Un beso enorme para todas ellas

El día amaneció triste. Las nubes, aparentemente más bajas de lo normal, escondían en su interior tal revoltijo de gases que hacían presagiar una estruendosa tormenta. Sin embargo, mirando la frondosa arboleda, visible desde cualquier habitación, la placidez era total. El Dios Eolo se había concedido un descanso, quizás, temiendo la previsible tempestad.

El reloj no marcaba más allá de las nueve de la mañana. La operación había sido preparada con total pulcritud y meticulosidad. Llevaban ya muchos meses recogiendo datos, que inicialmente fueron sólo sospechas, y por ello la vigilancia a la residencia se había ampliado las veinticuatro horas del día. El juez, siendo realmente escéptico ante la multitud de pruebas aportadas, finalmente consignó su firma en el dichoso papel. Se autorizaba un registro total, y todos los empleados debían ser cuidadosamente apartados para que no pudiesen mostrar coincidencia en sus declaraciones, consecuencia de preacuerdo entre ellos. Era el día ideal pues, todos los dirigentes habían acudido la noche anterior a  una fiesta que, periódicamente, ellos mismos organizaban para la captación de más miembros.

Patricia no pudo pegar ojo durante toda la noche. Sabía que era la máxima responsable de todo el operativo aún cuando esa no era su verdadera preocupación. Su mente se había anclado, ya hace mucho tiempo, cuando de la noche a la mañana su madre desapareció. Los resultados obtenidos tras una intensa búsqueda que, en muchas ocasiones, sobrepasaban sus obligaciones profesionales habían sido decepcionantes. Y así, durante siete largos años. Esta vez su intuición le decía que no fallaría pero, cada vuelta de almohada era un nuevo recordatorio de anteriores operaciones fallidas.

Cada uno de los agentes se encontraba en la posición, ya previamente acordada. El recinto estaba fuertemente custodiado por cámaras de seguridad y perros que, con sólo mirarlos, a uno le entraba pánico. Por medio de unas estupendas piezas de carne, a las que se había inyectado un potente calmante, los caninos adormecían plácidamente sobre el césped. Mientras, sin tener que cortar los cables, se había manipulado electrónicamente la señal  que enviaban las cámaras a la sala de control.

El asalto fue rápido, tanto es así que la mayoría de los empleados se encontraban todavía en la cama, en muchos casos, compartida por hasta cuatro y cinco personas totalmente desnudas. Las órdenes se cumplieron a rajatabla. Mientras, el registro del resto de las dependencias se hacía cada vez más repugnante.

Las paredes de las habitaciones se encontraban cubiertas de un incipiente moho. En el suelo un pequeño agujero, abierto a base de descontrolados golpes de maza, hacía las veces de letrina. Los colchones, de goma-espuma, ofrecían innumerables huecos donde los ratones buscaban refugio. Unos viejos cuencos, todos ellos ennegrecidos, resultaban ser el soporte para lo que nadie podría llamar alimento, máxime cuando las moscas pululaban por ellos como las abejas en su colmena.

Uno tras otro, los habitantes maltrechos eran sacados de sus escondites con suma delicadeza. Estaban dispuestas unas camillas así como tres ambulancias, pero resultaron netamente insuficientes. Las puertas mostraban sus cerraduras oxidadas. No se habían utilizado en mucho tiempo, y razón tenían, pues para nada eran necesarias llaves. Los grilletes sujetos a la pared cumplían perfectamente su misión.

Al final del pasillo de una de las esquinas del complejo residencial, una de las habitaciones tenía la puerta totalmente abierta. De su interior salía un lánguido susurro; vacilante, Patricia se encaminó hacia su interior. Al frente de una ventana, sentada sobre una mecedora, una mujer desaliñada ofrecía sus brazos al aire que, al superponerse, asemejaban la silueta de un nido. De su garganta, salía una cariñosa y dulce melodía. Era una nana. Patricia quiso reconocerla pero no estaba lo suficiente cerca. Avanzó unos pasos y, de forma más clara, escuchó

“Ea, ea, ….

Mi niña duerme.

Ea, ea,…

El sueño le vence.

Ea, ea, …

Susurra el viento.

Ea, ea, ….

Mamá te quiere.

Al levantar los cabellos alborotados que cubrían toda la cara de la mujer, Patricia, que había entrado enmudecida a la habitación, sólo pudo decir: “Mamá……”.

JOSE MANUEL BELTRAN

PD.- En homenaje a todas las madres, abuelas, tatas y, en general, a todos los seres que, cantando una simple nana, nos demuestran que son muchos los momentos inolvidables para recordarlos siempre. Un beso enorme para todas ellas.

12 comentarios

Archivado bajo José Manuel Beltrán

12 Respuestas a “Un beso enorme para todas ellas

  1. Pingback: Bitacoras.com

  2. Magnífico relato, ciudadano Beltrán.

  3. A pesar del paso del tiempo nunca olvidamos aquellas melodías que un día nos transportaron al mundo de los sueños.
    Cuando no hay futuro en nuestras mentes, aflora el pasado, y es ahí cuando resueña esas dulces palabras repletas de sentimientos.
    Gracias por esa preciosa dedicatoria.
    Besitos ciudadano cariñoso.

  4. Hola Nieves,
    Muchas gracias por tu, siempre, fiel comentario. Espero te haya gustado.
    Un reiterado besazo, ciudadana

    Hola Nuria,
    Efectivamente, la inspiración sobre la frase propuesta me acercó a la idea del relato. Me ha gustado mucho tu frase: «…cuando no hay futuro en nuestras mentes, aflora el pasado..». Un pasado que, irremediablemente nos acerca a sentirnos como en la niñez.
    Otro reiterado besazo, ciudadana compañera.

  5. Muy buen relato, José Manuel. A mí nunca me cantaron una nana, y si lo hicieron, estaba demasiado dormida como para recordarlo. Así que cuando el Hip Hop llegó a mi vida se clavó hondo.
    Un abrazo!

  6. Yo les digo buenas noches y les doy besos a mis hijos…nanas no les canto porque ya son un poco mayores, jajajajaj

    Excelente relato ciudadano..

    Un abrazo.

  7. uFFFF… escalofriante… Me recuerda a las novelas de Mary Higgins Clark, una de mis escritoras favoritas… Y es que tienes un talento de la leche 😀

    Realmente muy bueno!!! Un besazo!!

  8. Hola Sara,
    Seguro que al ser tan buena te dormías antes de acabar la nana, por eso no te acuerdas. Ahora bien, si tú eres capaz de cantarlas en hip-hop, seguro que quién las reciba nunca las olvidará.
    Muchas gracias ciudadana por tu comentario. Un besazo.

    Hola Goyo,
    Si es que ya eres un carroza cuarentón jajaja., aunque ese corazón romanticón no me negará que otrora lo hizo. ¡Anda, reconócelo.. carroza!
    Un abrazo ciudadano. Gracias por tu aportación.

  9. Hola Sonvak,
    Me vas a sacar los colores, ciudadana artista. O sea, que te he hecho pasar frio??? jajaja. Espero que no. Ya sabes que soy la oveja negra que se salta las reglas de Sito, bueno o que las interpreta de otra forma. Es que yo soy muy malo subiendo videos del you-tube
    Un besazo ciudadana. Gracias por tu comentario.

  10. Que relato tan triste y a la vez tan lindo, ciudadano.

  11. Hola Daniela,
    Muchas gracias por tus palabras, siempre cariñosas conmigo.
    Llevas razón, el relato tiene una carga de tristeza muy fuerte y, aún así, me alegro que te haya gustado.
    Un besazo ciudadana

  12. Obsi

    Muy bueno Jose. Muy triste, muy humano, muy real en el fondo y yo estoy convencida de que aunque la memoria y la lucidez se cuelen por las rendijas del tiempo, hay momentos o sensaciones que no pueden olvidarse. Desafortunadamente no sé si la ciencia avanzará para poder saberlo algún día y aportar un poco de calma y paz a las personas que tienen algún familiar enfermo. Mientras no suceda yo quiero pensar que es así.
    Abrazos.

Deja un comentario