El cansancio la venció y se quedó dormida. Por sus mejillas todavía resbalaban algunas lágrimas. Estaba encogida, abrazándose a sí misma, intentando darse ese cariño, ese amor que tan esquivo a su destino parecía.
A las tres de la mañana se despertó, como cada noche, cuando sintió que él la movía para ponerla boca abajo en la cama. Sin besos, sin caricias, sin tan siquiera palabras, sus manos la desnudaron de cintura para abajo y la utilizó para saciar una mera necesidad física. Ella aguantó el dolor, sin decir nada, deseando que todo terminase lo más rápido posible, como por suerte sucedió… era parte de la rutina. Ese dolor físico era parte de la rutina. Ese dolor en su alma era parte de la rutina. Después, él se dormía, satisfecho. Después, ella lloraba, en silencio, hasta que el cansancio la vencía. Era parte de la rutina.