Archivo diario: 1 agosto 2009

Los inseguros golpes a la puerta…

Por N – Sonvak – Activo

Los inseguros golpes a la puerta anunciaban la llegada de una inesperada visita. Abrió la puerta y su corazón dió un vuelco cuando lo vió.

-¡¡Carlos!! Oh, Dios!, Carlos… -sus ojos se habían inundado de lágrimas mientras abrazaba a su hermano, al que hacía tanto tiempo que no tenía entre sus brazos o tan siquiera al alcance de su vista- ¿cómo es posible? ¿cómo?

No sabía como habían llegado hasta el sofá, pero allí se hallaban, sentados; él le agarraba las manos y la miraba fijamente a los ojos:

-Tengo que hablar contigo… Necesito comunicarme contigo… Es muy importante, ¿me entiendes? -su rostro denotaba ansiedad y urgencia- El tiempo se acaba… Ten cuidado, por favor, ten mucho cuidado…

*  *  *

Se despertó sobresaltada, irguiéndose repentinamente en la cama. El sueño había sido muy real. De hecho, todavía sentía la presencia de su querido hermano, como si estuviese allí, a su lado. Nada le gustaría más que tal cosa fuese posible… pero ya no lo era.

En el sueño él parecía preocupado por ella.

Desde hacía ya mucho tiempo, se había vuelto tremendamente escéptica… ¿Era posible que su subconsciente le estuviese avisando de que algo iba mal utilizando la imágen de su hermano para hacerlo?. Pero ¿qué podía ir mal? ¿de qué podía estar avisándola este sueño?.

De repente unos ruidos la pusieron alerta. Parecían provenir de la entrada. Era como si alguien estuviese intentando abrir la puerta. Y eso no era posible. Ella vivía sola. Cogió el móvil que tenía encima de la mesilla de noche y a oscuras avanzó por el pasillo, escuchando con atención. Los ruidos persistían y ahora sí estaba segura de que alguien estaba intentando entrar a la fuerza en su piso. Con el corazón en un puño, marcó el número de emergencias.

-Ayudénme, alguien está forzando la entrada de mi vivienda -apartó un momento el móvil de la oreja. Los ruídos ya no se oían. ¿Había o habían desistido? o ¿había o habían conseguido su objetivo?- por favor, dénse prisa.

Se le había formado un nudo de miedo en la garganta, igual a ese que en las pesadillas te impide gritar. Estaba paralizada, en medio del pasillo. Le parecía oír ruidos, pasos que intentaban ser disfrazados. Poco a poco, lo más sigilosamente que podía, fue retrocediendo de espaldas hacia su habitación. De repente, el pasillo parecía kilométrico y la seguridad relativa de su habitación, tremendamente lejana. Allí podría encerrarse bajo llave hasta que llegase la polícia.

Ni se atrevía a mirar hacia atrás, tan pendiente estaba de quien pudiese aparecer por delante, por eso fue una sorpresa cuando notó el marco de la puerta de su habitación bajo la palma de su mano. No dudó un instante en meterse dentro al tiempo que vislumbraba por el rabillo del ojo una sombra al principio del pasillo. ¡¡Dios mío!! había alguien en su piso. La certeza le hizo temblar la mano mientras intentaba cerrar la puerta con llave. Apenas lo había conseguido, cuando al otro lado alguien intentó abrirla.

-No te va a servir de nada… -era una voz grave, amenazante.

A continuación, un tremendo golpe hizo vibrar la puerta. Estaba intentando echarla abajo. Y la puerta no aguantaría mucho… ¿¿Dónde estaba la polícia?? ¿¿Cuánto hacía que los había llamado??.

Su vista se dirigió hacia la ventana, con la persiana bajada. Escapar por ahí era impensable; vivía en un sexto. Gritar tampoco le serviría de mucho, solo para ponerse aún más histérica y perder el control. Pensó en algo que le pudiese servir de arma para defenderse y su mirada pudo percibir en la penumbra el frasco de perfume sobre la coqueta. Se hizo con él en el mismo momento en que la puerta cedía bajo los golpes del intruso. Se dió la vuelta para enfrentarlo.

Próximo turno para: P – Montse – Activo

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No parece pero el gordo también se emociona.

Por: Daniela

Habían ido cayendo desde la mañana, por lo general uno a uno, como Martina, que había sido la primera –y no era raro, dado a que era profesora de Historia y podía leer el doble de palabras por minuto que una persona normal-; o a veces, habían llegado de a dos, como Victoria y el gordo. Ahora, bajo la luz del sol anaranjado que se colaba recortado por los ventanales, el pequeño pero ruidoso grupo de ocho personas picaba algo, y degustaba un delicioso vino recién abierto. El tema de la reunión no se agotaba. Y es que es obvio: cuando alguien hace algo tan polémico y emocionante como escribir un libro, se convierte automáticamente en el centro de atención. Y si a alguien como a Clara se le ocurría escribir sus memorias, ni hablemos.

—Ay, Clara, ¡si lo vieras!—reía Victoria en ese momento, casi volcando el espumante de su copa. — ¡Llorisqueando como una niña! ¡Fue increíble! Ni siquiera se puso así cuando nació Ezequiel…

—No parece, pero el gordo también se emociona—se mofó Andrés, y todos rieron. Aprovechando el momento de estridentes carcajadas mezcladas con las atropelladas excusas del gordo, rodeó a Clara con un brazo y la miró con dulzura. Estaba orgulloso, y se le notaba: los ojos le brillaban de una manera que resultaba agradablemente inusual. Como si recién hubiese nacido. O tal vez, como si recién hubiese entendido qué estaba haciendo él allí, durmiendo a su lado todas las noches. Le dio un beso breve y suave en los labios a la emergente autora, y ésta, tomada por sorpresa, los frunció un poco. Andrés se separó unos centímetros y, tras mirar alrededor y comprobar que sus amigos y sus hijos seguían burlándose del pobre gordo, le preguntó en voz baja qué pasaba.

Clara se removió incómoda en su asiento, y sin mirarlo respondió:

—Ya son casi las seis. Julián dijo que ella iba por las últimas páginas…

Mientras hablaba –era la primera vez que lo hacía en casi dos horas: se la había pasado sirviendo vino y queso y sonriendo a los halagos-, se había hecho silencio. Esto significó lo que justamente no quería que sucediera: todos la oyeron. Nadie dijo nada, sin embargo. Ni siquiera Andrés.

—Tienes que darle su tiempo, Clara—murmuró finalmente Martina. Los demás asintieron, nerviosos. Tras casi un minuto de ausencia casi total de sonido, el gordo preguntó, tal vez con voz demasiado alta:

—Entonces, ¿cuándo comienzas a editarlo?

Se retomó la conversación, aunque adquirió un tono bastante más tenso. A fin de cuentas, todos esperaban ansiosamente lo mismo.

Pero el timbre no sonó hasta casi una hora después. De hecho, el timbre no sonó nunca: lo que retumbó misteriosamente, como si el interior del lugar estuviese hueco, fueron los inseguros golpes a la puerta.

Próximo turno: N – Sonvak – Activo.

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