-Hola, soy yo.
-Me lo imaginaba. Casi no me das tiempo.
-Es que… he calculado muy bien.
-Bueno, porque… no me he entretenido nada.
-Y, ¿con quién tenías que entretenerte?.
-Es un decir, mujer.
-Ya… pero seguro que habrías querido ¿no?.
-Que no, que no. Todo eso está olvidado por mi parte.
-Tú sabes que yo te quiero ¿verdad?
-Yo también te quiero.
-Pero.. ¿cuánto?; ¿me quieres mucho?.
-Sí, con toda mi alma.
-¿Por qué me lo dices tan bajo?. Lo ves, como no me quieres mucho.
-Es que hay alguien por aquí, ya sabes. Muaaa.
-Queeé… ¿qué ha sido eso?
-Te he mandado un beso, mi amor.
-Espera, que me pongo el teléfono sobre mis labios. ¡Venga, repítelo!.
-No seas tonta.
-Lo ves… ¡no me quieres!.
-Vale, venga, colócatelo.
-Ahora, ya.
Muaaaaa, muaaaa, muaaaa. Los mismos sonidos se repetían una y otra vez sin que, por suerte, ninguna cámara de vídeo recogiese ambas, ridículas, escenas. Otra voz femenina, no tan lejana, pudo ser escuchada por ambos: La cena está preparada. Todos a la mesa.
-Me tengo que ir. No sé si has escuchado.
-No, no. Todavía no. Espera un poco. Dímelo otra vez.
-¿El qué?
-Que me quieres mucho. Lo ves, ¡ya no te acuerdas!.
-Pues, claro que me acuerdo. Te quiero, te quiero, te quiero….
-Yo también, luego me llamas ¡vale!.
-Vale, venga.. cuelga.
-No, no. Cuelga tú.
-Pero… así podemos estar hasta mañana.
-No me importa, yo estaré aquí, te quieroooo.
La puerta de su habitación se abrió totalmente. Era su madre, quién, con no muy buen gesto le exclamó: ¡Quieres venir a cenar ya!, estamos todos esperándote.
-Sí, mamá, ya voy.
-Pero hijo, si os acabáis de dejar. Además, mañana la volverás a ver.
-No lo sé mamá, quizás… mañana, no iré.
-¿Cómo? ¿qué has dicho?. La voz, de nuevo, salía del otro lado del auricular.
-Sí, Sofía. Me lo he pensado bien. Parecemos dos colegiales al teléfono y, aunque hoy no me he atrevido, ahora no es quizás; ahora, ya es seguro que ni mañana, ni pasado… Que lo dejamos o, mejor dicho, que te dejo. Buenas noches.
Felipe no pudo tomarse la sopa, por supuesto ya en un estado frío. Esa era su misma sensación, desde hacía muchos años, en su relación con Sofía. Los momentos más cálidos solo se habían producido por teléfono y en conversaciones tan intrascendentales como las que, dos adolescentes, suelen tener para regocijo de las compañías telefónicas.
El teléfono no dejó de sonar durante toda la noche. Felipe se mantuvo firme: No, no y no. Mañana no iré.
JOSE MANUEL BELTRAN
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...