Odié a mi padre por hacerme matarlo, aquel sueño de infancia que se convirtió en la peor de las pesadillas. No pudo comprender que los sueños son de cada uno y que cada uno debe ser quien decide el camino que debe trazar para cumplirlos. Pero no, insistió una y otra vez en que la única manera de alcanzar el sueño era a su manera y convirtió mi camino hacia la ilusión en una pesadilla.
Odié a la gente que critica la red y solo ve la parte negativa. Todo en esta vida tiene sus pros y sus contras. Y la red no es una excepción, es capaz de lo más increíble y de lo peor. Pero como casi todo. Piensa en el dinero. Poca gente hay que rechace de pleno acceso a una cantidad grande de dinero. Y al igual que la red después pueden utilizarlo para bondades o no, para alimentar a un niño o para contratar a un mercenario.
Odié a la gente que no respeta el gusto de los demás y que solo considera la música animada y con ritmo como la única posibilidad para bailar y divertirse. No saben que una canción con una melodía humilde y una letra profunda y adaptable puede conseguir el mayor de los éxtasis.
Odié a la gente que razona siempre posicionada. Buscan el argumento más cercano para defender su ideología de vida cuando a lo mejor, y solo a lo mejor, lo que falla a veces es la propia ideología.
Odié los arrebatos que me hacen barajar ideas dispares en mi cabeza, repartiéndolas en cartas blogueras que ni yo mismo entiendo pero que alivian mi odio y provocan que una vez escrito un texto ahora solo tenga amor para el resto del día.