Archivo diario: 20 May 2010

Coleccionista

La encontré abandonada en el rincón más oscuro de ese edificio. Tirada en el piso, su soledad era tal que ni el polvo la había alcanzado. No sé cuánto tiempo habrá estado allí, cuantas veces habría visto las luces encenderse y apagarse, hace cuanto que un viento fresco no le acariciaba la piel.

No sabría describir lo que me pasó cuando vi su vestido de dos colores. Supuse que era una especie de hambre; luego, ansiedad; finalmente, solo puedo decir que era sed. Sed de tomarla en mis brazos, de acariciar su cuerpo, de arrancar su vestido y, y, y… destrozarla, como a las otras…

Si, debía advertirles antes: durante mis noches aciagas, descargo mi desazón con inocentes que de casualidad se cruzan en mi camino. Disfruto acariciarlos, esperanzarlos, hacerles sentir que los buenos de verdad consiguen algo bueno, hacerles sentir cómodos, que han ganado un amigo, para luego acabar con ellos.

Esta debía ser mi presa más grande. La más perfecta, la más hermosa, la más majestuosa. Era una diosa entre los dioses, una venerada entre los idolatrados. Bastaba ver su fina vestimenta… y lo agraciada de su figura. No podía esperar para llevarla a mi casa y hacer de ella lo que había hecho con ya tantas…

El hoyo en la parte de atrás de mi patio ya estaba hecho. Lo hice tiempo atrás; hice varios de una vez, para ahorrarme el trabajo más adelante.

Cayó rápidamente en mis brazos. Bastó un amago de sonrisa y tenderle la mano. Aceptó, encantada de al fin tener a alguien. A veces me pregunto, ¿por qué siempre los mejores terminan solos?

Quizás es porque, acompañados, podrían hacer mucho. Aunque, la verdad, yo no soy una buena compañía.

Subió a mi auto sin decir ni una palabra; yo tampoco le dirigí ninguna. Solo de vez en cuando me volteaba y la miraba, y apreciaba lo ceñido que se veía su vestido… Y sentía como la sed hacía que mi garganta quemara. Casi detengo el auto ahí mismo y hacía lo que moría por hacer.

Pero no. Tengo un esquema, una rutina, un plan que seguir a la perfección. Un solo quiebre, y quizás me quiebre yo. Una mente estructurada debe seguir su estructura.

Llegué a mi casa unos minutos después de haber encendido el motor. Las luces estaban prendidas; no me gusta perder tiempo en preparar el ambiente. Prefiero dejarlo listo, y no darme rodeos, para así llegar e ir directo al grano.

Me bajé del auto, le abrí la puerta a mi visita y me la lleve en mis brazos. Una vez adentro, la deposité sobre el sillón que adorna mi living, y me preocupé de que estuviera cómoda mientras yo iba a la cocina. Ella seguía ausente, y mientras me alejaba, la miraba. Era, sin duda, la víctima más hermosa de todas las que había tenido.

Hasta ese momento, al menos.

No sé si no habrá visto el cuchillo que llevaba en mi mano, o lo vio y se resignó a lo que iba a pasar, pero, mientras me acercaba a ella, no hizo ningún movimiento. Me pareció que se estremeció un poco cuando recorrí su piel con el frío acero, pero no podría estar seguro. Si lo hizo, fue levemente… y no lo hizo de nuevo.

La consentí un poco. Le dije palabras lindas, y recorrí su cuerpo con mis manos y el cuchillo. Traté que se relajara. Le dije que no tenía nada en su contra, que no era porque hubiera hecho algo malo. Que simplemente… me había gustado demasiado.

Y, de súbito, no me aguanté más, y hundí la punta del cuchillo en su piel.

Sentí como las membranas de la piel se rompían y como el metal iba rompiendo tejidos mientras avanzaba. Noté la emoción que me recorre cuando me doy cuenta de lo que está pasando, ese escalofrío nervioso de sentirme con poder absoluto.

No noté cuando empezó a emanar de la herida líquido rojo. Pero cuando lo hube hecho, me lo limpie con la lengua de las manos y me puse manos a la obra. Lenta, muy lentamente, comencé a cortar pedazos, que me iba metiendo a la boca y comiendo. Me tomé mi tiempo; no tenía prisa. Además, sabía que no era necesario terminar completamente en ese momento. Mi refrigerador era grande, y cabían algunos trozos.

Terminé solo cuando estuve satisfecho. No es fácil satisfacerme, pero esta vez la piel y su interior estaban suaves y tiernos, y me conformé al poco rato. Así que fui, poco a poco, con paciencia, poniendo las piezas restantes del refrigerador, hasta que solo me quedo una.

Siempre guardo una parte de mis víctimas. Las dejo como recuerdo para más adelante, y las entierro en la parte de atrás de mi patio, en los hoyos que dejo hechos de antemano.

Cuando salí a enterrar este último, me sentí orgulloso de mi obra.

Ahí estaban, un naranjo, un manzano, una mata de frambuesas, un mango, una planta de plátanos, un durazno, un damasco y un peral, recibiéndome con sus brazos (o ramas) abiertos.

Lentamente, me acerqué al agujero ya excavado y enterré el último trozo de la sandía que me había comido.

6 comentarios

Archivado bajo Alerion Finigor