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La relatividad de la vida

Año 2050, todos estaremos muertos.

El agua es el bien mas preciado y hace varios años que se acabo. No hubo tercera guerra mundial, fue la guerra definitiva. No hubo división por raza ni por religión, unos tenían agua y otros la necesitaban.

Nos remontamos diez años atrás, las reservas se agotaron y mientras unos procuraban encontrar agua por sus propios medios, con sus propias manos, otros esperaban con impaciencia para quitársela, armados hasta los dientes, para eso habían sido las grandes potencias mundiales durante varios siglos.

Los primeros la encontraron y se desato una guerra que nadie años atrás podía haberse imaginado, sangrienta, injusta, desproporcionada, lanzas contra armas sofisticadas, hombres contra maquinas. Fueron millones de personas las que murieron tantas que murieron todas las que tenían agua, ironías de la vida.

Año 2050, todos estaremos muertos, pero….¿a  eso podemos llamarle vida?.

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Héroe y hombre

La habitación, encuadrada en la parte más septentrional del edificio, poseía unos grandes ventanales por los que rara vez se adentraban los rayos del sol. Esta circunstancia, aparentemente meteorológica, quedaba anulada por la verdadera y esa no era otra que las instrucciones recibidas, siempre de forma categórica, por parte de su temporal inquilino.

–          Señorita Morris, creí haberle dejado bien claro que la persiana debía de estar siempre bajada.

–          Lo siento, general. Pensé que le agradaría un poco de sol. En el exterior hace mucho frío, propio del mes de enero.

–          Usted, señorita, no sabe bien lo que es pasar frío ni tampoco, seguro, sentir que su cuerpo queda abrasado por el calor.

Diligentemente se apresuró a cumplir la orden, sin esbozar ningún gesto que pudiera hacer sentir al general que el tono de sus palabras no era el apropiado para los servicios que ella le prestaba. Conocía perfectamente los sufrimientos por los que había pasado en tantas y repetidas ocasiones, pues muchas habían sido las misiones cumplidas siempre en defensa de la nación. De hecho no es que los supiese por voz de terceros, aún cuando era imposible haberse abstraído no sólo a la lectura sino a los innumerables actos de homenaje que el general había recibido. Los conocía de su propia voz pues, cuando su estado de ánimo era más relajado, gustaba de contarle como se habían desarrollado todas las misiones en las que había intervenido que, para los demás, tenían la consideración de actos heroicos.

Las consecuencias de aquel ataque a la base naval de Pearl Harbor había cambiado totalmente su vida, al igual que la de muchos de sus compatriotas. Su alistamiento, en su caso, no pudo decirse que fuera forzado. Era tal el odio que sentía que fue uno de los primeros de su pueblo en rellenar los papeles para, después de un duro adiestramiento, encontrarse destinado en primera línea de combate. Nadie le podía dar lecciones sobre el frío húmedo de la selva tailandesa cuando, destrozada su compañía y sin más comida que la encontrada en la jungla, soportó mil y una emboscadas de los “amarillos”. Es así como su tenacidad, sufrimiento y altas dosis de paciencia tuvieron su recompensa ya que, con sólo cuatro hombres más, lograron aniquilar a todos los componentes de la importante posición japonesa que obstaculizaba el avance de las tropas. Por esa acción, el alto mando tuvo a bien recompensarle con una nueva estrella que se sumaba a las condecoraciones ya recibidas por anteriores gestas en un acto público que tuvo que demorarse más de lo debido, consecuencia de su hospitalización por la fiebre tifoidea amén de otras importantes secuelas.

Cuando más orgulloso se sentía, sin lugar a dudas, era al relatar sus aventuras en el desierto africano y no por la importancia de las misiones, que sí la tuvieron, sino por haber estado a las órdenes directas del General Patton. Él si fue un verdadero héroe, por el que nunca había perdido su admiración a pesar de las, para él, injustas y cobardes críticas que le realizaron.  A sus órdenes y a pesar de poner en elevado riesgo su vida, como la de sus soldados, logró paralizar la ofensiva de Rommel destruyendo varias de sus columnas. El desierto es muy duro para un soldado pues, a las altas temperaturas del día le siguen noches gélidas que dejan tu cuerpo en un estado casi inerte. Patton, antes de ser relevado en el mando para hacerse cargo de la invasión de Sicilia, solicitó nuevas recompensas para su persona pues todas las acciones realizadas habían sido de alto riesgo y habían tenido como consecuencia la victoria ante el enemigo.

La puerta de la habitación se abrió y la espigada señorita Morris avanzó lentamente hacia el lugar que ocupaba, cuidando de no hacer demasiado ruido con sus tacones.

–          Disculpe general, el Secretario de Estado quisiera hablar un momento con usted pues, al parecer, tiene una excelente noticia que a buen seguro le agradará.

La señorita Morris, en voz más baja y ya cerca del oído del general aún cuando nadie más se encontraba en la habitación, le indicó: Por el sobre que porta en la mano creo que son noticias de la Casa Blanca y además le acompaña el general Campbell, Jefe del Estado Mayor.

–          Dígales que ahora no me encuentro en condiciones de recibirles. Estoy muy cansado y lo único que necesito, de una vez por todas, es que dejen reposar el cuerpo de este soldado.

–          Señor, insistió ella, con todo el respeto creo que aceptar esta visita es una obligación para usted como soldado además de un honor.

–          Señorita Morris, estoy ya muy viejo para recibir honores. Solo me interesa la visita del doctor, que por cierto ya se retrasa. Búsquele y que sea él, si lo cree conveniente, quién me traslade las noticias.

Pasaron unos pocos minutos y esta vez la puerta no se abrió con tanta delicadeza como lo haría la señorita Morris. El doctor, a juicio del general, era un buen soldado de su profesión. Serio, sin ambages, aunque siempre con un tono cariñoso se había ganado su confianza.

–          Doctor, por favor, dígamelo ya. ¿cuál es el resultado de las pruebas?, inquirió el general.

–          Tranquilo general, vayamos por partes.

El general ya denotaba que no eran buenas noticias. Por primera vez, en mucho tiempo, el doctor no iba al grano. Nunca le había escuchado esa expresión: “vayamos por partes”. El doctor hizo aparecer de dentro del sobre una nota, de la que al trasluz se divisaba el membrete y sello de la Casa Blanca y que en sus apartados más importantes venía a decir: El Presidente, en nombre del Congreso de los E.E.U.U., tiene el honor de notificarle la concesión de la Medalla de Honor, máximo galardón de las Fuerzas Armadas, por la valentía e intrepidez demostrada, con riesgo de la propia vida y más allá de la llamada del deber, cuando ha entrado en combate contra los enemigos de los Estados Unidos”.

Por las mejillas del general se deslizaron unas lágrimas, no propias del soldado sino del hombre. Es así que, cuando pudo reponerse de ellas e intentando mínimamente incorporarse, le dijo al doctor

– Ahora ya sé, que el resultado de las pruebas es el que nos temíamos. ¿verdad, doctor?. Este soldado, por primera vez en su vida, le confiesa a un hombre: Me da miedo morir, doctor. Dígaselo usted, en persona, al Presidente y gentilmente rechace en mi nombre esta alta condecoración.

JOSE MANUEL BELTRAN

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…Es bueno ser parte de esto.

Es bueno ser parte de esto…  -era la frase preferida del general-.

En unos momentos más cambiaría de opinión p0rque la partida de cartas tendría, abruptamente, que interrumpirse. No sé si era ficción o realidad. Quizá desde la nochevieja no se escuchaba, a intervalos irregulares, estos sonidos despeinados de las carabinas y los fusiles de asalto.

-El general ya debe estar dormido, me dije, tenía la mala constumbre de acostarse muy temprano y seguro no llegarían hasta sus oídos los estruendos y traqueteos de las armas de fuego, que sugerían una violencia cavernaria.

El último de los asuntos que me hubiera gustado tratar con ésta premura, era precisamente éste. Desde la última batalla en que perdimos la mitad de nuestro territorio –la del Alamo– no había tenido la necesidad de irrumpir en la vieja casona de la calle Neptuno.

Sea lo que sea había que «ponerle el cascabel al gato». No se trataba de un asunto de Breton Woods ni de política de marras sino de un asunto de estado.  Me recibió Eutimio, apologista personal y secretario particular del general  –duerme ya el general, le pregunté. No, me repondió. Avísele que me encuentro aquí. No soltaría prenda de la información. Ya había tenido la oportunidad de meditar las palabras y como ajedrecista experiementado, trataría de ser prudente y no soltar de sopetón la noticia.

Esta vez el general no dijo un hola de saludo. Se le veía serio y taimado, y quizá por ello, no puedo contenerse: «Puta madre que es tan urgente que me saca de mi juego de poker». A zancadas, con paso marcial recorrió los metros que separaban el patio central  de su oficina, la del señor gobernador y general de división Nepomuceno Arguello. Eutimio nunca lo habia visto tan encabronado, así que apresuro el paso y abrió cortesmente la puerta de la oficina. -No se adorné, señor licenciado, vamos al grano de las cosas, le dijo.

Una vez cubierto el protocolo oficial y sabiendo que el general se controla de un momento a otro, que de mar embravecido pasa a apacible lago, le espetó. De acuerdo con sus intrucciones voy a realizar un esfuerzo de sintesís: «En estos momentos, sufrimos de una nueva incursión armada en el Fuerte de Montesclaros».

-No me chingues, le respondió casi por impulso.

-Expliquemelo de nuevo, como se lo explicaría a un niño de escolar. «Las fuerzas invasoras de la primera potencia mundial, atacan de nuevo nuestra patria y basado en mi exhaustivo conocimiento del sistema político y jurídico de aquella nación, creo que ésta es producto de una resolución legislativa que ordena pagar con territorio nuestra deuda externa». Híjole, mi general, ya nos chingamos sentenció.

-Aquí es donde la puerca torció el rabo de la historia. «Bueno, si ya nos quitaron las bajacalifornias, nuevo mexico y arizona, pues ni modo, entreguemos ahora la otra mitad del país, pues será mejor esperar nuevos tiempos y mejores hombres…

Próximo turno para: T – Carolinagromani – Activo

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El horror de la guerra

Este título me trae a la memoria un fragmento del libro «Sin esperanza, con convencimiento» del autor ovetense Ángel González (1925 – 2008), titulado «El campo de batalla» que dice así:

Hoy voy a describir el campo de batalla
tal como yo lo vi, una vez decidida
la suerte de los hombres que lucharon
muchos hasta morir, otros
hasta seguir viviendo todavía.

No hubo elección: murió quien pudo,
quien no pudo morir continuó andando,
era verano, invierno, todo un año
o más quizá, era la vida entera
aquel enorme día de combate.

Por el Oeste el viento traía sangre,
por el Este la tierra era ceniza,
el Norte entero estaba bloqueado
por alambradas secas y por gritos,
y únicamente el Sur, tan sólo el Sur,
se ofrecía ancho y libre a nuestros ojos.

Pero el Sur no existía:
ni agua, ni luz, ni sombra, ni ceniza
llenaban su oquedad, su hondo vacío:
el Sur era un inmenso precipicio,
un abismo sin fin de donde, lentos,
los poderosos buitres ascendían.

Nadie escuchó la voz del capitán
porque tampoco el capitán hablaba.
Nadie enterró a los muertos.
Nadie dijo:
«dale a mi novia esto si la encuentras un día».

Tan sólo alguien remató a un caballo
que, con el vientre abierto, agonizante,
llenaba con su espanto el aire en sombra:
el aire que la noche amenazaba.

Quietos, pegados a la dura tierra,
cogidos entre el pánico y la nada,
los hombres esperaban el momento último,
sin oponerse ya, sin rebeldía.

Algunos se murieron, como dije,
y, los demás, tendidos, derribados,
pegados a la tierra en paz al fin,
esperan ya no sé qué
-quizá que alguien les diga:
«amigos, podéis iros, el combate…»
Entre tanto, es verano otra vez,
y crece el trigo en el que fue ancho campo de batalla.

El horror de la guerra

El horror de la guerra

Leído esto y vista la imagen no me queda más que terminar como el título del libro «Sin esperanza, con convencimiento»

D – Rosma – Activo salta turno a:

F – Saralm – Activo

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Archivado bajo Sandra

Hasta que tú decidas regresar

Estoy asustada. Muy asustada. Tengo 14 años, mi nombre realmente no importa y no se nada de mis padres desde que hoy, hace dos días, mi casa fue pasto de las llamas provocadas por una bomba que alcanzó al edificio de al lado. Desde entonces, camino sin rumbo por las calles, entro en hospitales con la esperanza de encontrar a mis padres, son lo único que tengo o tenía, ya no lo sé. Y ya me da igual que sigan cayendo bombas, ya no entro en refugios, solo sé que tengo hambre, sueño y frío, pero no miedo. El miedo ha desaparecido. Todos los días veo a gente asesinada, mutilada y humillada. Pero ya no me impresiona, ahora lo único que importa es conseguir un pedazo de pan para saciar mi hambre, un cobijo para pasar la noche y un aliento para aguantar otro insoportable día de bombardeo. Poco a poco pierdo la esperanza, de encontrar a mis padres, de aguantar este horror, y hasta que tú, la paz, decidas regresar, no estaré segura de querer seguir viviendo.

 Carta de una niña palestina ante el horror de la guerra.

C – 08sandra – Activo

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¿Vale la pena, y merece ser vivida?

Vale la pena, y merece ser vivida… esta vida o cualquier otra?.

Si me lo preguntan a mi, diría que NO.

Creo que no vale la pena cuando pienso en todos esos niños que se mueren de hambre cada día

 

Creo que no vale la pena… cuando veo a tanta gente morir en guerras sin sentido.

 

No vale la pena, cuando no tienes que comer ni un techo sobre tu cabeza…

 

No vale la pena si eres un pobre animal maltratado y tirado en la carretera…

 

Tantos y tantos motivos por los que no vale la pena… Y se supone que uno debe sentirse agradecido porque tiene la fortuna de que no le haya tocado vivir estas miserias (de momento…). Pues yo no me siento agradecida, sino que me siento culpable, ¿cómo puede ser que unos tengamos tanto y otros no tengan nada?.

Sinceramente, es como para que a uno le dé vergüenza pertenecer a la raza humana, ésta que está acabando con el planeta y todo lo que en él habita… ésta que está acabando consigo misma, además de con todo lo que la rodea. Acabando con tanta inocencia, con tanta belleza, esa que nos rodea en nuestro día a día y la mayoría de las veces ni tan siquiera nos damos cuenta que está ahí, pues vivimos inmersos en una vorágine de estrés, trabajo, familia, siempre acelerados, queriendo cada vez más, pero más de todo aquello que en realidad significa menos: mejor coche, mejor casa, la última TV de moda, el modelito de Armani,… Y siempre sintiéndonos igual de vacíos, pues todas esas cosas materiales no llenan el agujero que se agranda en nuestro corazón por no darle alimento… ese tipo de alimento que significa sacrificio, generosidad, amor…

Es bien cierto que hay mucha gente que ha dedicado su vida a los demás, entregándose en cuerpo y alma a los más desfavorecidos… pero ¿cuántos lo han hecho y cuántos no lo hemos hecho?: la proporción es risible.

Y lo peor de todo es esa impresión de no poder cambiar nada… de que por mucho que hagas, por mucho que des, la vida seguirá igual, el ser humano seguirá igual, no aprendiendo de sus errores, sino que cometiendo cada día más.

El ser humano es el cáncer del planeta Tierra: un cáncer terminal.

O – Aspective – Activo

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