Mi memoria palidece con el largo paso de los años, y si tengo que remontarme a la prehistoria (como va a ser el caso), tengo que recordar , no sin cierto esfuerzo, que mi objeto de deseo con 15 primaveras estaba a años luz de mi alcance y por tanto, mis fantasias primero tuvieron su fase ensayo-error con la boca fruncida, en un mohín de arrobamiento, con un objeto muy común. ¿No iréis a decirme que sólo yo besuqueaba, sin abrir la boca más que en una “o” absurda, a la almohada?.
Después encontré un libro en la biblioteca prohibida que todos los padres de la generación de los míos tenían (esa que incluía la famosa “Enciclopedia de la vida sexual sana“). Se llamaba “Fue dicho: no desearás a la mujer de tu prójimo”, una historia de lo más tonto: dos parejas, rollo adúltero por medio, y los que no se enrollan, además de aburrirse no se enteran de nada, viven en la inopia y son felices cultivando flores. En fin, bastante memo para lo que después ,como lectura, ha ido cayendo en mis manos.
Pero resulta que había en él una explicación total, completa, y absolutamente comprensible de lo que era, con toda exactitud y detalle, lo que nosotros llamábamos: darse un morreo. Como poner la boca, que hacer con la lengua, lo dicho, completamente didáctico.
Me he pasado la semana buscando el libro: nada en casa de mis padres, nada en mi propia casa, nada en casa de mis hermanos, tampoco en la biblioteca de mi ciudad, en internet hay librerías que lo venden en la sección de descatalogados, he mirado a ver si conseguía encontrar el fragmento, el libro digitalizado…y nada!. Quería copiaros como describía el beso, por el que efectivamente yo me enteré de cómo se hacía.
El curso finalizaba, y el chavalote por el que bebía los vientos terminaba ese año. Estaba cansada de oír, a las afortunadas que lo había probado, decir lo bien que besaba, y me jorobaba pensar que tendría que conformarme con las versiones diferidas, en vez de vivir una en directo. Pero los dioses se portaron, ellos y un par de cubatas, todo hay que decirlo.
Fiesta de fin de curso, el chaval se puso a tiro, le pedí que me acompañara un momento, lo llevé al pasillo de los de primero, y le arreé un beso recordando los puntos y las comas del dichoso libro. Cuando separé mi boca de la suya, no había explosiones de fuegos artificiales, ni el ardor de la pasión desbordaba mi cuerpo, ni mis ansias humedecían las braguitas “princesa” que me compraba mi madre. Le di educadamente las gracias, y me fui a bailotear con los demás en el gimnasio. No fue espectacular, pero abandoné a la almohada, sin piedad alguna.
Plis-plas.