Archivo diario: 13 febrero 2010

El mensaje misterioso

La escasez de sus recursos económicos, aunque cierto es que también lo eran otros muchos distintos a los pecuniarios, habían dejado su teléfono móvil sin operatividad. Apuró, hasta su extremo inferior máximo, la última botella de güisqui que le quedaba sin contar, por supuesto, las que se apilaban desordenadamente y ya totalmente vacías en el cubo de la basura. Su consciencia, como era por otro lado habitual al final de cada noche de todos los viernes –que más valdría decir, ya sábado-, era insensible a cualquier mínimo acto de normalidad. Sobre la mesa del salón el cenicero rebosaba multitud de colillas, en muchos casos mal apagadas, lo que producía que la habitación despidiese un olor asqueroso para todo aquel que, procedente del exterior, quisiera adentrase en ella. Su estado era tan lamentable que, ni siquiera las dos hileras de polvo blanco alineadas en paralelo sobre la misma mesa del salón, podían ser observadas por él mismo. Se encontraba “ciego”, como en muchas ocasiones le habían recriminado tanto sus amigos como su hermano con quién compartía la vivienda.

Habían pasado ya muchos años en los que había disfrutado de las ventajas de ser un “yuppie”, en lo que a diversiones y alto nivel social se refería. Todo comenzó cuando conoció a Michelle, una acaudalada millonaria de edad ya avanzada que se encaprichó de lo que, entonces, era un bello cuerpo de Adonis. Sin quererlo se convirtió en su “gigoló” particular y es así como conoció mundo, disfrutó de caprichos y lujos y se relacionó con personajes de otro entorno. Sació las fantasías sexuales de Michelle sin importarle a ella que tipo de métodos utilizase y hasta logró convencerla que su disfrute sería mayor si el número de personas intervinientes, de ambos sexos, se ampliase. El resultado fue una continua serie de orgías en las que él quedaba más extenuado que Michelle, sobre todo cuando en el caos sexual –que él buscaba con más ahínco- su relación era con otros hombres.

Ahora, cuando encontraba cierta lucidez en su cabeza –que no sobrevenía nunca antes del martes o miércoles-, se lamentaba de todas aquellas acciones. Convivía con un diagnóstico de SIDA, que no quería del todo reconocer. Ya hacía tiempo que había despilfarrado todos sus ahorros al haber sido despedido del importante cargo –aunque figurativo- en el que Michelle le había instalado en una de las empresas del grupo. No podía ser de otra forma pues Michelle falleció, también de SIDA, hacía cinco años e inmediatamente la única hija heredera de toda su fortuna se deshizo de él sin contemplaciones.

Tardó en darse cuenta que su teléfono móvil había emitido el clásico pitido de recepción de un mensaje. Al cogerlo pudo observar torpemente, pues por su estado le costaba centrar la visión, que había varias llamadas perdidas que procedían de su hermano. Imposible responder pues su compañía ya le había cortado la posibilidad de efectuar más llamadas.  Intentó leer el mensaje y, como en otras muchas ocasiones, maldijo a su hermano. ¡Qué manía con escribir en el dichoso lenguaje de “sms”!. Por mucho que lo intentó no supo descifrarlo así que dejó el teléfono sobre la mesa y dejó que su cuerpo reposara sobre el sofá quedándose dormido.

A la mañana siguiente, la policía tocó el timbre de su puerta. No se anduvieron con rodeos tras la obligatoria presentación.

–          Señor Valdivia, su hermano ha fallecido al despeñarse por un barranco junto con otra persona. ¿Conoce Vd. a Gloria Bertrand?.

–          ¡Por Dios, qué me dice!. Sí, por supuesto que la conozco. Es la hija de Michelle Rhode, pero ¿qué tiene que ver con mi hermano y con su muerte?, inquirió él.

–          Todavía no lo sabemos, señor. Hemos llegado hasta aquí al descifrar el mensaje que anoche le envió su hermano-, le respondió el policía.

–          Si, no pude leerlo. Bueno mejor dicho, no pude entenderlo. Siempre he odiado ese tipo de mensajes que se comen todas las palabras.

–          Bueno señor, le tendremos informado y necesitaremos también de su ayuda. Por favor, le rogamos que mañana pase Vd. por comisaría.

Los policías abandonaron su casa quedándose él totalmente desconcertado. ¿De qué conocía su hermano a Gloria?; ¿Por qué se habían suicidado?; y, sobre todo, ¿Qué decía ese mensaje?.

JOSE MANUEL BELTRAN

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