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Te siento a cada momento.

Ilusionado, con la sonrisa de oreja a oreja, preparó su baño. La cita era a las seis de la tarde y ya eran las cuatro y media así que tendría tiempo para poderse poner lo que se había comprado para esa ocasión especial. Había esperado ese momento durante treinta años y hoy era el gran día.

A veces piensas que las cosas que pasaron no volverán a ti, pero si dejaste cosas sin concluir tarde que temprano vuelven al cauce de tu vida. Eso le pasaba a Fernando, tenía trece años cuando se enamoró perdidamente de una chica de su salón de clases en la secundaria. Un amor de juventud podrían decir, pasajero, pero son esos amores los que dejan una huella profunda en el corazón. Por azares del destino tuvieron que separarse, pero él nunca la olvidó. Es mas, la recordaba a cada momento de su existencia y en su estresante vida  aun le venían a su cabeza los recuerdos de aquella mujercita, que aun siendo una niña le hizo sentir lo que jamás después sentiría; como son esas maripositas que sientes en el estomago cuando te enamoras o la ilusión de estar con esa persona que realmente te fascina, te encanta. No quería decir que no se hubiera enamorado después, obviamente si. Pero no con esa intensidad, de hecho en cada mujer que se cruzaba en su camino y mantenía una relación siempre buscaba esa identificación con esa niña que había perdido hacía años.

Hoy, era un día especial. Después de su fracaso matrimonial hacia dos años, no le quedaban muchas ilusiones por vivir, existían sus hijos sí,  pero ese era otro tipo de amor. Llegó a pensar que el amor no existía, que su destino era estar solo para siempre. Muchos meses se la pasó en vela, pensando, meditando lo difícil que era la vida, eso de las relaciones sociales como que no se le daba mucho. Llegaba a la conclusión de desistir en toda su lucha humana por ser feliz, se preguntaba si la felicidad estaría en su camino alguna vez. Pero también pensaba que la tranquilidad no era larga, solo venia por momentos en su vida, como cuando se enamoraba y era correspondido, como cuando nacieron sus hijos. Sí, todos esos momentos lo hicieron sentir feliz, pero nada mas por periodos cortos. Y volvía de nuevo a la soledad, a la angustia, al deseo de querer más. Y entonces venían los recuerdos de ella. De esa preciosa carita de la cual se había enamorado en su juventud y que recordaba como si fuera ayer. Siempre en su recuerdo tenía esa sonrisa tan dulce, tan tierna. Si la volviera a ver, de seguro se volvería a enamorar perdidamente de ella. Aunque siempre lo estuvo, todo este tiempo la había amado, quizá mas que el primer momento que la miró aquella mañana en su escuela y que desde ese instante cambiaria su vida para siempre.

Dos semanas atrás supo de ella, que estaba de regreso en la ciudad. Se lo dijo una amiga también de la secundaria de la cual había empezado a tener contacto de nuevo meses atrás. Ella sabía su historia, todo lo que pasó durante todos esos treinta años. Ya no eran niños obvio. Pero el, no podía imaginarse a ese amor de secundaria con otra sonrisa que no fuera aquella con la cual la había conocido, ni tampoco sin la cara angelical de la cual se había enamorado en aquel entonces. Su amiga le dio el numero telefónico de aquella chica, gracias a ella volverían a encontrarse y esta tarde sería la que cambiaría su vida para siempre.

Salió de la ducha a tiempo, se puso su mejor traje y su mejor perfume, una tarde como esta no se tiene todos lo días. Se apresuró a su coche y mientras manejaba al lugar donde seria el encuentro no dejaba de pensar. ¿Qué le podría decir después de tanto tiempo sin verse? Él de seguro le diría: “Te siento a cada momento”. Porque era la verdad, toda su vida la tuvo en su mundo. Pero, quizá ella no, en todo ese tiempo pudo haberse olvidado de él. Eso le preocupaba mucho, que no coincidieran en sentimientos.

Le marcó a su móvil, para saber si ya estaba en el lugar. Ella indicó que acababa de llegar. Su voz era igual de dulce que desde aquel tiempo. Tenía tanta ilusión por ese momento. Pasó por una florería y compró un ramo de rosas. El corazón le palpitaba más y más cada vez que se acercaba al punto de encuentro. Incluso, pensó que tal vez no podría articular ninguna palabra de lo nervioso que estaba.

Estacionó su coche, tomó sus rosas y se dirigió al restaurant donde el amor de su vida lo esperaba. Tomó de nuevo su teléfono y marcó, solo para preguntarle en que lugar estaba y donde lo esperaba. Ella le contestó que en la tercera mesa de la segunda fila, estaba sola y traía puesto un vestido azul y una flor en su cabeza. Entró, observó a los lados y dirigió su mirada al lugar esperado, el corazón le latía a mil por hora, las piernas le temblaban y entonces la miró.

Nunca imaginó aquello, jamás pasó por su mente esto. Oh decepción. La carita dulce había desaparecido de aquel rostro, la sonrisa no estaba como el la recordaba, incluso no quedaban huellas de aquella niña. No dio un paso más. Mientras ella lo esperaba el se limitó a dar una media vuelta y se fue. Ese día dio por finalizado ese capitulo en su vida. Nunca más recordaría aquella ilusión. A veces es mejor quedarse con los recuerdos.

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El cansancio la venció

El cansancio la venció y se quedó dormida. Por sus mejillas todavía resbalaban algunas lágrimas. Estaba encogida, abrazándose a sí misma, intentando darse ese cariño, ese amor que tan esquivo a su destino parecía.

A las tres de la mañana se despertó, como cada noche, cuando sintió que él la movía para ponerla boca abajo en la cama. Sin besos, sin caricias, sin tan siquiera palabras, sus manos la desnudaron de cintura para abajo y la utilizó para saciar una mera necesidad física. Ella aguantó el dolor, sin decir nada, deseando que todo terminase lo más rápido posible, como por suerte sucedió… era parte de la rutina. Ese dolor físico era parte de la rutina. Ese dolor en su alma era parte de la rutina. Después, él se dormía, satisfecho. Después, ella lloraba, en silencio, hasta que el cansancio la vencía. Era parte de la rutina.

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Las nuevas etapas traen nuevas oportunidades.

Sería algo nuevo, un cambio total, algo que quizá le vendría bien. Pero, no podía evitar pensar que aquello podría también ser algo desastroso. Puso su equipaje en el maletero del auto, pensó por un segundo lo que iba a hacer, pero todo estaba ya decidido, no había marcha atrás. Miró de nuevo su casa, en la que había disfrutado con él muchos encuentros eróticos, reñidos, románticos, desastrosos. Un sinfín de recuerdos le venía a la mente. –“Ya”- se dijo para sí misma. Se apresuró a subirse al coche y lo puso en marcha. ¿A dónde iría? No, no lo sabía, podría ser la playa, desde niña le había encantado el mar, de hecho siempre tuvo un sueño, el poder tener una hermosa casa a orillas del océano, ver las gaviotas planear el cielo y ella desde una terraza con un barandal blanco observarlas, escuchar las olas, ese ruido tan hermoso, tan único, tan relajante. Cada que iba a la playa no podía evitar preguntarse, ¿Qué hay detrás de tanta agua? Al otro lado. Obvio lo sabía, dependiendo del lugar donde fuese ya que había estudiado geografía y sabía muy bien donde se encontraban las orillas de los océanos. Pero aun así le gustaba pensar que el mar era infinito, embarcarse un día y no llegar a ningún lado.  Aunque mejor era quedarse en la orilla, sentir la arena en los pies descalzos. Ya lo había hecho un sinfín de veces, con Ricardo, de hecho su luna de miel había sido en un maravilloso lugar cerca del Caribe, donde se había entregado por vez primera al que recordaría como el amor de su vida. Lástima, ahora huía de él, si no la hubiera traicionado, si no le hubiera hecho eso, aun seguirían juntos amándose como aquel primer día.

Las lagrimas caían en su mejilla, con su mano derecha las retiró casi de inmediato. No debía llorar. ¿Para qué llorar por alguien que no te valora? No vale la pena. Manejaba tranquila, como si su automóvil fuera una capsula, de esas que veía en películas de ciencia ficción donde se transportaba la gente del futuro, selladas sin que nada ni nadie pudiera irrumpir en ese espacio, tan suyo. Su mente seguía viajando en los recuerdos. También muy de ella.

Lucía, esa mujer que ahora se encontraba al borde del colapso, la cual nunca pensó verse inmersa en ese dolor que ahora la carcomía por dentro, un día fue feliz. La felicidad era tal que imagino que duraría para siempre. Hacía apenas tres años que había contraído matrimonio con Ricardo, un hombre amable, pero a la vez muy serio, pero guapo y simpático mas con ella que con los demás. Eso le gustó de él, desde aquel día que se enamoró. Fue un día de lluvia, acababa de salir de la escuela de Geografía y esperaba el autobús  que la llevaría a su casa. Se había refugiado debajo de un anuncio luminoso para que las gotas no mojaran su uniforme, cuidaba mucho su presentación, pero como estaba a la orilla de la calle, un coche pasó por encima de un charco y la salpicó toda. Por suerte, el chofer era caballeroso y después que le pidió disculpas se ofreció a llevarla. Desde ahí, empezaron a salir. Ricardo, siempre fue cariñoso con ella y duraron de novios dos años, hasta que decidieron unir sus vidas para siempre. Enamorados, se les veía, con esa sonrisa de oreja a oreja, felices, ese día tan maravilloso en el que llegaron al altar. Los mejores años de su vida los pasó a su lado.

No recuerda exactamente, cuando empezó a distanciarse. Pero cuando lo haya hecho ella lo había notado, empezó a ser más frio, más agresivo y se perdieron el respeto. Aquella tarde había sido la última vez  que él le ponía una mano encima. ¿Por qué? Solo porque le pidió un vaso con agua y ella no lo escuchó. Pero antes el se servía lo que deseaba, no necesitaba de sus servicios. Además era su esposa no su criada. ¿Qué lo había hecho cambiar tanto? ¿La seguridad de que ella lo amaba demasiado? Eso sería quizá, muchas veces cuando uno se siente seguro de algo y piensa que lo tendrá siempre ni siquiera lo apreciamos. Podría ser que eso le sucedió a él. Pero que tonto, ¿Por qué mejor no aprovechar ese amor que sentía ella por él para amarse más que nunca? Muchas personas desean ser amadas como ella lo amaba. Con esa intensidad. Tal vez, se entrego demasiado, podría haberse puesto renuente alguna ocasión, o darle muestras de que no lo quería tanto. Pero ¿para qué fingir algo que no sientes? Siempre se decía para sí que no entendía el porqué de que muchas personas se hicieran sufrir si se amaban, eso de darse tiempos, eso de querer extrañar a la otra persona cuando la tienes en frente, ¿para qué querer alejarse para luego volver?

Sintió ganas por un momento de regresar, probablemente  se le hubiera pasado el coraje. Pero recapacitó. – “A lo mejor se estará diciendo en estos momentos que me arrepentiré, que como lo amo demasiado no seré capaz de dejarlo. No. Esta vez ya está decidido. Me iré para siempre. Será un nuevo comienzo, las nuevas etapas traen nuevas oportunidades.

Aceleró su marcha. Había ya manejado mucho, tenía cerca de cuatro horas de carretera. Miró a lo lejos un camino de terracería y pensó que tomar ese camino podría abrirle las puertas a su nueva vida. Giró a la derecha y se adentró en medio de un espeso bosque, la brecha era angosta pero su auto cabía a la perfección. Bajo el vidrio de su ventana y respiró el aire fresco. Olor a pino, a naturaleza. ¡Qué paz se respira aquí! Detuvo su auto un momento. Se bajó y empezó a caminar por debajo de los arboles, se recargó al pie de uno, fue tanto su relajamiento, el cansancio la venció y se quedó dormida.

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De rubias, negros y otras leyendas

Cuenta la leyenda, no por antigua menos cierta, que en algún paraje castellano habitaba una bella dama junto a su marido labrador. Ambos se dedicaban en cuerpo y alma a su tierra, en las cuales se dejaban las manos con el único fin de tener algo de comer cada día y cada noche. Su armonía era tal que no necesitaban nada más, se complementaban y querían plenamente hasta el punto de no relacionarse con nadie más, no era necesario, no era vital. Una única cosa les diferenciaba, su aspecto físico. Ella, melena rubia, ojos azules y piel clara. El, un ogro, grande y feo como el mismísimo diablo. Como les decía nada de eso les importaba. Un “buen” día cuando caminaba nuestra doncella dirección a su morada se encontró un caballero cortándole el paso. El apuesto caballero de piel negra, fornido y elegante, a lomos de un corcel blanco que impresionaría a cualquiera, no dudo en dirigirse a ella. Su melena rubia y ojos claros le habían nublado, hasta el punto de ofrecerle marchar con el hasta su castillo, donde le esperaba la riqueza mas grande que ella podía imaginar. Nuestra doncella dudo un instante pero echando la vista atrás pensó que era una oportunidad única y que su amado encontraría otra persona mas acorde a su belleza y además pensaría que ella habría muerto y así pues el daño al corazón seria menor que si se lo dijera ella misma. Y así fue.

 Con el paso de los años, muchos años, la cosa cambio. El apuesto caballero de piel oscura se arruino y tuvieron que vender el castillo con todo lo que en el había, nada les quedo para ellos, tan solo una pequeña porción de tierra. Cuentan que en esa época cierto campesino se había hecho rico con su trabajo y había comprado las tierras de su vecino y que poco después compro las tierras de su otro vecino y así hasta poseer todas las tierras de cultivo de la región castellana en cuestión. Dicen que llego un momento en que dicho campesino lindo sus tierras con las del arruinado caballero de piel morena y dicen que no les arrebato esas tierras, que se construyo un castillo alrededor de ellas y continuamente hacia fiestas en sus torres. Dicen que ese nuevo rico era algo así como un ogro, grande y feo como el mismísimo diablo, pero rico. De aquí podríamos deducir que las rubias son tontas y que al final los que no paran de follar son los negros, pero también podríamos concluir que una historia son solo palabras y que algo importante debe constar con el paso de los años para que se pueda hablar de leyenda, urbana, rural, etc..o simplemente leyenda.

Lino

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Puso rumbo a la isla

Así se llamaba aquel local de ambiente a las afueras de la ciudad,  esa, en la que se había hubicado tras haber dejado  una vida desastrosa junto a aquella mujer que le había absorbido todo su ser hasta que no pudo mas.

Ahora era otra persona diferente. Ya no había nadie que pudiera decidir por él. Era libre y podía hacer lo que quisiera, sin dar explicaciones a nadie.

Abrió la puerta y sus ojos de inmediato se acostumbraron a las luces ténues de burdel. Tras cruzar el estrecho pasillo y sin pararse , se encaminó hacia la barra.

CLUB, BURDEL, CASA DE CITAS

Detrás del mostrador, el barman lo miró con desconfianza, y se acercó a él, que ya se había sentado en uno de esos taburetes giratorios tan incómodos, y le preguntó:

-¿Qué te sirvo amigo?…

Depués de pensar durante unos segundos, con la mano tapándose la cara como queriendo ocultar algo, cosa que incomodó al barman, le contestó:

-Sírveme un whisky de malta, doble.

-¡Marchando!, dijo el barman con un tono mas jovial.

La música que sonaba de fondo le ayudó a relajarse mientras saboreaba su cara consumición. Aún no había dado ni dos sorbos y enseguida se le acercó una chica que se sentó a su lado.

BURDEL, PROSTITUTA, PUTA

Era de tez morena, pelo largo liso, delgada, con pechos prominentes que se adivinaban por el gran escote que llevaba, de ojos oscuros dulces y picarones. De la cintura para abajo casi iba desnuda, solo llevaba un tanga y pensó si no tendría frío, porque en la calle no se paraba. Ella le puso la mano en su pierna, y le instó a invitarla a una copa. Esbozó una sonrisa y con un gesto de sus dedos, llamó al barman, que ya traía la bebida de la señorita.

Con acento brasileño le preguntó:

-Cariño , ¿Quieres pasar un buen rato conmigo, guapo?, te haré gozar como ninguna mujer lo ha echo mi amor.

Esta vez no se lo pensó demasiado, al fin y al cabo a eso había ido.

-Vale muñeca, vamos te sigo.

Subieron las escaleras que daban a las habitaciones. Ella iba delante pavoneándose y sonriendo. El no dejaba de mirarle el trasero, estaba sintiendo un deseo inusitado.

burdel, prostituta, puta

Llegaron a la habitación. No se percató de lo cutre que era hasta que se recostó en aquel colchón tan incómodo y con mantas rugosas. La mujer entró en el baño mientras le mandaba un giño amoroso con sus labios carnosos. Desde el otro lado de la puerta, se escuchó como le pedía que se  desnudara, pero él hizo caso omiso.

De repente salió del baño como su madre la había traído al mundo y se dirigió con prontitud hacía la cama abalanzándose sobre su cuerpo.

Entonces la apartó bruscamente y le dijo:

-Lo siento, no puedo hacerlo…tengo que contarle a alguién lo que he hecho, ya no puedo mas.

-¡Pero!, ¿Qué  has hecho mi amor?. Contestó ella extrañada.

He matado a mi mujer.

 

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Primero hay que sentir amor por uno mismo

 

En esta mañana no puedo dejar de pensar en ti, en tu voz, tu rostro que se ha llevado mi mirada, tus ojos la esperanza, tu ceño la sonrisa y tu boca mis alabanzas… 

Cierro los ojos e intento retener el aire un instante más grande en mis pulmones, queriendo con esto amortiguar mi dolor, tratar que mi llanto no lastime a mi alma y mis lágrimas no delaten mi pena, mi agonía, que no piensen que estoy hundido, porque no quiero lamentos, no quiero consuelos, sólo quiero tu calor.

Hoy me di cuenta, por fin mi amor, después de tanto esfuerzo por querérmelo demostrar, hoy por fin acepté cuán egoísta había sido. Y es que siempre pensé en el amor de acuerdo a lo que veía, a lo que sentía, a lo que pretendía demostrar. Todo este tiempo pensé que éramos tal para cual, pensé y me entregué al amor, a mi amor, sentimiento que ahora sé sólo sentí a mi duro parecer, a mi mundo, a mi forma de ver.

Porque nunca fui sensato ni demostré debilidad por lo tuyo, nunca observé mis errores ni tampoco puse atención a tus necesidades. Me casé con la idea de que el amor nos hacía uno solo, pero nunca pensé que ese ente no seríamos ni tú ni yo. Perdóname por eso. A veces los hombres necesitamos que nos digan las cosas más claras. Ayer escuchaba un consejo en la radio, cuando el locutor recomendaba a una chica que si quería un apapacho, a veces es necesario decirlo tal cual, o si se le antojaba una nieve, no preguntarle a él si quería degustar eso, sino más bien hacerle saber de su antojo.

¿Por qué los hombres somos así?

Ustedes mujeres son más de claves y códigos, más de mensajes ocultos y de juegos de palabras. Pero en mi caso, aún sabiendo todo eso, nunca fui capaz de centrar mi atención en los detalles, me fui con la idea errónea de que primero hay que sentir amor por uno mismo para luego proyectarlo a los demás. El error fue, ahora lo entiendo, comprender mal esta frase y seguirla a pecho de una forma equivocada. Es un error que tú ya no estás en condiciones de perdonar.

Sé feliz por favor, porque eso me servirá de consuelo. Ahora esto me exhorta a cambiar, pero también alguien me dijo que la gente nunca cambia de raíz, aún así no me gustaría darle a otra persona lo que a ti te dañó. Seré una persona mejor, lo juro.

Y mi dolor me ahoga en la depresión, en no querer mirar el sol ni hablar con nadie. No me explico aún por qué tuviste que partir, más comprendo que tu decisión fue la más acertada. Me voy y no volveré a insistir, más quiero que sepas que hoy me he despertado sintiéndome solo, extrañándote demasiado.

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Archivado bajo X - Mosquitovolador

Las desgracias me persiguen

– Falta algo, Mary, y cuando falta algo entonces falta todo, porque amor no hay, no hay gozo pleno, no hay entrega total cuando falta algo. Pero soy bruta, no sé lo que es… No sé lo que le falta a Carlos -le confió Lucy a su eterna amiga con la que siempre iba a desahogarse cuando de amores se trataba.

– Sí sabes, Lucy. No te gusta y ya. Punto.

– Pero es que el gallego que me dejó por el gordo no era un Antonio Banderas ni nada que se le pareciera y sin embargo me atraía, Mary. Es más, ese derroche de zetas y eses al hablar me dejaban bobita… Ay, qué lindo, qué lindo que te hablen con zetas… Suena tan… no sé, tan… tan español, vaya.

– Lucy, habrase visto, ¿pero ahora me vas a decir que te enamoraste del gallego por la lengua?

Lucy suspiró y siguió balancéandose en el sillón veige del portal de la casa de Mary, intentando responder para sí la pregunta de su amiga. En eso pasó por la calle un viejo autobús repleto de gente, loma arriba, vomitando humos negros y dejando en todo el barrio un ruido ensordecedor de vetustos motores de quitar y botar para siempre. Lucy se levantó para despedirse de su amiga y ya en la rejita del pequeño jardín, donde solía ser la despedida más larga que la visita toda, le dijo:

– Las desgracias me persiguen, Mary. El hombre que se derrite a mis pies no es el que me mueve el alma y la vida siento que se me escapa alocada sin mirar atrás. Se me va, o la dejo ir… Yo quiero irme con ella, mi amiga. Quiero irme, no aguanto más. ¿Qué hago, Mary, qué hago?

– Mira, véte a casa de Carlos y sáquense la espina esa que tienen atravesada. Es más, viólalo, chica, o dale amor hasta que llores. Y después dile que esa es tu despedida, que sabes lo que sufre cuando te ve y que no te gusta que espere por ti cuando ya tú elegiste otro camino. ¿Qué va a pasar que ya no conozcan? Ustedes estuvieron juntos un tiempo y ya se conocen de memoria la geografía de sus lunares. Si no sabes bien cuál es el algo ese que tú dices, pues ve y averígualo de una vez.

Las amigas se dieron un beso y Lucy se alejó camino a su casa. Vivía cerca de allí. No estaba muy convencida de que la solución de Mary fuera la que terminara de una vez con sus penas de amores. Siguió cavilando unos metros más pero la interrumpieron los golosos chiflidos de unos hombres que conversaban alegres en una esquina. Uno de ellos gritó, entre risas de sus amigos:

treshombres

– ¡Maaaaaami! El sol es mejor que ni salga más: yo con tu luz me conformo!

Eso, «eso» era lo que le faltaba al bueno de Carlos, su sentido del humor y saber sacarle la sonrisa con coqueterías de macho en celo.

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Que sirva de enlace o señuelo

– Carlos, ¡Carlos! Te estoy hablando y no me haces caso… -repitió Lucy por tercera vez-. Pero muchacho, ¿tú estás sordo o qué? ¡Que te pongas la camisa a ver si te sirve!

– ¿Qué? ¿Qué camisa? -Carlos se había olvidado de que estaba con Lucy en una mal surtida tienda, de las prohibidas, y de que una de las empleadas había salido y regresado con varias camisas para proponérselas. Prefería camisas de color entero y aquellas más tonos cromáticos no podían tener, pero no estaba como para ponerse a escoger. Si Lucy finalmente le iba a comprar una, eso era cosa de ella y, las que estaban frente a él, tampoco estaban como para botarlas-. No, no, deja la probadera. Esa misma, Lucy, esa misma. Yo sé que me queda bien -y se alejó hacia la puerta, molesto con las secreciones en su pantalón, a las que también había olvidado.

Lucy intercambió algunas palabras con las vendedoras y sacó el monedero de la cartera. Temió que no tuviesen cambio para un billete de a 100 pero se equivocó: las negociantes estaban apertrechadas. Una de ellas se despidió minutos más tarde con esperanzas de asegurar una visita futura de sus nuevos clientes:

– Bueno, ya ustedes saben dónde me tienen. Cualquier cosa que quieran, de cualquier tipo, fíjense, no duden en pasar por aquí. Yo busco a alquien que sirva de enlace o señuelo y me pongo en contacto enseguida con mis proveedores. Lo que ustedes necesiten lo van a encontrar segurito segurito.

Las mujeres se despidieron y Lucy salió de la tienda para reunirse con Carlos, que ya estaba en la acera. Y se despidió también de él.

– Carlos, me voy para mi casa. Otro día nos vemos… No me pongas esa cara… Ay, chico, es que estoy cansada y quiero dormir algo -y con la misma le dió un beso en la mejilla derecha y le puso en las manos una bolsa con la camisa que acababa de comprar-. Yo voy por tu casa.

Carlos vió alejarse a Lucy, perplejo, y prefirió darse la vuelta para no verla desaparecer otra vez. Otra vez. Pensó unos segundos y decidió caminar rumbo al Malecón. Unos doscientos metros más adelante cruzó la ancha calle que separaba a la serpentina de concreto de la injusta ciudad. Se sentó en el muro y se reconoció en las insistentes aguas, perdidas de amor por una roca que no se inmutaba ni al ser acariciada.

Malecón

Se quedó un rato escrutando el horizonte. Ante la belleza del paisaje iba a tararear un bolero pero fue una sentencia lo que le salío de los labios: Lucy, tu indiferencia me recuerda que hay un día en que vamos a ser enterrados.

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Jamás en la vida miran de frente

– Ay, Carlos, tú y tus boleros… ¿Cuándo vas a tomar en serio lo que yo te digo? Yo hablándote del gallego y su gordo y tú, cantando.

– Lucy, chica, no te me pongas así… si lo que te estoy dando es cariño, mi china. Mira, olvídate del gallego ese y vámonos por ahí tú y yo a empezar de nuevo…–mimó Carlos a Lucy, bajito, aprovechando lo cerquita que la tenía, aún entre sus brazos.

– ¿Irnos para dónde, Carlos? -Lucy se despegó de un tiro-. Ya estoy cansada de cuartuchos, de habitaciones de hoteles, hasta de esta ciudad y de este país. Ni me entendiste hace un rato cuando te lo mencioné. Ya no aguanto más, ya no aguanto más…

Lucy volvió a tirarle los brazos a Carlos y éste, a dejarse abrazar. A Lucy no podía olvidarla ni en sueños. Demasiada agua había corrido por esa orilla, agua común, orilla bañada por ambos. Y ella habrá atracado en otro puerto, pero él seguía sin rumbo buscando el de siempre, el de Lucy. Su gran amor y el único. Los otros, esos no habían llegado a tal categoría. Lástima que ella no pensara igual, qué pena, con lo que le gustaba a Carlos esa mulata.

– Ya me cansé, Carlos -siguió Lucy-, me cansé de lo mismo con lo mismo. Me cansé de los hombres que jamás en la vida miran de frente. Con lo bien que me había caído el gallego… si hasta me regaló un poema y una flor. ¿Quién hace eso aquí? Todos son iguales, sólo tienen ojos para las nalgas… y para los gordos, por lo que veo. ¿Tendré que meterme a lesbiana o en otro país será diferente? ¿Eh, Carlos? Habla, chico, ¡dime algo!

¿Qué iba a decir él ante la exuberancia de mulata que tenía ante sí? ¿Él? No había tenido suerte y el gallego sí, con poema y flor. ¿Y sus boleros? Si le cantaba uno ahora seguro ella se iba a molestar. Lucy, qué insensible… A las mujeres no hay quien las entienda, se dijo. ¿Y de dónde iba a sacar una flor? Quizá una flor era la solución a sus desamores. Bruto él, ¿cómo no se había dado cuenta antes? La próxima se la robaría del jardín al vecino. Eso sí, se compraría unas gafas oscuras porque a Lucy no había quien la mirara por otra parte de su cuerpo, aunque ella se quejara. ¿Qué mirarán las mujeres en los hombres?

A – Codeblue – Activo

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