Por Sara
Era hora ya de que tomara las riendas de mi vida, de ir a vivir solo, de invertir mis ganancias en un hogar. Mis padres ya habían cumplido con su tarea de criarme, y se merecían revivir su noviazgo prematuramente interrumpido por mi llegada. Ella estaba aún perdidamente enamorada de él, y él continuamente daba las gracias por la existencia de ella. Ya era tiempo para los dos.
Mi fichaje es uno de los mejores pagados de la próxima temporada. Mi chalet en las afueras de la ciudad es el orgullo de mi familia, y el flamante Ferrari que conduzco por calles y autopistas, la envidia de mis amigos. Pero todos los lujos que me rodean son también punto de interés de paparazzis, fotógrafos y periodistas deportivos. Desde que la prensa anunció el interés que el equipo tenía por mí, mi vida había dado un giro. Prácticamente de la noche a la mañana pasé de ser el pequeño Richi que jugaba al fútbol como hobbie en un equipo aficionado mientras se ganaba un poco de dinero currando de mozo de almacén, a aparecer en los distintos medios de comunicación como Ricardo Montes, la gran apuesta futbolística del año.
Apenas veo a mis amigos de siempre, y cuando conseguimos quedar lo hacemos medio a escondidas, para que los fans, hinchas, o algún tipo de ser carroñero no me quiten el poco tiempo que les puedo dedicar. Si me ven con alguna mujer, al día siguiente ambos podemos ser portada de las revistas con ayuda de alguna cámara oculta. Si nos descuidamos, nos organizan hasta la boda. ¿Novia? Antes de esto no era capaz de acercarme a las chicas, me daba demasiada vergüenza, o miedo a ser rechazado. Ahora todas se acercan a mí, descaradas y deseosas de saber lo que se siente estando con un famoso. No me fío de ellas, sólo buscan ganarse la vida de plató en plató a costa del polvo de una noche.
Soy invitado de honor de promociones, fiestas privadas, fiestas multitudinarias, me ofrecen obsequios, las grandes marcas se rinden a mis pies. Ya apenas salgo por la noche, sólo por no escuchar al día siguiente “Montes se desfasa en la noche madrileña.” Por ser futbolista e ir a una discoteca ya dan por hecho que me sumerjo en una infinita bacanal de sexo, drogas y alcohol. Yo, que toso con el humo del tabaco, que con un café ya me da el subidón, y que tengo miedo del amor, algo que no puedo separar del sexo.
He oído en programas del corazón comentarios tan poco deportivos como “ese Montes es un borde, responde a las preguntas con monosílabos y se escabulle en cuanto puede.” Pero ni siquiera uno de los presentes tiene la feliz idea de barajar la opción de que la timidez me bloquea ante cámaras y micrófonos. ¿Por qué el fútbol es un deporte tan mediático? A mí no me enseñaron a tratar con la sociedad, simplemente me enseñaron a luchar para dominar el balón en el campo, trabajar en equipo, y jugar para ganar. El resto, desde que salgo de los vestuarios, es un extra que se le ha añadido a mi elevado caché. Si un día la máquina de dar patadas en el terreno de juego sucumbe al error de lo humano, las críticas llueven como piedras arrojadas con furia. Si mis acciones llevan al equipo a la victoria, entonces soy el más querido por los seguidores… hasta el próximo encuentro.
En el campo me vuelvo autista, sordo e impermeable a los gritos de las gradas, los duros insultos, que en un principio me dañaban profundamente. Le he tenido que decir a mi madre que no vea los partidos por la tele, para que no se sienta herida por los que se acuerdan de ella. Hubo un tiempo en el que yo disfrutaba del fútbol, cuando unos días ganábamos y otros perdíamos, pero que nunca pasaba nada, y siempre celebrábamos tanto la victoria como la derrota en compañía de los jugadores rivales. Ahora sólo siento las críticas miradas de los directivos del club clavadas en la nuca. Y ese peso sumado a la atención de las miles de personas que abarrotan el estadio, ejercen una presión sobre mí que no me permite avanzar con el balón entre los pies.
Es domingo por la tarde, después del partido hemos sufrido un cruel abucheo, y he tenido que dar la cara en la rueda de prensa. No sabía qué decir, para variar, y al final ha sido el entrenador el que ha hablado, haciendo utópicas promesas de que “el próximo lo ganamos”. Conduzco el Ferrari por la Castellana, alguien me reconoce en un semáforo rojo y baja la ventanilla para proferir barbaridades. Hago caso omiso, y pongo el volumen del CD al máximo. Suena Xhelazz:
“El impuesto que se paga por triunfar es la crítica,
¿quién quiere fama si trae avaricia?
¿quién quiere fama si trae envidia?
¿Quién quiere fama si trae ruina?”
Hoy no voy a mi chalet. Me dirijo al viejo barrio donde los vecinos me saludan con familiaridad: “hombre, Richi, ya era hora de que vinieras por aquí, que últimamente para verte tenemos que encender la tele”. Sonrío y entro en la casa de mis padres, mi casa. Mi madre enseguida percibe mi ánimo sombrío. “¿Qué te pasa, cariño, es porque habéis perdido?”. “No, mamá, no es por eso”, respondo, “es que alguien se olvidó de que los famosos también tenemos sentimientos.”
Próximo turno: R- Gorio