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Ya no me vuelve a gritar

Por Montse

¡Ya no me vuelve a gritar ninguno!  Y, mucho menos, ponerme en apuros.

Menos mal que se acaba esta insufrible etapa en la que he tenido que soportar, con la ayuda de mi equipo médico habitual encabezado por un prestigioso psiquiatra y un psicólogo de renombre, el  devenir de constantes frases malintencionadas para ponerme en un constante aprieto.

A mí, a la mayor de todos ellos, a la respetable, que no respetada por ellos, abuela de “El Bloggercedario”, se me ha involucrado en todo tipo de situaciones embarazosas que me han abocado a tomar derroteros en mi vida que jamás imaginé.

Mis amistades, todas ellas pertenecientes a grandes linajes de toda Europa y América, han tenido que soportar bochornosas escenas en algún cóctel importantísimo, cuando un imprudente y talludo Sr. Aspective, se abalanzó sobre mí, con intenciones poco claras y una líbido extremadamente desaforada, lo que provocó un desasosiego importante en mi salud psíquica, por no hablar de mi reputación, intachable hasta ese momento.

No contenta con este capítulo, la Srta. Sonvak, por llamarla de alguna manera, osó utilizar mi imagen –claro que todo ello se verá en los Tribunales en su debido momento- y buen nombre, para crear una saga en sus únicas novelas publicadas con éxito. Habiéndose atrevido, incluso, a asistir a esos bochornosos programas que trufan la parrilla televisiva de todas las cadenas, privadas y públicas, para debatir en corrillos de vocingleras pseudo periodistas, acerca de mi vida privada.

Para más inri, el que debería haber impuesto respeto a los demás, Don Sito, o Don Codeblue, -permítaseme decir que si casa de dos puertas mala es de guardar, hombre de dos nombres malo es de fiar- se ha auto concedido la licencia de abochornarme abiertamente utilizando mi título en algunos comentarios, vejándolo, cuando mí título: Marquesa del Pan Pringao, es un título que junto con el de Alba, Fernán Núñez, Infantazgo, Medinaceli, etcétera, ostenta Grandeza de España, y, por derecho propio, está representado en el Consejo de la Diputación Permanente de la Grandeza de España, donde hace meses que no puedo aparecer para no verme soliviantada por las simples miradas de los otros representantes, conocedores de toda esta historia,  falsa y burda, montada en torno a mi persona.

En su momento, reuní a mis asesores para ver qué medidas eran más aconsejables para frenar dicha afrenta, ya que el carácter internacional de “El Bloggercedario”, precisaba de una mesa de expertos de varios países que dilucidaran los pasos a seguir para limpiar mi buen nombre, manchado con el único interés de conseguir una efímera y pueril fama. Su primer consejo fue que debía seguir aquí, al pie del cañón para no esconder la cara, demostrando que ante la adversidad y la falacia, yo no iba a doblegarme, al contrario.

Por su parte, ellos intentarían, desde fuera, conseguir que de una vez por todas, se acabaran las historias de Elpidio y Chencho, que por maravillosas, pudieron empañar mi categoría como escritora. ¿Qué pretendía Alejandro Marticorena?  ¡El es un auténtico profesional¡ Seguro que quería hundirme. Debe saber que mis relaciones con Cristina Fernández de Kirchner carecen de fluidez y me castiga por ello.

Apareció Lino, y demostró que tiene talento, y lo que es mejor, juventud y ganas de aprender. Se va Suki, estupenda escritora y aparece uno que quiere comerse el mundo. Y mientras tanto yo aguantando el chaparrón.

José Luis, que ha sido capaz de introducir economía, política y sociedad en clave de humor, con esa socarronería gallega que es inimitable, y sin pedirme permiso.

Daniela, uruguaya que, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, no tuvo reparos en “marchar sobre Madrid”. Pudiéndose quedar quietecita en su casa, arremetió en mi ciudad para que la mofa fuera pública y notoria. En la memoria tendré esas imágenes mientras viva.

Y qué decir de Gorio. ¡El súmmum! Publicó en “Diario Bloggero” una supuesta entrevista conmigo, absolutamente falsa –aunque la precisión es obvia pero quiero dejar bien claro que la querella criminal está presentada- en la que incluso se me incrimina en la presunta comisión de otros delitos.

Me ruborizo aún cuando recuerdo la cantidad de veces que tuve que repetir, hasta la saciedad, que no tenía nada que ver con el título de un relato de Lustorgan, “La Tortillera del Año”, llegando a tener que contratar a tres telefonistas para que atendieran múltiples llamadas de todas partes del mundo y a todas las horas del día para desmentir dicho rumor. Bien es sabido que  mi condición sexual nunca se puso en duda hasta que este señor dejó caer ese embuste soez y chabacano.

Quiero dejar claro que en mi vida nadie ha podido ver mi dedo corazón, como aseguró la Srta. Sara, Sarinha para sus conocidos, en alto, enseñándoselo al Sr. Gorio. Mi exquisita educación no me lo permitiría, ni tampoco mi artrosis, para que nos vamos a engañar. A pesar de los múltiples tratamientos a los que me someto para el cuidado de mis maravillosas manos, me es imposible repetir ese gesto, ni aún queriendo, por lo que dicha señorita se verá las caras con el bufete que me representa, en los Tribunales de Justicia, para que no vuelva a lanzar bulos sobre mi persona y la colocación de mis dedos.

Y terminaré este somero repaso con la Srta. 8Sandra que, en ocasiones, para destacar sobre mí y sabiendo mi escaso o nulo interés por escribir en verso, ha aprovechado el vacío que he dejado en ese campo, para publicar alguna que otra poesía, que no voy a catalogar –doctores tiene la Iglesia y muchos más la Seguridad Social- con un único objetivo: sobresalir.

En cuanto al resto de los integrantes, en mayor o menor medida, han contribuido a dicho escarnio con el silencio, con la aquiescencia y el beneplácito que se puede leer en sus comentarios.

Bien, al fin ha llegado el momento. Mi equipo de asesores ha conseguido acabar con esta etapa de “El Bloggercedario”, con no poco esfuerzo y empeño.  Ahora vendrá la siguiente y estaré ojo avizor para que todos estos desaguisados no se vuelvan a repetir.

Quiero prevenirles que no voy a consentir desmanes, ni escritos sublimes, ni poesías espléndidas.  Ni hablar de escándalos en fiestas privadas, ni “deshabillés” en las oficinas de esta casa. Aquí se viene bien vestido y no se desnuda uno. Si hace calor se sube el aire acondicionado. Y, ni  hablar de camas redondas, mesas redondas, o cualquier otro mueble que se pueda redondear para dicho uso. He dicho.

“El Bloggercedario” no será sinónimo de depravación.

Próximo turno: Q – Sara – Activo

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Hasta el año que viene no volvería a ocurrir algo semejante

Por: K – Alejandro Marticorena


LunaLa niña rubia de grandes ojos azules ajustó el aumento de sus binoculares de modo de poder contemplar el acontecimiento astronómico en forma acorde con la importancia que tenía el evento.

Un hecho que  había logrado reunir, en la planicie de pastos largos y lacios como cabellos, a no menos de un par de millares de habitantes de la aldea a la que llamaban Burkha, un pueblito perdido tras los montes orientales de esa ignota región que ni aún los mapas más detallados consignaban.

Hasta el año que viene no volvería a ocurrir algo semejante. Los astrónomos lo habían vaticinado así. Teniendo esto en mente, Arkana ajustó luego, moviéndose con la agilidad de un felino, el trípode sobre la base de piedra que siglos atrás (se decía) había servido como sitio de sacrificios de civilizaciones milenarias.

Ya era prácticamente de noche cuando, por fin, el espectáculo que les brindaría la bóveda celeste comenzó. Alguien gritó algo y señaló hacia el este. El silencio fue creciendo conforme los asistentes comenzaban a advertir que el «show» que el cielo les ofrecería esa noche había comenzado.

Todavía no era momento para contemplar el evento en toda su magnificencia, pero Arkana era pequeña aún y no sabía esperar. Pegó sus hermosos ojos a los lentes de sus binoculares y sonrió. La luz que entraba por el dispositivo óptico iluminó de un color blanquecino sus azules ojos inmensos.

Los padres de Arkana, de pie a pocos pasos de ella, sonrieron ante su avidez. Se miraron, y pensaron que algún día sería astrónoma, como aquellos que con sus anuncios habían logrado congregar la atención de la mayoría de los habitantes de un perdido pueblito detrás de las montañas.

Media hora después, el espectáculo estaba en su esplendor. El padre de Arkana llamó a su hija. Ella había estado absorta en los detalles que podían verse gracias a los enormes binoculares y se estaba perdiendo la imagen de conjunto.

«Que la parte nunca te impida ver el todo«, le había dicho más de una vez. Y ésta era una de esas ocasiones.

Arkana se acercó a sus padres y contempló, por primera vez en su vida, algo que el cielo sólo les regalaría esa noche y otra, un año más tarde, y que luego tardaría varias vidas en repetirse.

Las tres lunas, amarillentas y redondas como ojos desesperadamente abiertos, formaban una línea recta vertical perfecta, a unos 30 grados en elevación desde el horizonte.

La del centro dejaba ver sus tenues pero definidos anillos, inclinados a unos 45 grados, muy parecidos a los que Arkana había visto en imágenes tomadas por la sonda espacial Dhakma, que el año anterior se había acercado a uno de los gigantescos planetas del sistema solar vecino, a cuatro años luz de allí.

Arkana pensó en los planetas que la sonda había descubierto. Pensó en el tercero contando desde la estrella en torno a la que orbitaban y en las especulaciones sobre la posibilidad de que hubiera vida allí, ya que –por su coloración azulada– parecía indiscutible la presencia de agua en abundantes cantidades. Pensó en cómo serían, de existir, las formas de vida de ese lejano e ignoto planeta.

Y pensó, además, en lo vacías y aburridas que se verían las noches desde un planeta que sólo poseía una única luna.

Próximo turno: M – Daniela – Activo

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El poder corrompe

«El poder corrompe«.

El candidato a presidente del club universitario leyó el reverso de su propia tarjeta personal de presentación con un dejo de sorpresa. La letra era clara, armónica, abundante en curvas. Parecía escrita por alguien con carácter frontal. Tenía algo de femenino, aunque no se hubiera podido asegurar si la frase había sido escrita necesariamente por una mujer.

Pensó quién le habría dejado esa tarjeta, en qué momento, cómo. Su oficina permanecía cerrada cuando no estaba y él era el único que tenía llave.

«El poder corrompe«.

Leyó varias veces la frase. No acertaba a adivinar quién podría haber dejado esa tarjeta ahí, aunque más lo inquietaba el comprobar que la oficina no era tan segura como el viejo Zabala le había asegurado.

Estaba módicamente molesto. Si bien no utilizaba la oficina para guardar nada de valor ni nada que contuviera información confidencial, ciertamente era un inconveniente comprobar que alguien más tenía llave pese a que dos días antes había hecho cambiar la cerradura o que, de cualquier forma, habían logrado violarla.

«El poder corrompe«.

La frase era taxativa, lapidaria. Su asertividad no dejaba lugar a dudas. El candidato no podía evitar sentir su tono implícitamente acusador, su espíritu casi amenazante, la sensación de sentirse observado por unos ojos anónimos pero presentes.

El candidato había hecho de las promesas de saneamiento económico y moral, y de lucha contra la corrupción en cualquiera de sus formas, los ejes de su campaña. Estaba sinceramente resuelto a terminar con esas rémoras, que tanto mal, decía, habían hecho en la confianza de los afiliados a la institución.

Pensó, simplemente, que la maniobra sería autoría de alguien del grupo de sus opositores. No le gustaba, sin embargo, la modalidad. Había como algo fuera de lugar, fuera de tono en el tipo de acción elegida. Como si la intensidad del mensaje y su espíritu amenazante no correspondieran a su verdadera posición ni relevancia, aún como candidato a la presidencia del club de una universidad de renombre internacional.

Hastiado de darle vueltas a la situación, resolvió dos cosas. Primero, intensificar los controles y la vigilancia. Alguien había logrado entrar a su despacho y dejar una de sus propias tarjetas de presentación con un mensaje escrito en el reverso. Eso no podía suceder otra vez. Segundo, romper la tarjeta en dos.

Los dos trozos cayeron dentro del cesto de la basura, mezclándose con papeles arrugados y servilletas sucias. La mañana transcurrió sin otros sobresaltos. Luego, salió y apagó la luz.

Nadie pudo verlo, pero ambos pedazos de la tarjeta brillaban débilmente en la oscuridad.

Veinte años más tarde, el ahora candidato a presidente de la nación enfrentaba serias acusaciones de sus opositores de haber recibido contribuciones económicas de sectores non-sanctos y de haber favorecido, durante su anterior gestión como diputado, contratos con empresas muy cuestionadas por grupos ecologistas. El tema había tomado estado público en los medios masivos de comunicación y sus posibilidades de ganar las elecciones estaban seriamente amenazadas.

El candidato entró a su oficina y descubrió, sobre su escritorio, una antigua tarjeta personal suya rota en dos pedazos. Tomó uno y lo volteó. Se leía «rrompe.» En el otro, «El poder co«.

Fue lo último que vio antes del paro cardiorrespiratorio que se lo llevó de este mundo.

Nadie encontró ninguna tarjeta rota junto a su cuerpo.

L – Juan Diego Polo – Activo

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