Archivo diario: 20 agosto 2009

Y daba las gracias por su existencia

Por Sara

Era hora ya de que tomara las riendas de mi vida, de ir a vivir solo, de invertir mis ganancias en un hogar. Mis padres ya habían cumplido con su tarea de criarme, y se merecían revivir su noviazgo prematuramente interrumpido por mi llegada. Ella estaba aún perdidamente enamorada de él, y él continuamente daba las gracias por la existencia de ella. Ya era tiempo para los dos.

Mi fichaje es uno de los mejores pagados de la próxima temporada. Mi chalet en las afueras de la ciudad es el orgullo de mi familia, y el flamante Ferrari que conduzco por calles y autopistas, la envidia de mis amigos. Pero todos los lujos que me rodean son también punto de interés de paparazzis, fotógrafos y periodistas deportivos. Desde que la prensa anunció el interés que el equipo tenía por mí, mi vida había dado un giro. Prácticamente de la noche a la mañana pasé de ser el pequeño Richi que jugaba al fútbol como hobbie en un equipo aficionado mientras se ganaba un poco de dinero currando de mozo de almacén, a aparecer en los distintos medios de comunicación como Ricardo Montes, la gran apuesta futbolística del año.

Apenas veo a mis amigos de siempre, y cuando conseguimos quedar lo hacemos medio a escondidas, para que los fans, hinchas, o algún tipo de ser carroñero no me quiten el poco tiempo que les puedo dedicar. Si me ven con alguna mujer, al día siguiente ambos podemos ser portada de las revistas con ayuda de alguna cámara oculta. Si nos descuidamos, nos organizan hasta la boda. ¿Novia? Antes de esto no era capaz de acercarme a las chicas, me daba demasiada vergüenza, o miedo a ser rechazado. Ahora todas se acercan a mí, descaradas y deseosas de saber lo que se siente estando con un famoso. No me fío de ellas, sólo buscan ganarse la vida de plató en plató a costa del polvo de una noche.

Soy invitado de honor de promociones, fiestas privadas, fiestas multitudinarias, me ofrecen obsequios, las grandes marcas se rinden a mis pies. Ya apenas salgo por la noche, sólo por no escuchar al día siguiente “Montes se desfasa en la noche madrileña.” Por ser futbolista e ir a una discoteca ya dan por hecho que me sumerjo en una infinita bacanal de sexo, drogas y alcohol. Yo, que toso con el humo del tabaco, que con un café ya me da el subidón, y que tengo miedo del amor, algo que no puedo separar del sexo.

He oído en programas del corazón comentarios tan poco deportivos como “ese Montes es un borde, responde a las preguntas con monosílabos y se escabulle en cuanto puede.” Pero ni siquiera uno de los presentes tiene la feliz idea de barajar la opción de que la timidez me bloquea ante cámaras y micrófonos. ¿Por qué el fútbol es un deporte tan mediático? A mí no me enseñaron a tratar con la sociedad, simplemente me enseñaron a luchar para dominar el balón en el campo, trabajar en equipo, y jugar para ganar. El resto, desde que salgo de los vestuarios, es un extra que se le ha añadido a mi elevado caché. Si un día la máquina de dar patadas en el terreno de juego sucumbe al error de lo humano, las críticas llueven como piedras arrojadas con furia. Si mis acciones llevan al equipo a la victoria, entonces soy el más querido por los seguidores… hasta el próximo encuentro.

En el campo me vuelvo autista, sordo e impermeable a los gritos de las gradas, los duros insultos, que en un principio me dañaban profundamente. Le he tenido que decir a mi madre que no vea los partidos por la tele, para que no se sienta herida por los que se acuerdan de ella. Hubo un tiempo en el que yo disfrutaba del fútbol, cuando unos días ganábamos y otros perdíamos, pero que nunca pasaba nada, y siempre celebrábamos tanto la victoria como la derrota en compañía de los jugadores rivales. Ahora sólo siento las críticas miradas de los directivos del club clavadas en la nuca. Y ese peso sumado a la atención de las miles de personas que abarrotan el estadio, ejercen una presión sobre mí que no me permite avanzar con el balón entre los pies.

Es domingo por la tarde, después del partido hemos sufrido un cruel abucheo, y he tenido que dar la cara en la rueda de prensa. No sabía qué decir, para variar, y al final ha sido el entrenador el que ha hablado, haciendo utópicas promesas de que “el próximo lo ganamos”. Conduzco el Ferrari por la Castellana, alguien me reconoce en un semáforo rojo y baja la ventanilla para proferir barbaridades. Hago caso omiso, y pongo el volumen del CD al máximo. Suena Xhelazz:

“El impuesto que se paga por triunfar es la crítica,
¿quién quiere fama si trae avaricia?
¿quién quiere fama si trae envidia?
¿Quién quiere fama si trae ruina?”

Hoy no voy a mi chalet. Me dirijo al viejo barrio donde los vecinos me saludan con familiaridad: “hombre, Richi, ya era hora de que vinieras por aquí, que últimamente para verte tenemos que encender la tele”. Sonrío y entro en la casa de mis padres, mi casa. Mi madre enseguida percibe mi ánimo sombrío. “¿Qué te pasa, cariño, es porque habéis perdido?”. “No, mamá, no es por eso”, respondo, “es que alguien se olvidó de que los famosos también tenemos sentimientos.”

Próximo turno: R- Gorio

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A otra cosa, mariposa

Por  Aspective

“… Alan echó la última paletada de tierra. Miró a su alrededor para cerciorarse de que nadie había sido testo de su trabajo. Su mirada fría, acerada, hubiera disuadido a cualquier curioso de indagar nada sobre la extraña labor que había llevado a cabo.

Era alto, de anchos hombros y escurrida cintura, y se notaba la fuerza que emanaba de él; una fuerza natural, que conjugada con la elasticidad casi felina de su movimientos le otorgaba una imagen poderosa, un tanto animal,  reforzada por su cuadrada mandíbula, nariz recta y una barba de tres día que sombreaba su rostro…” 

Angel releyó lo escrito. Su cara de asco, como si un insoportable hedor ascendiera desde la pantalla del ordenador, mostraba claramente su desagrado con el resultado de su trabajo. Tras meditar un segundo, cerró el procesador de textos que, inseguro, le preguntó “¿Desea guardar los cambios efectuados en ‘Al morir el alba’?”. Tras responder “No” cerró la pantalla y con un violento empujón al sillón de ruedas  se levantó de la mesa de trabajo. “A la mierda, y a otra cosa mariposa” No iba a volver a escribir más basura alimenticia.

Durante años se había ganado la vida bien, muy bien, con las aventuras de su detective Alan Cheney. Era todo lo que a cualquier hombre normal le hubiese gustado ser. Pero era falso, artificial y encima le había tenido que crear norteamericano porque en aquí, en su país, no funcionaba eso del detective privado. Salvo Germán Areta, ese genial tipo compuesto por un irreconocible Alfredo Landa en las películas de Garci, el resto era una farfolla que el público no aceptaba. El protagonista tenía que ser una mezcla entre superman y un modelo sobredimensionado de alta costura, con  conocimientos de todo. El modelo 007 se había impuesto y la literatura actual parecía una subasta “a ver quién da más” sobre las habilidades físicas, sexuales, mentales y las hazañas de los protagonistas. Estaba harto.

Se dirigió a la cocina, mientras meditaba sobre su libro. El libro, nunca escrito, que realmente le hubiese gustado dar a la imprenta. Un ensayo histórico sobre el imperio romano y la evolución de la religión cristiana. Pero sabía que nunca lo podría hacer. Que, como todos, tenía que comer y para ello debía prostituirse y escribir aquello que, sin gustarle, repugnándole, encantaba al público y le exigían los editores. Encima había tenido suerte, reconocía, pues publicar y vender en este país era algo que estaba al alcance de muy pocos. Tomó un yogur del refrigerador y cerrando las puertas, se encaminó a su dormitorio. Todas las luces apagadas, la casa estaba únicamente iluminada por el resplandor naranja, artificial, de la luces de la calle que se filtraba por las ventanas. Su hábito de escribir por las noches, cuando ni el teléfono ni los ruidos ni las visitas le interrumpían, le habían convertido una persona bastante solitaria, con los ritmos cambiados con respecto al resto de los mortales.

Al asomarse a su habitación vio, sobre la cama, dormida, a Sonia, su compañera. Su acompasada respiración y el abandono de la postura le indicaron que estaba profundamente inmersa en el sueño. Lógico. Se había acostado hacía ya varias horas. La contempló fascinado durante largo tiempo. Era preciosa, perfecta. También es esto había tenido suerte. Sonia era una persona maravillosa y una compañera ideal y así dormida, desnuda, indefensa, enmarcada en semisombra por la claridad de la ventana, se la veía como una diosa. Estaba profundamente enamorado de ella.

De hecho, sabía que sin ella, sin su constante apoyo y ánimo, sin su comprensión en las crisis creativas,  sin su sostén financiero en los primeros tiempos, sus ideas, capaces de sacarle de cualquier bloqueo, sin su humor, inteligencia e ingenio, que transformaba cualquier crisis en algo sin importancia, él sería otra persona. Quizás un fracasado amargado. Desde luego la amaba. Jamás había mirado con lujuria a otra mujer desde que Sonia entró en su vida. No lo había necesitado ni había sentido tentación alguna de hacerlo. Todavía ¿Todavía? Cada día más, era capaz de excitarle sexualmente hasta hacerle perder la razón. Juntos, lograban un entendimiento, una coordinación, que aderezaba por la imaginación y la variedad,  les hacía llevar una vida sexual que algunos podrían llegar a calificar de excesiva. Pero no hay nada excesivo, pensaba. Entre nosotros todo es natural y deseado.

Sin embargo tenía su pequeño secreto. Le encantaba mirarla desnuda mientras dormía. Pero no una contemplación artística y distante. Le gustaba acercarse lo más posible y acariciarla levemente, con la mayor suavidad posible, casi sin tocarla para impedir que se despertara. Se acercaba hasta tocar, con la punta de la lengua, en un etéreo roce, sus pechos, coronados por unos pezones oscuros que reaccionaban muy ligeramente al contacto. Amaba sentir su aroma y con cuidado, aspiraba cada unos de sus olores recorriendo su cuerpo, de parte a parte, desde el cabello hasta los pies, deteniéndose especialmente en su pubis, donde el ligero vello encrespado le proporcionaba la certeza de su feminidad con un maravilloso aroma a mujer. Si estilizada figura, llena de curvas, cuyo contorno dibujaba con la mano en una serie de sutiles caricias y siempre pendiente de no perturbar su sueño, le llevaba a una excitación, casi dolorosa, de la que indefectiblemente salía acariciándose en una masturbación silenciosa mientras la contemplaba y terminaba acariciando su perfecto culo. Se dormía a continuación,  satisfecho, pegando su cuerpo al de ella como un complemento perfecto acoplando su figura al dibujo que ella componía sobre las sábanas. Y daba las gracias por su existencia.

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