Camino sola, por una calle pobremente iluminada por la luz tenue de las farolas que hacen sus últimos esfuerzos por cumplir su misión. Acelero el paso cuando siento crujir el suelo detrás de mí, y mi oído se agudiza como si fuera un doble sentido.
Abandono el callejón y miro hacia atrás: no consigo ver a nadie, seguro que algún animal nocturno me ha asustado. Sigo caminando y observando por si me encuentro con alguien. No me gustan los desconocidos, pero reconozco su importancia para el funcionamiento del ciclo de la vida. Parece que no hay nadie a esta hora, en la que la mayoría de los mortales duermen. Sólo algún vehículo se lanza a lo largo de la avenida de doble sentido, que a primera hora de la mañana sufrirá un ruidoso atasco.
Finalmente vislumbro una persona justo al doblar la esquina. Se trata de un hombre que camina a unos 5 metros por delante de mí con paso ligero. Me detengo y lo observo en silencio: no parece peligroso. Consigo alcanzarlo y cuando estoy casi a su altura, tropiezo ‘accidentalmente’ y se vuelve para prestarme su ayuda.
Le digo que estoy bien, no sin mostrarme un poco a la defensiva. Ha debido de notarme asustada, pues el desconocido intenta tranquilizarme bromeando sobre la situación. Le confieso que me da un poco de miedo volver a casa sola de noche, porque vivo en las afueras y puede ser peligroso. Parece captar el doble sentido de mis palabras y se ofrece a acompañarme si así me siento más segura.
Paseamos en dirección a mi casa, a pesar de ser noche cerrada no hace demasiado frío. No nos cruzamos con nadie en todo el camino. Cuando llegamos a la puerta del jardín, mi amable acompañante se para en seco. Me mira, se ríe y me pide que abandone la broma. Insisto en que entre en mi casa, y le invitaré a algo. Cuando capta que no bromeo, se da media vuelta y se dispone a salir corriendo, pero ya es tarde.
Lo sujeto del brazo con una fuerza brutal y lo atraigo hacia mí. Me lanzo a su cuello, clavo mis colmillos profundamente y bebo sangre caliente. Abro la puerta del cementerio y entro en casa. Empieza a amanecer, es hora de acostarme, no tengo hambre, y sobre todo, ya no tengo miedo.
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