Me lo ha dicho mami, esa es la frase favorita de mi hijo. Mil veces le habré dicho que hemos llegado al «momento mamá», sin embargo, tanto él como su nanny, que me ayuda con la atención a mi querido hijo, la califican como una demostración más hacia mí de mi angelote. Esa nanny que, aún teniendo ya una edad avanzada, no duda en bañarle, ayudarle con su vestimenta y todo aquello que la sangre de mi sangre necesite.
Le voy a referir sucintamente mi historia para que me ayude usted, como mejor crea y sepa, con la solución al problemón que me solivianta.
Sabrá usted que me llamo Mª del Monte Carmelo Gracia Julia Anastasia Sofía Díez de Capilla y López de Catedrales (mamá se cambió «Iglesia» por «Catedrales», para mejorar el «Capilla» de papa, al fin y al cabo los títulos nobiliarios los aportaba ella). Soy baronesa de la Isla de Perejil y Duquesa de las Sisagras.
Mi edad, que ahora no viene al caso, es ligeramente avanzada. Soy viuda desde hace más de 50 años, a poco de nacer Gonzalo Mª Isidoro Gilberto (este último nombre en honor a Gilbert Becaud, mi cantante favorito), al que he tenido que educar sola, arrostrando mil y una vicisitudes para sacarlo adelante sin un hombre que descargara tan inacabable tarea (aún le sigo cepillando a diario su ojo de cristal y le lustro las dentaduras).
Estuve a punto de casarme en segundas nupcias con algún que otro pretendiente pero la presencia de Gonzalo Mª no fue precisamente un acicate para animarles a compartir mi soledad. Con ello quiero decirle que tuve que adoptar el papel de padre y madre, habiendo solucionado ambos «cum laude» (ello se refleja claramente en las caras de mis compañeras de bridge cuando acude solícito a saludarlas).
El niño no tiene precio. Ha sido mi devoción toda la vida, que no es corta pero no vaya usted a creerla desmesurada. He puesto toda mi fe y buen hacer en su futuro pero ha llegado el momento en que he de pensar en su presente, porque el futuro se fue. Y si no se fue, está a punto. El niño supera los 50 años y ya desecho la idea de ver a su estirpe corriendo entre los tíbores y la colección de cerámica de Limoges, de alguno de mis salones.
Mi niño, que sería la gloria de cualquier mujer de bien, no ha conseguido encontrar el amor puro, aunque no obsta para que sea la envidia de la ciudad entera. Es un niño elegante, con unos ojazos (quizás agrandados por los cristales de las gafas, pero es un detalle nimio) que dejan traslucir la bondad de su alma. Apuesto y cabal, como no hay otro. Muy pendiente de su indumentaria, con la ayuda de su daltónica nanny, saliendo de casa como un pincel. Y cuando digo pincel es por el colorido que suele lucir, como si llevara la paleta para reflejar el colorido de nuestros hermosos jardines.
Mi marido, que Dios tenga en su gloria, era de los «Cardenalini» de Rimini y los «Camorrini» de Palermo, éstos últimos gente austera pero buenísima, aunque de corta vida. Aún recuerdo que cada pocos meses habíamos de trasladarnos a Sicilia para las exequias, según mi Bartolini, de familiares enfrentados con los sinsabores de la vida.
Hasta ahora he gobernado con mano férrea todas nuestras posesiones, compuestas por varias empresas (fabricación de pelucas, tiestos, productos de ortopedia, etc.), las fincas de «Los Escarabajones», «La Favorita», «La Pendejuela» y «La Pechinilla». Todas ellas con producciones agrícolas variadas (altramuces, boniatos, remolachas y guindos en los que gustaba yo de pasar buenos momentos sentada en alguna de sus ramas sin que jamás haya caído de ellas), que aportan a mi peculio personal, una fuente inagotable de ingresos que bien podían proteger el destino del niño. Poseemos también un par de islas, pero como Gonzalinín no ha sido precisamente un niño que se defendiera en aguas procelosas, las hemos dejado para el reposo eterno de nuestras familias, con panteones en ambas, a semejanza uno del «Taj Majal» y el otro al Etna, emblema de Los Camorrini.
Decidí hacer una reunión entre mis allegados, familiares y amigos de toda confianza, para encargarles, en el caso que Dios me llame a su seno, el destino del chiquillo, pero por variopintas razones, han declinado disfrutar de mi joya, aún a sabiendas que mis posesiones se integrarían en un fideicomiso que podrían regir a su conveniencia siempre, eso sí, salvaguardando a Gonzalito.
No hace mucho que Gonzalo Mª estuvo a punto de encontrar a la mujer de su vida, pero resultó poco menos que un fiasco. Mi hijo le preparó un «tea for two» en la Tarpeya, roca donde los hombres de mi familia paterna perdieron la virginidad, dentro de nuestra finca «La Pendejilla», que no supo apreciar. Ya quedan pocas mujeres con la entrega necesaria para que mi Gonzalín, aportando una genealogía impoluta, sean la fuente de vida de sus descendientes.
Oímos el niño y yo, que, grandes personalidades, se ofrecían a través de una fundación, para supervisar la vida de niños que, como Gonzalo, que en cuanto yo falte, será huérfano. Con la referida fundación, colaboran gentes de todos los ámbitos. Desde la banca a las grandes empresas, pasando por el mundo de la farándula.
Yo habría preferido que se encargara usted de hacer gestiones ante el príncipe Alberto de Mónaco por si gustara de aceptar tal honor, pero parece que el niño querría que iniciara las gestiones con una señorita, joven ella y rubia como mi querubín, llamada Britney Spears. Gonzalito me ha dicho que es de Los Spears de Kentwood (Louisiana, estado donde el altramuz crece mejor que en «La Pechinilla), que emparentó por esponsales, con los Federline de Fresno, ciudad estupenda para trasladar árboles y añadirlos en «Los Escarabajones» (a resultas de una barbacoa que organizó Gonzalín, sufrimos pérdidas irreparables en varias hectáreas, y bien que intentó sofocar el incendio con arrojo y valentía, pero con un mísero cubo, poco pudo hacer).
Me gustaría que se pusiera usted «manos a la obra», a la mayor brevedad posible, aunque hay un tema que me desconcierta a sabiendas que la Srta. Spears ha sido desposada y asumo que desflorada. Gonzalo no ha ejercido sus funciones reproductoras jamás, con ello quiero decirle que desconoce la metodología a seguir. Sé que no es necesario recurrir a señoritas de «oscuro proceder» para la primera ocasión. Me ha dicho mi amiga Piluqui Montís de Primulencia, versada en todos los temas, que existe una variedad en la que uno mismo se auto-satisface, llamada masturbación (que debe ser como turbarse más que con cualquier otra cosa).
Conoce usted que mi fortuna es incalculable y no habría reparo por mi parte en recompensar espléndidamente su labor.
¿Querría usted masturbar a Gonzalito?
Q – Sara – Activo
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