Hoy he ido a recoger mis pruebas médicas después de varios días de espera. Sin rodeos y con una voz hueca el médico me lo ha soltado. Tres días, ha dicho. Me quedan tres días de vida.
Durante cinco minutos eternos me he quedado en blanco, paralizada, con el bolso en la mano y los ojos cerrados. En ese tiempo he decidido que nada de listas de lo que me queda por hacer, nada de llamadas, nada de preparativos ni despedidas. Indagar en lo que he hecho o dejado de hacer, para qué, a quién puede importarle y quién puede entenderlo. Me miro en el espejo. Ni una pizca de arrepentimiento. Cada vez más convencida, pienso que voy a pasar mis últimas setenta y dos horas egoístamente. Desaparecida.
Voy al banco, cancelo todas mis cuentas y me dirijo a generar la máxima cantidad de endorfinas que sea posible. Masaje general terapéutico bañada en aceite de vetiver y sándalo con un toque de vainilla, manos de dios griego y sesión de chocolaterapia con música de Bach de fondo para hacerme una idea de lo que es morir plácidamente. Tengo un cutis impoluto y la piel más suave de todo el universo. Sonrío.Precioso cadáver el mío.
Estoy en Paris. Recorro la Avenue Montaigne como si fuera el camino hacia mi casa y después de dejarme un pastón, salgo de Jimmy Choo y Chloé, cargadita de bolsas y encantada de haberme conocido. Vestida Sibylla me teletransporto lista para entrar en Townhouse y tomarme un Ruby Tuesday, o dos, o lo que se tercie.
Anochece y rapto al Sr. X .Lo amordazo y mal atado lo atesoro con cuidado en el maletero de mi Mercedes Benz SLR MacLaren Rodaste azul cobalto. Llegamos a la Costa de Amalfi justo para la cena. La luna llena ilumina el mar mezcla de azul y gris plata espectacular. Nos situamos en una mesa con vistas al Tirreno y abrimos una botella de Vega Sicilia Único Gran Reserva del ´81 mientras me pierdo en ese azul que se confunde con el mar que tengo enfrente. Bajamos al espectacular bar de la piscina y acabamos tumbados a la luz de las velas entre palabras y silencios hasta que la temperatura amenaza con reventar los termómetros. Por fin huelo una vez más el significado de la palabra felicidad. Inventamos un nuevo concepto hasta ahora desconocido entre sábanas de seda china natural y morimos, pero sólo un poco, no vaya a ser que desparezca antes de tiempo. Es hora de cerrar los ojos. Duermo como una niña con zapatos nuevos y rojos.
Me despierto en una sala pequeña de Madrid. El concierto va a comenzar. Semioscuridad y humo en el ambiente. Una guitarra española. Me miran unos profundos ojos negros y me invitan a subir al escenario. Durante dos horas acarician la guitarra y cantan para mi, me envuelven y me dejan en trance. No pienso en nada. No sé si ya estoy muerta, viva o soñando que estoy viva.
Pierdo a mi acompañante no sé muy bien cómo y salgo volando. Huyo veloz con el viento soplando de frente y música de los Rolling a todo volumen “I cant get no….”. Sin rumbo y sin destino concreto, sólo yo, conmigo misma. Me detengo en unos acantilados, me asomo con vértigo y doy gracias por ver la que será la última puesta de sol de mi vida. Lloro y río al mismo tiempo oyendo Angie. Siento que me difumino. Quedan pocas horas para que desaparezca del todo.
Sólo me queda una única cosa por hacer. Me dirijo a un barrio residencial en las afueras de una ciudad sin nombre, me paro unos segundos delante de una bonita casa y pinto con cuidado y buena letra en la puerta del garaje “Aquí vive el cabrón mentiroso más grande de la historia. No tocar. No acercarse a más de dos kilómetros a la redonda. Extremadamente contagioso. Peligro de muerte” Robo unas llaves y me pongo al volante de su Cayenne con la intención de estrellar su recuerdo contra el primer árbol que me encuentre en el camino. En paz.
Esto se acaba. Quedan unos minutos. Estoy cansada y me duele todo el cuerpo. Suena el teléfono y me sobresalto. Es del hospital. La amable voz de una enfermera me dice que la Dirección del centro lo siente enormemente pero ha habido una confusión terrible de historiales. Lamentan lo ocurrido con mi ultimátum y me informan sobre cómo puedo efectuar una reclamación. Me quedo sin habla, trago saliva y cierro los ojos…
8.15 A.M. 28 de diciembre. Lunes. Un estruendo en la habitación y el despertador salta por lo aires. Me incorporo de golpe y piso algo. Enciendo la luz y recojo del suelo lo que parece ser… ¿el corcho de una botella?. Aún somnolienta, leo a duras penas: Bodegas Vega Sicilia, cosecha del `81.
Hoy yo también me autocopio. Esto no es exactamente una inocentada pero podría y no sé si colgarlo hoy o pedírmelo para el día de Reyes :). Una mezcla de ficción y realidad.