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Las nuevas etapas traen nuevas oportunidades.

Sería algo nuevo, un cambio total, algo que quizá le vendría bien. Pero, no podía evitar pensar que aquello podría también ser algo desastroso. Puso su equipaje en el maletero del auto, pensó por un segundo lo que iba a hacer, pero todo estaba ya decidido, no había marcha atrás. Miró de nuevo su casa, en la que había disfrutado con él muchos encuentros eróticos, reñidos, románticos, desastrosos. Un sinfín de recuerdos le venía a la mente. –“Ya”- se dijo para sí misma. Se apresuró a subirse al coche y lo puso en marcha. ¿A dónde iría? No, no lo sabía, podría ser la playa, desde niña le había encantado el mar, de hecho siempre tuvo un sueño, el poder tener una hermosa casa a orillas del océano, ver las gaviotas planear el cielo y ella desde una terraza con un barandal blanco observarlas, escuchar las olas, ese ruido tan hermoso, tan único, tan relajante. Cada que iba a la playa no podía evitar preguntarse, ¿Qué hay detrás de tanta agua? Al otro lado. Obvio lo sabía, dependiendo del lugar donde fuese ya que había estudiado geografía y sabía muy bien donde se encontraban las orillas de los océanos. Pero aun así le gustaba pensar que el mar era infinito, embarcarse un día y no llegar a ningún lado.  Aunque mejor era quedarse en la orilla, sentir la arena en los pies descalzos. Ya lo había hecho un sinfín de veces, con Ricardo, de hecho su luna de miel había sido en un maravilloso lugar cerca del Caribe, donde se había entregado por vez primera al que recordaría como el amor de su vida. Lástima, ahora huía de él, si no la hubiera traicionado, si no le hubiera hecho eso, aun seguirían juntos amándose como aquel primer día.

Las lagrimas caían en su mejilla, con su mano derecha las retiró casi de inmediato. No debía llorar. ¿Para qué llorar por alguien que no te valora? No vale la pena. Manejaba tranquila, como si su automóvil fuera una capsula, de esas que veía en películas de ciencia ficción donde se transportaba la gente del futuro, selladas sin que nada ni nadie pudiera irrumpir en ese espacio, tan suyo. Su mente seguía viajando en los recuerdos. También muy de ella.

Lucía, esa mujer que ahora se encontraba al borde del colapso, la cual nunca pensó verse inmersa en ese dolor que ahora la carcomía por dentro, un día fue feliz. La felicidad era tal que imagino que duraría para siempre. Hacía apenas tres años que había contraído matrimonio con Ricardo, un hombre amable, pero a la vez muy serio, pero guapo y simpático mas con ella que con los demás. Eso le gustó de él, desde aquel día que se enamoró. Fue un día de lluvia, acababa de salir de la escuela de Geografía y esperaba el autobús  que la llevaría a su casa. Se había refugiado debajo de un anuncio luminoso para que las gotas no mojaran su uniforme, cuidaba mucho su presentación, pero como estaba a la orilla de la calle, un coche pasó por encima de un charco y la salpicó toda. Por suerte, el chofer era caballeroso y después que le pidió disculpas se ofreció a llevarla. Desde ahí, empezaron a salir. Ricardo, siempre fue cariñoso con ella y duraron de novios dos años, hasta que decidieron unir sus vidas para siempre. Enamorados, se les veía, con esa sonrisa de oreja a oreja, felices, ese día tan maravilloso en el que llegaron al altar. Los mejores años de su vida los pasó a su lado.

No recuerda exactamente, cuando empezó a distanciarse. Pero cuando lo haya hecho ella lo había notado, empezó a ser más frio, más agresivo y se perdieron el respeto. Aquella tarde había sido la última vez  que él le ponía una mano encima. ¿Por qué? Solo porque le pidió un vaso con agua y ella no lo escuchó. Pero antes el se servía lo que deseaba, no necesitaba de sus servicios. Además era su esposa no su criada. ¿Qué lo había hecho cambiar tanto? ¿La seguridad de que ella lo amaba demasiado? Eso sería quizá, muchas veces cuando uno se siente seguro de algo y piensa que lo tendrá siempre ni siquiera lo apreciamos. Podría ser que eso le sucedió a él. Pero que tonto, ¿Por qué mejor no aprovechar ese amor que sentía ella por él para amarse más que nunca? Muchas personas desean ser amadas como ella lo amaba. Con esa intensidad. Tal vez, se entrego demasiado, podría haberse puesto renuente alguna ocasión, o darle muestras de que no lo quería tanto. Pero ¿para qué fingir algo que no sientes? Siempre se decía para sí que no entendía el porqué de que muchas personas se hicieran sufrir si se amaban, eso de darse tiempos, eso de querer extrañar a la otra persona cuando la tienes en frente, ¿para qué querer alejarse para luego volver?

Sintió ganas por un momento de regresar, probablemente  se le hubiera pasado el coraje. Pero recapacitó. – “A lo mejor se estará diciendo en estos momentos que me arrepentiré, que como lo amo demasiado no seré capaz de dejarlo. No. Esta vez ya está decidido. Me iré para siempre. Será un nuevo comienzo, las nuevas etapas traen nuevas oportunidades.

Aceleró su marcha. Había ya manejado mucho, tenía cerca de cuatro horas de carretera. Miró a lo lejos un camino de terracería y pensó que tomar ese camino podría abrirle las puertas a su nueva vida. Giró a la derecha y se adentró en medio de un espeso bosque, la brecha era angosta pero su auto cabía a la perfección. Bajo el vidrio de su ventana y respiró el aire fresco. Olor a pino, a naturaleza. ¡Qué paz se respira aquí! Detuvo su auto un momento. Se bajó y empezó a caminar por debajo de los arboles, se recargó al pie de uno, fue tanto su relajamiento, el cansancio la venció y se quedó dormida.

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Empotrados.

El cielo era negro y estrellado, con un brillo como nunca lo había visto.

–Señor los Ambilones nos persiguen de cerca –oí como alguien se dirigía a mi.

Un hombre, como de unos cincuenta años, portando un uniforme de color azul turquesa, con hombreras doradas y una gran cantidad de medallas. Contrastaba con los más sencillos uniformes de los demás ocupantes de la sala, llena de ordenadores, donde me hallaba.

–¿A qué distancia se hallan? –me escuché a mi mismo preguntar.

–Unos tres años luz.

Sentí la necesidad de decir “Tres años es tiempo de sobra” recordando las clases de física, pero luego pensé en mis lecturas y extrañamente pregunté:

–Y en términos de tiempos ¿Cuánto tardaran en estar aquí?

–Estimaciones sargento –pidió mi interlocutor dirigiéndose a uno de los hombres sentados en la consola.

–Unas tres horas, general –respondió este tras teclear algo en su terminal–, quizás cuatro si nos detectan parados y tratan de frenar.

–¿Y por qué estamos parados? –inquirí yo.

–Tenemos daños en la hiperimpulsión –contestó el general– que tardaremos en arreglar. Me temo que todo está perdido.

–¿Qué pasaría si la activamos ahora?

El general miró a una mujer y esta levantándose me explicó:

–No lo sabemos. Podría producirse una fuga, que contaminaría toda la sección de motores. Por eso están ahora aislados… pero también podría explotar la nave.

–Y ¿Qué harán los Ambilones cuando lleguen?

–Nos destruirán –afirmó el general– sin piedad. Dispondremos de apenas treinta segundos una vez disparen, si salen a una distancia normal para no ser afectados por nuestra masa.

–¿Desde que disparen o desde que veamos que disparen? –pregunté pensando que si disparan rayos de luz no los veríamos hasta que los tuviéramos encima.

–Desde que disparen, señor presidente –contestó la mujer–, pues hemos dispersado sondas.

–¿Por qué no saltamos ahora? –inquirí.

–Dado el riesgo… –empezó la mujer y cambio de tono viendo mi extrañeza– y dado también el hecho que somos la última nave humana, es necesario una orden vuestra para…

–¡Los Ambilones señor! –gritó uno de los solados que estaban cara a las pantallas.

Miré al cielo y allí estaban. Un punto luminoso que crecía, agrandándose, acercándose, hasta tender a cubrir toda la ventana, anunciando el inminente impacto…

-¡Levanta! ¡Levanta! –oí en la lejanía. Luego unas manos me zarandeaban. Me desperté. Estaba soñando. Me desperté y me vestí a toda prisa. Llegaba tarde al colegio… “¿iba aún al colegio?”, me preguntaba mientras me vestía.

Salí a la calle cogí mi bicicleta y me dispuse a correr por la carretera. Mientras pedaleaba pensaba “Que hago yo aquí, si mi madre siempre me lleva en coche.” Llegué a la curva y seguí recto, hacia el camión que de cara a mi venia…

Y me desperté con el corazón a cien, y más, mientras veía que no estaba en mi habitación. Mire a mi alrededor y vi que era la habitación del piso. Recordé. Estaba en Valencia, en un piso, para estar más cerca de la universidad. Miré el despertador y noté que aún era de madrugada.

“¿Me he despertado o estoy todavía durmiendo?”, pensé.

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Chocolate con churros

Susana bajó del estrado muy lentamente y con sumo cuidado. No era para más pues, a la excesiva pendiente de la escalera, se unía la estrechez de los escasos cinco peldaños con los que ésta contaba. El vestido, comprado especialmente para la ocasión, tampoco se podía decir que fuese el más apropiado para ese menester aunque posteriormente, en la fiesta a la que todos concurrirían, era seguro que causaría sensación. El color negro siempre le había sentado muy bien y eso que, en esta ocasión, su madre discrepara de la elección. Perfectamente ceñido a todo su cuerpo, pues su figura así lo permitía, no contaba con ningún tirante. Es así como sus hombros quedaban totalmente al descubierto tomando comienzo, tan preciosa tela, en el inicio de sus modélicos senos que, a su vez, formaban soporte a tal elegante vestido. Mantuvo sus grandes dudas en el momento de elegir ente dos diseños diferentes pero, al final, por parecerle más juvenil se decidió por el que finalizaba con unos pequeños volantes. Quería compaginar, y a buen seguro que lo había conseguido, una línea sobria, elegante y estilizada con un final más vaporoso y que aportase a la prenda vivacidad, libertad y alegría, al igual que los vestidos de faralaes con su larga cola.

A su madre se le hacía bastante difícil encontrar el debido enfoque en todas y cada una de las múltiples fotografías que llevaba realizadas. No era culpa, ni de la máquina ni de sus inexpertas manos en la elección del zoom correcto. Todo lo contrario, la máquina funcionaba correctamente y, encima, era automática. Es así como, por fin, se dio cuenta que toda la culpa se encontraba en sus lagrimales pues sus ojos, de tanta emoción con la que disfrutaba, no paraban de llorar y de esparramar, cual mancha de tinta china sobre un papel, el rímel depositado en sus pestañas.

Susana era precedida, a la vez que perseguida, por otros muchos en similares circunstancias, aunque ellos sabían solventar esa papeleta de forma más práctica. Esbozaba una sonrisa acorde a la felicidad de su madre y, asido fuertemente a sus manos, se encontraba un pergamino delicadamente enrollado sujeto con un lazo rojo. A la finalización del acto todos cantaron el Gaudeamus Igitur.

Las horas de esa noche transcurrieron, de forma tan rápida, como si ninguna de ellas agotara sus reales sesenta minutos. Aún cuando en la gran mayoría, a pesar del maquillaje, las ojeras eran bien visibles consecuencia de muchos meses de esfuerzo, ninguno quería ser el primero en abandonar la fiesta. Fueron los churros y un chocolate caliente la causa por la que empezaron a tener en cuenta que la noche se había acabado dando inicio a un nuevo día.

Muchos meses más tarde Susana continuaba con unas ojeras, si cabe, de mayor tamaño a las de otra época.

–         Perdona, se te ha caído esto.

Quien se dirigía a Susana era un joven al que se le notaba en demasía que el traje que vestía no había sido utilizado en mucho tiempo. Precedía a Susana en la larga cola por la que llevaban varias horas esperando.

–         Te has quedado dormida un momento, aquí recostada en la pared. – Le dijo él, entregándole el documento. Tal y como lo tienes plastificado, debe ser muy importante para ti ¿verdad?.

–         Muchas gracias. Sinceramente yo así lo creo aunque empiezo a tener mis dudas-, le respondió ella.

La puerta se abrió tan solo un minuto después de las diez. Con apresuramiento, la mayor parte de los miembros de la cola se adentraron en una amplia sala en cuyo frente se disponían unas mesas, cada una de ellas numerada. Susana fue de las primeras en hacer frente a quien, al otro lado, ya la ocupaba. Lentamente, como si de rogar fuera, hizo entrega como tantas otras veces del documento plastificado a la que vez que, dirigiéndose a quién lo recogía, le suplicó lo leyese con atención pues seguro que, hoy sí, podría encontrar solución a su gran problema.

–         Lo siento de verdad, no tengo nada para ti. Te pongo el sello como señal que has venido. No olvides renovar la cartilla, pues ya casi no te quedan hojas.

El joven, situado de pie a la espalda de Susana, pudo leer las grandes letras del documento: Susana Mendoza Arlés, Doctora Cum Laude en Ingeniera Aeronáutica. Aún cuando ya era su turno se dirigió de nuevo a Susana.

-Por favor, espérame. Yo también tardaré muy poco y me gustaría que tomáramos juntos, para quitar el frío, un chocolate caliente con churros.

La cafetería se encontraba desbordada con tanta gente en su interior. Su dueño había acertado al instalar el negocio enfrente de la Oficina de Empleo.

JOSE MANUEL BELTRAN

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Soñando con el futuro

Basta que a uno le digan que tiene que escribir sobre sueños estúpidos para que los tenga… de hecho estoy esperando a ver si sueño con la vaca Paca y me inspira el post de la próxima semana, que la cosa está realmente chunguilla y me veo escribiendo versos para niños.

Pero sí… sé que a lo largo de mi vida he tenido sueños de lo más variopinto… sueños que uno no se explica como han ido a parar a su cabeza y se pregunta de qué pueden ser reflejo.

Hay pocos sueños que recuerde vívidamente y los pocos que son, la verdad es que no me parecen estúpidos, quizá porque en su momento acabaron significando algo.

El más estúpido que recuerdo, lo recuerdo porque lo tuve ayer mientras dormía la siesta (no sé que me pasa con esta primavera, que me tiene por los suelos). El caso es que en tan corto lapsus de tiempo pude llegar a soñar que tenía un ombligo en la espalda, y no en el centro sino hacia un lado. En el sueño dudaba de si ello era posible (o sea, despierta tengo claro que no es posible o lo habitual, pero en el sueño no recordaba muy bien si el ombligo debía estar en la espalda o en el abdomen). Cuando me desperté pensé «uff, ya tengo resuelto el post para el blogguercedario» (esto es como cuando tenía un ejercicio complicado de Sistemas de Representación Espacial… acababa dando con la solución en sueños).

Si nos vamos más lejos en el tiempo, cuando yo tenía 22 años, tuve un sueño que al despertar me hizo partirme de risa, pues en un primer momento lo consideré estúpido. De hecho, lo compartí con el que era mi marido por aquel entonces, entre risa y risa. Le conté que había soñado que me despedían del trabajo (esto no era como para reirse). Le conté que al poco había recibido una oferta para trabajar de lo que era mi sueño por aquel entonces y precisamente para lo que estudiaba (combinándolo con el trabajo): diseñadora gráfica (esa parte del sueño bien). Le conté que él y yo nos divorciábamos en mi sueño, justo después de empezar a trabajar yo en mi nuevo trabajo (ahí me partía de risa… me parecía increíble pues estaba muuuuy enamorada). Y por último, le conté que además había soñado que yo ya estaba con otro hombre, del cual no conocía su cara, pero sí su coche con el añadido de la empresa para la que trabajaba dicho hombre (yo ya me desternillaba con esta parte del sueño).

Lo increíble de ese sueño es que una a una, cada una de sus etapas se fueron cumpliendo, y en un breve espacio de tiempo… de hecho comenzaron a convertirse en realidad poco después de tenerlo. Primero me despidieron de mi trabajo por reducción de personal (menuda depre me pillé pues me gustaba aquel trabajo). Tres meses después me ofrecieron trabajo de Diseñadora Gráfica (yo flipaba por colores… no me acordaba de mi sueño todavía). Apenas había comenzado en mi nuevo trabajo cuando mi marido me dejó (todavía es hoy el día que no tengo claro el motivo). Yo seguía sin acordarme de mi sueño… hasta que apareció en mi vida el hombre que conducía un coche con un anagrama de una determinada empresa. Cuando lo conocí lo último que me imaginaba es que aquel hombre era el hombre de mis sueños… normal, lo conocí en fin de semana y el coche de empresa lo usaba solo por la semana. Cuando un día de semana quedamos para tomar algo y me recogió en su coche de trabajo… me quedé alucinada: había conocido a mi segundo ex-marido 😀

Creo que ese es el motivo por el que no tiendo a considerar mis sueños estúpidos. Está claro que la mente es un enigma a resolver, y los sueños que ésta nos regala son pistas de ese enigma. No fue la primera ni tampoco la última vez que tuve sueños que se cumplieron y eso hace que por muy tonto que pueda parecerme uno de mis sueños lo analice preguntándome que esconde detrás.

SONVAK

(Hoy es el cumple de Goyo  y desde aquí quiero desearte que sean muchas risas las que pueblen tu vida y de haber lágrimas que sean de felicidad. Felicidades y a por otros tantos igual de bien llevados!! Besazos).

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«Tuve el sueño más estúpido del mundo»

En el momento que nos dormimos y entramos en el sueño profundo, nos adentramos en una dimensión o en varias, según se mire, la cual, nos transporta a lo más hondo de nuestra consciencia. A esos pensamientos ocultos por nuestro razonamiento fruto de la realidad que nos ha tocado vivir.

La verdad es que muy pocas veces me acuerdo de mis sueños, y no se por qué, ya que antes si los tenía muy presentes durante días. Aunque a veces me ocurre que en un momento dado, por ver un lugar o tener una experiencia cualquiera, se me viene a la mente algún sueño perdido de hace tiempo.

Me acuerdo de uno en el que levitaba y ascendía de repente de mi propio cuerpo y me veía a mi mismo acostado en la cama. Estaba tranquilo, como en paz absoluta.

Me recorrí toda la casa, y salí volando al exterior. Era esa imagen que seguro que habéis visto alguna vez en alguna película (Mar adentro).

Sobrevolaba el mar, las montañas, rozaba el cielo acariciando las nubes, sentía una paz interior enorme, y una gran felicidad. Sonreía porque lo que estaba experimentando me gustaba.

Lo más alucinante de todo, es que me costó muchísimo volver a despertarme, porque no quería que aquello parara. Me dolía un montón dejar esa sensación y cuando desperté me llevé una gran desilusión, me embargó una pena muy grande

Os preguntareis si le he dado a aquel sueño algún significado, pero creo simplemente, tuve el sueño más estúpido del mundo.

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Una segunda oportunidad…

Cómo para decir que no!!! Fijo que algún día todos estaremos muertos, pero es un tema al que no suelo darle muchas vueltas… ya bastante tiene uno con pensar en vivir.

Hace tiempo, unos cuantos años, pasé por el trance de ver el final de mi vida a un paso. En aquel momento eché la vista atrás, a lo que había sido mi vida, y llegué a la conclusión de que había sido feliz… que la mía había sido una buena vida. Me sentí preparada para afrontar el final, cosa que nunca hubiese pensado de habérmelo dicho alguien. El hecho de sentirme preparada, no significa que estuviese como unas castañuelas, simplemente era algo que tenía que enfrentar. Había llegado el momento y yo estaba lista para pasar por él. Fue como cuando te subes a una atracción de feria de esas en las que liberas mucha adrenalina, con la diferencia de que tú no estás escogiendo, pero una vez subido a dicha montaña rusa (por poner un ejemplo) ya solo queda agarrarse fuerte y esperar que el tren no descarrile mandándote a ti a tomar por …

Al final todo quedó en un tremendo susto pero, al igual que le ha pasado a mucha otra gente, mi vida cambió. De repente eres muy consciente de que estás aquí ahora… que solo tienes el presente… que no puedes planificar tu vida pensando en un futuro más o menos lejano, pues este podría no llegar. Que si quieres disfrutar, tienes que hacerlo ya. Que si quieres realizar un sueño, tienes que hacerlo ya. En definitiva, que si quieres vivir tu vida como a ti te gustaría vivirla, tienes que hacerlo ya.

Así que cambié mi rumbo. Escogí el camino difícil y volví a empezar de cero. Teniendo labrado ya mi sendero profesional, decidí abandonar esa ruta y concentrarme en realizar mi sueño: realizar la carrera de Bellas Artes y conseguir ganarme la vida haciendo aquello para lo que yo había nacido. Hacer oídos sordos a todos los que siempre me habían dicho que aquella no era una profesión lucrativa… que aquella no era una forma de ganarme la vida. Yo sabía que aquello no iba a ser fácil, pero de haber muerto mi sueño se habría quedado en el tintero sin tan siquiera haberlo intentado… y ahora tenía otra oportunidad.

Y con 30 años me embarqué en mi proyecto más apasionante: convertir mi sueño en mi vida. Un camino lleno de obstáculos que lo único que conseguían era darme más fuerzas para continuar.

Han pasado 10 años desde el día en que decidí cambiar mi vida. Ahora mis días están llenos de aquello que me apasiona pues, contra viento y marea, conseguí convertirlo en mi profesión, en mi forma de vida… Y no dejo de pensar que el hecho de haberme enfrentado a la muerte fue lo mejor que me pudo haber pasado.

Por eso, porque algún día todos estaremos muertos, no dejeis escapar la oportunidad de perseguir vuestros sueños, ahora, hoy, en este momento, pues para eso se vive: para convertir los sueños en la mejor realidad.

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Un lector de periódicos no un gran navegante

Sí, soy un lector de periódicos, un espectador de televisión, adorador del sofá y arriesgado jugador de naipes. No, no soy un gran navegante, ni escalador, aventurero o explorador. Y por supuesto, tampoco piloto, policía, astronauta o futbolista. Todas mis fantasías infantiles, todos los sueños que, cuando niño, parecían posibles e inflamaban con grandes aventuras mi imaginación, se habían perdido en algún rincón del camino.

Como todos los críos, soñaba con grandes hazañas, con increíbles y arriesgadas aventuras de las que, por supuesto, siempre resultaba vencedor. Al final de cada sueño, salvado el mundo, y por supuesto, liberada de los malos “la chica”, que caía  rendida ante mí y me contemplaba con arrobo, dejaba  yo perderse mi mirada en el infinito, con gesto cansado e indiferente, con alguna ligera herida, nada grave, y cuyo dolor ignoraba  despectivamente. Aventura tras aventura, vencidos los piratas, derrotados los pieles rojas, cautivos los nazis, eliminados los mafiosos, desarmados los espadachines, derribados los aviones y ya fuese con espada, pistola, rifle, arco, lanza o mis invencibles puños, siempre el final era el mismo.

Quizá por esa vívida imaginación me convertí en un voraz devorador de libros. Todos los clásicos, Scott, Verne, Salgari… los leí, una y otra vez, y siempre con prisa, con ganas de acabar la aventura para, inmediatamente, embarcarme en otra. Las junglas exóticas, los infinitos mares, las grandes llanuras, los hielos perpetuos, las inalcanzables cumbres y las impenetrables selvas eran los territorios sobre los cuales reinaba sin discusión. Los caballos, carretas, cuadrigas, automóviles, aviones, lanchas, helicópteros, barcos, motocicletas no tenían ningún misterio para mí.

Una época maravillosa, la literatura abonando mi fértil imaginación, unas vivencias ficticias pero al mismo tiempo ¡tan reales! que conseguían acelerar mi corazón hasta latir al ritmo de la aventura. La realidad, ya en aquellos tiempos, era gris y palidecía ante lo que mi mente vivía y disfrutaba con aquellas infinitas posibilidades.

Pasado el tiempo, incorporé al repertorio los agentes secretos, espías, grandes científicos, descubridores y las “chicas” pasaron a ser hermosas mujeres, admiradas por todos, y cautivas de mi arrebatador arrojo.

Siempre ese mundo ha sido más hermoso y atractivo que el que llamamos real. Cada vez pasaba más tiempo, hasta el último minuto que podía robar, viviendo en esos universos que yo creaba y de los que era el único, total y absoluto protagonista. Ninguna adversidad, ningún problema eran demasiado para mí.

¿Era bueno tener esa imaginación? Ningún oficio, trabajo o dedicación podría en el futuro proporcionarme las salvajes y adictivas sensaciones de mis aventuras. Jamás chica alguna podría ser tan bella, inteligente, valiente y estar tan enamorada de mí como mis heroínas. Ningún amigo sería tan fiel como mis camaradas imaginarios.

¿Qué podía proporcionarme la realidad que no me dieran mis ensoñaciones? Nada encontraba. El día a día de madrugar, los estudios, los deberes… no me satisfacía. No hice amigos, pues ninguno se parecía a los que yo creaba. Ninguna chica conocía pues la enseñanza era segregada, en colegio de curas, y el otro sexo algo ignorado y distante, imposible. La religión te oprimía y asustaba prohibiendo todo, convirtiendo en pecaminosa cualquier sonrisa y culpabilizándote de todos los males.

 Pero en mi mente yo era libre. Las únicas normas, nobles y justas, eran las que yo creaba. Reconocido, aclamado, en contraste con el anodino día a día que, anónimo, vivía.

 Creo que puedo entender la locura Quijotesca, pues la realidad, jamás me pudo proporcionar lo que me mi mente me daba. El contraste cada año era mayor y la insatisfacción crecía en mi interior. No sé cómo pude finalizar con aquello, cuando conseguí apagar la imaginación para poder centrarme en la monótona, gris, triste, aburrida realidad. O quizá nunca escapé de allí.

Próximo turno:  N – Sonvak – Activo

 

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De sus sueños más profundos, desde ahora hasta la eternidad

De sus sueños más profundos, desde ahora hasta la eternidad, Samuel siempre soñaba lo mismo, hasta el punto de que su sueño se había convertido en pesadilla, soñaba con hacerse millonario, viajar alrededor del mundo, pasearse por las calles de su ciudad en un flamante descapotable, vivir en una casa con piscina y chimenea o ser el más ligón de todos. Sus sueños, al principio inofensivos ahora le impedían dormir, se habían convertido en obsesión. Samuel no quería ser Samuel. En primer lugar, estaba cansado de su trabajo. Alquilar películas fue divertido el primer año. Cuando firmó el contrato en el videoclub de la calle «Corrida, 69», que hasta el nombre tenía guasa, Samuel sonrió al pensar en los miles de títulos que tenía en la tienda para curiosear, pero a los 11 meses ya no había ni cinta ni argumento ni actor que no le hastiara. ¡Cuántas aventuras y héroes desfilaban cada día ante sus ojos! Sin embargo, lejos de esas fábulas, su día a día tenía tanta rutina que le asustaba.
Luego estaba su chica, Mabel, que la quería muchísimo pero llevaban una década juntos (demasiado tiempo) – pensaba Samuel. El amor, la confianza 
absoluta… Todo había acabado por aburrirle. Necesitaba salir de esa monotonía, conocer gente nueva, otros lugares, en definitiva encontrarse.
Y por último: las apariencias. Samuel se preguntaba: ¿Seré capaz alguna vez de dejar de parecer ese chico escuálido e introvertido al que nadie mira cuando se cruza con él por la calle? ¿Ese chaval de mirada esquiva, cuyo nombre nadie recordaba? La gente le llamaba «El chico del videoclub»…
Estaba absorto pensando en eso, cuando el señor Calatrava, un conocido diplomático que acudía semanalmente al videoclub por una película entró 
en la tienda. Samuel no lo soportaba. Cada semana se llevaba una película, no sin antes llenarle la cabeza con sus avatares por el mundo. Todo TOP 
SECRET, por supuesto. Esta vez le pidió «Una terapia peligrosa», de Robert de Niro. Esa noche tenía una cena importante, le contó, pero al día 
siguiente se marchaba a París a cerrar un trato y le apetecía relajarse un rato. «Samuel, un día tienes que acompañarme. Tú y yo tenemos un 
corazón aventurero. ¡Si en realidad no somos tan distintos!, le dijo con sorna. Samuel, estuvo a punto de explotar, aunque se contuvo, pero su error fue dejarse la cartera, su invitación a la fiesta nocturna, los billetes para su viaje a París con las reservas de hoteles incluidas y las llaves de su coche en el mostrador.
A todo esto, Samuel reaccionó, «No puedo dudarlo. ¡esta es mi oportunidad!, se dijo Samuel enloquecido, mientras tenía las llaves del flamante 
deportivo de su cliente semanal entre las manos.
Sin pensarlo dos veces, se puso al volante del impresionante bólido, esto sería el aperitivo. La noche es mía, gritaba. Por fin se sentía dueño de sus 
actos. De su vida.
Nadie le preguntó su nombre en la cena. Aunque le molestaba ver a tanto estirado a su alrededor, las copas eran gratis y descubrió que las chicas 
más despampanantes le miraban. ¡Por fin existía!. Acabó en la mansión de unos condes, bebiendo Moët Chandon hasta el amanecer. Con la cabeza 
un poco aturdida pensó: ¿por qué no ir a París? Dicho y hecho, pasar la aduana por la zona VIP no le dio ningún problema. Casi no miraron su 
pasaporte. La fiesta que organizó en su suite del hotel de cinco estrellas resultó un éxito, abarrotada de chicas. No olvidó pedir que le hicieran una 
foto en la Torre Eiffel… la última locura que pudo hacer antes de que un coche de la policía francesa con su foto aparcara en la plaza y lo detuviera.

Policía francesa un minuto antes de la detención de Samuel

Policía francesa un minuto antes de la detención de Samuel

¡Vuelta a España! Para ser la primera vez, el juego había escapado a su control. ¡Pero no ha estado mal! – pensó. Escuchó como entraba otro cliente
en la tienda:

– ¿Qué? ¿Tú también te has enganchado a Second Life?», le preguntó divertido. Por fin tenía la vida que quería. Aunque fuera virtual.

Próximo turno: A – Codeblue – Activo

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Archivado bajo Sandra