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No volvería a pisar aquel lugar en mi vida

No volvería a pisar aquel lugar en mi vida. Lo tenía muy claro. La culpa la tenía la maldita curiosidad, esa que ha dejado tantos gatos muertos a lo largo de su camino.

Y es que todo comenzó así. Habíamos oído hablar de esos locales donde el sexo se desviaba por peliagudos senderos dejando al amor aparcado en la entrada de los mismos. El tema nos daba morbo y nos sentíamos seguros de lo que sentíamos el uno por el otro, así que nos dijimos ¿por qué no ir?… solo para ver… solo para estudiar el ambiente… Y eso hicimos.

Había una oferta de entrada gratuíta para parejas los jueves. Era un chalet y estaba situado a las afueras de un pueblo vecino. Llegar no fue fácil, pero fue más fácil que decidirnos a entrar cuando lo tuvimos delante. Yo me sentía como una cría mirando una antigua mansión que dentro puede esconder fantasmas o también mágicos tesoros. Pudieron los mágicos tesoros y, agarrados de la mano, cruzamos el umbral hacia un reino desconocido, pero sospechado.

Cuando entramos, un relaciones publicas nos hizo una visita guía, enseñándonos las instalaciones y hablándonos de todas las posibilidades al alcance de nuestras manos. Nos aseguró que podríamos tener lo que quisiéramos teniendo en cuenta que éramos una atractiva pareja, por no mencionar lo de novatos, cosa que daría mucho morbo a los más veteranos.

Decidimos que nos quedaríamos en el disco-bar, tomando una copa y observando el ambiente. Al fin y al cabo, eso era lo único que pretendíamos hacer: observar.

La decoración era similar a la de cualquier pub. Varias mesas con sofás tapizados en una imitación de cuero rojo. Al fondo una especie de escenario, con la particularidad de contar con una cama redonda encima de él.

El camarero que nos atendió llevaba su torso desnudo. Nos dio la bienvenida al local antes de preguntarnos que deseábamos tomar. Mientras esperábamos las bebidas, observamos las distintas personas a nuestro alrededor: varias parejas de distintas edades que nos contemplaban con curiosidad y dos hombres solitarios que nos miraban especulativamente… sobretodo a mi.

Nos miramos y nos dio la risa, probablemente a causa de los nervios o quizá la excitación. Nuestras manos seguían enlazadas como si tuviésemos miedo a perdernos si llegaban a separarse. Nos besamos. Nos excitaba el estar en aquel local «prohibido». Creo que nos sentíamos traviesos.

Se nos había informado como funcionaba el tema. Las miradas insistentes de los otros clientes significaban que estaban interesados en conocernos. De repente, una de las parejas se levantó de su mesa y se dirigió a la nuestra. Ambos eran guapos y probablemente experimentados, con lo cual no era de extrañar que se atreviesen a entrarnos sin que nosotros hubiésemos correspondido a sus miradas. Por otra parte, si se atrevían a todo lo que se atrevían, ¿de qué coño me extrañaba yo?.

-¿Os importa si nos sentamos a charlar un rato? -la que habló fue la chica, una de esas chicas que yo me habría quedado mirando en la calle con admiración.

Nosotros nos miramos.

A la chica le dio la risa.

-No tengáis miedo. Solo tenemos ganas de conoceros. Se nota que sois nuevos en esto y sentimos curiosidad como seguro que vosotros también la sentís.

Les dejamos sentarse. Tras las presentaciones comenzó el interrogatorio. Mientras hablábamos yo los observaba con atención. La ropa de ella era sexy sin resultar ofensiva. Era guapa, morena, de ojos oscuros y una linda sonrisa coronada por hoyuelos. Él era moreno, de ojos claros y sonrisa ladeada. Si bien ella parecía llevar la voz cantante, yo tenía la sensación de que el que movía los hilos era él.

La conversación era agradable y divertida y la bebida bajaba con facilidad. La chica parecía claramente interesada en nosotros mientras que él parecía más reservado, cuidadoso. Probablemente sabía que cualquier movimiento en falso por parte de ellos nos espantaría y nos haría salir corriendo.

Ella propuso salir a bailar a la pista, al lado del escenario y eso hicimos. La música tenía un ritmo sensual y los movimientos de aquella chica resultaban hipnotizantes. Por mis venas, alcohol y adrenalina revolucionaban mi sangre y me hacían sentir atrevida. Creo que a mi pareja le sucedía igual.

La chica parecía coquetear conmigo y los chicos no nos quitaban los ojos de encima mientras bailábamos.

-No te gustaría hacer algo provocador y dejar a tu chico con los ojos como platos?

Yo la miré sorprendida.

-A qué te refieres?

-Me gustas. Eres muy sensual. -Me miraba a los ojos y a los labios- Me gustaría besarte. Alguna vez has besado a una mujer?.

En otro momento, aquello de alguna forma me habría escandalizado, pero en ese momento, su pregunta solo produjo un efecto en mi: excitación.

Debí contestarle con los ojos, pues no recuerdo que palabra alguna saliera de mis labios, solo sé que sus labios entreabiertos se posaron con suavidad sobre los míos. Se separó y me miró. Yo miré a mi chico y ella se dio cuenta. Se acercó a él, puso una mano sobre su pecho mientras le decía algo al oído. Él contestó algo. Después ella se volvió hacia mi.

-Ha dado su permiso para que te bese… si tú lo deseas.

Volví a mirar a mi chico. La curiosidad bailaba en sus ojos, enlazada con el deseo. Realmente deseaba besarlo más a él, pero ¿por qué no regalarle una imagen para sus fantasías?. La miré, la sujeté por la nuca y la besé. La besé con todo el deseo que sentía por el dueño de aquellos ojos que seguro ahora me estaban mirando. Con aquel beso, mas que excitarla a ella, quería excitarlo a él. La boca de aquella mujer me resultaba distinta a la de los hombres. Más blanda. Más suave. Más dulce. El beso estaba bien… pero desde luego, no tan bien como besar a mi hombre, como sentir la dureza de su lengua asaltando la mía.

Acabé el beso y me encontré con los ojos sorprendidos de la chica.

-Caray… sí que sabes besar.

Me dio la risa. Me moría por besar a mi chico.

-Dime una cosa… ¿me dejarías bailar con tu chico?

-Vale… pero primero tengo que hacer una cosa -esa cosa era besarlo.

Y lo besé como si fuese el último beso. Lo besé con la sed del sediento en medio del desierto. Lo besé como si su boca fuese mi salvavidas y el mar me quisiera tragar. Su deseo estaba a la altura del mío. La pasión de su respuesta no defraudaba a la necesidad que crecía a pasos agigantados por todo mi cuerpo.

Después me aparté para cederle el paso a ella. Aquel baile fue una tortura. Ver como las manos de ella acariciaban su pecho, subían por su cuello y sus dedos le acariciaban las orejas, mientras su cuerpo realizaba su sensual danza… era demasiado para mi.

-Me temo que no soporto ver como toqueteas a mi chico -fue lo que le dije cuando me acerqué para poner punto y final a aquel baile. Cogí a mi chico de la mano y lo guié fuera de la pista- Vámonos, porque si no lo hacemos me temo que te haré el amor sobre la cama redonda de ese escenario.

No fue en aquella cama redonda. Fue en el asiento trasero del coche y sin tan siquiera haberlo movido de aquel aparcamiento. Daba igual. Sentía la necesidad de poseerlo inmediatamente; de hacerlo mío; de inventarme la seguridad de que nadie me lo arrebataría; de borrar de mi mente la sospecha de que probablemente él había sentido deseo por ella. Quería borrar de mi mente la seguridad de que aunque no quisiese volver a aquel lugar, probablemente lo haría.

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Placeres prohíbidos

Disfrutamos hoy en día en España, como en el resto del mundo, de nuevos placeres, aficiones, perversiones o…, no sabría como definirlo, que pueden resultar de lo más sorprendente o chocante, pero que cada vez tienen más adeptos.

La primera vez que leí sobre estos temas (y es que internet es una fuente de sabiduría :P) me quedé «flipada», totalmente sorprendida y sin saber que pensar, claro que en mi es normal no saber que pensar si ese pensamiento tiene que suponer un enjuiciamiento moral. No me gusta juzgar de buenas a primeras y sin conocimiento de causa. No me gusta cerrar mi mente en sus ideas, pues ello sería el camino hacia la ignorancia.

Hablo concretamente de la moda «swinger» y sus derivados. Me imagino que la mayoría ya sabéis de qué va el tema. Ahora existen unos locales, llamados «Club Swinger», donde lo más habitual es que acudan parejas a intercambiar pareja con otras parejas. Otra opción es el famoso trío: una pareja busca en estos locales a un@ tercer@ para dar lugar a la fantasía. Como opción más suave, los hay que solo buscan observar y ser observados mientras realizan el acto sexual. Algo un poquito más fuerte, son las camas redondas donde todo Dios se tira a toda Diosa. Algunos también tienen la discoteca donde puedes puedes tomarte algo totalmente desnudo, mientras disfrutas de la música y lo que se «tercie». En fin… todo un mundo de placeres al alcance del que quiera disfrutarlos, eso sí, hay que decir que si eres hombre soltero lo tienes más difícil que si eres mujer soltera (parece ser que las mujeres están más solicitadas :P).

Hace unos años, conocí a una pareja inmersa en estos placeres. Ambos jóvenes, no tenían ni 30 años, y yo que llevaba los 30 bien pasados me sentí una auténtica ignorante de la vida. Según nos contaban sus experiencias, yo alucinaba más y más… y a ellos les partía de risa mi cara de asombro. Llegué a sentirme como una anciana que ya no sabe de que va la vida. Dijeron que comenzaron poco a poco en el mundillo (no sé como demonios dieron con el mundillo, porque yo con su edad era de lo más inocente) por un interés común. A causa de ese interés, conocieron a una pareja que les sirvió de guía en el mapa de la swingermanía. De todo lo que contaron, una de las imágenes generada por sus palabras quedó grabada en mi mente: ella tumbada con cinco tíos disfrutando de su cuerpo, de los cuales, ninguno era su pareja. Se habían metido en una habitación de las que hay para compartir sexo en grupo. Estaban desnudos. Como quien no quiere la cosa todo comenzó, y cuando se dio cuenta eran diez manos las que tocaban su cuerpo por todas partes, eran cinco bocas con sus cinco lenguas las que la besaban y lamían… vamos, cinco de todo. Me comentó que uno de los hombres no le gustaba, le doblaba la edad y le parecía un baboso… pero aún así permitió que formara parte del quinteto de varones dándose el festín.

Fuerte. Realmente me pareció muy fuerte.

Todo esto me hizo darle vueltas a la cabeza. Te planteas hasta que punto está uno reprimido o hasta que punto algo puede considerarse una perversión. Te preguntas si el hecho de que te escandalices es a causa de tu educación, no ya familiar, sino sociocultural.

Por otra parte y dejando a un lado la moralidad, está claro que aquí los celos no tienen cabida. No hay infidelidad, sino el compartir el gusto por el erotismo, la sensualidad y la sexualidad. También es cierto que la mayoría de las parejas ya llevan años juntos y lo que buscan es ampliar un repertorio sexual que con el tiempo se ha vuelto monótono.

No sé. Realmente no sé que pensar. El tema en plan fantasía puede tener su morbo, pero en plan realidad me parece peliagudo; peligroso como jugar con fuego.

Así que dime, ¿te va el sexo liberal?

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