– Mientras hay vida, hay esperanza…
Sara se quedó mirando a su amiga mientras las palabras que ésta había dicho llegaban a su cerebro. Su amiga de la infancia, casi su confidente, pues había cosas que no se sentía capaz de contarle a nadie. Su amiga con su vida perfecta.
– Tengo que irme, que enseguida llegará Roberto a casa y todavía tengo que preparar la cena.
Se despiden con un par de besos y hasta la próxima.
Su paso era apresurado pues no quería llegar tarde a casa… y mientras trajinaba entre los pucheros pensaba en las palabras que su amiga había dicho: «Mientras hay vida, hay esperanza…«. ¿Había esperanza para ella?, o quizá la pregunta que debía hacerse era ¿cuándo había perdido la esperanza?… ¿cuándo había sido la última vez qué había creído que había una salida?…
En ese momento oyó la llave en la cerradura. Roberto llegaba y la cena todavía no estaba lista. Él entró en la cocina y Sará sintió como su corazón comenzaba a latir más rapidamente, nerviosa…
– ¿Aún no está la cena lista? – su voz era baja pero la asustaba de igual manera.
– Ya falta poco
– ¿Ya falta poco?… ¿Qué has estado haciendo? ¿el vago toda la tarde?… y mientras yo trabajando para mantener a una desagradecida como tú.
Lo sintió a sus espaldas y a continuación su mano, tirándole del pelo:
– Estoy harto de ti, zorra presuntuosa. ¿Qué crees? ¿qué no sé que saliste por ahí? – su voz iba aumentando de timbre – ¿con quién has estado? dímelo!!!! – la presión de la mano en su cabello había aumentado hasta un nivel insoportable e intentó liberarse.
– No, por favor… sólo tomé algo con Irene, por favor suéltame, me haces daño… suéltame – ya estaban ahí esas lágrimas que tanto odiaba, ya estaba ahí esa debilidad, ese no poder defenderse pues la fuerza de él era superior… y, al fin y al cabo ¿qué valía ella? ella no valía nada, él se lo había dicho un millón de veces.
Sintió como las manos de él se cerraban en torno a su cuello mientras seguía gritando que lo tenía harto. Un rodillazo en la barriga la dobló de dolor. Una patada estando ya caída en el suelo le robó un gemido. Intentaba cubrirse con los brazos. Intentaba escapar de aquella pesadilla. Intentó levantarse pero él volvió a agarrarla del pelo antes de que lo consiguiera y arrimó su rostro a la entrepierna de sus pantalones…
– Solo vales para una cosa, zorra callejera!!!
Sara seguía revolviendose… Él estaba como loco, parecía fuera de sí y ahora intentaba bajarle las bragas… Y gritó, gritó cuando sintió lo que él estaba haciendo, gritó de dolor y no supo de donde quitó las fuerzas para darle un rodillazo… Y entonces las manos de él agarraron su cabeza y comenzaron a golpearla repetidamente contra el suelo, mientras, no dejaba de insultarla.
Y poco a poco el dolor comenzó a desaparecer, envuelto por una cortina negra.
Roberto contempló a Sara, inerte, y sintió como poco a poco la furia abandonaba su cuerpo y era sustituida por el agotamiento. Contempló el suelo, bajo la cabeza de ella, lleno de sangre. La agitó, intentó despertarla… pero Sara había escapado a un mundo donde él ya no podía alcanzarla…
Moraleja: La esperanza se la comió el gato…
O – Aspective – Activo