Archivo diario: 3 febrero 2010

La caja lista

Mi idea para esta semana era bastante parecida a la de Molinos: un pequeño “ensayo” sobre cómo la “caja tonta” se ha convertido en algo más inteligente que nosotros mismos, haciéndonos desear, querer, odiar, estresarnos: modificando nuestro humor (y especialmente nuestro sentimiento consumista) a su gusto.

Sin embargo, cambié de opinión por un simple motivo: es un tema gastado. Y por otro más: a mí me gusta la televisión, como probablemente a todos ustedes. Podrán decir que es vacía de contenido, que ya ningún programa es como antes, como en los viejos tiempos, etc., pero apuesto mi mano derecha a que en un domingo lluvioso a las siete de la tarde no se ponen a leer “El origen de las especies” de Darwin (porque ni que hablar de que la mayoría de los libros de hoy son tan vacíos de contenido como la televisión). No, por el contrario: seguramente apoltronan su trasero en el sofá y toman el control remoto, aunque sea para hacer zapping, ese deporte tan de moda.

Lo admito: muchas de las series televisivas de hoy me parecen no sólo buenas, sino inteligentes y originales.

Les dejo, sin más, algunas frases que lo prueban, que encontré en éste artículo de Alex Martínez Roig.

(‘House’)

Doctor House. Su problema es muy grave. Su mujer le pone cuernos.

Paciente. ¿Qué?

Doctor House. Está usted naranja, imbécil. Y que usted no se dé cuenta, pase. Pero si su mujer tampoco ve que su marido ha cambiado de color, es una mala señal. Búsquese un abogado.

(‘The Wire’)

Deberías dejar de llamar a esto «guerra contra el narcotráfico».

¿Por qué? ¿No te parece una guerra?

 No. Las guerras se acaban.

 (‘Frasier’)

Miles. ¿Estás seguro de que no hay vida inteligente en otros planetas?

Frasier. No estoy seguro de que haya vida inteligente en esta cocina.

(‘Sexo y la ciudad’)

Samantha. Me encanta el aspecto que tengo

Miranda. No me extraña. Has pagado una fortuna por él.

(‘Los Simpson’)

Bart. ¡Maldita televisión! Ha arruinado mi imaginación y mi habilidad para uuhhh, para ummm, bueno, eehhh, ya sabes…

 

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Mis quince segundos

Le llaman la caja tonta. Y no sé si será tonta, pero no hay nada que tenga todavía una influencia tan grande en nuestras vidas. Condiciona el tiempo de ocio, nos informa a su manera, nos entretiene… podemos encontrar de casi todo. Además, nos dice, de forma subliminal, la importancia social de cada quien. Si no sales en la TV no eres nadie.  Y cuanto más aparezcas, mayor es tu predicamento social. Así de fácil.

Y en el fondo a todos nos gusta esa fama social. A ver, que levante la mano el que no ha puesto su nombre en Google para ver si aparece y qué se dice de él. Pues eso. Y a todos, si nos ponen una cámara delante se nos pone cara de pánfilos y balbuceamos encantados, nos pregunten  lo que nos pregunten. Además, ¿no decían que todos tenemos derecho a nuestros 15 segundos de gloria?

Yo los he conseguido, pero, visto el resultado, hubiera preferido pasar de ellos. La primera vez, fue por motivos laborales. Mi empresa patrocinaba un evento y allí, junto al protagonista, delante de los medios, estaba yo como director de comunicación de la empresa. Multitud de preguntas al famoso, yo mirando a las musarañas, y de repente, un periodista,  compasivo, se dirige a mí: “Y su empresa, ¿por qué patrocina este evento?»  Al momento volví a la tierra, miré al frente y vi decenas de micrófonos con alcachofas de colores puestos sobre la mesa, delante de mi, varias grabadoras y algunas cámaras de TV enchufándome con su foco. Me entró el pánico. Me quedé en blanco y no contestaba, no podía ni sabía qué responder. Una voz interior me decía “Á, contesta, o búscate un agujero en lo más hondo para esconderte, que vas a salir en todos los resúmenes. Á, contesta, por dios…” Tras una eternidad, logré balbucear algo. No creo que fuera interesante ni inteligente lo que dije porque nadie me preguntó nada más. Sentí un gran ridículo y aunque me dijeron que mi duda no había durado más de 5 segundos, yo lo sentí como un mundo. Tengo foto del momento, pero no la publico así me maten.

La segunda vez fue en el aeropuerto de Madrid. Ese día entraba en vigor la prohibición total de fumar en los aviones y los reporteros de Telemadrid se plantaron allí a ver qué opinaba “la calle”. Como yo estaba, como siempre, cigarro en mano, eso sí, en la zona acotada para ello, me pidieron permiso para grabarme fumando y hacerme unas preguntas. Se lo di, me grabaron, me preguntaron y respondí. Y me fui a Barcelona a currar. Al regreso resultó que todos mis conocidos me habían visto y mi estanquera estaba a punto de iniciar una colecta popular para erigirme un monumento por defender el tabaco. ¡Hacerte famoso en tu barrio por fumar…! Qué triste… Además, seguro que cuando me presente a Presidente del Gobierno, me sacarán esas declaraciones, que me invalidarán como candidato, pues fumar estará ,en esa futura época, perseguido por la ley.

La tercera vez, también laboral esta ocasión, fue otro evento patrocinado por mi empresa. Una competición deportiva. Me encontraba en el control de realización, contemplando por los pequeños monitores lo que las cámaras captaban e intentando convencer al realizador de que pinchara aquellas que mejor recogían la marca de mi empresa. En un momento dado, una cámara lejana hace un zoom sobre esa zona para recoger los comentarios del locutor, sentado al lado del realizador, y a su vera, inclinado para ver los monitores, con un primer plano primoroso de su lustroso culo, apareció quien esto les escribe, mirando de reojo y con cara de alucine hacia la cámara. No llegué a lo de Bridget Jones pero casi: a mí no se me vieron las bragas.

He salido más veces en busca de mis 15 segundos, pero a partir de ahí aprendí a situarme lo más lejos posible de focos, cámaras y locutores, a ser posible, colocarme detrás de los cámaras para evitar seguir siendo inmortalizado en circunstancias poco favorecedoras ,no sea que arruinasen mi futura carrera de galán romántico en alguna de Almodóvar. Porque a mí, también me va a descubrir Almodóvar en cualquier momento. Seguro.

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Mi caja tonta

El interruptor de mi caja tonta es peligroso, me da miedo y procuro, sin mucho éxito eso sí, no tocarlo con demasiada frecuencia. Conozco cuáles son las consecuencias una vez que la lucecita se vuelve de color verde y a menudo me resisto mentalmente, pero lo cierto es que la adrenalina que me produce meterme dentro de la caja, casi siempre le gana la batalla a mi fuerza de voluntad (lo cuál me ha  dado y me da bastante que pensar) y resulta que una vez que lo hago,  ¡adiós!.  La dichosa caja tiene una serie de superpoderes que me transforman en otra persona distinta a la que soy, o a la que yo me creo que soy, que también puede ser, y paro porque si sigo tirando de este hilo la conclusión no es nada halagüeña y empiezo a pensar en fraudes y en otros palabros, así que voy a dejar la madeja quietecita en su sitio.

Mi sentido crítico se desploma en una décima de segundo, de repente me invade un halo de paciencia infinita, que no es precisamente lo que me caracteriza en mi estado normal,  sufro pérdidas de visión preocupantes y mi memoria se convierte en lo que yo llamo memoria-colador. Se me va la perspectiva,  busco, y lo peor es que la encuentro, justificación a lo injustificable y hago exactamente lo contrario de lo que debo y se espera que haga.  Me convierto en una descerebrada y me vuelvo una  incoherente del quince. En definitiva, carne de cañón.  A mi favor diré que tonta, tonta del todo, yo, no la caja, no debo ser cuando a pesar de todo, la millonésima parte de la masa cerebral que aún me queda en funcionamiento después del encendido, me permite estar escribiendo esto que escribo, aunque eso no me consuele lo más mínimo.

Me atraen sus colores, me sorprenden sus imágenes, me dejo envolver por sus situaciones y no voy a negar que a veces, muy a mi pesar, me ponen bastante los cortocircuitos y acabo totalmente abducida por sus efectos secundarios. Soy capaz de permanecer así, en modo on, metida en la caja, meses e incluso años y es que la atracción me puede, me vuelvo débil e  incapaz de adoptar cualquier decisión efectiva tendente a que el dichoso botoncito vuelva a recuperar su color rojo normal. Cuando lo consigo o lo consiguen, siempre me digo, “chica, nunca más”, pero como la experiencia me ha demostrado que los “nunca jamás” no existen, una y otra vez, y en esta ocasión sí, como una tonta redomada, vuelvo a poner mi dedito sobre el botón maldito, and it begins again and again and again…

He reflexionado mucho sobre ello y finalmente he llegado a la conclusión de que mi adicción a la caja tonta es un asunto  genético. Vamos, que tengo una tara. Así de simple y así de claro y el que tiene una tara puede, con esfuerzo, dedicación, fuerza de voluntad y tesón, llevar una vida casi normal con el reconocimiento y el consabido aplauso del mundo, pero al final, al que le falta un brazo, por mucha operación, mucho implante y mucho afán de superación, siempre le faltará un brazo y punto.

No sé si es sencillo, a mi me cuesta,  pero el que quiera entender que entienda.

Respecto a la otra caja tonta, la del tema de hoy vamos, en mi casa ha pasado a ser un elemento decorativo. La pantalla de cuarenta y dos pulgadas,  plana y en negro queda de muerte sobre el mueble blanco de mi salón y hace juego con el sofá. El puntito rojo de apagado combina con el rojo de la pared y su silencio hace de la estancia un lugar muy acogedor ¡si es que lo tengo todo pensado!. La quiero muchísimo y además, es tan buena, dócil y manejable, que no me causa ningún problema existencial.

Un fabuloso invento en mi opinión.

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