Archivo diario: 27 May 2010

Disculpe usted

Disculpe por molestarle a esta hora. Salí hace ya unas pocas de mi casa a conocer el mundo y de alguna manera llegué acá.

Si quiere cerrar la puerta, lo entiendo perfectamente. No conozco su rostro y por eso sé que usted no conoces el mío. Pero he estado pensando mientras mis pies se arrastraban jalados por algo que no tengo idea que era, y me gustaría decírselo antes de que las palabras se fuguen de mi mente con esta brisa que desde algún lugar se alza.

Pensé en que de alguna forma, todo tiene que cuadrar. Que incluso aunque el mundo sea redondo tiene que haber un lugar en que todo se junte, tiene que haber un momento en que la verdad te llegué de golpe y te deje quieto un segundo y te diga al oído “sí, aquí estoy”; un momento en que todo tenga sentido y en que las dudas más profundas encuentren las respuestas más obvias. En que las curvas se vuelvan rectas y las aristas se junten.

Pensé que quizás si hay eso que llaman destino. Que entre las hojas que caen de los árboles si hay un curso definido, que entre las olas del mar ya hay un mensaje escrito, que entre las nubes ya están prediseñadas las formas. Que las gotas de lluvia saben de antemano donde caer y que el sol ya sabe a qué lugar exacto llegara cada rayo que de su cuerpo emane. Que quizás si hay caminos que se atraviesan y se entrecruzan y que chocan y vuelven a chocar; que si hay momentos en que cuando crees que no das más, das más solo porque tienes que darlo. Que hay veces en que cuando no sabes que paso das, lo das igual y resulta que es el correcto.

Pensé que si hay viento no puede estar todo mal. Que si hay cielo no puede ser todo negro, que si hay verde es porque hay algo que sea bueno, que si fluyen los ríos es porque tienen adonde llegar, y si tienen adonde llegar es porque les interesa seguir llegando, y si quieren seguir llegando es porque tienen razones para llegar. Y si ellos quieren, nosotros queremos también, y si ellos pueden, nosotros podemos también, y si ellos tienen un por qué, nosotros tenemos más.

Pensé que las estrellas son las letras del libro que siempre ha estado escrito, que salen cada noche para recordarnos que siempre hay un cómo. Pensé que la luna es la musa que tranquila duerme para demostrarnos que las letras dicen cosas ciertas, y pensé también que el sol era el padre que desde lejos se encarga de que esté dormida.

Pensé en que si no sabes que hacer, lo que tengas que hacer te encontrará, y si no te encontrará te dirá como encontrarlo, y si no te dice como encontrarlo, es porque puedes encontrarlo por ti mismo y si sigues buscando lo encontrarás.

Pensé que yo no sabía qué hacer ni adonde ir ni a quien querer ni a quien extrañar. Pensé que ya no sabía adónde dirigir mis pasos y que al final iban a terminar perdidos y vagando como lo hacía y sigue haciendo y seguirá haciendo mi distraída mente. Pensé que yo necesitaba una verdad que me encuentre, una estrella que me escriba, una luna que me lea y un sol que me proteja. Pensé que yo necesitaba un fin en la arista.

Y de pronto me tambaleé caminando y sentí que me caía, y comprendí que la verdad me había golpeado y que no tenía más que aferrar ese puño.  Y comprendí que mis preguntas habían sido contestadas y mis caminos iluminados, que había encontrado el capítulo que me faltaba. Y alcé la mirada y vi la puerta y supe que la puerta era mi verdad… que la puerta era mi vértice. Y me acerqué a ella y la toqué y usted me abrió la puerta.

Usted, que me mira con ojos asombrados porque no entiende que hace un loco dirigiéndole la palabra. Usted que no comprende ninguna de las cosas que le digo. Usted que mira mis ropas raídas y mi cabello sucio, y que trata de encontrar mirando mis ojos algo de cordura, mirando mi boca algo de verdad, mirando mi cuerpo algo de absoluto. Usted que quiere cerrarme la puerta pero la detiene algo que no sabe qué.

Porque a veces, a veces, la mayoría de las veces, la verdad y el camino y la razón… tienen forma de persona.

Y ahora entiendo que la puerta no era la arista sino el último centímetro del vértice. Ese que me separaba de usted, que con su rostro acaba de darle sentido a una carretera desviada. Mi vértice extraviado, mi límite perdido, la desazón de mi llamado.

Me puede cerrar la puerta y confirmar la teoría de que soy un loco cavilando sobre cosas sin sentido y llegando a conclusiones con menos sentido aún. Puede darme la espalda, y yo comprenderé que simplemente todo lo que le dije fue producto de una alucinación producida por la desesperación de entender lo que nadie ha entendido y resolver el puzle mayor. Puede decirme adiós, o hasta marcharse sin decirlo. Pero también puede quedarse aquí y seguir mirándome como lo hace ahora.

Porque no hace falta que diga nada. Solo míreme y piense. Quizás, esta vez, la verdad si le habló y le golpeó la puerta.

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Archivado bajo Alerion Finigor