Mientras contemplaba aquel horizonte rojo, recordaba esas palabras que mi abuelo pronunciaba con tristeza, «la vida es lo que hacemos con ella», y las decía mirando al espacio con nostalgia, añorando los paisajes de su vieja y destruída Tierra…
Yo sólo conocía el planeta Tierra por fotografías y vídeos, por las historias que me contaba mi abuelo, por las visitas al museo, donde gracias a la realidad virtual, podías fingir que caminabas por uno de esos verdes prados que él tanto añoraba… Costaba creer que aquel maravilloso planeta hubiese existido, y todavía costaba más creer que el ser humano hubiese sido capaz de destruirlo.
A mi alrededor todo era árido, desértico… roca rojiza, arena rojiza que se escurría de entre mis dedos mientras yo intentaba imaginarme que se sentiría al acariciar un flor, que se sentiría cuando la brisa marina rozaba tu cara… o paseando bajo la lluvia. Tantas y tantas maravillas de las que mi abuelo me hablaba.
Siempre me escapaba a aquel rincón de Marte cuando echaba de menos a mi abuelo, o cuando me sentía desmotivado. Suspiré… un suspiro metálico a causa del convertidor que insertaban en nuestra garganta nada más nacer, un convertidor que hacía posible que pudiesemos respirar la atmósfera de este planeta.
Me subí a mi binave y me elevé sobre aquel paisaje desértico que tanto encogía mi corazón. No tardé en ver las luces de la ciudad… los edificios que se elevaban, construídos de acero, y parecían recordar una fortaleza, una extraña fortaleza donde vivíamos unos cuantos, supuestamente, afortunados.
Nina me esperaba, como siempre, con una sonrisa en su rostro, con un amable «¿Qué tal día has tenido hoy?»… Nina era perfecta, era un remanso de paz en mi tortuoso deambular por la vida. Me acerqué a ella y la besé, la besé con la desesperación que nacía del hecho de saber que yo no podía hacer nada, que mi vida era lo que los demás habían hecho con ella, a su capricho, a su antojo, sin pensar en lo que legaban a generaciones venideras, y yo no había tenido la oportunidad de cambiar nada… yo no había tenido la oportunidad de conocer aquel planeta que tanto amaba mi abuelo.
Besaba sus labios como si en ellos pudiese estar la esperanza adormecida, y mis manos recorrían su espléndido cuerpo intentando calmar aquella ansiedad que dominaba mi alma atormentada. Me volvían loco tantos sentimientos a los que deseaba dar rienda suelta transformándolos en pasión. Me deslicé dentro de ella buscando la liberación que por un momento me dejase agotado y sin ganas de pensar.
Contemplé a Nina, con una sonrisa perfecta y complacida en su rostro. La verdad es que Nina había sido una buena inversión. De los modelos de androides que existían en el mercado, era de los más costosos… pero también de los más perfectos. En este mundo que nos habían dejado apenas había mujeres, y los más afortunados teníamos la alternativa de poseer una androide perfecta.
Una sonrisa irónica cruzó mi rostro: ¿a dónde iríamos cuándo Marte también fuese historia?.
O – Aspective – Activo