumadora pero creo que la oscuridad es en donde soporto mejor el humo del cigarro. Entre humaredas, a oscuras y hasta donde mi boca, sellada por el secreto profesional o de confesión (porque sí, ultimamente tengo claro que me estoy convirtiendo en una profesional aunque no sé bien de qué sector) puede hablar, me han hecho confidencias increibles (¡¡¡sí, muy fuerte y ya me adelanto!!), me he echado risas hasta morirme, me han dejado, me han picado los ojos hasta llorar como cuando cortas dos cebollas, han intentado llevarme a la cama, a la luna y en un velero y alguna que otra vez lo han conseguido. También me han mandado a la mierda, eso también. He sentido complicidad con “c” mayúscula, he bailado contenta hasta el amanecer envuelta en una nube (de humo por supuesto), no me ha importado ese olor, digamos… ¿peculiar?, en mi pelo y en la almohada por la mañana. Entre humo y en la oscuridad he llorado, me he relajado como nunca, he jugado y he dejado que jueguen, me he hecho quemaduras en la piel y en otros sitios, algo me ha inspirado para escribir a veces, me han destrozado mi camiseta preferida, he hecho aspavientos con las manos para alejar humos amenazantes de mi cara, me he asfixiado, he sentido calor del bueno y del malo, me he quedado extasiada escuchando una canción… Observando ensimismada anillos de humo, he soñado, me he despistado y me han robado la cartera, me han sorprendido y he pensado…

En la oscuridad y entre humo de cigarros se cuecen cosas, unas veces a fuego lento, otras hierven en cero coma y en ocasiones se pasan de punto de cocción, pero en ese escenario rara es la vez en la que no se percibe el mundo en movimiento.

Al más puro estilo Obsi…

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¿Nos involucramos?

Estamos todos reunidos en torno a una mesa circular. El jefe parece preocupado. Está claro que la empresa necesita un cambio. Varios de los redactores hemos mostrado nuestra desmotivación, despiste, falta de ánimo y de interés a lo largo de las semanas.

Estamos en recesión y eso pasa factura en la productividad. El jefe nos pide que nos involucremos, que hagamos nuestras sugerencias y aportemos ideas y opiniones. Que formemos parte del proyecto común y entre todos le demos un giro para poder resurgir.

El ambiente está apagado, y los folios destinados al ‘brainstorming’ aparecen en blanco. Las miradas se esconden entre el humo del cigarro y los espíritus emprendedores que querían asomar el primer día de trabajo se encuentran ahora dormidos.

Quizá deberíamos empezar por… dejar de fumar para descubrir nuestras miradas.

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Recuerdos imborrables

Echada la vista atrás bien podía decirse que María había experimentado experiencias que no todas las mujeres de su edad podían contar. Cada tarde, desde hacía ya más de veinte años, la reunión de amigas alrededor de unas tazas de café con leche proporcionaba relatos, algunos de ellos todavía novedosos, que en determinados casos producía tal tristeza entre las asistentes como si de verdad en ese momento estuviesen reviviendo lo ya acontecido.

Sin embargo, cuando María tomaba la palabra, todas las asistentes omitían realizar interrupciones a lo por ella contado –cuestión que no sucedía con ninguna de las demás- quedando absortas no solo por el contenido sino por la manera en que María contaba las historias. Tan solo un par de ellas, las más jóvenes, y a quienes cariñosamente el resto se referían a ellas como “las niñas” habían nacido después de la guerra civil. El resto habían vivido la tragedia en primera persona desde distintos lugares y por ello, desde diferentes puntos de vista, según la zona estuviese controlada por los denominados “nacionales” o por los republicanos.

Las trincheras, el estruendoso sonido de las bombas, el silbido de una bala perdida que provocaba otra irreparable pérdida: la de una vida; el hambre, el miedo y la angustia, por desconfianza, de saber si cualquier comentario tuyo podría ser escuchado por oídos ajenos que, posteriormente, te delatarían. La escasez de noticias de tus propios familiares, abandonados a su propia suerte en el otro bando. Las noticias, que por esperadas, son nunca deseadas. El hurto, el pillaje y el engaño necesario para la subsistencia. En todos esos parámetros eran coincidentes los relatos de la mayoría de las mujeres allí reunidas, salvo los de María. Por eso, cuando ella empezaba a hablar, las demás le prestaban tal atención que ni siquiera las magdalenas que acompañaban a los cafés se veían parcialmente mutiladas con mordisco alguno.

Les contó que ella logró traspasar, junto con sus padres, la frontera hacia Francia. Los inicios en un país extraño y ya no solo por su lengua, para ella desconocida, fueron muy difíciles. Sin embargo pronto se dio cuenta que allí empezaba a descubrir un estilo de vida nada encorsetado, en cuanto a tradicionales costumbres. Observaba como los jóvenes, y los no tantos, se besaban en las calles a la vista de todos. Los vestidos de las mujeres dejaban ver, gracias a sus generosos escotes, parte de sus bellos cuerpos y el arte del flirteo era mucho más directo. A pesar de la oposición de sus padres mantuvo una primera relación con un apuesto joven de bellos ojos azules. Gerard, estaba prendado, a su vez, de su cabello moreno y, sobre todo, del moldeado cuerpo que María lucía sobre todo cuando se embutía un ceñido vestido rojo. Sus caderas eran perfectas para la extensión de los brazos de Gerard quien las acariciaba suavemente cuando paseaban por los Champs Elysee. Luego ya en Montmartre, en un ambiente más festivo y libertino, visitaban los cafés y tabernas de todo su entorno departiendo con artistas llegados de distintos países. A María aquello le parecía el paraíso de la libertad y donde su única preocupación era la mirada a su reloj, al objeto de llegar a su casa antes de las ocho. Escondidos en el portal, Gerard endulzaba sus labios con apasionados besos haciendo revolotear su lengua dentro de su boca.

Solo con las miradas que en ese momento de la narración le dirigían a María sus amigas, quedaba implícita la pregunta. Sin embargo María, nunca les desveló ese, para ella, secreto. Como máximo les describió lo bien formado del cuerpo de Gerard, añadiendo algunos detalles que hiciesen volar la imaginación de quien los escuchaba.

Habían establecido un riguroso turno de intervención. Cada día, serían tres de ellas las que comentasen historias del pasado. También habían acordado que, la última media hora, el coloquio se abriría a todas dejando lugar a todo tipo de comentarios en los que, ya sí, podrían interrumpirse en el uso de la palabra. Sin embargo todas coincidieron que María merecía un día entero para ella sola. En bastantes ocasiones, y cada vez con más frecuencia, el camarero que les atendía se colocaba discretamente cercano a ellas. Mostraba tanto interés por las historias de María como cualquiera de las reunidas y, su sonrisa, no era muy diferente a la de los demás.

A todas les extrañó mucho que María llevase más de dos semanas faltando a las reuniones. Es cierto que, en el transcurso de esa media hora de charla libre, había comentado que, quizás, su hija le hiciese acompañar en sus vacaciones aunque, a ninguna de ellas, se lo había confirmado. Las reuniones sin María eran, realmente, aburridas. Puesto que no estaban del todo seguras si se encontraba de viaje o no, decidieron telefonearla. Nadie contestó y es así que supusieron que se encontraba de vacaciones.

Más de un mes después fue la hija de María quien se acercó a la reunión de todas las amigas. Les explicó que no se encontraba bien y que la noticia recibida de los médicos les había pillado totalmente de sorpresa. Lo habían intentado, siguiendo sus consejos, por medio de todo tipo de estímulos. Le hablaban del pasado, le enseñaban las fotografías de los viejos álbumes –casi todas en blanco y negro-, le leían cartas que ella guardaba celosamente en su escritorio pero, nada de eso le había estimulado. Es así que, aunque una locura pareciera, quería que le pudiesen hacer un favor.

Todas las allí reunidas, pasado el primer momento de incredulidad, por supuesto que accedieron a tal petición. ¡Como se iban a negar!. María les había hecho pasar, mediante sus recuerdos, momentos felices. María había rebuscado en su memoria historias de su vida con el mismo empeño en que uno quiere resolver esos juegos de mente llamados sopas de letras. Y, ahora, les tocaba a ellas corresponder con su esfuerzo en ese difícil juego.

La reunión pasó de ser semanal a diaria. La hija de María se encontraba complacida en compartir, durante varias horas, la totalidad de su salón con tal número de personas. De hecho, al escucharlas, quedó arrepentida de no haber asistido ella antes a esas reuniones. ¡Dios mío, cuánto habría aprendido de su madre!. Ahora, quizás ya tarde y después de haberlo intentado todo, esa reunión de contadoras de cuentos e historias reales pudiese ser la solución para luchar en contra del Alzheimer de su madre.

JOSE MANUEL BELTRAN

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Sopa de ideas

Yo utilizo mi turno para renovar ideas y para convocaros a todos a realizar un ejercicio de reflexión destinado a mejorar, conseguir nuevos retos y aumentar la motivación del blog. Para ello vale cualquier cosa que se os pase por la cabeza, no importa si es descabellada, una mala idea puede sugerir otra brillante a otro participante. Lo único que os pido es que tengáis presentes varias premisas que por experiencia sabemos que pueden hundir el blog y que por principios conforman el carácter del mismo:

1.) Tened presente que mantener un blog es muy esclavo, por lo tanto el mantenimiento del mismo es parte fundamental en las ideas propuestas y debe ser cómodo, sencillo y llevadero.

2.) Tampoco aceptaremos ideas que supongan obligaciones para nadie. Como siempre hemos dicho el objetivo máximo de este blog es que los participantes escriban por gusto y nunca por obligación. Busquemos motivarlos pero no esclavizarlos.

3.) Aunque no buscamos ser conocidos y tampoco nos importan mucho las visitas, un blog que se precie debe tener un ritmo constante, por lo que cualquier idea debe respetar que los turnos de publicación sean constantes y bien distribuidos. No puede haber 5 post un día y luego tres sin ninguno.

Se abre el tiempo del cambio, aporten ideas, comenten, propongan, opinen, valoren y hagamos de la sopa de letras un manjar de ideas.

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Nacionalismo

No sé si será la fiebre mundialera, o quizás una señal del destino; pero podría jurar que, en la sopa de letras que tomé en la mañana, los amoldados fideos formaron las palabras «Chile dos, España cero».

Y si, la coma estaba incluida.

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puaj sopa-

Creo que estamos todos algo acongojados esta semana.
Estoy maquinando todo el tema, y tengo una certeza: no debería preguntarme ¿por qué irse?, sino ¿por qué quedarse? ¿Qué estamos haciendo, todos nosotros acá juntos–muchos, íntimos conocidos, muchos, íntimos desconocidos? ¿Qué tiene este lugar, que nos supone un gustoso compromiso? Porque son raros los compromisos gustosos, en un mundo en el que los compromisos y los gustos rara vez vienen de la mano.
Y la respuesta, al menos en mi caso, es simple, y es que acá soy libre. Puedo ser quien yo quiera, o quien verdaderamente soy; aún no lo tengo claro. Puedo hablar y escribir sin importarme que me juzguen, sin importarme lo que piensen de mí. Puedo hablar por hablar, o nada más callarme. Puedo hacer posts de lo más horribles y largos y entreverados, que más bien parecen una asquerosa sopa de letras -vamos, la sopa es asquerosa!-, o estrujarme la cabeza y desparramar el corazón por las teclas, logrando un post pequeñito que saque lo mejor de mí del momento… Pero nadie me presiona, yo hago lo que se me cante. 

Para mí, este lugar extraño es parte de ese mundo que no es el mundo real, pero que a veces es muchísimo más increíble. Es una pequeña parte del mundo en el que soy quien quiero, en el que soy real, porque en el mundo real no soy sino una mentira muchas veces. ¿O es al revés?
Bueno, ya no importa. Pessoa lo puede explicar mejor que yo.

(Esta visión es enteramente personal. Como cada vez que escribo espero que no me juzguen, no pienso juzgar a quien se vaya, ni mucho menos. Sólo puedo decir, Sonvak, que, como ves, todos te extrañaremos demasiado)

Tabaquería – Fernando Pessoa
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí…
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.

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Sopa de letras. Pensamientos desordenados.

Ella decía adiós. Se iba. Sin más. Iba a desaparecer y con ella su ración semanal de espera, de ilusión, de risa, incluso de conciencia social.

La iba a echar de menos. Mucho más de lo que había podido pensar. Fue leer su post de despedida y sentir un vacío en el estómago, una tristeza, una sensación de falta que lo sumió inmediatamente en la tristeza y la melancolía.

El único medio, el cordón umbilical que los conectaba se iba a romper y a partir de ese momento no sabría más de ella.

¿Cómo podría prescindir de sus post, de sus comentarios?

Realmente él había escrito siempre para ella, pensando en ella, dedicándole toda la intención y todos sus pensamientos. En silencio, implícitamente, cada entrada que había publicado iba dedicada a ella. Y ahora se marchaba.

Le invadía una sensación de desánimo, de desesperanza pues algo tan importante para él se iba a difuminar en el éter para siempre. ¿Qué sería de ella? ¿Qué sería de él? Nunca había habido un ellos aunque él había soñado a menudo con ello. Y ya nunca lo habría.

La distancia, las circunstancias personales, el día a día de cada uno impedirían siempre un acercamiento. Pero para él desaparecía algo importante, quizás perteneciente al mundo de los sueños, pero que formaba una parte sustancial de su vida.

Planeaba mil y una formas de convencerla pero sabía que era inútil. Cuando ella tomaba una decisión, decisión que le costaba mucho tiempo y esfuerzo asumir, no había vuelta atrás. Se iba.

Iba a dejar un gran vacío. En todos seguramente, pues era claramente el alma, el espíritu de ese grupo de desconocidos cercanos, pero en él iba a dejar también un enorme hueco en su alma, en sus ilusiones, en sus sueños, en sus esperanzas.

Tanto que había imaginado, tantos imposibles que había planificado iban a quedar en nada en el momento en que ella se volatilizara. Y lo hacía con un simple adiós.

Que fácil es irse, y cuantas heridas se pueden dejar con una sola palabra.

Quedaría siempre, cada semana, pendiente del viernes, el día mágico que le correspondía, a ver si alguno sus oraciones eran escuchadas y se producía un inesperado regreso que le permitiera volver a respirar.

Mientras tanto la iba a echar de menos, a añorar, a sentir su ausencia, y a intentar, no sabía como, rellenar el vacío que dejaba.

Adiós… o hasta pronto…

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Para tí, compi.

Por mucho que intentaba disimularlo su rostro denotaba cansancio. Aplicaba cada mañana, sin que por su edad fuese necesario, unos leves retoques en la base de sus párpados con unos de esos preparados gélidos que un día vio publicitados en televisión. Pero, dada su juventud, ese era un problema sin importancia.

El verano anunciaba su inicio. Generalmente esa había sido siempre la época en la que había disfrutado de sus merecidas vacaciones y, este año, resultaban más merecidas que nunca. El invierno había sido muy duro y no solo por la climatología sufrida en las cercanías de donde residía. Innumerables proyectos, algunos no del todo acabados, bocetos y más bocetos, polémicas absurdas de algunos indocumentados queriendo coartar la libertad del artista y una insaciable sed para absorber el líquido de la creatividad habían cercenado, en parte, su capacidad física. Sabía que necesitaba un descanso y, desde hacía algún tiempo, había elegido la fecha. Este era el momento.

Las llaves de su casa cumplieron, al fin, con su cometido. La noche se encontraba ya avanzada y el día había acumulado demasiado cansancio en su cuerpo. Encendió la vitrocerámica depositando sobre ella una pequeña cacerola rellena a su mitad con agua. Al poco tiempo ésta se encontraba a punto de hervir. No quiso complicarse la vida. Tomó, por cercanía, el primer paquete de pasta que asomaba una vez abierto el armario y vertió todo su contenido en el agua. Con su mano derecha y por medio de una cuchara de palo provocó suaves giros al contenido allí depositado. Ante su sorpresa el efecto no se hizo esperar. Era una sopa de letras que, como arte de magia, empezaba a conformar nombres: Aspec, Dani, Obsi, Sito, Sara. “No puede ser- pensó ella. Estoy demasiado cansada”. Efectuó un nuevo giro con la cuchara y, de nuevo, pudo observar otros nombres: Goyo, José, Xinax, Moli, Lustor, Nieves, Apaxi, y así más y más.

No quiso ver más, sus ojos empezaban a derramar unas pequeñas lágrimas. Los cerró intentando buscar una explicación pero, ese gesto, le impidió conocer el lugar exacto del mango de la cacerola. Fue un golpe seco que hizo derramar la sopa hirviendo sobre su mano izquierda. Sintió dolor pero no fue esa la expresión de su cara. Incrédula y acompañada por un mayor número de lágrimas observó como las letras habían quedado en el interior del recipiente. Estaba sola; el dolor era real así que, no estaba soñando. Miró las letras de nuevo y, ahora sí, empezó a llorar. Allí se podía leer: “Sonvak, vuelve cuando quieras, pero pronto”.

JOSE MANUEL BELTRAN.

P.D.- Disculparme esta intromisión ya que hoy no es mi día pero…… tenía ganas de contarlo.

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Rapsusklei

Perdón perdón, casi no llego. Estoy aún reflexionando sobre la despedida de Sonvak, tragando 3 partidos de fútbol diarios, e intentando entregar todos los trabajos a tiempo. Hasta se me olvidó que era lunes… en fin.

Con mi estilo musical habitual, os dejo con un tema rapidito, de Rapsusklei, llamado Sopa de letras (por supuesto).

Disculpad mi precipitación pero ¡no doy más!

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