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Me da miedo

Me da miedo perderte. Despertarme y no contemplar tus ojos mirándome. Estirar mi brazo para comprobar que tus manos no están, que tu cuerpo no está, que tú no estás.

Me da miedo perderte. No volver a sentirte, ni que nuestras almas se unan en una sola.

Me da miedo perderte. Que la pasión que nos envuelve haya desaparecido. Que ese mundo maravilloso y feliz se desvanezca en el tiempo.

Me da miedo perderte. No sentir tus labios en mi boca besándome. No sentir tus manos recorriendo todo mi cuerpo.

Me da miedo perderte. Que dejes de amarme y notar la indiferencia en el silencio. Sentir ese dolor que llega a desgarrar.

Me da miedo perderte. No escucahr como me deseas, como me quieres. No oir tu voz llamándome para que te abrace y te proteja.

Me da miedo perderte. Sufrir tu ausencia y ese vacio eterno que jamás podría cubrir ni en mil años.

Me da miedo perderte mi cielo amor, me da miedo perderte.

Gorio

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No iba a querer vivir sin él

Su cabeza era un torbellino que la estaba torturando.

¿Cuántas horas habían pasado desde que él la llamó? No lo recordaba, un mundo, seguro, porque había tenido tiempo de atesorar cada  minuto de felicidad, cada discusión, cada reencuentro, cada reconciliación, pero no encontró nada que la hiciera suponer que acabaría así.

Le oyó hablar pero ya no comprendía las palabras. No registraba ni una sola de las explicaciones que él intentaba hacerle llegar.

Con lentitud colgó el teléfono y cuando escuchó que él había colgado también, dejó el teléfono incomunicado. No quería escucharle de nuevo. No quería escuchar a nadie.

Su cerebro empezó a jugar con ella. Le enseñó cada error cometido. Cada fallida concesión por miedo a perderle.

Ahora veía claro que él había ido alejándose de ella, pasito a pasito. Lentamente. En silencio. Como para que ella no notara su partida, sin embargo ella había ido llenando esos huecos, con estúpidas auto-explicaciones, que la libraban de enfrentarse a algo que debería haber visto con la misma claridad meridiana que ahora tenía frente a sí.

No podía paralizar el devenir de imágenes que la tenían que haber alertado de lo que se avecinaba, como podía haber pasado por alto tanto y tanto.

Necesitaba que la cabeza se quedara vacía, que no perpetuara tanto dolor, tanta angustia, tanto sinsabor.

Pensó en llamar a alguien para desahogarse sin embargo no sería más que la letra triste de un tango lo que podría contar. Había vivido en un mundo aparte, alejada de la realidad que rodeaba aquella relación y rememorarlo no haría más que aumentar aquella desazón que la iba retorciendo las entrañas.

Se sirvió un whisky. Se lo bebió de un trago y con asco. No la gustaba pero estaba segura que aquello aliviaría o mitigaría el dolor ya que el recuerdo era imposible de paralizar.

Siguió bebiendo hasta que prácticamente no distinguía si lo que ingería era la copa o sus propias lágrimas que inundaban sus ojos y que resultaban imposibles de contener. Nunca había llorado tan amargamente y en silencio. Era un dolor que la estaba carcomiendo.

Pasaban las horas y no podía superar ese sufrimiento que se fue convirtiendo en un horror.

Cavilaba que sería de su vida, como sería capaz de levantarse por la mañana y haría todas esas tareas cotidianas, desde ducharse hasta comer o dormir.

Había puesto todo su empeño. No, no valía la pena engañarse. No había puesto todo su empeño, había malinterpretado los signos y había falseado la realidad hasta conseguir desnaturilazarla a su antojo, pero eso no había servido más que para trasladarla, mucho más rápido de lo que habría querido, a este final. A esta hecatombe.

Se dirigió al baño,  abrió el agua caliente. No añadió ni tan siquiera un poco de gel. Quería adormecerse en el agua y no pensar. Necesitaba con premura que la cabeza no siguiera enviándola imágenes que, en este momento, la llenaban de ansiedad y angustia. No quería entrar en pánico, tenía que evitar a toda costa que su mente se cerrara de tal manera que fuera imposible encontrarle sentido a su vida.

Después de ingerir varios sedantes, pocos, empezó  a notar como su cuerpo se iba ralentizando. Le costaba moverse con cierta soltura. Con la ingesta, consiguió que algunas escenas desaparecieran y dieran paso al vacío. Ahí encontró la fuerza y la solución,  a partes iguales.

Una vez en el agua que la cubría casi por completo, el cutter hizo el resto.

Al tiempo que el agua se teñía de rojo, ella seguía con una frase grabada a fuego en su cabeza: No iba a querer vivir sin él, sin embargo él había empezado otra vida sin ella.

Vio como rebosaba el agua por la bañera pero ya le resultaba imposible mantener los ojos abiertos. Oía lejanamente el chapoteo del agua que se precipitaba fuera. Y quiso no pensar en él. No lo merecía, pero aquella última vez que hicieron el amor, aquella vez que él se mostró tan frío, tan silencioso no abandonó su cabeza hasta el mismo momento que la vida terminó.

Exactamente el mismo momento en que la policía entraba en su casa y ratificaban que no había nada que hacer por su vida.

 

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