El hombre propone y Dios dispone me dijo mi padre. Eran las tres de la tarde, estábamos en el campo queriendo cazar un conejo. Hacía mucho calor. Pero mi padre era terco, de esos chapeados a la antigua, conservaba unas tradiciones un poco extremas y raras, pero sobre todo pasadas de moda.
Una cosa es que te propongas a hacer algo y otra cosa que dios quiera que se realice. Por eso no se había acercado ningún conejo. Era la hora exacta, dijo mi padre. Pero entonces ¿Por qué no hemos visto ninguno?
No puedo olvidar esa tarde, es uno de los traumas más fuertes de mi niñez, apenas tan solo tenía seis años.
Cansados de esperar, de pronto se movió algo entre los matorrales, mi padre me hizo una seña para que no me moviera. Con su escopeta, apuntó a la dirección donde unas grandes orejas sobre salían de entre una malva. Mi padre disparó y el conejo cayó. Ahí estaba, tirado, ensangrentado, pero aun moviéndose.
-“Trae esa piedra”- me dijo mi padre. Yo corriendo fui y se la llevé. Se la daba en la mano, pero me dijo –“Dale tú en la cabeza y mátalo”-. Sentí mis intestinos retorcerse, temblaba. –“’ ¡Apúrale que no tengo todo el día!”-. A como pude me acerqué y entonces con todas mis fuerzas le di en la cabeza. El pobre conejo solo lanzó un chillido muy fuerte y murió.
Odié a mi padre por hacerme matarlo.