-¿te va el sexo liberal?-
Y me lo preguntó así, a bocajarro, con una media sonrisa que permitía ver sólo una pequeña parte de su dentadura perfecta, fruto de una ortodoncia que a sus padres les debió costar un pastón, para que su niño rubito, pudiera presumir a lo largo y ancho de las discotecas de moda. Sus ojos azules, etílicamente vidriosos, no dejaban de asomarse a mi escote maduro.
Yo había acudido al Mambo, para una despedida de casada, o una bienvenida de divorciada, de una amiga. Celebrábamos su divorcio, como si eso fuera celebrable. Pensábamos que era mejor celebrarlo de alguna manera, antes que cortarnos las venas en un aquelarre de brujas modernas y solitarias.
Y el chico se nos acercó, atraído seguramente por nuestras serenas bellezas, y porque las lentillas se las debió dejar en casa.
Al principio no supe ni qué contestarle. Era tan joven que dudé que supiera siquiera que era el sexo, ya no digamos el liberal. Pero tenía que decirle algo, claro.
-Mira preciosidad, de liberales, neoliberales ni me hables, de sexo si quieres, hablamos otro día.
Y me dí media vuelta, con la certeza profunda de que acababa de hacer la gilipollas. Me encaminé hacia el guardarropa, cogí mi abrigo y el bolso y salí del Mambo, prometiéndome solemnemente que no volvería a pisar aquel lugar en mi vida.