A mi alrededor el mundo parece girar demasiado rápido para mi gusto. La gente camina apurada de acá para allá, casi en círculos, casi sin rumbo; siempre con algo en la mano: algo importantísimo, indispensable y vital para quién sabe qué,y, claro está, absolutamente confidencial. Tan importante, indispensable y vital es, que esta gente que camina sola anda sin cuidado, pechando a quien se interponga o se quede quieto o suspendido. Y, de paso, si te pechan y te tiran, no les cuesta nada pisarte la cabeza de paso (y para que no quede duda de que no es sin querer, afirman bien el pie y lo retuercen contra tu craneo)…
No entiendo a esta masa bípeda y supuestamente pensante. Parece nada más circular e inocente, pero es salvaje, asesina; no le quedan ya principios ni moral: tan pervertidos quedaron de su vicio.
Y qué vicio, pienso yo. El trabajo. Para mí, eterna agonía; para ellos, etérea gloria. Se sienten útiles, supongo, cargando esas cosas importantísimas y vitales y confidenciales, si bien en el fondo (muy, muy en el fondo) saben que a nadie le importan un bledo los condenados papelitos. Eso la frustra, a la masa gorda y grisácea: la pone agresiva. La convierte en animal que asecha y que arremete en cada oportunidad que logre hacerla sentir humana de nuevo.
Yo ya lo he dicho: me hago a un lado. Me repugna ese mundo. Es demasiado simple, o tal vez demasiado complejo para mí. Ya tengo mis propios vicios. Me niego a hundirme en este: mi alma todavía no ha sido corroída, o al menos no tanto.
Ya lo cantó alguna vez John Lennon:
There’s room at the top they are telling you still,
But first you must learn how to smile as you kill,
If you want to be like the folks on the hill,
A working class hero is something to be.
Son jodidos, los cuellos blancos. Se manchan con más facilidad de lo que parece.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...