Archivo diario: 19 noviembre 2008

Sara tenía alma de asesina

29 – 06 – 2008

 

…. Y hablando de los amigos, recuerdas a Sara? Esa chica tímida que estudiaba con nosotros el bachillerato, pues últimamente la he visto mas seguido, trabaja en el local de fotografía donde revelo mis rollos, y resulta que es bastante simpática y platicadora cuando entra en confianza, hemos hablado mucho los últimos días, ya vez que te tardan una hora en entregarte las fotos, y pues claro, aprovecho el tiempo para hablar con ella, sobre todo si llego temprano y no hay nadie mas por ahí, además, he visto que no habla con mucha gente, y conmigo se desahoga, te manda saludos, y si, sigue soltera, y no, no es mi tipo, pero disfruto mucho su platica. De los demás….

 

28 – 07 – 2008

 

…. Por cierto, parece que Sara conoció a alguien, esta bastante entusiasmada, apenas lo ha visto un poco pero ya dice que es “el hombre de su vida”, no me dio muchos detalles de el, pero ya me contara. Quien ya se……

 

30 – 08 – 2008

 

…. De Sara te cuento que esta cada día mas entusiasmada, resulta que Antonio (así se llama el susodicho) es músico y vive no muy lejos de su casa, además trabaja en un restaurante cercano, si te contara la mitad de cosas que me ha dicho de él tendría que pagar extra por el sobrepeso de la carta, le he preguntado si lo presentara a los amigos, pero se ha mostrado evasiva al respecto. Miguel ya……

 

01 – 10 – 2008

 

….. Sara esta obsesionada con su Antonio, sabe mas cosas de su vida que yo de la mía, aun no lo presenta, y eso que ya nos hemos juntado varias veces con los compañeros, cuando le han preguntado dijo que “otra vez será”, que él “ha estado ocupado”, y cuando le sugerimos ir a donde toca siempre ha puesto algún pretexto, pero a nadie le extraña, ya vez lo tímida que era en el bachillerato. Y si, nos juntamos….

 

15 – 12 – 2008

 

…. Sara ha estado muy decepcionada y triste, al parecer Antonio tiene pareja y ella no sabía. La vi hace un par de días y no paraba de llorar, de hablar de “lo tonta que fue al quererlo”, aun no conozco al tal Antonio, si no le reclamaría, mira que entusiasmar así a una chica y luego salir con que “estoy con alguien más”, en fin, espero que se le pase pronto pero ya sabes como es eso. Oye, dice….

 

27 – 01 – 2009

 

…. Quien aun no se recupera es Sara, ya no va con nosotros a tomar una copa, y cuando la veo en el local se ve muy seria, su timidez ha regresado y luego ni platicamos mientras espero mis fotos, le he dicho que salga mas, intento que se alegre, incluso Martha le ha dicho que valla de vacaciones con ella, pero nada. Ya te avisare si hay novedad. Ah, te manda saludos….

 

 

20 – 02 – 2008

 

Hola:

 

Disculpa que no te salude como de costumbre, pero estoy muy impresionado. Hace dos semanas que no veía a Sara, pero ayer vi una noticia en el periódico que me dejo impresionado, te copio lo que dice para que juzgues por ti mismo:

 

“Mujer ataca a músico en un bar

 

 

Una mujer de 29 años ha sido detenida en ___________ después de atacar con un cuchillo al cantante del bar. Según testigos, la mujer, identificada como Sara Fernández, ataco al cantante en el descanso de su presentación reclamándole su infidelidad, e intento repetidamente acuchillarlo mientras empleados del lugar intentaban detenerla. Por su parte el afectado declaro no conocer a su agresora ni tener una relación sentimental con ella. “

 

Ves por que estoy sorprendido? En serio te digo, Jamás imagine algo como eso.

 

A – Codeblue – Activo

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Quizá sólo era un viejo bar

Quizá sólo era un viejo bar, pero me sentía tan relajada que era visita obligada cada mañana. Sobre las siete, cuando se ponía en marcha aquel barrio del extrarradio, me dirigía a «Los Salmantinos» y la sensación de no ser conocida, era fascinante. El dueño, con un simple gesto de cabeza, sabía que quería mi manzanilla.

Imagino que pensaría que me gustaba desayunar antes de ir a trabajar, en su bar. Ni mi atuendo ni mis maneras dejaban entrever otro cosa distinta. Quizá, si hubiera sabido que era prostituta, ni tan siquiera habría consentido que cruzara el umbral.

Mientras disfrutaba de aquel momento tan «mío», a través de aquellos cristales en los que el dueño había pintado, en colores llamativos, las excelencias de las tapas que servía, le vi. Iba vestido exactamente igual que cuando estuvo, hacía un par de horas, en el reservado. No podía ser. Me había dejado agotada. Había llorado por no poder tener aquello qué, casi cada noche, compartía conmigo. No es fácil excitar a un hombre que ha estado llorando una hora de reloj, pero hice mi trabajo como se esperaba de mí.

¿Por qué me había seguido? Tantas noches compartidas en aquella barra de «Vanessa’s» y en el reservado, ¿no le habían convencido que yo sólo era compañía de noche?. Los días eran de mi absoluta propiedad.

Incluso me acababa hartando la conversación versallesca sobre todas las maravillas de su familia, esa mujer a la que quería pero que no le ofrecía nada – aunque encontraba un resquicio para justificarla-, su éxito profesional, su estupendo status y, cada noche, más de lo mismo.

Por descontado que era muy generoso a la hora de pagar. Ya sabía que la mitad era para la «casa», así que siempre me daba algo más, cuando estábamos solos.

En varias ocasiones se ofreció para ayudarme a dejar aquello. No se daba cuenta que yo ya no sabía hacer otra cosa. Al menos en la barra del «Vanessa’s» no me sentía atada por agradecimiento y, mucho menos a un chulo. Alberto, el encargado, y yo llevábamos muchos años «colaborando» y me permitía tomarme días libres.

Años de ahorrar para algún día desaparecer. Eso no iba a cambiar porque alguien con una posición social espléndida, con todo a su favor en la vida, excepto -y según su versión- el amor de su mujer, quisiera tenerme en una jaula de oro. No cabía en mi cabeza aguantar aquella monserga de por vida. Pero nunca conté con Sara.

Sara, o Sarinha como la llamaba él, era su mujer. Su santa esposa. Una mujer perfecta, guapa, con clase, muy educada y a la que, a simple vista, no se le adivinaba ni un solo defecto. Le había dado unos hijos preciosos, bien educados, buenos estudiantes y muy cariñosos con sus padres.

Bien es cierto que, cuando cerrábamos, historias como ésta se repetían con detalles diferentes pero tan nimios, que parecían escritas por un mismo autor. Todos echaban de menos que sus mujeres les atendieran en la forma que lo hacíamos nosotras.

A ella no podría haberla visto. En alguna ocasión me enseñó su foto pero ni me molesté en mirarla.

Opté por acabar mi manzanilla y tratar de salir a la carrera hacia la boca del metro que distaba unos cincuenta metros de aquel bar. No tenía ganas de hablar con nadie, mucho menos con él. Quería darme una ducha y meterme en la cama a dormir. Un placer que atesoraba cada día para mí sola. Aquella cama que nunca había compartido con nadie para conjurar imágenes que nunca quise que se produjeran en mi casa ni en mi cama.

Nada más salir, corrió hacia mí desde su coche aparcado en doble fila y, cuando traté de girarme para esquivarlo, Sara estaba allí.

No sentí nada. Sin embargo la mancha de sangre que apareció en mi estómago empezó a crecer a velocidad de vértigo. Mis piernas parecían de goma y noté como me desplomaba en el suelo.

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Recuerdo que el dueño del bar salió, como alma que lleva el diablo, al oír el griterío en la calle. Desde el suelo también la vi clavar aquel estilete en el corazón de su marido, a pesar de que varias personas intentaron impedirlo.

El cayó cerca de mí. Su cuerpo inerte y un color cetrino, fueron mis últimos recuerdos.

Estoy en una U.C.I. desde aquel día, aferrándome a mi propia vida maltrecha. Ahora que ya quedaba tan poco para comenzar una nueva vida, no quería que se me escapara en una cama articulada, llena de cables y aparatos que no habría podido decir qué estaban haciendo por mí.

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No podría olvidar nunca aquella cara. La cara de Sara o Sarinha. Aquel rictus entre odio y placer, mientras su estilete perforaba mi cuerpo. Ella no era la mujer dulce que pretendía su marido. Había visto su cara y martirizaba mi cabeza. Sara tenía alma de asesina.

R – Arielshinigami – Activo

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¿A dónde iríamos cuándo Marte también fuese historia?

Nos había informado de que  iba a cerrar. Definitivamente. Desde hace años, tantos que ya no me acordaba de cuántos, cada día, cada tarde, nos juntábamos allí todos, al menos los siete que quedábamos, y charlábamos, echábamos una partida, tomábamos unos chatos y sobre todo, nos hacíamos compañía antes de volver a la soledad de cada uno.

El Marciano nos miró con algo de tristeza. Por más que nos insistiera desde siempre que su nombre era Marcelino y que el bar se llamaba así por él y por su mujer, Teresa, la retranca popular lo había transformado en la sucursal del plantea rojo y a sus dueños, en los Marcianos. Y ahora, había decidido que ya no aguantaba más. Hacía tiempo que se podía haber jubilado, pero como él decía ¿Dónde iba a estar mejor que allí, con sus amigos? Su mujer, como las de todos nosotros, había fallecido en aquel terrible accidente de autocar, durante una excursión de la parroquia. Desde aquel día la desgracia nos unió, nos dio una cohesión y el Marte se convirtió en nuestra iglesia, en nuestro hogar, en el lugar dónde más presentes estaban y el único sitio en el que podíamos hablar de ellas como las sentíamos: allí, junto a nosotros,  sonriendo con el último chiste verde, protestando del trabajo y de los niños y de la poca ayuda, haciendo milagros con el exiguo jornal, faenando en casa siempre incansable, siempre consoladora… Sin embargo ahora, lejos ya los hijos, cansado, y con esta crisis encima… cerraba. El local, entrañable para nosotros, se había quedado viejo a los ojos de esos encorbatados de las nuevas oficinas de la zona, que preferían desayunar y comer en alguno de esos locales que las multinacionales habían abierto por doquier en el antiguo barrio.

Y el Marciano, el querido Marcelino, que a pesar de tener ese cartelito de “hoy no se fía, mañana todo el día” y el consabido garrote “quitapenas”, siempre te invitaba a un café o te apuntaba una comida cuando veía que el final de mes se te había adelantado en un par de semanas, había dicho basta. Se había cansado intentando aguantar un poco más, esperando tiempos mejores que para algunos nunca llegan.

¿A dónde iríamos ahora? ¿Dónde iban a querer a un grupo de jubilados que sviejos4e reunían alrededor de un par de cafés y dos chatos de vino, a ver el partido en la cadena que tocase, a comentar las noticias del día o a encontrar soluciones a todos los problemas del mundo? Es cierto teníamos los sitios esos del ayuntamiento en los que se reúnen los viejos. Pero nosotros no lo éramos. Sólo estábamos jubilados. Además, no podíamos dejar que nos trataran como a niños de teta diciendo lo que podíamos o no podíamos hacer, beber, gritar o maldecir. Era nuestra vida. En casa, al volver, sólo nos esperaba la soledad. Después de tanto tiempo todavía quedaban las ausencias. Habían pasado diez años y ellas seguían presentes cada día en nuestras conversaciones, en nuestros recuerdos, en aquellos momentos en común que habíamos compartido. Y nuestro consuelo era la compañía mutua, la amistad cimentada en horas, en años de sujetar una lágrima o evocar un recuerdo y salir del momento soltando un exabrupto, dando un golpe en la mesa al soltar el pito doble o cantar las veinte en copas. Ellos comprendían. Todos comprendíamos. ¿A dónde iríamos cuándo Marte, nuestro Marte, también fuese historia? Con él se cerraba igualmente nuestra historia. Quizá sólo era un viejo bar.

P – Montserratita – Activo

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