Por Aguaya
Ni me imaginé hace casi dos años, cuando abrí el primer blog, que esto del bloguerío me iba a dar tan fuerte… Lo que me pregunto y repregunto es, «¿¡cómo fue que no lo descubrí antes!?». La fiebre bloguera se ha metido en mi casa y no me suelta… Para bien, digo yo.
El primer blog que abrí fue uno para mi papá. Todavía el viejo me envía sus crónicas que subo al ciberespacio a los segundos de haberlas leído en mi buzón de correo electrónico. Se le ocurren cada cosas… Pero él nunca lo ha visto: no tiene acceso a Internet.
El blog mío vino después. Los primeros posts los escribí con un entusiasmo y una tensión tremendos. Revisaba cientos de veces cada palabra, le daba vueltas a la idea miles, miraba una y otra vez el producto final antes de dar click en publicar, y lo releía después otro millón de veces más para comprobar y verificar que todo había salido como yo quería. La cosecha era totalmente individual y me gustaba. Nada de presión: escribía cuando quería.
Hasta que llegó el primer comentario, y el segundo, y el tercero, y bloguear pasó de ser «escribir algo para mí y para alguien, si quiere leerlo» a » escribir algo para que lo lean los demás, me cuenten qué les parece, y a ver qué pasa». El cambio en el orden no fue premeditado, surgió espontáneamente, porque se derivó de las interacciones a raíz de esos comentarios. Y empecé a ser social, y fue creciendo poco a poco mi blogroll. Ajjj, cuán lindo al principio, aquel piensa como yo y aquella ha pasado por lo mismo hace unos días… Ohhh, qué frustrante el primer comentario negativo, decirme en mi cara que no está de acuerdo con lo que he escrito…
Curiosidad ante todo me llevó a leer los blogs de los que comentaban en el mío. Yo que siempre fui tan introvertida y de tan pocas palabras en la vida real, que me costaba hacer amigos y más aún iniciar una conversación en un grupo desconocido, me fui desinhibiendo y comentando en otros blogs con total soltura… en la vida virtual. Iba por la calle a veces imaginándome cómo serían las caras de esas personas con las que fui haciendo «amistad» con el paso de los posts, digo, de los días.
Las ideas blogueras empezaron a surgir, los intentos por encausar motivos y deseos comunes no se hicieron esperar, y el factor tiempo comenzó a hacer de las suyas: Ya no se trataba de escribir un post solamente sino que debía dedicarle tiempo a la búsqueda de nueva información, a la verificación de alguna noticia, a enterarme de cuál era el tema del momento, a inscribirme en redes sociales, a aprender sobre un nuevo tópico del que necesitaba escribir más a fondo, a visitar a otros blogueros, a comentar en otros blogs, a… ¿tiempo? ¿qué es eso?
La necesidad de compartir face-to-face toda esa actividad me empezó a perseguir en el metro, en la ducha, en la cocina mientras preparaba la comida. Así se me ocurrió lo del evento bloguero que, con no pocos tropiezos, se pudo celebrar fuera de mi país, de ese mismo del que escribía en muchos de mis posts y al que extrañaba tanto. No sólo yo.
Qué hacer para divulgar a otros vino después. Así empecé con un blog para niños donde eran ellos los que «publicaban» y los que tenían la palabra. Ah, quién fuera niña otra vez… Y la fiebre siguió con un sitio web para reunir trabajos blogueros que ayudaran a conocer mejor todo este mundo en el que estaba metida, y bien metida. Tanto fue así que me faltaban datos, quería conocer más los por qués de los porqueses, y por eso la fiebre no hizo más que subir: una encuesta bloguera me daría la clave, me explicaría más o menos cómo eran esos bloggers y por qué blogueaban. ¿Cómo yo? ¿Con los mismos intereses y usando las mismas herramientas?
Colaborar en otros blogs, como éste donde escribo ahora, también fue un paso muy interesante. Ya el público era otro, los temas también y, lo mejor de todo, las nuevas ideas ebullendo en un rincón, esperando por el tiempo que cada vez crece más en negativo. Con esto de los blogs habrá que extender quizá nuestro vocabulario: claro que no es lo mismo «escribir un post en 2 días» que «escribir un post en -2 días», jijijiji.
Y qué suerte que yo tengo acceso a Internet. En mi país de origen ese no es el caso. Por eso ayudar a otros fue el siguiente escalón a subir. Es lindo poder apadrinar blogs de personas que quieren su voz se oiga en el mundo y que no pueden lograrlo por sus propios medios. Y yo estoy contentísima de poder hacerlo, sin que sea necesario que otros sepan que yo estoy detrás de esos blogs cubanos…
Pero lo mejor de todo lo que me ha pasado en estos casi dos años no ha sido poder expresarme libremente, ni escribir en varios blogs, ni pensar y concretar numerosas ideas blogueras, ni aprender y estar más informada que antes de ser blogger, ni hacer muchos nuevos amigos virtuales… sino ¡conocer a algunos de ellos personalmente! Ya pasan de 10 y entre ellos está Yoani Sánchez, la bloguera cubana más conocida quizá. Y espero en un futuro sean más de 20, más de 50, más de 100…
Cuando pienso en los blogs ya no pienso que tengo varios sino que ellos me tienen a mí. No me sueltan, ni yo quiero. Sueño con ellos, son parte de mí. Me hace bien esa fiebre. Soy feliz.