Cuando era joven, más joven que ahora quiero decir, a la tierna edad de 22 años mis amigos y yo descubrimos un entretenimiento para las noches de farra.
La nueva gracia consistía en que al primero que abandonara la barra del bar donde estábamos matándonos a copas, sufriría lo que por aquel entonces llamamos “barricadas”. Consistia en hacerse putadas de todo tipo.
Las había inmovilizantes. Alguien se iba a casa, se dormía y durante su pesado sueño alcohólico 2 ó 3 de nosotros entrábamos en su habitación y le poníamos todo tipo de cosas encima de la cama en un equilibrio inestable: sillas, cojines, libros, cintas de música, por supuesto toda la ropa del armario, zapatillas y algún plato con comida. Cualquier movimiento desmoronaría todo sobre el durmiente.
Las había acuáticas. Si era verano, te levantabas por la mañana, salías al jardín con tu taza de café, tu periódico y tu resaca y : ¿ dónde están la mesa y las sillas que había aquí ayer? En el fondo del mar..matarile, rile, rile. Todo el mobiliario de jardín de tu casa estaba en el fondo de la piscina perfectamente colocado para una merienda de sirenas. Era horrible meterse a sacarlo todo antes de que tus padres se dieran cuenta.
Las había que incluían algún tipo de acto un poquito vandálico. Despertabas por la mañana y en la puerta de tu casa había un cocinero de esos de cartón de los restaurantes con un perfecto menú escrito en tiza: gamusinos al hinojo y patas de peces salteadas con whisky. Lo más importante en estos casos era deshacerse del cocinero antes de que levantara sospechas en tus padres y en el dueño del restaurante que lo buscaba frenéticamente por todo el pueblo.
Las mejores sin embargo eran las desconcertantes. Barricadas que te dejaban descolocado y sin saber muy bien qué hacer.
Alguien se iba a dormir con toda la borrachera, se hundía en un sueño profundo y cuando se despertaba le habíamos cambiado todos los muebles de sitio en la habitación. Todo estaba colocado en el mismo sitio pero al revés..como si le hubieran dado la vuelta a la habitación. Despertabas y sí, reconocías el sitio pero algo raro había y no sabías muy bien qué era. Por supuesto siempre entraba tu madre y te decía:¿ SE PUEDE SABER A QUÉ TE DEDICAS CON LOS MUEBLES?..y pensabas..madre mía…es eso..estos cabrones me han dado la vuelta a la habitación.
Otra muy buena y qué sufrí en mis propias carnes, fue un día que salía a las 6 de la mañana de casa de un noviete que tenía por entonces, dispuesta a pirarme a mi casa y cuando abrí la puerta me encontré con mi coche perfectamente envuelto con un gran lazo rojo. Un paquete enorme de papel de periódico, las ruedas y todo completamente forrado. Me pasé 2 horas quitando papeles.
Éramos unos vándalos. Espero que mis hijas no lean esto.