Archivo mensual: enero 2010

Pastillas para dormir

Hace tiempo que no escribo en este blog. Problemas de índole personal me han mantenido alejado de la escritura durante estos meses, aunque poco a poco empiezo a recuperar la normalidad.

No ha ayudado mucho, a ello, algunos problemas que he tenido en la red, lo que me ha llevado a tener que iniciar nuevos e inesperados proyectos. Pero esto también me ha emperezado para la vuelta con vosotros, e incluso aquí me para la posibilidad de no llegar a todo, por lo que, aun tomándome la libertad de volver a escribir sin avisar, espero que me aceptéis de vuelta, aunque sea como colaborador.

Y ahora al tema que se trata.

Recordando historias de familiares, que ya no están con nosotros, como pasa en estos casos, recordé la de mi abuelo. Fotógrafo, pintor, diseñador de muebles y en general un hombre bastante activo, poco después de su jubilación se vio impedido por varios ictus cerebrales que lo dejaron medio impedido. Fuera por el menor ritmo de vida, o porque se dormía fácilmente en el sofá mientas veía la televisión (la única de aquellos tiempos) ya que al afectarle la vista tampoco podía leer correctamente sus muchas novelas de Marcial Lafuente Estefanía que, casi se puede decir, coleccionaba. El caso es que a la hora de irse a la cama no se dormía. Por eso, tras mucho pedirlo mi madre le empezó a dar unas pequeñas pastillas.

Llegó la hora y mi abuelo se fue a vivir otras tres meses a casa de mi tía, esta le armo un escándalo, por teléfono, a mi madre, el segundo día, pues mi abuelo le reclamaba sus pastillas para dormir y, claro, mi tía sabia que el médico no le había mandado nada, pues, además, eran contraindicadas con el ictus.

Fue en esos momentos cuando mi madre cayó en que se le había olvidado darle esas instrucciones, así que lo hizo por teléfono:

«Es fácil», respondió, «dale una sacarina y dormirá toda la noche de un tirón»

Y de esta manera mi abuelo durmió plácidamente todas las noches de sus últimos cinco años… sin tomar realmente pastillas para dormir.

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Totus revolutum

Melitón se hincó de hinojos en el confesionario. Tras las consabidas introducciones oficiales en el saludo, propias de la confesión, tardó más de quince minutos en expresar verbalmente todas las barbaridades por él cometidas hacia otros miembros de la sociedad. Muchas de ellas, si el interlocutor fuese otro, llevarían consigo la inmediata presencia de su persona ante un juez. No se puede decir que no se encontrase azorado al relatar los hechos, sin embargo, sabía que ese era un lugar seguro pues nada de lo allí expuesto podría ser revelado, salvo que su interlocutor fuese en contra de la ley eclesiástica.

Tras la detallada exposición, una voz procedente del interior del confesionario le ordenó apartarse del mismo para, en otro lugar de la iglesia y también de hinojos, purgar sus culpas por medio de la oración de cinco Ave Marías, diez Padre Nuestros y el rezo completo de un rosario, si bien éste podría hacerlo de regreso a su casa.

Melitón se dio por satisfecho pues, previa a su entrada a la iglesia, pensaba él que su letanía sería mayor. Así es que, cumplidas las órdenes impuestas por el sacerdote, todo su cuerpo y alma se encontraban regeneradas en el bien e impolutas de todo tipo de pecado. Ese era el maravilloso efecto de la confesión: salir ante Dios con una vida nueva.

En el exterior, muchas habían sido las personas que habían pasado por las manos torturadoras de Melitón. Su puesto, responsable jefe de la Brigada de Investigación Social de la comisaría de San Sebastián, le confería un poder más allá de lo que marcaba la ley –de la que también él se suponía debía encargarse que se cumpliese- y que quedaba amparado, no por desconocimiento sino más bien por propio interés, por las máximas autoridades políticas. Así era, y en el pasado han sido, todas las operaciones de la policía secreta y política de regímenes autoritarios.

A primeros de diciembre de 1.970, en Burgos, las bajas temperaturas climatológicas –propias por otro lado de este lugar- no impedían la celebración de un juicio sumarísimo contra dieciséis personas acusados, seis de ellos bajo pena capital, del asesinato de tres personas, atentados, robos y, sobre todo, de pertenecer a la banda terrorista ETA.  La trascendencia de esta decisión, en los últimos compases del régimen franquista y próxima la muerte del dictador, produjo un gran revuelo internacional así como manifestaciones y actos de solidaridad en todo el país –incluidas huelgas generales de organizaciones obreras-  así como el apoyo de buena parte de la Iglesia Católica, pues dos de sus miembros se encontraban también entre los juzgados y de la Universidad.

La única defensa del régimen era la de seguir demostrando al mundo que sus leyes, su doctrina y la defensa de la Patria seguía en pie. En fechas previas al juicio se realizaron numerosas detenciones políticas no solo en Guipúzcoa sino también en Madrid, dónde diecinueve miembros de la clandestina oposición y entre los que se encontraban, el profesor Enrique Tierno Galván así como Pablo Castellano y Nicolás Sartorius pasaron a manos de la policía política. En Barcelona, más de trescientos intelectuales y artistas se encerraban en el Monasterio de Monserrat y, en San Sebastián, fueron doscientos los detenidos cuando ya se aplicaba una medida extrema como es el  Estado de Excepción.

Los abogados de los detenidos, entre los que figuraban unos jóvenes Peces Barba, Solé Tura y  Juan María Bandrés no pudieron impedir que el tribunal militar, aún cuando todos los detenidos eran civiles, dictase sentencias con seis condenados a muerte y el resto con penas entre 6 y 70 años. No solo fue la presión desde dentro del país sino también la internacional, incluido el Vaticano, la que abogaba pidiendo la clemencia del entonces Jefe del Estado, Francisco Franco. A pesar de su ya delicado estado de salud, el 30 de diciembre se reunió el Consejo de Ministros en El Pardo. Intervinieron todos los ministros y, pensando más bien en como afectaría la aplicación de esta sentencia a las relaciones internacionales, a la vez que entendían que la medida de gracia en la concesión del indulto debilitaría a ETA, dejaron en manos de Franco la toma de decisión.

El mensaje de fin de año, televisado por toda la red del Estado, fue la oportunidad que encontró Franco para dar la noticia. La concesión del indulto debió de proporcionarle el mismo efecto placebo que sintió Melitón. Por suerte, para una inmensa mayoría de los españoles, la noticia de su muerte -por lo que representaba en sí- produjo el mismo efecto placebo.

JOSE MANUEL BELTRAN

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Efectivamente placebo…

¿Medicamentos? ¿para qué si tenemos al alcance de nuestra mano un remedio más natural y eficaz?… De hecho, no solo beneficia a la salud sino también a nuestro aspecto físico consiguiendo que nos ahorremos una pasta en gimnasios y cremas faciales 😀

Y no es porque lo diga yo, ya que está científicamente demostrado que el sexo es la mejor «medicina» que existe. Veamos:

* El sexo es tranquilizante, analgésico y anti-histamínico.

* Las féminas que mantienen relaciones sexuales con asiduidad producen una gran cantidad de estrógenos gracias a la cual su piel se vuelve más suave y su cabello más brillante. Por otra parte, esta misma hormona estimula la circulación ayudando a proteger de cardiopatías.

* Problemas de digestión: nada como quemar calorías con un «buen polvo», te ayudará a hacer la digestión y además tonifica y fortalece los músculos de tu cuerpo.

*¿Dolor de cabeza?: el sexo alivia los dolores de cabeza pues mitiga la tensión de los vasos sanguíneos del cerebro.

*Dermatitis: las relaciones sexuales reducen la incidencia de granos, dermatitis e imperfecciones cutáneas pues los poros se limpian gracias a la transpiración.

*Por su poder anti-histamínico natural viene genial para gente que padece asma o sinusitis.

*Dentista: esos besos que pueden volverte loco además te hacen ejercitar 30 músculos de la cara, reduciendo también la tasa del ácido que provoca la caries y evita la produccón de la placa dental (debe ser por eso que tengo una sonrisa profiden 😀 ). Besar a menudo alarga la vida y previene enfermedades.

*Depresión: El sexo es diez veces más eficaz que el Vallium. Durante los juegos previos aumenta la secreción de oxitocina, endorfinas, prolactina y serotonina, las cuales nos ayudan a combatir el estrés colmándonos de una sensación de felicidad completa (me imagino que esto estará relacionado con lo satisfecho que quede uno 😀 ).

*Poder de atracción hacia el sexo opuesto: las personas sexualmente activas emiten una especie de mensaje químico al cerebro, un perfume sexual que atrae de forma subconsciente.

Así que, tras lo arriba mencionado, a practicar sexo y tirar el botiquín a la basura… eso sí, ante cualquier duda, consulte con su farmacéutico 😀

SONVAK

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Tanto medicamento y tanta gaita

Pues yo quiero utilizar el tema semanal para criticar desde el respeto la medicina actual y la forma de concebir las enfermedades en la actualidad y desde hace ya años.

Hemos acostumbrado a toda la gente, no sé quien ha sido, si la publicidad de los grandes laboratorios, los médicos o los farmacéuticos, no lo sé, pero como decía, hemos acostumbrado a la gente a tomarse un medicamento a la mínima e incluso para prevenir, para asegurarse de y por si acaso luego.

Quien no ha visto a un amigo que va a salir de copas y de cenita tomarse un «alquen» antes por si acaso le da ardor, o esa otra que se toma día sí día también la dormidina por si acaso duerme mal. O la que le duele la cabeza, o cree que le está doliendo, o posiblemente me va a empezar a doler y tomarse el termalgin o el spidifen o como se escriba.

Yo por supuesto respeto todo esto, porque soy muy respetuoso la verdad, pero no entiendo como puede haber auténticas farmacias ambulantes que tienen pastillas para cada cosa. Yo soy de los que si me duele la cabeza aguanto un poco, y si veo que va a más o que no me pasa pues me decido a tomar un termalgin, y en 10 minutos curado, porque soy bastante afortunado y no suele dolerme pero también porque nunca he abusado de ningún medicamento y cuando me tomo uno me hace un efecto brutal e inmediato.

Como aquel día que tenía la espalda, concretamente el trapecio, con una tensión terrible que ya no podía aguantar, el masajista no tenía hora hasta después de dos días. Así que me tomé un myolastan, famoso entre los famosos, y me lo tomé acojonado porque sabía que era muy fuerte, y por eso me tomé sólo medio. Qué barbaridad!! en 6 minutos estaba en la cama y no sentía ni las carrilleras con la consiguiente baba cayendo sin cesar por la mejilla sin poder activar los músculos del brazo para que llevasen diligentemente mi mano a limpiar las babas.

Con todo esto quiero pedir a los laboratorios que utilicen el método placebo y que investiguen todavía más sobre ello. Porque recuerdo documentales que aportaban datos en los que cogiendo al azar y eligiendo una muestra representativa de la población con los mismos síntomas, muchas veces gente que era medicada con un efecto placebo (sin que lo supiesen por supuesto) mostraba una recuperación más efectiva que la medicina tradicional, y es que la mente y el cuerpo es muy poderosa y si los ponemos en sintonía, el cuerpo es capaz de generar los mecanismos más naturales e increíbles que necesitamos para eliminar o curar muchos de nuestros males.

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Ana

Había estado con ella, con Ana, casi doce años. Empezaron muy jóvenes y fueron recorriendo juntos el camino de los descubrimientos. Inseparables. En el colegio, en el instituto, todas las tarde cuando iniciaron la universidad.  Por supuesto, se juraron amor eterno e hicieron miles de locos, inocentes y felices planes.

Ella, mejor estudiante, consiguió una beca para estudiar un postgrado en el extranjero, un extranjero lejano desde el que no era barato volver. Cartas, teléfono, internet, todo fue un buen medio para mantener el contacto, el día a día.

Él creyó que ella había vuelto cambiada. Era lógico, más de un año sin verse, y la primera vez que se separaban… Pero sí, algo era distinto. Intentó continuar como antes, crear nuevas rutinas que les sirvieran de bases comunes para su relación. Ella correspondía, pero sin brío, sin ganas, dejándose llevar.

Poco a poco, el desánimo fue prendiendo en él. Sabía que algo iba mal, muy mal y cuando ya no puedo cerrar más los ojos le preguntó a ella.

Ella, triste, le contó la verdad sobre su nuevo amor, aquel que había encontrado durante su ausencia. Le intentó explicar que lo suyo había sido un amor infantil, que eran amigos más que amantes, que lo lamentaba, que era lógico, que habían empezado muy jóvenes… Que ahí terminaba todo.

Incrédulo, triste, él examinó, revisó, todos los planes, todos los sueños e intentó encerrarlos en un baúl olvidado en algún rincón de su mente. Pasó el tiempo, superó la depresión… Supo que su amada se casó, tuvo un hijo…

Siguó viviendo. Al fin, un día, conoció a una chica. La casualidad quiso que, si te fijabas bien, si tenías memoria, o buscabas las fotografías, encontrabas un cierto, un gran  parecido con su antigua amada. Similar estatura, color del pelo, timbre de voz… Su nombre era Mercedes.

Él volvió a sonreír. Volvió a incorporarse a una vida que tenía desdeñosamente abandonada. Se atrevió de nuevo a abrir el viejo baúl y desempolvar poco a poco los envejecidos sueños, pintándolos de nuevo de vivos colores para que tuviesen la apariencia de recién estrenados.

Estaban juntos, se llevaban bien y se entendían a la perfección. Hablaron de casarse, tuvieron hijos,  crecieron,  y  poco a poco el inexorable tiempo fue pasando, haciéndoles envejecer juntos. Al cabo de muchos años, él, apaciblemente,  murió a una edad avanzada, dejando a Mercedes triste, sintiéndose muy sola. Habían tenido una vida tranquila pero llena. Habían sido felices. Él había sido un buen hombre, un buen marido que la mimó, la cuidó y la quiso mucho. Lo que nunca se explicó Mercedes fue porqué él, desde el primer momento, le cambió el nombre. Dijo que el suyo no le gustaba, que le era difícil pronunciarlo y siempre, toda la vida, la llamó Ana.

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Efecto Placebo

Por falta de tiempo y de inspiración (bueno, de inspiración no porque hoy precisamente podría hablar de algún que otro efecto placebo ), a lo que iba, hoy me vais a disculpar y voy a tirar de archivo que para algo está, digo yo. Había una fotografía estupenda para ilustrar el relato pero no la cuelgo porque no encuentro la referencia del autor y alguien puede molestarse y nada más lejos de mi intención :).

Todas las mañanas a las 7.40 se tomaba veinte minutos para ella misma.Tumbada sobre la cama cerraba los ojos y permanecía inmóvil, con los pies en la almohada, dejando su cabeza ligeramente suspendida en el aire y su melena pelirroja tocada por la brisa fresca de la mañana. Durante esos minutos y con las notas de Clair de lune (http://www.youtube.com/watch?v=-LXl4y6D-QI&feature=related) de Debussy resonando en la habitación blanca a través del gramófono heredado de su abuela, desactivaba cualquier mecanismo de freno y una mezcla de pensamientos, sensaciones e imágenes penetraban en su cabeza sin orden ni concierto. Así, volvía al silencio más absoluto de los fondos marinos con una botella a la espalda, a la sorpresa y a la traición de un ballo in maschera, sentía impotente el desaliento que emanaban los grandes ojos negros de los niños hambrientos de un suburbio de Adis Abeba, descansaba en un templo budista y ascendía casi sin oxígeno la arista norte del K2. Broker en Nueva York, geisha en una casa de té en Kyoto y trapecista del Circo del Sol. Orianna Fallaci en Beirut y Frida dejándose pintar por Diego. Primera bailarina del Bolshoi en la época dorada, moradora del World Trade Center aquel septiembre, mujer en Afganistán, groupie en los sesenta. Vivía la pasión de Anna Karènina por Vronsky y su desazón vital justo antes de saltar a las vías del tren, la perseverancia de Marie Curie, la angustia en Mauthaussen y la podredumbre humana y el horror en Deir Yassin. Se impregnaba con la dignidad de Ana Bolena justo antes de sentir el filo frío de la espada y sentía la adrenalina de Charles Manson minutos antes de la locura. Era, en un momento Alicia en el país de las maravillas en su océano de lágrimas y al segundo Dorothy en el camino de baldosas amarillas, el Principito y su rosa en el asteroide B 612 y a la vez la Holly imaginada por Capote ante el escaparate de Tiffany´s. Y entonces sonaban los primeros acordes de Moonriver…

El minuto diecinueve era siempre el mismo todas las mañanas. La habitación se quedaba en silencio y tumbada sobre la cama, inmóvil, con los pies en la almohada dejando su cabeza ligeramente suspendida en el aire y su melena pelirroja tocada por la brisa fresca accionaba el freno y su mente se vaciaba de toda imagen y sensación. Con extremada lentitud avanzaba un único pensamiento que se adhería a su piel sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo. Únicamente era capaz de formularlo en su lengua materna y sólo era intensamente consciente de él a las 7.59 de cada mañana: “Sometimes I can hear my bones straining under the weight of all the lives i´m not living”.

A las 8.00 se incorporaba, tomaba un té de frutas del bosque, su preferido, cerraba la puerta de su apartamento y se encaminaba hacia el número cuarenta de la calle San Feliu en donde cada mañana desde hacía quince años, con la misma media sonrisa en los labios, servía aquel café aguado y conversaba amablemente con los viejos clientes del Café- Bar “La ilusión”.

Y a pesar de que era consciente de que se trataba de un efecto placebo, esos diecinueve minutos diarios de imaginación, le salvaban la vida.

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Experimento casero

Hace un tiempo, basándonos en la interesante teoría del efecto placebo, una amiga y yo nos encargamos de aplicar rigurosamente el método científico visualizando un objetivo puntual: comprobar que la hipótesis tantas veces discutida sobre los efectos del alcohol en ciertos adolescentes son, en ciertos casos, pura y exclusivamente psicológicos.

– Cambiale el vaso- sugerió Virginia, ya bastante entonada. La fiesta había empezado hacía poco más de media hora; pero para Virginia era más que suficiente para haberse bebido ya lo equivalente a seis medidas de whisky, si hablamos de graduaciones.

– ¿Te parece?- pregunté. -Si se entera se re quema.

Virginia se tambaleó y luego me miró con una sonrisa boba estampada en la boca.

– Dale. Así comprobamos. Te juro que esa mina nunca se ha empedado en la vida, nadie se empeda con un vaso de vino. Es todo mente. Vas a ver.

Me sacó el vaso de la mano y comenzó a servir Coca Cola. A eso le agregó Sprite, luego soda y después jugo de lima.

– ¿A qué sabe?-interrogué con curiosidad, observando con la cabeza ladeada la extraña mezcolanza efervescente y amarronada. La chica probó un sorbo y cerró fuerte los ojos. Haciendo una mueca de asco, y sin abrirlos, comentó:

-Está espantoso.

-¿Pero parece que tuviera alcohol?

-No se va a dar cuenta.

Efectivamente, la víctima (o más bien, nuestra viva evidencia) bebió el espantoso menjunje creyendo que estaba vaciando una botella de algo extraño y exótico, que la daría vuelta como una media. Se mareó, dijo estupideces, habló arrastrando las palabras, y hasta vomitó.

Paso a paso, Virgina y yo dejamos todo anotado, con la nomenclatura acorde para la ocasión.

1) Investigación.

Teoría del efecto placebo. Monografía Facultad de Medicina 2008. Estudio de la Universidad de Michigan, «Efecto placebo varía según la forma en que el cerebro anticipa recompensas»,  julio 2007…

2) Observación.

Objeto en observación: Juana Santamarta.

3) Hipótesis:

Juana Santamarta segrega alguna especie de hormona que la hace creer que está borracha, cuando el alcohol apenas roza sus labios.

4) Experimentación:

Se reemplaza la Coca con Fernet por una mezcla de bebidas analcohólicas efervescentes, a efectos de crear un sabor peculiar e irreconocible, para que la observada comience, como sucede comunmente, su segregación de hormonas mentirosas.

5) Resultados

La observada presenta síntomas típicos de la borrachera. Náuseas, mareos, inhibición del sistema nervioso central, respuestas lentas y poco trabajadas, falta de reflejos y coordinación, etc.

6) Conclusiones

Finalizando la investigación, concluimos que dos cosas pueden haber sucedido:

a) La teoría del efecto placebo, y por ende la nuestra, queda comprobada.

b) La mezcla exagerada y repugnante de bebidas analcohólicas le causó a la observada una terrible indigestión, lo que hizo que presentara síntomas de la índole mencionada.

 

Al fin y al cabo, nos pasamos la noche tan entretenidas que nos olvidamos de todo. A Virginia hasta se le olvidó tomar…

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Mi Efecto Placebo

Saboreo cada minuto desde que sé que va a ocurrir.

Rezo para que nada estropee ese momento.

Intento no pensarlo para no emocionarme demasiado y llevarme un chasco enorme si se jode el plan.

Cuando por fin llega el día, no me importa ir a trabajar, voy con otro talante. Curro y vuelvo a casa como si me fuera la vida en ello.

Llego a casa. Abro la puerta. Silencio.

Voy a cambiarme de ropa. Silencio. Decido qué para qué. Estoy sola en casa, puedo pasearme desnuda.

Enciendo una luz, sólo una que me alumbre lo justo. Silencio.

Voy a la cocina y me preparo una bandeja con todo lo que he comprado en la gasolinera: derivados del petróleo debidamente saborizados, un sándwich, una copita de vino y de postre lo mejor de la noche: una tarrina entera de Strawberry Cheese Cake.

Me arrellano en el sofá y le doy al play.

Sé que solo será una noche. Los 3 se han ido y yo estoy sola. Puedo imaginar que soy soltera, independiente y tengo toda la casa para mi.

Mi tiempo es mío.

Comienzo a comer el helado despacito..para que me dure toda la película.

¿Qué peli veo?

Siempre la misma. Amo a Woody Allen y amo más Nueva York.

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El efecto placebo

Creía que nada ni nadie podría curarme ese mal que me acechaba constantemente a todas horas y que no era capaz de sacármelo de encima. Por más que lo intentaba peor lo hacía.

Visité cientos de médicos en busca de un remedio que me curara pero ninguno daba con el tratamiento adecuado, así que un día un amigo me aconsejó ir a una curandera de esas que dicen que saben todos los remedios a todos los males. Le expliqué lo que me pasaba y me envió al bosque a recolectar tres tipos de plantas. Me tuve que documentar y todo para poder encontrarlas.

La primera era una hoja de un árbol llamado Boabad, que se encuentra en la selva nigeriana. Y allí me fui yo a buscarla, imaginaros el viajecito, me lo pasé en grande haciendo safaris.

La segunda era la hierba de San cristobal, y se hallaba en los Pirineos. Que gozada!!, unas pequeñas vacaciones en la nieve, esquiando y escalando.

La tercera era la Anámona de los bosques y tuve que ir hasta China a buscarla. Me recorrí la muralla, visité Hong kong, Shanghai, hasta me fui al Tibet, ¿ ya que estaba allí, por qué no?.

Total, que después de tres meses en busca de las dichosas plantas, por fin las tenía en mi poder y me dispuse a preparar el brebaje que supuestamente me curaría mi mal.

Me lo tomé tal y como me lo explicó la curandera y a los pocos días, empecé a notar  una mejoría impresionante, no me lo podía creer. Lo que no había podido hacer la medicina moderna lo consiguieron unas plantas.

Me fui corriendo al encuentro de la curandera para darle las gracias y cuando llegué junto a ella y le dije que ya me sentía muchísimo mejor, me dijo:

_Verás, esas plantas no te han hecho nada, te has curado tu solo pensando que te habían quitado tu mal, simplemente te hiciste a la idea de que así fue.

El estrés, que es lo que te estaba quemando por dentro te lo sacaste tú solito al ir al encuentro de esas plantas y hacer esos viajes tan maravillosos. Yo solo te di una escusa para ello y  la infusión hizo el efecto placebo en ti.

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Terremotos particulares

Terremotos hay muchos; los que se miden por la Escala de Richter, y que vosotros habéis mencionado. Dramáticos, injustos, terroríficos e incomprrensibles, y también están otros terremotos más íntimos, que te hacen temblar el corazón y que también te dejan roto.

La identidad entre uno u otro radica en la pérdida. Pero no de lo material, sino de las personas a las que amas: llevo más de tres meses perdiendo poco a poco a alguien a quien adoro.  

Y , lo lamento, pero no tengo nada más que decir sobre los terremotos.

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