Las oportunidades que malogras no vuelven. Quizás se presenten otras, nuevas, distintas, incluso tal vez mejores. Pero la desaprovechada, esa en concreto, ya está perdida. Te puedes arrepentir, tirar de los pelos, maldecir en ruso, llorar, patalear, o invocar a cualquier dios, da igual, no vuelve. Y, además, es posible que ni siquiera te hayas dado cuenta de que estés desaprovechando esa opción, que creas que ese camino va a seguir abierto durante más tiempo o que ni siquiera seas consciente de que ahí hay un camino.
Sea cual sea la causa, el resultado es que has dejado marchar algo, alguien, que tiempo después, con otras circunstancias, otros conocimientos y distintas sensibilidades, se revela como la opción que querrías haber cogido, la que por la razón que fuere se convierte en el tren que crees que tendrías que haber tomado y solo viste pasar por delante, sin subirte a él.
Hace tiempo conocí a una mujer. Su nombre, que hasta ese momento me había parecido un nombre insulso, se convirtió en el más sonoro y hermoso: Ana. La conocí a través de la red, pues ambos manteníamos sendos blogs y éramos aficionados a escribir. A través de estos medios electrónico-mágicos, tomamos contacto a través del correo. Amables, simpáticos, y cada vez más frecuentes. Llegaron a ser cuasi obsesivos. En una noche, y con los emails saltando en los móviles, podíamos llegar a intercambiar más de doscientos correos. Sí, doscientos. Chats, teléfono, post “cifrados” con referencias cruzadas, que pensábamos ininteligibles para todos los demás, y más chats, mails, teléfono… desarrollamos sueños imposibles, ilusiones hermosas pero vanas, vivencias compartidas, de futuro y de pasado, que nunca fueron y nunca serían, pero que nos acercaban, nos hacían sentirnos juntos. Sabíamos que todo era imposible. Las circunstancias personales de ambos hacían que esa historia fuese nada más que una novela. Del color que se quiera, pero ficción al fin.
Hasta que, a pesar de las dificultades de horarios, conseguimos encontrarnos cara a cara. Una mañana, con tiempos robados y algunas mentiras, conseguimos vernos. Ni el sitio, ni las circunstancias eran idóneas y además, los nervios, mis nervios, estuvieron a punto de jugarnos una mala pasada. Pero pese a mi torpeza y en la escasa hora de que habíamos dispuesto, superamos la prueba de las feromonas, del “face to face”, y nos concedimos un segundo encuentro.
También, siempre, con ratos de escasos minutos robados a base de excusas y mentiras, nos vimos una segunda vez. Una fría mañana, en un público parque, nos miramos, hablamos, nos besamos… y comenzamos a echarnos de menos. Nuestra particular historia continuó con breves y apasionadísimos encuentros, siempre como adolescentes, tanto por el sito, en un triste coche, como por la ilusión irracional, la pasión, y la desesperanza de la incertidumbre.
Al fin, tras unas complicadas historias, montajes y demás funambulismos, logramos encontrar el momento y el lugar para hacer el amor. Esperado con ansia, con ilusión, con enormes ganas por fin llegó el día. A fuer de ser sinceros, y como en casi todas las primeras veces, aquello no fue lo que podríamos llamar un gran éxito. La excitación, los nervios, el desconocimiento del otro, las ganas de que todo fuera bien trabajaron en contra de un éxito fulminante, y además, la orquesta contratada para tocar la banda sonora adecuada, como en las mejores películas de Hollywood, no se presentó. Allí sólo estábamos nosotros con nuestras ganas y nuestros nervios,
Pero al menos fue lo suficientemente bien como para querer repetir. La historia con teléfono, chat, mails iba in crescendo y aún sabiendo que el final sólo podría ser un gran batacazo, creíamos que aquello merecía la pena de ser vivido. Logramos encontrar un segundo hueco, una segunda oportunidad y como todo, al final llegó el día. Pero, ay, cuando la vida tiene otros planes da igual lo que tú prefieras. Un terremoto en mi vida dio al traste con esa oportunidad y me hizo desaparecer del radar durante una temporada, ocupado en graves asuntos. A ella, la situación la llenó de incomodidad y quizás, de remordimiento. No lo sé. Cuando, al fin, tiempo después, pude, supe intentar retomar nuestra relación, esta había fallecido de inanición. Ana me lo certificó en dos educados mails, que aún hoy día guardo, y a los que no supe reaccionar de la forma adecuada. Poco después, o poco antes, mi silla fue ocupada por otras posaderas y la comunicación cesó pese a mis pesados esfuerzos por revivirla. Se había acabado. Del todo.
Hoy, un par de años después, no ha vuelto a existir ningún contacto. Leo sus escritos, me siguen encantando, continúo admirándola, y me pregunto una y otra vez si pude, si debí hacer las cosas de otra manera. Desconozco si hubiese habido una forma mejor de gestionar aquel terremoto, si… Bueno, muchos sies. Pero el final es el vacío. Y como toda historia inconclusa, cortada de raíz cuando aún estaba creciendo, te deja un hueco, incómodo, triste, al que vuelves muchas veces, muchas noches de soledad, añorando lo que pudo haber sido y no fue.
Si supiera qué hacer hoy, o como volver el tiempo atrás para reescribir la historia, probablemente lo haría a pesar de saber, de seguir sabiendo, que el final sería inevitable. Más tarde, más tiempo, pero inevitable. De todas las historias, de todas mis historias, esta, sin final aunque acabada, es la que me ha causado mayor desasosiego. Querría poder revivirla y reconducirla, repetirla, inventarla de nuevo. Pero es evidente, tristemente, imposible.
Wow, vaya historia amigo, la verdad es que yo mismo he sentido una fuerte desazón y ahora que estoy más enamorado que nunca me muero si me pasa algo así, voy a cuidar mi relación como nunca y a animarte a no perder la esperanza, yo seguiría probando, sin agobios, sin acosos pero demostrándole que si algún día quiere pierdes tus huesos por ella. Utiliza tu verbo, que es una de tus mejores armas, y no me refiero a que lo utilices para conquistarla, simplemente utilízalo para sincerarte y que ella pueda ver en tus ojos el arrepentimiento y la incomodidad de la situación que viviste y que dio al traste con vuestra preciosa relación, ánimo Aspec!!!
Pero chiqullo, no le dijiste nada de tu terremoto? diossss ella hubiera entendido, te hubiera esperado, yo te habría esperado, fijo!!
Aquí estoy con el moco caído leyéndote, me encantó, me encanta. Enhorabuena de verdad. Un beso.
Bueno… ficción o realidad? porque yo tengo la duda, ya que eres tan bueno escribiendo, que este relato podía ser perfectamente ambas opciones.
Un placer leerte.
Besos.