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Antes de que las uñas se me rompieran

Con catorce años cumplidos, con mucho que desear de la vida, José se dirigió aquella mañana a la escuela. Era el primer día de clases, ahora en tercero de secundaria. Deseaba con todo su ser que ahora sí pudiera cambiar su vida para siempre.  Nunca había tenido novia y lo deseaba, más que nada porque muchos de sus amigos ya tenían y el se sentía de alguna manera frustrado. Quería saber que se siente besar, acariciar, amar. Se había enamorado sí. Pero no como para arriesgarse a enfrentar el hecho con la chica de la cual estaba enamorado. De hecho, le tenia pavor, eso de las relaciones sociales no eran para él.

Aquella mañana, llegó puntual a la escuela, mientras que daban el toque, conversaba con sus compañeros, cuando de repente la miró. Era la niña más hermosa que jamás había visto, pelo negro, ojos grandes y negros, piel blanca, de una estatura un poquito menor a la de él. “Un ángel” se dijo para sí mismo. Ella posó sus ojos también en él, con una mirada coqueta, le sonrió y se dio la vuelta. Su corazón palpitaba a mil por hora. Se dirigió a los sanitarios, aun el temblor de sus manos se podía mirar, estaba nervioso, una chica lo había mirado con coquetería, no sabía que significaba aquello, pero de seguro que era algo bueno. Se lavó las manos, pero por el temblor que tenía en ellas, se le resbalaron y se le rompió una uña con la llave del lavabo.

Sangraba aún cuando llegó al salón, la uña se había roto desde muy abajo. Le dolía. Pero sabía lo que significaba aquello. Al ver su herida recordaría la primera vez que la vio.

Pasaron los días, poco a poco se acercaba a charlar con la chica de la mirada dulce, le encantaba, su sonrisa, su voz, su cabello, en fin, una diosa. Su nombre: Cristina.

Por las noches soñaba con ella, cuando por fin podía dormir, porque se la pasaba despierto hasta ya muy entradas las horas.

Ella era hija del director de la escuela, un hombre muy duro y estricto, no permitía que su hija tuviera amigos y mucho menos novios, apenas tenia trece años, era una niña.

Aún así, José y Cristina se hicieron novios cuatro meses después de haberse conocido. Eso era lo mejor que le había pasado a él, se sentía feliz. Cuando el padre de ella se enteró, puso el grito en el cielo y desaprobó desde el primer momento aquella relación, aunque no podía hacer mucho.

Alejandro, un compañero de salón de José, quien era mucho mayor que él pues había reprobado varias veces, tenía dieciocho años y era todo lo contrario que él. Drogadicto, vago, acostumbrado a hacer lo que se le venia en mente y a su cabeza llegó Cristina. Obsesionado con ella, la acosaba, le decía que la quería, que si no era de él no seria de nadie más.

Mientras tanto, Cristina y José se miraban casi todas las tardes en el parque que estaba cerca de la escuela y a tres cuadras de la casa de ella. Una pareja fabulosa, tierna, en verdad se amaban demasiado. El podría dar la vida por ella si hubiera sido preciso, ella por su parte también lo hubiera hecho por él. Al fin, José sabía lo que era amar, lo que era sentir un beso, al recordar si alguna vez se había enamorado, ahora podía estar seguro de que lo que había sentido antes no era amor. Porque lo que ahora sentía, eso si era amar. Sentía que se moría si estuviera separado de ella un segundo, que si ella faltaba el no iba a saber que hacer.

Tierna, amorosa, risueña, inteligente, creativa, deseosa de vivir. Cristina tenía muchas ganas de conocer el mar, estaba segura que los cuentos de hadas si eran reales, porque sentía que había encontrado a su príncipe azul. Cuando se les llegaba la hora de volver a casa, como a las siete de la noche, él solo la encaminaba dos cuadras, la última no se atrevía por miedo a que él papá de ella los mirará y la castigara, al fin y al cabo su casa estaba al dar vuelta a la esquina, no sin antes pasar por un terreno baldío que siempre estaba a oscuras, pero José se quedaba observándola hasta que daba la vuelta.

En la escuela todo iba muy bien, de no ser por Alejandro que cada vez que se cruzaba con Cristina la acosaba, en una de esas José la trató de defender y recibió una paliza, sus uñas se le rompieron, su boca, pero eso para el en lugar de pesarle era como un trofeo, era la seña de que la amaba demasiado.

Aquella tarde del mes de agosto, casi un año de que se habían conocido seis meses de novios cumplían. Estaban felices, se quedaron de ver en el parque de siempre. Se acostaron en el pasto y observaron el cielo, las nubes.

-“Me gustaría tocar las  nubes” – dijo Cristina con esa sonrisita tierna que la distinguía de todas las demás.

-Solo cierra los ojos y las tendrás en tus manos – contestó José acariciandole el mentón y dándole un beso en la mejilla.

Cristina se percató de las uñas rotas y le preguntó que si le dolían.

–          Sí claro, me duelen, pero eso me recuerda que te amo. De hecho, te amo desde antes de que las uñas se me rompieran o más bien dicho que me las rompieran – rieron a carcajadas.

Esa tarde la conversación abarcó de todos los temas, del problema que tenían con Alejandro, de las clases, de ellos, sabían que José terminaría ya la secundaria y se tendría que ir muy lejos. Se prometieron jamás olvidarse y jamás dejarse.

Pasaron las horas sin darse cuenta, era una noche especial, una noche romántica, como para observar las estrellas, el cielo, todo lo que rodeaba.

Cuando se dieron cuenta eran ya las once. Corrieron apresurados. Pero el no se atrevió a acompañarla mas allá de donde siempre lo hacia, la observó que dio la vuelta  y después de un ratito se dirigió a su casa.

Llegó y encontró a todos dormidos, le rogó a dios que a ella no le hubieran regañado.  Se dirigió a su cuarto y se acostó. No podía dormir, se sentía extraño, feliz, enamorado. “La amo” se dijo. Cuando estaba a punto de cerrar los ojos sonó el teléfono. Corrió a contestar ya que era el único despierto.

-“¿Sí? Hola” – dijo la voz del otro lado del auricular. Era la voz del papá de Cristina, de seguro llamaba para regañarlo porque la había dejado ir tan tarde.

-“Hola señor, ¿Qué pasa? ¿Cristina está bien? – preguntó José nervioso.

– “Eso es lo que quiero saber yo, quiero saber donde tienes a mi hija porque ya son las dos de la mañana y no ha llegado” – sintió que las piernas se le doblaban, el corazón le latía a mil por hora.

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…y así acabó la cosa como acabó

… Y así acabó la cosa como acabó! eso es lo que pensó Lorena, es que ¡ no podía acabar de otra manera!  pero os relato desde el principio.
Era 15 de octubre de 2007, Lorena estaba muy contenta porque la habían admitido por fin en el curso gratuito de Diseño de páginas Web, que se impartía en Cultura, era su primer día y como cualquier primer día en algún sitio iba un poco a la expectativa, deseando conocer a sus compañeros y al profesor, que dicho sea de paso le habían dicho que estaba de toma pan y moja, aunque era un poco serio. Llegó la hora de entrar en clase, a las 9 AM casi todos los alumnos esperaban a poder pasar a clase, y llegó él, un joven apuesto, con aspecto informal y casco de motero en mano. Sin más preámbulo se presentó a la clase y al ir pasando lista cada uno se iba presentando un poco, al principio todo normal, le llegó el turno a Lorena y se presentó como pudo, casi no cruzó mirada con el profesor. La clase el primer día transcurrió de lo más normal, entrega de materiales, plan de estudios, duración del mismo, lo normal en estos casos. A la hora del desayuno, 11,00 AM todos se fueron juntos a desayunar, allí, las chicas intercambiaron impresiones y como no, salió el tema «profesor».
– A mí no me cae mal, pues a mí me parece un estirado, en fin, para gustos, colores.

Lorena en esta ocasión no opinó, pero cuando decían algo negativo de él, sus ojos casi la delataban y no podía evitar ponerse un pelín a la defensiva y a punto de saltar, pero llegaron las 11,30 AM, hora de volver a clase y Lorena se sintió aliviada.
Los días fueron transcurriendo con total normalidad, pero Lorena no podía quitárselo de la cabeza. Estaban a punto de dar las vacaciones de Navidad y se organizó una comida, el viernes día 21 de diciembre era el día. Lorena se preparó como nunca, se levantó a las 7,00 AM y se puso como si fuera a una fiesta aunque metió en el bolso todo lo necesario para el retoque final, porque la comida sería después de las clases, las clases terminaban a las 2,,00 AM y la comida era en un restaurante media hora después. Ese día se salía un cuarto de hora antes, el profesor dijo que si alguien con coche lo podía llevar, porque ese día no había traído la moto, por aquello de la bebida, Lorena, disimulando un poco comentó:
– Yo traigo el coche y no bebo, si quieres te llevo, dame diez minutos y nos vamos.
El profesor asintió.
Lorena salió corriendo al baño con sus potingues y se terminó de acicalar, estaba radiante, volvió a por el profesor y sus miradas se cruzaron de una forma especial.
Él le dijo: – Lorena estás guapísima.
Ella le contestó, casi sin voz: – Gracias Joaquín.
Se fueron a la comida y en la mesa se pusieron juntos, estuvieron bromeando y sólo participaron de la fiesta a la hora del intercambio de regalos «del amigo invisible», que previamente se había sorteado.
La comida se alargó hasta las 6, los compañeros se fueron yendo y Joaquín le preguntó a Lorena, si se íban a tomar algo, a lo que ella dijo que sí.
Se fueron a un pub cercano y allí estuvieron más de 2 horas, a medida que íban charlando descubrían que tenían muchas cosas en común, les gustaba la misma música, el mismo tipo de cine, observar las estrellas, los viajes, les apasionaba el mundo de Internet…. Casi sin darse cuenta llegó la hora de despedirse y Lorena lo llevó a casa y se despidieron con un beso en la mejilla, un poco mas largo de lo normal, deseándose felices fiestas y con la promesa de salir una noche a ver las estrellas, (Joaquín entendía mucho del mundo astronómico)…
Pasaron las fiestas y llegó el 7 de enero, hora de reanudar las clases, a Lorena le palpitaba el corazón más de lo habitual y estaba deseando que dieran las nueve para llegar a clase.
La clase empezó con normalidad, pero un rato antes de la hora del desayuno Lorena estaba haciendo un ejercicio sobre algo que había explicado y le surgió una duda y llamó a Joaquín que se acercó a su mesa a resolvérsela y aprovechó para decirle si quería desayunar con él en vez de con el grupo, a lo que Lorena después de pensarlo 2 segundos le dijo que sí, y llegada la hora salieron como si tal cosa para que nadie los viera juntos y se fueron a otro bar en vez del habitual, en el que estaban todos los compañeros.
Allí Joaquín le dijo que las vacaciones se la habían hecho muy largas y ella le preguntó que por qué. Él mirándola a los ojos y con los suyos brillantes le confesó que porque la había echado mucho de menos y ella, aprovechando la coyuntura le dijo lo mismo. En los ojos, miradas y comportamiento de ambos se podía palpar el deseo que uno sentía por el otro y las ganas que tenían de estar juntos, a solas y lejos que aquel sitio para dejarse llevar por sus más íntimos deseos.
Volvieron a clase y ambos no querían, ni podían mirarse delante de los compañeros, ambos pensaban que notarían que algo les ocurría. Al cabo de unos días Lorena recibió un correo que la dejó perpleja. El correo, por supuesto era de Joaquín y la instaba a quedar el próximo sábado a las 9,30 de la noche en el camino Magallanes y de allí se irían juntos para ver las estrellas, a lo que ella sin dudarlo accedió.
Los días se hicieron interminables, hasta que por fin llegó el sábado en la tarde en el que Lorena puso una excusa en casa de que iba a estudiar con una compañera y que volvería tarde y se arregló para el encuentro.
Lorena se fue al sitio donde habían quedado y allí ya la esperaba su amigo profesor, a éste le sudaban las manos y tenía una mirada de deseo sin igual, ella pronto supo que pocas estrellas iban a ver. Cuando llegaron al sitio donde se suponía íban a ver las estrellas, ambos se subieron en la parte trasera del coche de Lorena sin mediar palabra y allí, ávidos de deseo y de contacto mutuo se quitaron la ropa apresuradamente, su pene estaba bien erecto, él la besó, primero en la boca, después en el cuello, bajó y se detuvo en sus senos chupándolos, su lengua jugaba con sus pezones…, eso la excitaba sobremanera, introdujo su nariz en su clítoris… queriendo abrir camino, movió su lengua en círculos bebiéndose todo su ser… Lorena tenía la mente en blanco y sólo gemía…
Entonces tocó y besó sus piernas desenfrenadamente y se colocó en el centro. Empujó despacio para meterse y de pronto ya estaba dentro… empujaba una y otra vez… entraba y salía de ella con mucho cuidado de no lastimarla…
Él murmuró «eres mía» y a ella le encantó… ¡¡¡Como te extrañé… como te deseaba!!! Se movía como nunca nadie lo había hecho dentro de ella… la hizo sentir como nunca y como nadie… hasta que por fin en un grito de pasión se vaciaron por completo.

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¡Fijaos cómo quedó el pobre coche!

La noche fue inolvidable en todos los sentidos Lorena vio otro tipo de estrellas y Joaquín la aurora boreal, aunque no era ni el sitio ni la época para verla. Cuando yacían cansados y sudorosos recostados en los asientos Joaquín le dijo a Lorena:
– Lorena: Estoy casado. Ella que también lo estaba le contestó, sinceramente cariño, me importa un bledo.

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