Archivo diario: 3 julio 2010

Doce hombres sin piedad

Tras ejercer un golpe en la mesa con el martillo de madera, el juez Dickson pronunció la, para él, repetitiva frase: “Visto para sentencia”. Acompañados por el alguacil, todos los miembros del jurado se adentraron en una pequeña sala que, una vez traspasada por su último componente, inmediatamente quedó cerrada. Una larga mesa, con cinco sillas apostadas en cada uno de sus laterales más otras dos en ambas cabeceras, se encontraba ya predispuesta con el mismo número de cuadernos. Como si fuese una predicción sobre la dificultad de la decisión a tomar, los cuadernos se hallaban acompañados de unos simples lapiceros que incluían, en su parte superior, una pequeña goma de borrar. En uno de los extremos de la habitación la única puerta de la sala, excepto por la que se habían adentrado a la misma, conducía a un pequeño cuarto de baño totalmente equipado aunque, en el lugar de la bañera se había optado por ubicar una simple ducha. Una ventana que, nada más traspasar el alféizar, curiosamente estaba enrejada. Era la única salida hacia el exterior, si por exterior pudiera considerarse el patio interior del edificio que allí se mostraba. A su izquierda, vistiendo uno de los rincones de la habitación, un mueble aparador daba cobijo a dos cafeteras así como al resto del servicio suficiente para su elaboración y degustación.

La primera decisión que tuvieron que tomar era la de nombrar presidente del jurado. Aunque simple, empezaron las primeras discusiones acerca de si debía ser una votación secreta o no. Después, si tenían que escribir el nombre de cada uno de ellos en las papeletas o simplemente un número, ya previamente asignado en función de su orden de colocación en la mesa. Y la tercera, sin que todavía las dos anteriores hubiesen sido resueltas, lo fue consecuencia del absurdo acaloramiento de las intrascendentes decisiones. Así es como, el número 6, sacó un pitillo que no logró encender ante la protesta del número 10. Decidieron, esta vez por simple y escasa mayoría, y a cara descubierta, que se podría fumar. Quizá fuese el efecto placebo del ya consistente humo que pululaba en la habitación pero, cierto es, que encontraron rápidamente solución a los anteriores dilemas y, es así que, las papeletas reflejaron que el número 3 fuese nombrado presidente.

El brutal asesinato de Jimmy, un pequeño de tan solo seis años y que previamente sufrió violación sexual, había escandalizado a buena parte de la opinión pública. Desde el primer instante las sospechas apuntaron a Tobías Hindle, un grandullón de raza negra que no había desarrollado sus facultades en relación a su edad. Sin embargo Tobías, nunca había hecho mal a nadie. Es verdad que se le veía muy a menudo, en el parque, cerca de los niños; jugaba con ellos no solo por mera distracción sino, más bien, porque él era un niño embutido en un cuerpo grande. Las madres de los pequeños lo apreciaban y, en esa continua vigilancia que se efectúa al mismo tiempo que departes con las amigas sentada en uno de los bancos del parque, observaban como Tobías ayudaba a los pequeños a deslizarse por el tobogán, único sitio en el que él, por su gran cuerpo, no podía utilizar.

Aquella tarde Tobías decidió acercarse al parque Larrigton. Tan solo debía atravesar la avenida Stanford y allí aparecía a su vista el mejor parque de la ciudad. Frondosos árboles salteados en una inmensa pradera verde, con césped bien cuidado. En su centro, un pequeño lago en el que plácidamente se deslizaban por sus aguas unos bellos cisnes blancos acompañados por un buen número de patos de diferentes plumajes. Se encaminó al lugar de juego de los más pequeños para, también él, disfrutar en su compañía de los columpios y toboganes. Sin embargo, la inmediata respuesta de las madres allí congregadas una vez se dieron cuenta que Tobías jugaba con los niños, fue elocuente. Había traspasado el límite de lo permitido. La avenida Stanford era la línea que dividía la ciudad según el color de la piel de sus ocupantes. Tobías no era bienvenido allí y, aún cuando el pequeño Jimmy insistía tirando de la mano de Tobías para que continuara el juego con él, debió de marcharse raudo ante la súbita aparición de un pequeño revólver sacado de uno de los bolsos de una madre.

A la mañana siguiente la noticia sobre la violación y asesinato de Jimmy produjo la inmediata detención de Tobías por la policía. Tanto es así que, suerte tuvo Tobías que el primero en llegar fuese el jefe de policía pues, pocos minutos más tarde, un buen gentío rodeaba la casa de Tobías apreciándose claramente como, en su mayoría, iban fuertemente armados.

La reunión no se hizo esperar. Alrededor de una hoguera los pitillos se consumían al mismo ritmo que las brasas siendo así que hasta difícil se hacía diferenciar el humo del tabaco del producido por la propia leña. Las túnicas blancas que envolvían los cuerpos de los asistentes fueron recompuestas añadiendo a las mismas un estilizado capirote blanco. Entre la maraña de gente surgió el definitivo grito de guerra: “Justicia para Jimmy”. El todopoderoso Ku Klux Klan había hecho acto de presencia y Tobías había sido el elegido.

( Continuará…. )

JOSE MANUEL BELTRAN

6 comentarios

Archivado bajo José Manuel Beltrán

El blogueador

La casa se encontraba envuelta en una penumbra misteriosa y atemorizante, los espectros se regocijaban de manera orgásmica ante tal ambiente. La familia no tenía tan buena cara; se encontraban desconcertados ante tal actitud. – ¡Nada le importa! Nos tiene aquí sufriendo sin que le importe ni un demonio-.

Xotchil, su mujer, a diferencia del resto de la estirpe, se mantenía callada. Ya había pasado por esto cientos de veces y sabía como lidiar con ello. Por supuesto no le gustaba la manera en que el los ignoraba ¿Pero acaso quedaba otra alternativa? No abría la boca ni para comer… ¡en 3 días!

Irma, su hija, fue la única que se atrevió, debido a su desesperación, a quebrantar las reglas y entrar a la habitación principal. Un ambiente lleno de humo, gracias a las enormes cantidades de cigarros que fueron suprimidos de manera demente, dificultaba la visión a tales magnitudes que estuvo cerca de caerse 2 veces, tropezando con libros, ropas y demás trastes viejos que se encontraban decorando el suelo de la habitación.

Entonces lo vio: Acurrucado a su bolígrafo, empedernido escritor, con el rostro desfigurado por el terrible desgaste de 3 días sin comer ni dormir, solo escribir. Le gritó, pero el no la escuchó. La visión de su padre, haciendo aquello que tantas satisfacciones económicas le habían traído a la familia, fue excitante. Un impulso eléctrico fue recorriendo todo el escultural cuerpo de la hija del escritor. Tuvo que salir corriendo, la impresión era tal que nunca quiso volver a ver un solo libro en su vida.

A eso de las 3 de la madrugada del día 4, el salió de sus aposentos. Pulcro como nadie, son una sola ojera, ni signos visibles de tal desgaste, una sonrisa le cruzaba como rió su rostro. Se limitó a pronunciar únicamente 3 palabras: Ya esta listo. Todos lo comprendieron, su post para el blogguercerdario, por fin, lo había terminado.

*Una disculpa a los lectores y blogguers de el blogguercedario. Por motivos de fuerza mayor no logré escribir nada para el tema pasado. Les ruego, me disculpen.

2 comentarios

Archivado bajo José de la Cruz