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Post escritos por Cuauhtémoc.

Te siento a cada momento.

Ilusionado, con la sonrisa de oreja a oreja, preparó su baño. La cita era a las seis de la tarde y ya eran las cuatro y media así que tendría tiempo para poderse poner lo que se había comprado para esa ocasión especial. Había esperado ese momento durante treinta años y hoy era el gran día.

A veces piensas que las cosas que pasaron no volverán a ti, pero si dejaste cosas sin concluir tarde que temprano vuelven al cauce de tu vida. Eso le pasaba a Fernando, tenía trece años cuando se enamoró perdidamente de una chica de su salón de clases en la secundaria. Un amor de juventud podrían decir, pasajero, pero son esos amores los que dejan una huella profunda en el corazón. Por azares del destino tuvieron que separarse, pero él nunca la olvidó. Es mas, la recordaba a cada momento de su existencia y en su estresante vida  aun le venían a su cabeza los recuerdos de aquella mujercita, que aun siendo una niña le hizo sentir lo que jamás después sentiría; como son esas maripositas que sientes en el estomago cuando te enamoras o la ilusión de estar con esa persona que realmente te fascina, te encanta. No quería decir que no se hubiera enamorado después, obviamente si. Pero no con esa intensidad, de hecho en cada mujer que se cruzaba en su camino y mantenía una relación siempre buscaba esa identificación con esa niña que había perdido hacía años.

Hoy, era un día especial. Después de su fracaso matrimonial hacia dos años, no le quedaban muchas ilusiones por vivir, existían sus hijos sí,  pero ese era otro tipo de amor. Llegó a pensar que el amor no existía, que su destino era estar solo para siempre. Muchos meses se la pasó en vela, pensando, meditando lo difícil que era la vida, eso de las relaciones sociales como que no se le daba mucho. Llegaba a la conclusión de desistir en toda su lucha humana por ser feliz, se preguntaba si la felicidad estaría en su camino alguna vez. Pero también pensaba que la tranquilidad no era larga, solo venia por momentos en su vida, como cuando se enamoraba y era correspondido, como cuando nacieron sus hijos. Sí, todos esos momentos lo hicieron sentir feliz, pero nada mas por periodos cortos. Y volvía de nuevo a la soledad, a la angustia, al deseo de querer más. Y entonces venían los recuerdos de ella. De esa preciosa carita de la cual se había enamorado en su juventud y que recordaba como si fuera ayer. Siempre en su recuerdo tenía esa sonrisa tan dulce, tan tierna. Si la volviera a ver, de seguro se volvería a enamorar perdidamente de ella. Aunque siempre lo estuvo, todo este tiempo la había amado, quizá mas que el primer momento que la miró aquella mañana en su escuela y que desde ese instante cambiaria su vida para siempre.

Dos semanas atrás supo de ella, que estaba de regreso en la ciudad. Se lo dijo una amiga también de la secundaria de la cual había empezado a tener contacto de nuevo meses atrás. Ella sabía su historia, todo lo que pasó durante todos esos treinta años. Ya no eran niños obvio. Pero el, no podía imaginarse a ese amor de secundaria con otra sonrisa que no fuera aquella con la cual la había conocido, ni tampoco sin la cara angelical de la cual se había enamorado en aquel entonces. Su amiga le dio el numero telefónico de aquella chica, gracias a ella volverían a encontrarse y esta tarde sería la que cambiaría su vida para siempre.

Salió de la ducha a tiempo, se puso su mejor traje y su mejor perfume, una tarde como esta no se tiene todos lo días. Se apresuró a su coche y mientras manejaba al lugar donde seria el encuentro no dejaba de pensar. ¿Qué le podría decir después de tanto tiempo sin verse? Él de seguro le diría: “Te siento a cada momento”. Porque era la verdad, toda su vida la tuvo en su mundo. Pero, quizá ella no, en todo ese tiempo pudo haberse olvidado de él. Eso le preocupaba mucho, que no coincidieran en sentimientos.

Le marcó a su móvil, para saber si ya estaba en el lugar. Ella indicó que acababa de llegar. Su voz era igual de dulce que desde aquel tiempo. Tenía tanta ilusión por ese momento. Pasó por una florería y compró un ramo de rosas. El corazón le palpitaba más y más cada vez que se acercaba al punto de encuentro. Incluso, pensó que tal vez no podría articular ninguna palabra de lo nervioso que estaba.

Estacionó su coche, tomó sus rosas y se dirigió al restaurant donde el amor de su vida lo esperaba. Tomó de nuevo su teléfono y marcó, solo para preguntarle en que lugar estaba y donde lo esperaba. Ella le contestó que en la tercera mesa de la segunda fila, estaba sola y traía puesto un vestido azul y una flor en su cabeza. Entró, observó a los lados y dirigió su mirada al lugar esperado, el corazón le latía a mil por hora, las piernas le temblaban y entonces la miró.

Nunca imaginó aquello, jamás pasó por su mente esto. Oh decepción. La carita dulce había desaparecido de aquel rostro, la sonrisa no estaba como el la recordaba, incluso no quedaban huellas de aquella niña. No dio un paso más. Mientras ella lo esperaba el se limitó a dar una media vuelta y se fue. Ese día dio por finalizado ese capitulo en su vida. Nunca más recordaría aquella ilusión. A veces es mejor quedarse con los recuerdos.

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El hombre propone y Dios dispone.

El hombre propone y Dios dispone  me dijo mi padre. Eran las tres de la tarde, estábamos en el campo queriendo cazar un conejo. Hacía mucho calor. Pero mi padre era terco, de esos chapeados a la antigua, conservaba unas tradiciones un poco extremas y raras, pero sobre todo pasadas de moda.

Una cosa es que te propongas a hacer algo y otra cosa que dios quiera que se realice. Por eso no se había acercado ningún conejo. Era la hora exacta, dijo mi padre. Pero entonces ¿Por qué no hemos visto ninguno?

No puedo olvidar esa tarde, es uno de los traumas más fuertes de mi niñez, apenas tan solo tenía seis años.

Cansados de esperar, de pronto se movió algo entre los matorrales, mi padre me hizo una seña para que no me moviera. Con su escopeta, apuntó a la dirección donde unas grandes orejas sobre salían de entre una malva. Mi padre disparó y el conejo cayó. Ahí estaba, tirado, ensangrentado, pero aun moviéndose.

-“Trae esa piedra”- me dijo mi padre. Yo corriendo fui y se la llevé. Se la daba en la mano, pero me dijo –“Dale tú en la cabeza y mátalo”-. Sentí mis intestinos retorcerse, temblaba. –“’ ¡Apúrale que no tengo todo el día!”-. A como pude me acerqué y entonces con todas mis fuerzas le di en la cabeza. El pobre conejo solo lanzó un chillido muy fuerte y murió.

Odié a mi padre por hacerme matarlo.

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Las nuevas etapas traen nuevas oportunidades.

Sería algo nuevo, un cambio total, algo que quizá le vendría bien. Pero, no podía evitar pensar que aquello podría también ser algo desastroso. Puso su equipaje en el maletero del auto, pensó por un segundo lo que iba a hacer, pero todo estaba ya decidido, no había marcha atrás. Miró de nuevo su casa, en la que había disfrutado con él muchos encuentros eróticos, reñidos, románticos, desastrosos. Un sinfín de recuerdos le venía a la mente. –“Ya”- se dijo para sí misma. Se apresuró a subirse al coche y lo puso en marcha. ¿A dónde iría? No, no lo sabía, podría ser la playa, desde niña le había encantado el mar, de hecho siempre tuvo un sueño, el poder tener una hermosa casa a orillas del océano, ver las gaviotas planear el cielo y ella desde una terraza con un barandal blanco observarlas, escuchar las olas, ese ruido tan hermoso, tan único, tan relajante. Cada que iba a la playa no podía evitar preguntarse, ¿Qué hay detrás de tanta agua? Al otro lado. Obvio lo sabía, dependiendo del lugar donde fuese ya que había estudiado geografía y sabía muy bien donde se encontraban las orillas de los océanos. Pero aun así le gustaba pensar que el mar era infinito, embarcarse un día y no llegar a ningún lado.  Aunque mejor era quedarse en la orilla, sentir la arena en los pies descalzos. Ya lo había hecho un sinfín de veces, con Ricardo, de hecho su luna de miel había sido en un maravilloso lugar cerca del Caribe, donde se había entregado por vez primera al que recordaría como el amor de su vida. Lástima, ahora huía de él, si no la hubiera traicionado, si no le hubiera hecho eso, aun seguirían juntos amándose como aquel primer día.

Las lagrimas caían en su mejilla, con su mano derecha las retiró casi de inmediato. No debía llorar. ¿Para qué llorar por alguien que no te valora? No vale la pena. Manejaba tranquila, como si su automóvil fuera una capsula, de esas que veía en películas de ciencia ficción donde se transportaba la gente del futuro, selladas sin que nada ni nadie pudiera irrumpir en ese espacio, tan suyo. Su mente seguía viajando en los recuerdos. También muy de ella.

Lucía, esa mujer que ahora se encontraba al borde del colapso, la cual nunca pensó verse inmersa en ese dolor que ahora la carcomía por dentro, un día fue feliz. La felicidad era tal que imagino que duraría para siempre. Hacía apenas tres años que había contraído matrimonio con Ricardo, un hombre amable, pero a la vez muy serio, pero guapo y simpático mas con ella que con los demás. Eso le gustó de él, desde aquel día que se enamoró. Fue un día de lluvia, acababa de salir de la escuela de Geografía y esperaba el autobús  que la llevaría a su casa. Se había refugiado debajo de un anuncio luminoso para que las gotas no mojaran su uniforme, cuidaba mucho su presentación, pero como estaba a la orilla de la calle, un coche pasó por encima de un charco y la salpicó toda. Por suerte, el chofer era caballeroso y después que le pidió disculpas se ofreció a llevarla. Desde ahí, empezaron a salir. Ricardo, siempre fue cariñoso con ella y duraron de novios dos años, hasta que decidieron unir sus vidas para siempre. Enamorados, se les veía, con esa sonrisa de oreja a oreja, felices, ese día tan maravilloso en el que llegaron al altar. Los mejores años de su vida los pasó a su lado.

No recuerda exactamente, cuando empezó a distanciarse. Pero cuando lo haya hecho ella lo había notado, empezó a ser más frio, más agresivo y se perdieron el respeto. Aquella tarde había sido la última vez  que él le ponía una mano encima. ¿Por qué? Solo porque le pidió un vaso con agua y ella no lo escuchó. Pero antes el se servía lo que deseaba, no necesitaba de sus servicios. Además era su esposa no su criada. ¿Qué lo había hecho cambiar tanto? ¿La seguridad de que ella lo amaba demasiado? Eso sería quizá, muchas veces cuando uno se siente seguro de algo y piensa que lo tendrá siempre ni siquiera lo apreciamos. Podría ser que eso le sucedió a él. Pero que tonto, ¿Por qué mejor no aprovechar ese amor que sentía ella por él para amarse más que nunca? Muchas personas desean ser amadas como ella lo amaba. Con esa intensidad. Tal vez, se entrego demasiado, podría haberse puesto renuente alguna ocasión, o darle muestras de que no lo quería tanto. Pero ¿para qué fingir algo que no sientes? Siempre se decía para sí que no entendía el porqué de que muchas personas se hicieran sufrir si se amaban, eso de darse tiempos, eso de querer extrañar a la otra persona cuando la tienes en frente, ¿para qué querer alejarse para luego volver?

Sintió ganas por un momento de regresar, probablemente  se le hubiera pasado el coraje. Pero recapacitó. – “A lo mejor se estará diciendo en estos momentos que me arrepentiré, que como lo amo demasiado no seré capaz de dejarlo. No. Esta vez ya está decidido. Me iré para siempre. Será un nuevo comienzo, las nuevas etapas traen nuevas oportunidades.

Aceleró su marcha. Había ya manejado mucho, tenía cerca de cuatro horas de carretera. Miró a lo lejos un camino de terracería y pensó que tomar ese camino podría abrirle las puertas a su nueva vida. Giró a la derecha y se adentró en medio de un espeso bosque, la brecha era angosta pero su auto cabía a la perfección. Bajo el vidrio de su ventana y respiró el aire fresco. Olor a pino, a naturaleza. ¡Qué paz se respira aquí! Detuvo su auto un momento. Se bajó y empezó a caminar por debajo de los arboles, se recargó al pie de uno, fue tanto su relajamiento, el cansancio la venció y se quedó dormida.

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De nuevo por aquí…

 Bien, que solo luce esto, el silencio es inquietante. Desde hace casi un año este maravilloso blog no tiene una entrada nueva. Pero veo con mucho entusiasmo que las visitas siguen, que a las personas que les gusta la buena lectura nos dejan sus comentarios alabando cada una de las maravillosas entradas. Esto me motiva.

Mi nombre es Cuauhtémoc y un día me tocó la suerte de poder pertenecer a un equipo de escritores maravilloso y entusiasta, el cual poco a poco con su ingenio y dedicación fue llenando este blog. Hoy regreso, después mucho tiempo de ausencia, para toparme con que esto está abandonado. Compañeros: ¡Regresen por favor! el publico los aclama. Los necesita. Las ideas fluyen en sus mentes eso lo se, así que tenemos mucho que dar todavía.

Me atreví pedir autorización a Sito para poder empezar de nuevo a publicar  y él, muy amablemente  me abrió las puertas de este blog, que si bien es cierto ya es de todos, de los que escribimos alguna vez aquí y de todos nuestros lectores.

 Sí, gracias a ustedes que han leído cada uno de los post aquí publicados, porque ustedes nos dan la fuerza para seguir cosechando ideas.

Ahora aquí está la invitación, aquí está el primer post después de las larguísimas vacaciones que se tomó el blogguercedario para continuar. He aquí me he tomado la libertad de escribirlo, con la finalidad de invitarlos a que sigan visitando, a que sigan leyendo, porque aquí siempre habrá alguien que esté escribiendo.

Y bueno, como introducción y primer post creo que ya es algo, así que aquí les dejare mi ultima frase, espero que haya alguien que la siga y publique un nuevo post con esa frase, si no es así estaré visitando y claro si no hay nadie mas que publique, lo haré, pero obvio que me encantaría que alguien mas estuviera por aquí ya. Porque las nuevas etapas traen nuevas oportunidades.

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La novia de Culiacán (leyenda urbana)

Apenas tenia veinte años, hermosa, con toda una vida por delante. Se había enamorado perdidamente de Jesús y él también de ella. Eran amigos de Ernesto, quien toda su vida la había amado.

 

Guadalupe Leyva Flores, se llamaba pero le decían “Lupita” de cariño. Aquel día, Jesús le pidió matrimonio. Ella encanta aceptó. Todo estaba perfecto, la felicidad no podía ser mayor. Ernesto no se enteró hasta que Jesús le pidió de favor que fuera su padrino de bodas. Éste, con la furia en la sangre fue a la casa de Lupita a reclamar, porque el sentía un amor muy grande por ella, desde que eran niños. Lupita, tiernamente, explicándole las cosas amablemente le dijo que ella lo quería como un hermano, que amaba a Jesús y que por favor lo entendiera.

 

Llegó el día de la boda, en la ciudad de Culiacán Sinaloa México. La catedral lucía esplendida, Jesús, llegó primero y esperaba con ansias a su hermosa novia. Su padrino lo acompañaba en aquel momento.

 

Cuando la vio llegar, sus ojos se le iluminaron, era tanta la felicidad que sentía que nada que pudiera pasar se la quitaría. La abrazó, la dio un beso en la frente.

 

Ernesto no podía soportar aquello, era como si se estuvieran burlando en frente de él. Sacó una pistola y le dio un balazo en la cabeza a Jesús. Todos estaban espantados, Lupita no lo podía creer, de hecho nunca lo creyó, lloró sobre su cuerpo, mientras que Ernesto se daba un tiro también cayendo muerto al instante.

 

Pasaron los días, los meses los años, Lupita jamás se quitó el vestido de novia, incluso se le veía hablar sola, ida, ilusionada, muchos dicen que veía a su novio muerto. Durante más de treinta años se le vio pasear por las calles de la ciudad, con su vestido desgarrado de novia, hasta que un día murió.

 

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La noche en que los grillos callaron

Eran casi las doce de la noche cuando Carlos viajaba por la carretera su auto último modelo. Se lo había regalado su empresa, por el buen desempeño en su trabajo.

 

Se le hacia tarde, nunca se había quedado tanto tiempo en su trabajo, mucho menos dejara su esposa con la cena servida. Trató de llamarle dos veces, desde el celular, pero en vano, la señal estaba muerta. Encendió la radio, una música relajante empezaron a salir de los altavoces, casi se queda dormido, pero reaccionó justo antes de que saliera de la carretera y se estampara en una enorme roca. La parte de enfrente del auto quedó reducida a cacharro.

 

-“Maldita sea. – se dijo. No sabia en que parte de la carretera estaba. Ningún auto pasaba por ahí, el silencio era espantoso. Si no fuera por los grillos que esa noche cantaban más desenfrenados que antes. O quizá nunca les había puesto atención. Caminó un poco, hasta que encontró un señalamiento donde le decía que estaba justamente en el kilómetro 666, eso quería decir que estaba al otro lado de su casa.

 

La carretera rodeaba la montaña, él estaba justamente del otro lado de la montaña y su querido hogar quedaba precisamente del otro lado. Si quería llegar temprano tendría que acortar el camino por el bosque.

 

Dio los primeros pasos. Pero en ese momento los recuerdos vinieron a su mente, estaba en el bosque al cuál su abuelo le hizo muchas advertencias. No debía el por ningún motivo meterse a ese lugar. “Una maldición nos está esperando a todos los de esta familia, hijo. No debes por ningún motivo introducirte a ese bosque, jamás”. Toda su vida la había pasado en ese lugar. Jamás, así como lo dijo su abuelo, ni siquiera de curiosidad entró al bosque de la montaña.  “No debes meterte, porque entonces los grillos dejarán de cantar y ¿tu sabes porque los grillos cantan?” No, no lo sabía, pero su abuelo se lo dijo: “Los grillos cantan para que no se escuchen los gemidos de los muertos, si ellos callaran, oiríamos claramente los sonidos del más allá”.

 

Le dieron ganas de reírse, ¿Cómo se ponía todavía a creerle a un anciano que hacia mucho que no veía? Además él ya es un adulto, por lo tanto no deben asustarle esas historias para niños.

 

Cruzó la cerca que separaba la carretera de la montaña, justamente por donde el pasó había un letrero, como si fuera nuevo, se veía claramente a la luz de la luna la advertencia “NO PASAR Y SI PASAS ES BAJO TU PROPIO RIESGO”. Claro que por supuesto que no hizo caso a eso. Tenia que llegar a tiempo, ya hacia hambre, sus tripas le anunciaban, más bien, le exigían que quisieran comida.

 

En cuanto cruzó la cerca, los grillos callaron. Pensó que era su imaginación, así que hizo caso omiso, siguió su camino. No había avanzado mucho, cuando empezó a escuchar gemidos, susurros, algo estaba en el bosque y no era normal.

 

Recordó entonces la historia de su abuelo:

 

            “Hace muchos años, mi tata tatarabuelo pertenecía a la santa inquisición, eran tiempos de la conquista, así que le tocó torturar a muchos indígenas para que se cambiaran a la religión católica. Miles murieron con esas torturas, algunos otros fueron condenados a la hoguera. Todos fueron sepultados en esa montaña. Una ocasión les tocó torturar a un hechicero maya, este antes de morir, le lanzó una maldición: Cuando ustedes o alguno de sus descendientes cruce por esos lugares donde todos estaremos sepultados, los grillos callarán, escucharán nuestros gemidos y entonces nuestra venganza empezará. No importa si pasan millones de años, la maldición será por siempre hasta que cumplamos nuestra venganza”.

 

No dejaba de ser solo una historia, pero en esos momentos empezaba a creer en las palabras de su abuelo. El silencio era espantoso, las voces que se escuchaban a lo lejos también. Sacó de su bolsillo el Ipod que había comprado la semana pasada y le subió todo el volumen.

 

Por un momento dejó de escuchar aquellas voces siniestras, si todo iba bien, en una hora estaría en su casa.

 

Pero no iría bien, una espesa niebla empezaba a nublar todo a su alrededor, las voces volvieron  y ni todo el sonido de su reproductor de mp3 podrían callarlas. El viento era más fuerte, las ramas se movían, se veían como esqueletos vivientes moverse al ritmo del aire. Pensó que todo era parte de su cabeza, de repente las historias de su abuelo estaban volviendo a la realidad. La tierra empezó a temblar, pero no notó nada extraño. Solo las voces, esos quejidos que venían del más allá, esos susurros que le decían: “Ven con nosotros, nos perteneces”. Un olor a podrido empezó a llegarle a sus fosas nasales, asqueroso, nauseabundo. Le dieron ganas de vomitar, pero se contuvo, se dio prisa.

 

Mientras caminaba, notó que sus piernas temblaban, no lo podía creer, tenia miedo, mucho miedo, le dieron unas ganas intensas de reír, las historias de su abuelo daban resultado, un poco atrasado, porque de niño nunca le dieron miedo, pero ahora, todas aquellas advertencias que le había hecho, empezaba a creerlas como ciertas. Sacudió su  cabeza, tratando de desterrar esas ideas, pero las voces ahí estaban, esos quejidos maléficos, terroríficos.

 

Cobró conciencia de que estaba solo en ese lugar, no había nadie mas que el. Se sintió miserable, así que le apresuró a su paso. De repente todo empezó a dar vueltas y ya no supo donde estaba, sabia que se encontraba en medio del bosque pero no sabia en que dirección estaba su casa. Eso le dio mucha impotencia, le dieron ganas de llorar, de gritar que se fueran esas voces de su cabeza, que lo dejaran en paz, pero los susurros seguían en sus oídos.

 

Abatido, se sentó a un lado del tronco de un árbol. Tenia que pensar en algo, quizá si se dormía un rato y esperaba que amaneciera todo estaría mejor. Pero el frío era intenso, un frío que le calaba hasta los huesos. Puso sus manos en el suelo, mientras el se recostaba un poco con la cabeza apoyada en el tronco de ese árbol. Pero con una de sus manos tocó algo que lo hizo estremeserce. Aparentemente era una rama seca que se había caído de algún árbol, pero al empezarla a tocar, al usar su tacto, le encontró cosas no muy comunes en las ramas secas. Entonces la acerco a la vista de sus ojos, para que la luz de la luna iluminaran un poco aquel objeto y entonces la miró, su vista se le quedó clavada un poco, hasta que reaccionó y se dio cuenta que lo que tenia en su mano, era eso, una mano, un pedazo de esqueleto. Aventó el miembro lo mas lejos que pudo. Su corazón latía a mil por hora. Ahora su miedo era demasiado. No sabía como saldría de aquel lugar y cuando dejaría de escuchar el quejido de los muertos.

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Que pase esta noche conmigo

Era de esperarse esta situación, estar  todo el día sentado sabría que algún me iban a salir. Pero no esperé que fuera en este mismísimo instante. Había escuchado alguna vez que a todos nos salen al llegar a una edad, pero de verdad me agarró de sorpresa. Tanto escuchar hablar de ellas  que hasta se me había hecho costumbre. Pero cuando las cosas te pasan a ti es donde empiezas a reclamar a medio mundo y si crees en Dios también a él por tu desgracia.

Lo peor es que esta desdicha  pase esta noche conmigo, mañana y pasado. Me han dicho que me tengo que operar, pero con solo pensarlo me da pena. A nadie le he enseñado mis partes nobles y mucho menos esas partes, como para enseñárselas a un doctor o mucho peor: que sea una doctora.

Aunque no quiera, tendrá que ser. Porque con ellas acompañándome, ya no puedo hacer nada. No me puedo sentar, no puedo acostarme, no puedo dormir, ni siquiera comer.

 

Ahhh, pero he tomado una decisión. No sé si será la más correcta, pero al fin y al cabo es una decisión: no iré al doctor. Algún día tendrán que cansarse de mi o yo de ellas. Pero mis hemorroides nadie me las quita.

 Próximo turno a: X-Mosquitovolador

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Este es el peor día de mi vida.

Los nervios acababan con su paciencia, lo que estaba escuchando al otro lado del auricular era que Cristina no había llegado a su casa. Trató de explicarle que él no sabía, que sí, en realidad se miraron hasta ya pasadas las once pero que la dejó donde siempre la acompaña. No tuvo mucho resultado con su explicación porque los gritos aun se seguían oyendo, aturdido, tanto por los alaridos como por la situación optó por calmarse un poco, entonces se dirigió de nuevo al papá de Cristina quién estaba furico y le dijo que iría para su casa.

Sin avisar a su madre que saldría, tomó su bicicleta y pedaleó sin parar hasta llegar a la casa de su novia. Cansado, un poco agitado por la velocidad en la que había ido tocó a la puerta, mientras abrían, apoyó sus manos en las rodillas para poder agarrar un poco de aliento, respiró profundamente y en eso la puerta se abrió.  Don Roberto, que así se llamaba el papá de Cristina lo agarró del cuello y le gritó: -“Mas te vale que no le haya pasado nada a mi hija, porque tú serás el culpable, solo tú”- nervioso y sin decir nada José solo bajó la mirada.

-“Ahora, solo quiero que te quedes aquí  en la sala, esperando en el teléfono cualquier llamada que pudieran hacer sobre mi hija, no vayas a despertar a mi mujer, está muy enferma del corazón y cualquier impresión de esta naturaleza le puede provocar la muerte” – dijo el señor mientras se dirigía a la puerta y terminó: -“Voy a ver si puedo encontrarla, ya llamé a la policía, la andan buscando, regreso más tarde”.

Con el sonar de ese reloj tan inquietante que tenia en la pared de frente, José solo observaba el teléfono, deseando que nadie llamara, o que tal vez si hablara alguien fuera ella. Ojalá, era lo que más deseaba en esos momentos, la espera era una tortura, pensó que quizá aquello sería un sueño, algo que pasaría al amanecer.  Volteó hacia la pared, se fijó en la hora, ya casi eran las tres de la mañana, el tiempo pasaba lento, afuera se escuchaba solo algunos carros que pasaban por la calle. Si el hubiera salido en ese momento se habría dado cuenta de que hacia un viento muy frío, casi para calar los huesos. También se habría dado cuenta de que alguien se arrastraba por el callejón cerca de la casa. Pero no salió.

A las cuatro de la mañana, sonó el teléfono, nervioso, las manos casi no podían sostener el auricular, se lo llevó al oído y entonces dijo: -“¿H-hola? “– calló por un instante, al otro lado se escuchaban ciertos ruidos pero no se podía distinguir claramente de que eran.  Al fin, después de aquellos eternos segundos alguien habló : -“Hola, soy Roberto, solo llamo para preguntarte si sabes algo tu ahí”- José le respondió que aún no sabia nada, el señor se mostraba preocupado y ya no le hablaba en tono de violencia, José lo notó, pero no quiso decir nada. No sabia que decir. Solo se limitó a colgar cuando la conversación había terminado y el señor le indicó que siguiera al pendiente.

En la delegación de policía no pudieron hacer mucho, levantaron el reporte pero dijeron que no harían nada hasta pasadas las veinticuatro horas de desaparición, eso seria hasta la noche siguiente. Don Roberto  no se podía esperar, tenia que actuar. Así que se dirigió por si mismo a buscar en las zonas donde pudo haber estado. Llamó de nuevo como a las cinco a José para preguntarle exactamente hasta donde había acompañado a su hija. Ya con las indicaciones exactas emprendió una búsqueda por los alrededores de la zona donde vivía.  Caminó mucho, buscó entre todas las partes donde pudo haber estado, hasta que la encontró.

Los ojos se le cerraban pero aún así, hacia hasta lo imposible por no dormirse, tenia que estar ahí, la pendiente por si alguien más llamaba y le daba noticias sobre Cristina, esa niña tan hermosa, de la cual se había enamorado y que ahora estaba pérdida por ahí, quien sabe donde. Las seis de la mañana ya, era la hora que el reloj marcaba. Ese reloj que había hecho que se acostumbrara a su incesante tic tac, durante toda la madrugada.

Amanecía ya, el sol casi se asomaba, el resplandor que se miraba en el cielo era digno de admirarse, quizá en otra situación habría hasta tomado fotos, aunque nunca se despertaba tan temprano para poder admirar aquella obra de la naturaleza, pero en este caso tuvo que hacerlo, por algo que no estaba en él, o mas bien  si, podría ser el culpable de lo que estaba pasando. Los “hubiera” llegaron a su mente;  si hubiera tenido mas valor y la hubiera acompañado hasta su casa, si me hubiera dado cuenta de la hora nos hubiéramos venido mas  temprano, si hubiera hecho caso a lo que me había dicho el director. En fin, una gran cantidad de cosas lo empezaron a hacer sentir culpable, de todo lo que estaba pasando, las lagrimas empezaron a salirse de sus ojos mojando aquellas frías mejillas que habían pasado la noche en vela. Ese sentimiento de impotencia, se había tardado en llegar, tal vez porque ahora veía que el día ya empezaba y ella no estaba ahí, ni siquiera se sabia nada, por eso se sentía peor que nunca, “apenas inicia y este ha sido el peor de día de mi vida”

La desesperación creció en los últimos minutos de aquella larga hora, porque esperaba que amaneciera y ella ya estuviera con el, pero algo en su interior le decía que aquello no era tan posible de que pasara. Las cosas quizá estaban mas graves de lo que se imaginara. Pero aun así tenia una cierta esperanza de que solo estuviera bien, su corazón le quería decir que si, que todo estaba bien, que había sido tan solo un susto, pero su mente no quería asimilarlo tan así, los malos pensamientos venían e iban cada vez mas seguido, pensar mal en esas situaciones siempre hace que uno se imagine las peores cosas.

Lástima, en esta ocasión José no estaba equivocado.

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Antes de que las uñas se me rompieran

Con catorce años cumplidos, con mucho que desear de la vida, José se dirigió aquella mañana a la escuela. Era el primer día de clases, ahora en tercero de secundaria. Deseaba con todo su ser que ahora sí pudiera cambiar su vida para siempre.  Nunca había tenido novia y lo deseaba, más que nada porque muchos de sus amigos ya tenían y el se sentía de alguna manera frustrado. Quería saber que se siente besar, acariciar, amar. Se había enamorado sí. Pero no como para arriesgarse a enfrentar el hecho con la chica de la cual estaba enamorado. De hecho, le tenia pavor, eso de las relaciones sociales no eran para él.

Aquella mañana, llegó puntual a la escuela, mientras que daban el toque, conversaba con sus compañeros, cuando de repente la miró. Era la niña más hermosa que jamás había visto, pelo negro, ojos grandes y negros, piel blanca, de una estatura un poquito menor a la de él. “Un ángel” se dijo para sí mismo. Ella posó sus ojos también en él, con una mirada coqueta, le sonrió y se dio la vuelta. Su corazón palpitaba a mil por hora. Se dirigió a los sanitarios, aun el temblor de sus manos se podía mirar, estaba nervioso, una chica lo había mirado con coquetería, no sabía que significaba aquello, pero de seguro que era algo bueno. Se lavó las manos, pero por el temblor que tenía en ellas, se le resbalaron y se le rompió una uña con la llave del lavabo.

Sangraba aún cuando llegó al salón, la uña se había roto desde muy abajo. Le dolía. Pero sabía lo que significaba aquello. Al ver su herida recordaría la primera vez que la vio.

Pasaron los días, poco a poco se acercaba a charlar con la chica de la mirada dulce, le encantaba, su sonrisa, su voz, su cabello, en fin, una diosa. Su nombre: Cristina.

Por las noches soñaba con ella, cuando por fin podía dormir, porque se la pasaba despierto hasta ya muy entradas las horas.

Ella era hija del director de la escuela, un hombre muy duro y estricto, no permitía que su hija tuviera amigos y mucho menos novios, apenas tenia trece años, era una niña.

Aún así, José y Cristina se hicieron novios cuatro meses después de haberse conocido. Eso era lo mejor que le había pasado a él, se sentía feliz. Cuando el padre de ella se enteró, puso el grito en el cielo y desaprobó desde el primer momento aquella relación, aunque no podía hacer mucho.

Alejandro, un compañero de salón de José, quien era mucho mayor que él pues había reprobado varias veces, tenía dieciocho años y era todo lo contrario que él. Drogadicto, vago, acostumbrado a hacer lo que se le venia en mente y a su cabeza llegó Cristina. Obsesionado con ella, la acosaba, le decía que la quería, que si no era de él no seria de nadie más.

Mientras tanto, Cristina y José se miraban casi todas las tardes en el parque que estaba cerca de la escuela y a tres cuadras de la casa de ella. Una pareja fabulosa, tierna, en verdad se amaban demasiado. El podría dar la vida por ella si hubiera sido preciso, ella por su parte también lo hubiera hecho por él. Al fin, José sabía lo que era amar, lo que era sentir un beso, al recordar si alguna vez se había enamorado, ahora podía estar seguro de que lo que había sentido antes no era amor. Porque lo que ahora sentía, eso si era amar. Sentía que se moría si estuviera separado de ella un segundo, que si ella faltaba el no iba a saber que hacer.

Tierna, amorosa, risueña, inteligente, creativa, deseosa de vivir. Cristina tenía muchas ganas de conocer el mar, estaba segura que los cuentos de hadas si eran reales, porque sentía que había encontrado a su príncipe azul. Cuando se les llegaba la hora de volver a casa, como a las siete de la noche, él solo la encaminaba dos cuadras, la última no se atrevía por miedo a que él papá de ella los mirará y la castigara, al fin y al cabo su casa estaba al dar vuelta a la esquina, no sin antes pasar por un terreno baldío que siempre estaba a oscuras, pero José se quedaba observándola hasta que daba la vuelta.

En la escuela todo iba muy bien, de no ser por Alejandro que cada vez que se cruzaba con Cristina la acosaba, en una de esas José la trató de defender y recibió una paliza, sus uñas se le rompieron, su boca, pero eso para el en lugar de pesarle era como un trofeo, era la seña de que la amaba demasiado.

Aquella tarde del mes de agosto, casi un año de que se habían conocido seis meses de novios cumplían. Estaban felices, se quedaron de ver en el parque de siempre. Se acostaron en el pasto y observaron el cielo, las nubes.

-“Me gustaría tocar las  nubes” – dijo Cristina con esa sonrisita tierna que la distinguía de todas las demás.

-Solo cierra los ojos y las tendrás en tus manos – contestó José acariciandole el mentón y dándole un beso en la mejilla.

Cristina se percató de las uñas rotas y le preguntó que si le dolían.

–          Sí claro, me duelen, pero eso me recuerda que te amo. De hecho, te amo desde antes de que las uñas se me rompieran o más bien dicho que me las rompieran – rieron a carcajadas.

Esa tarde la conversación abarcó de todos los temas, del problema que tenían con Alejandro, de las clases, de ellos, sabían que José terminaría ya la secundaria y se tendría que ir muy lejos. Se prometieron jamás olvidarse y jamás dejarse.

Pasaron las horas sin darse cuenta, era una noche especial, una noche romántica, como para observar las estrellas, el cielo, todo lo que rodeaba.

Cuando se dieron cuenta eran ya las once. Corrieron apresurados. Pero el no se atrevió a acompañarla mas allá de donde siempre lo hacia, la observó que dio la vuelta  y después de un ratito se dirigió a su casa.

Llegó y encontró a todos dormidos, le rogó a dios que a ella no le hubieran regañado.  Se dirigió a su cuarto y se acostó. No podía dormir, se sentía extraño, feliz, enamorado. “La amo” se dijo. Cuando estaba a punto de cerrar los ojos sonó el teléfono. Corrió a contestar ya que era el único despierto.

-“¿Sí? Hola” – dijo la voz del otro lado del auricular. Era la voz del papá de Cristina, de seguro llamaba para regañarlo porque la había dejado ir tan tarde.

-“Hola señor, ¿Qué pasa? ¿Cristina está bien? – preguntó José nervioso.

– “Eso es lo que quiero saber yo, quiero saber donde tienes a mi hija porque ya son las dos de la mañana y no ha llegado” – sintió que las piernas se le doblaban, el corazón le latía a mil por hora.

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Hacerme una proposición

-¿Una proposición?  ¿Qué clase de proposición? – pregunté un poco sorprendido. Nunca había esperado tener que hacer tratos y mucho menos con el fiscal.

-Los dos sabemos que estas hundido hasta el cuello. Que de aquí no saldrás  en mucho tiempo, a  menos que mueras. – me dijo el fiscal aquella tarde. Por la ventanilla de la enfermería podía mirar a los reos jugando en el patio futbol.

A pesar de que ese lugar era extraño, no era del todo desconocido por mí. Mi infancia la viví en un orfanatorio, soportando los maltratos de todos. Hasta que me escapé un día. Viví mucho tiempo en las calles, así que me pude topar con muchas alimañas, personas sin escrúpulos, dicen que la mejor escuela es la vida misma, así que una de las cosas que me enseñó es en no confiar en nadie que te proponga un trato, mucho menos si este es demasiado fácil de realizar.

-Mire señor, vaya al grano, no me ande tantas pendejadas.

– Por lo visto el que te hizo esto te quiere muerto muchacho. Yo te ofrezco la libertad y una vida nueva si tú me ayudas.

-¿Ayudarle a usted? ¿Qué clase de ayuda puede necesitar una persona como usted? Alguien que lo tiene todo en este mundo, que jamás ha pasado hambres.

-Una ayuda que solo tú me puedes dar.  A  pesar de que cometiste un asesinato, yo personalmente te felicito. Mataste a Leo,  uno de los grandes. Pero por lo visto su hermano sabe que estás aquí. El le pagó a uno de los reos para que te apuñalara.

El hermano de Leo, jamás se me hubiera ocurrido que alguien podría vengarlo. Pero estaba preparado mentalmente para lo que pudiera ocurrir. Al fin y al cabo no tenía nada que perder.

Vino a mi mente el día que conocí a Mónica. Esa princesa hermosa, con esa mirada angelical que aun recuerdo y se me nublan los ojos. Me alegro de haberla vengado, de haber acabado con ese hijo de puta que me desgració la vida. Y si me entero de que salió de su tumba, salgo y lo vuelvo a matar al cabrón.

Escuché todo lo que me dijo el fiscal, quería que me hiciera pasar por muerto, que el me sacaría de la prisión, pero que a cambio yo tenia que ir y matar al desgraciado del hermano de Leo.

Esa noche, llegó una ambulancia a la cárcel, de ahí me sacaron a escondidas. Nadie se dio cuenta.

Al día siguiente desperté en un lugar totalmente desconocido para mí. Estaba acostado boca abajo.  Un dolor invadió mi cuerpo, alguien estaba limpiando mi herida. Cuando terminó, me dio una palmada en la espalda, me dijo que ya podía acomodarme bien. La vi, era ella, Mónica. Le quise preguntar que pasaba, pero ella me tapó la boca y me dijo que descansara, que ya habría tiempo de conversar y explicar todo.

Me quedé pensando, confundido. Si Mónica estaba viva, entonces todo lo que yo había hecho era en vano. Mi venganza no tenía ningún sentido. Sin duda, me tenían que explicar muchas cosas.

Me dormí. De repente, estaba en los barrios donde crecí, cuando conocí a Mónica aquella tarde. Tenía yo diecinueve años, me acababa de robar una botella de licor de una de las tiendas que estaban cerca. Salí corriendo y al dar la vuelta choqué contra ella. La botella cayó al suelo y se rompió. Pero, yo no podía quitar mí vista de sus ojos, era la mujer más hermosa que jamás había visto. De repente, el dueño de la tienda salió corriendo, tomándome del cuello, ella lo hizo que me soltara y le pagó la botella. Me dijo que me subiera a su auto, que estaba estacionado ahí a un lado. Lo dudé por un momento, pero lo hice. Nunca supe de donde vino, pero ella me salvó de la vida que llevaba. Nunca lo supe, nunca pregunté nada. A pesar de todo mi mente era inocente. Después de que me fui con ella, en un departamento que tenia en una colonia famosa de la ciudad, ella me daba todo. Hacíamos el amor como locos. Nunca conocí a su familia y ni pregunté nada. La verdad, es que no me importaba, como yo  nunca había tenido familia ya me había hecho a la idea de que ella tampoco.

Seguí recordando entre mis sueños. A Leo lo había mirado antes, si, de hecho conversando con ella en alguna fiesta que habíamos hecho, pero no pude recordar como lo conocí yo.

Desperté ya tarde. No había nadie a mí alrededor. Se escuchaba el cantar de los pájaros. Era obvio que no estaba en la ciudad. Traté de levantarme de la cama, pero en eso apareció Mónica, me hizo una seña que me volviera a recostar. Se acercó a mí, me abrazó y me besó. Me dijo al oído: “todo estará bien amor, confía en mi, como siempre”. La verdad, no sabia que estaba pasando, no sabia si confiar en ella o no.

–          ¿Qué pasó? ¿Cómo es que estás viva? ¿Dónde has estado estos cinco años? Se que te dejé en aquel lugar tirada, porque tuve que perseguir a Leo.

–          Hay muchas cosas que tienes que saber amor. Cuando Leo me disparó, las balas no eran de verdad.

–          ¿Cómo que no eran de verdad? Esto no tiene sentido.

–          Tienes que perdonarme, todo lo hice por nuestro bien.

–          ¿Hacer que?

–          Soy hermana de Leo.

–          ¿Cómo? Pero ¿entonces?

–          Mira, la verdad es que nunca nos llevamos bien. Cuando tu te mezclaste en sus asuntos, pensé que seria una buena oportunidad para poderme deshacer de el.

–          Pero ¿Por qué querrías deshacerte de el?

–          Porque lo odiaba, porque el siempre tuvo todo, porque era el preferido de mis papás. Porque el desgraciado mató al hombre que yo más amaba.

–          ¿Qué? Pensé que era yo. Maldita, me usaste. Me has usado desde el primer momento.

–          No, no es verdad, no siempre.

–          ¡Cállate! ¿No tienes ni siquiera un poco de dignidad?  ¿Por qué no te quedaste muerta? ¿Por qué tenias que volver aparecer? Ya habías logrado tu plan. Ya habías hecho que yo asesinara a tu hermano. Ahora soy un maldito asesino, porque ni siquiera una causa justa tengo para poder llamar venganza a lo que hice.

–          No seas patético. Me tienes a mí, podemos hacer una vida nueva.

–          ¿Qué tiene que ver el fiscal en esto?

–          ¿El fiscal? Bueno, él, es mi tío.

–          No puede ser, yo que pensaba que eras la mejor persona del mundo. Ahora descubro que eres de lo peor.

–          Por favor deja que te cuente todo, para que no me juzgues.

–          No se que tengas que contarme, pero ya que, me has desgraciado más la vida de lo que alguna vez estuvo.

“Mi tío se hizo fiscal, por azares del destino, porque ni siquiera era de la policía, ni se dedicaba a la política. Mas bien el era un asesino encubierto del gobierno, hacia el trabajo sucio. Mi hermano Leo que ya para entonces se dedicaba al narcotráfico, le pidió que se asociaran. Así que empezaron sus negociaciones, hasta que un día, Leo, lo traicionó. Yo me casé a los quince, con un narco pesado de por acá, el que era jefe de Leo. A pesar de que me trataba mal, yo lo amaba. Tal vez, porque veía en el al padre que nunca tuve o mas bien que mi hermano me arrebató desde pequeña. Siempre odié a mi hermano. Pero aquel día que traicionó a mi esposo y lo mató a sangre fría, para convertirse él, en el nuevo capo de la mafia. Juré  y perjuré que lo iba a matar. Es por eso que mi tío y yo planeamos algo. No podía matarlo él, porque ya para entonces era fiscal, entonces, fue cuando decidimos buscar a alguien que lo hiciera. Es por eso que una tarde me dirigí  al barrio mas pobre de la ciudad. Había estado observando a muchos, pero cuando te miré supe que eras tú el que me salvaría la vida. No hallaba como hacerle para que odiaras a Leo, así que decidí irme a vivir contigo y que poco a poco entraras al negocio, me costo mucho trabajo, porque me enamoré como una perdida de ti. Pero tenia que terminar lo que había empezado si quería vivir en paz y feliz contigo. Así que cuando ya te metiste al negocio con mi hermano, te aconseje que no le entregaras la droga, que la vendieras tú por tu cuenta que le sacarías más. Sabia que el iría a buscarte, tenia el riesgo que te mataran, pero para eso me compre varias cajas de balas de salva. El tenia que ir por mi, para poderte obligar que entregaras el cargamento, así que me prepare. A pesar de que nos lleváramos mal mi hermano y yo, el me quería, así que no me hizo daño mientras me tuvo secuestrada, me dejo andar suelta por toda la casa donde estuvimos, cuando se metió a bañar, agarre su arma, le puse las balas de salva, sabia que para el negocio no se tentaría el corazón y que era capaz de matarnos a ti y a mi. Todo lo tenía preparado. Hasta la sangre falsa. Después de que te fuiste aquella tarde a perseguir a Leo, mi tío llego por mí. Me dijo que teníamos que esperar a que todo pasara. Que algún día tú matarías a Leo y volverías a mí. Esperé mucho mi amor. Cinco años. Y aquí estamos juntos”.

-Maldita, desgraciada. Me usaste. No te lo voy a perdonar nunca. No se que es lo que te propones. Pero no lo conseguirás. Me hiciste un asesino, podría ser yo el peor malviviente del mundo, pero nunca un asesino. Gracias a ti ahora estoy aquí, viviendo la peor amargura del mundo. Con la mujer que pensé me haría feliz por siempre.

No dije más. Las lágrimas salían de mis ojos, de rabia, de sentir tanta impotencia. Ella salió llorando. No me importaba, de repente, todo ese amor que sentía por ella, toda esa admiración se vino abajo. Me levante a como pude, entonces pude ver en el tocador del cuarto una escuadra, con cachas de oro, la revise perfectamente para ver si no tenia balas de salva, me había hecho muy desconfiado. Comprobé que eran de verdad. Salí como pude, observe que a mí alrededor todo era campo. Había arboles por todos lados, el canto de los pájaros se escuchaba a mi alrededor como una música agradable a mis oídos, aun en aquel momento de confusiones. Ahí estaba ella, recargada en un árbol, sintió mis pasos y volteo mirándome dulcemente, con la cara bañada en llanto. Aun así el coraje que sentía era  mucho más de lo que alguna vez sentí amor por ella. Apunté con mi arma.

–          Yo siempre cumplo mis tratos, así que esta vez no será la excepción. Tu tío me dijo que me sacaría de aquí, que tendría una nueva vida, si mataba al hermano de Leo. No es hermano, si no hermana, pero eso no cambia las cosas. Te amé, di todo por ti, pero no supiste aprovechar lo que el verdadero amor significa.

Ella no dijo nada, solo bajo su cabeza. Empuñé la pistola, sin pensarlo dos veces jalé el gatillo, la bala se incrustó en su cráneo y su cuerpo se desvaneció.

Hay cosas que después de hacerlas te arrepientes. Pero, si algún día me entero que ella aun vive, la  vuelvo a matar.

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