Por P – Montse
Sería, también, Juan Pablo, apostilló uno de los clientes del bar, mientras otro apostaba por que seguiría la saga de los Píos, a lo que otro dijo que imposible, que ninguno se atrevería a llevar el número trece, que era el qué le correspondería llevar si optara por ese último nombre.
Él volvió a desconectar, retornó a lo que le estaba reconcomiendo. Se debatía entre un montón de sentimientos, la deontología profesional no había figurado en su diccionario personal, sin embargo ahora era distinto.
Primero tenía que hablar con su socio y explicarle el problema, porque no había sido capaz de decirle al cliente que no podían encargarse del asunto. Simplemente tomó todos los datos y le dijo que en veinticuatro horas le contestarían. El medio escogido había sido un e-mail al que le deberían enviar el presupuesto y las condiciones.
Entre todas las agencias de detectives, había llegado a la suya. Era una jugada sucia del destino. Quizá no, tal vez era la llamada de atención que necesitaba para dejar de una vez los juegos a los que se prestaba constantemente y que le hacían recorrer el filo de la navaja, ida y vuelta, una y otra vez. Nunca se había cortado pero esta vez iba a correr la sangre. Más aún, en esta ocasión habría cola para descuartizarle.
Apuró la copa de coñac, que le ardió mientras bajaba por su garganta. La llegada al estómago fue como la traca final y notó un pinchazo como anticipándole que la debacle se cernía sobre él. No acostumbraba a tomar bebida alguna antes de la hora de comer, sin embargo hoy necesitaba un refuerzo que presumió encontraría en la bebida.
Se acercó a la barra, pagó su consumición para volver a la oficina. Tenía que enfrentarse a la realidad. Ya llevaba casi tres horas de retraso.
En el momento que salía a la calle, se oyó un rugido que provenía de la televisión. El Papa se asomaba al balcón para saludar a los fieles que le aclamaban.
El se paró para ver el momento. Efectivamente se iba a llamar Juan Pablo, Juan Pablo II, y empezó su mensaje diciendo: “No tengáis miedo”.
Aquello le dejó petrificado, parecía que iba dirigido exclusivamente a él, y salió como alma que lleva al diablo por la puerta. Tardó nada y menos en llegar a la oficina y comprobar que su socio había llegado hacía unos minutos.
Se encaminó a su despacho, cogió la documentación y entró en el de José Luis y, mientras le daba los buenos días, le espetó:
– El marido de mi última amante, nos ha encargado que averigüemos quién es el hijo de puta con quién le pone los cuernos su mujer. He quedado en darle el presupuesto del asunto en 24 horas. Quiere fotos, quiere datos, quiere domicilios, quiere nombres y apellidos, en fin, el lote completo. Es más, ha dicho que si consigue hundirle, tendremos una bonificación especial.
La cafetera de cristal restalló contra el suelo, como si fuera el látigo de un domador. José Luis le miraba con la cara desencajada. Sujetaba fuertemente la taza con la mano derecha y la izquierda la mantenía en vilo mientras, sin pestañear, no le quitaba la vista a Ángel. Éste lo había dicho todo de corrido, como si le fuera la vida en ello, y, a la vista del color que se le iba poniendo a su socio en la cara, aquello iba tomando visos de realidad. El cliente no le iba a hundir, lo iba a hacer su socio, pero en un bloque de cemento de cualquier construcción a las afueras de Madrid, al más puro estilo mafia de los años 20.
– Ángel, qué coño me estás contando, por favor, qué coño me estás contando que no tengo la cafenitrina para el corazón y esto es para eso y para llamar al SAMUR. Dime que lo que me has contado es la última estúpida broma que se te ha ocurrido. Dime que tu retorcida y torticera cabeza, ha urdido esta extraña historia para que cambiemos de cafetera y que lleve este traje al tinte –mientras hablaba su tez se iba amoratando peligrosamente- pero dime algo, joder!!!!!!!! bramó José Luis.
En ese momento, asomó la cabeza Gloria, la secretaria, que asustada por los gritos y el estruendo, quiso saber si podía ayudar, pero un berrido de José Luis la ahuyentó, mientras Ángel la hacía un guiño para no asustarla. Aunque estaba claro que andaba en busca de aliados para su causa. Los iba a necesitar.
La escena era tragicómica. José Luis se había arremangado los pantalones, empapados de salpicaduras de café, rodeado de cristales, mientras Ángel hacía una pajarita de papel, cómodamente sentado en uno de los confidentes del despacho.
– Empieza desde el principio y despacio que no he tomado café, te lo advierto por si estás espeso y no te has dado cuenta.
– Ya te lo he dicho todo. Ha venido Jaime Carpena. Me ha dicho que tiene sospechas, más que fundadas, que su mujer le pone los cuernos con un desgraciado hijo de puta. Quiere todo el “pack” completo, y que si le damos datos completos del hijo de puta, o sea yo, habrá bonificación porque piensa hundirle. Le he pedido una foto de su mujer, y es Inés, la tía que me estoy tirando desde hace veinte días. He quedado con él en mandarle por e-mail el presupuesto y las condiciones si aceptamos el caso. Fin de la historia.
– Bien, pues escríbele a su e-mail y dile que acepto el caso, que el hijo de puta es mi socio, al que ha tenido el placer de ver esta misma mañana, porque conocerle no le conoce nadie, ni él mismo. Que ponga dinero en billetes de curso legal encima de la mesa como para que me limpien la moqueta de las manchas, sin especificar de qué tipo, y que le doy, yo personalmente, la cabeza, o la parte del cuerpo que prefiera, y luego que le hunda en el pantano que se le antoje. Como si prefiere llevarte a dormir el sueño eterno al Mar de Arafura, en las antípodas.
– Joder, José Luis, no te pongas cabrón. Hablemos en serio.
José Luis no daba crédito a lo que oía, así que miró fijamente a Ángel. Con una parsimonia que aterró a José Luis, le quitó la pajarita de papel de las manos. Sacó un encendedor y lentamente la quemó hasta que quedó reducida a cenizas en el cenicero que había sobre su mesa.
Ángel, eso eres tú desde ahora, cenizas, sólo cenizas.
Próximo turno: Q – Sara – Activo