No me iré mañana. He recibido la carta de despido, con un SUSPENSO bien grande impreso en letras rojas. Pero no, querido jefe, yo de aquí no me muevo. No sé si eres consciente de los tiempos que corren, pero no es fácil encontrar trabajo fuera de aquí. Así que me pienso agarrar a mi puesto de redactora lunática (por eso de los lunes, no por otra cosa) como a un clavo ardiendo.
No puedes echarme así por las buenas. Entiendo que estás cansado, agobiado, sin apenas tiempo para dedicarle a la oficina, y que los empleados te ‘chinchamos’ , pero hay que darte un poco de vidilla de vez en cuando para que no nos dejes abandonados.
Habrás podido ver que en el cuarto del archivo hay una cama. Sí, has pensado bien. Ya que el sueldo tampoco me da ni para pagarme un alquiler… me he instalado en la oficina. ¿Te pensabas que el café por las mañanas se hacía solo?
Yo estoy a gusto aquí. También es verdad que si pagaras más estaría mejor, pero bueno. El contrato no hablaba de eso así que lo dejaré estar.
¿Te ha quedado claro, jefe, que no me iré mañana?
Un saludo de tu querida subordinada.
Sara