Sonaba esa cación en aquel momento cuando me enamoré de ti. Desde entonces, me resulta imposible despegarte de mi pensamiento.
Fue una noche de verano, cerca de la orilla del mar. Esa brisa ténue nos embriagaba mientras paseábamos con los pies descalzos sobre el agua, y la espuma nos acariciaba hasta los tobillos.
El lugar se había quedado desierto y nos despojamos de la ropa para tumbarnos en la cálida arena. Y comenzamos a escuchar una melodía…
Y fue tal el hechizo, que empezamos a besarnos e hicimos el amor mientras sus notas emvolvían nuestra pasión desatada.
La dos chicas estaban llorando, claro que estaban llorando, se habían hecho daño y mucho, y todo por un hombre ¡qué locura!, ellas que parecían íntimas pero así son las cosas cuando se mezcla amor y trabajo.
Pasado más de un cuarto de hora de tan enorme revuelo y de decirse toda clase de improperios la una a la otra, Dani tomó aliento, se incorporó del suelo y asentó su espalda sobre la pared del baño, se quedó pensativa otros diez minutos y miró a Sara y empezó a sonreírle diciendo:
– Iban a componer una canción en la que los protagonistas eran ellos y yo como voz femenina, pues le voy a dar de su propia medicina, y se quedó mirando primero a Gorio y a Mosko y después a Aspective por no hacer nada.
Dani se fue a casa y pasó la noche escribiendo, a la mañana siguiente todos en la «oficina» teníamos un email que ponía Asunto: «Comunicado» con un archivo adjunto, pensando que era de vital importancia nada más llegar a mi puesto lo abrí y cual no fue mi sorpresa cuando me encontré con esto:
«Dani deja libre a Aspective y lo hace en forma de canción, a lo largo de la mañana vendrá un grupo a interpretarla para que todo el mundo se entere de lo me ha hecho.
La letra de la canción era lo que Dani había estado escribiendo toda la noche y había contratado a un grupo para que a la hora del bocadillo vinieran a interpretarla, el grupo era los hermanos Yaipen, una orquesta internacional compuesta por 9 chicos y ninguna chica.
La letra de la canción dice así:
Siiiiiiii
Claro que estoy llorando
o es que acaso esperabas que hiciera
una fiesta como despedida
aplaudir que te vas
destrozando mi vida
que al irte me vaya corriendo,
a pedirle a Dios que te bendiga
No, no podré perdonarte
a pesar que te amo
con toda mi alma
me obligas a odiarte
hoy te ríes de mí
no te duele dejarme
pero vas a volverme a buscar
y te advierto que voy a vengarme
Vas a besar el suelo por Dios te lo juro
vendrás a pedirme perdón y no dudo
que mendigarás por un beso de mis labios
tu piel rogara que la toquen mis manos
se que voy a gozar cuando vengas llorando
me voy a burlar de ti al verte arrastrando
te arrepentirás de haberme conocido
porque me declaro tu peor enemigo
lo que te mereces por abandonar
este amor es que te mande
a llorar a otra parte…”
Tod@s salimos a los pasillos y otro gran revuelo se armó en «la oficina» del Blogguercedario, tod@s hablaban por lo bajito y esperábamos ansios@s la hora del desayuno. Todos menos Aspective que no sabía donde meterse.
P.D.-
Aquí os dejo el vídeo de la orquesta «Hermanos Yaipen» interpretando la «ya famosa canción de Dani» en el patio de nuestro centro de trabajo.
Todavía no sé qué hago aquí sentada, después de diez minutos de plantón, y con lo escéptica que soy yo para estas cosas de conocer gente por Internet.
Pedí un té con limón y hielo, tenía sed y para eso es mi bebida perfecta. Como llegaba con adelanto, decidí bajarme una parada antes y hacer el resto del trayecto a pie, y eso, en Madrid, significa llegar con la boca seca.
(Poner el vídeo y seguir leyendo la historia con la música de fondo, gracias)
La canción de Jorge Drexler me tenía embobada y la cantaba en voz baja. La había conocido a través de una amiga bloggera, La Magah, y me había entrado en las entrañas, dándome vueltas la letra, de forma constante, en mi cabeza. La música suave me envolvía de una forma impresionante.
Con el anhelo dirigido hacia ti
yo estaba solo, en un rincón del café
cuando de pronto oí unas alas batir,
como si un peso comenzara a ceder,
se va,
se va,
se fue…
Las palabras de Jorge me recordaban que ya llevaba quince minutos de plantón, sola en un rincón del sitio donde habíamos quedado. Un pub muy bonito, decorado con mucha madera, con una luz difusa pero suficiente y la música con el volumen ideal. Si además siguieran poniendo música como ésta, se me haría infinitamente más llevadero.
Miré a la gente que había alrededor y, justo a mi lado, con cara de «carneros degollados», había una pareja con un paquetito en la mano que imaginé sería un regalo de él a ella. Se daban besitos cortos, piquitos, y no se les borraba la sonrisa mientras Jorge seguía diciendo:
Tal vez fue algo de la puesta de sol,
o algún efecto secundario del té,
pero lo cierto es que la pena voló
y no importó ya ni siquiera porqué,
se va,
se va,
se fue…
El camarero que estaba en la barra, sacaba brillo a las copas y también tarareaba la canción que estaba sonando.
De pronto sentí que ya no me importaba el tiempo que estaba esperando, disfrutaba de aquel ambiente, aquel té, la gente que había alrededor y sobre todo la canción.
Ya sabía yo que esas citas eran humo de cigarrillo, pero me encontraba bien, es más, prefería que no apareciera y rompiera aquel momento mágico envuelto en la canción que seguía cantando.
Volví a mirar a la pareja y, sonriendo para mí, me di cuenta que él no había regalado nada a aquella chica risueña, estaban felices y enamorados mirando como tontos un aparatito. No me cabía la menor duda que «El Predictor decía que sí«. Esos ojos de ambos, eran un presagio de lo que el predictor había confirmado y que tanto les había emocionado.
Y Jorge me seguía susurrando:
Algunas veces, mejor no preguntar,
por una vez que algo sale bien,
si todo empieza y todo tiene un final,
hay que pensar que la tristeza también
se va,
se va,
se fue…
Me acerqué a la barra, pagué mi té y con una última mirada a aquella pareja, me marché. En el momento de abrir la puerta, un hombre guapísimo entraba.
¿Eres Montse? me preguntó.
Y yo salí cantando, mientras negaba con la cabeza, a la par que Jorge Drexler:
Hoy hacía seis meses que había estado en aquella playa paridisíaca. En Los Cayos de Florida. No podía olvidarlo por mucho que quisiera. Sin embargo era capaz de buscar algo de trabajo que la permitiera relegarlo a ese compartimento estanco en el que guardaba momentos mágicos. Y aquél era mucho más que mágico. Además tenía nombre: Oswaldo.
Si se lo hubieran dicho antes de ir, con lo mal que le había sentado en pleno mes de Diciembre, con las Navidades en puertas, marchar a Miami a aquellas reuniones que le parecían tediosas, en las que se hablaba sin parar de las excelencias de la empresa y su expansión, tal vez habría preparado algo más su viaje, pero ni por asomo podría suponer algo tan inusual.
Hizo la maleta sin ganas. Su compañera Marita le había dicho que llevara algo para el tiempo libre del que iban a disponer. Ella quería ir a Los Cayos y no había quién la apeara del burro. Porque cuando Marita fijaba una idea en su mente, no había barreras para que la consiguiera.
Al final optó por incluir, además de los consabidos trajes de chaqueta, un biquini y un short y camiseta, blancos.
Pero de eso hacía seis meses y ahora tenía que concentrarse en la nueva campaña. Los creativos la estaban volviendo loca con sus campañas extravagantes y su jefe exigiéndole resultados para ayer. Nada nuevo bajo el sol, solía pensar ella. Era una frase muy suya.
Eran las 9 de la noche y se fue a casa. En el buzón había un sobre de color marrón y con remite de Miami. Mientras subía en el ascensor le sudaban las manos, el cuerpo y hasta los pendientes. No quería ni pensar que habría allí dentro. Por más que palpaba sólo notaba el odioso plástico de bolitas que tanto le gusta a la gente «explotar». Cuentan que es desestresante pero a ella le ponía de los nervios.
Se ducho, se cambió y se sentó en el sofá con el sobre enfrente. Mientras lo cogía, notó un temblor en todo el cuerpo al tiempo que miles de imágenes se agolpaban en su cabeza. Imágenes con Oswaldo en aquella playa, que pasaban a velocidad de vértigo. Recordaba cada momento cuando, en su barco, le hizo el amor de mil y una maneras distintas. Fueron dos días y medio de ensueño. Sin embargo un día, aprovechando una parada en aquella playa, ella bajó, con la excusa de comprar cigarrillos, y ya no volvió. Aún recordaba como él, a pesar de sus constantes negativas, a cada rato quería fotografiarla, sin embargo no le consintió que lo hiciera.
Y ahora aquel sobre.
Lo abrió y dentro venía una nota junto a un DVD. La nota ponía: Pon el DVD, por favor, y llámame. Te necesito más que al aire que respiro y no imaginé que aquello fuera sólo una aventura. Te dejo el número de mi celular.
Qué recuerdos sólo con esa palabra. Celular.
Tomó el DVD como si le quemara en los dedos, se sirvió una copa de vino, encendió un cigarro y pulsó el «play».
Al terminar la canción, retiró el DVD y se dio cuenta que lo estaba mojando con sus lágrimas. Se había salido con la suya y le había hecho una foto. De espaldas, con aquel conjunto blanco que metió en la maleta refunfuñando.
El cuerpo le pedía que cogiera el teléfono y llamara pero su mente no se lo permitía. Le recordaba constantemente su trabajo, sus obligaciones, su vida perfecta pero insulsa.
Llamó a Marita y, después de tantos meses, se sinceró con ella y le contó lo que sucedió durante aquellos dos días y medio que desapareció.
Veinte minutos más tarde, entraba como una exhalación por la puerta de su casa, con los ojos desorbitados y con una botella de Raimat tinto en la mano.
– ¡Pon ese DVD ya mismo!
Volvió a verlo y al terminar, Marita le puso el teléfono en la mano y gritó: ¡¡¡¡LLAMAAAAA!!!!
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