Un día en mi vida, debo decir, es como uno de cualquier otra persona. En él puedo ver, mientras el sol se come las horas, cómo la rutina se salpica de cosas paranormales y maravillosas; puedo ver, mientras las estrellas van saliendo de a una y la luna va ganando terreno, cómo lo común se entremezcla con lo extraño, hilvanando lenta y descuidadamente el mestizo tejido del tiempo. Mi vida no es como la de los extravagantes personajes de esas series de aventuras, en donde cada día implica una actividad completamente nueva, desconocida y desafiante…Tampoco como los de esos personajes dramáticos que viven inmersos y ahogados en su propio océano gris de rutina. En mis días, como en los de todos, la rutina y lo espléndido conviven, como conviven el aire infinito y los gorriones recién nacidos, las estrellas y las luciérnagas, un suave silbido y el silencio sepulcral de una montaña rocosa y nevada.
Pero lo curioso es que en mi caso, son los gorriones, las luciérnagas y los silbidos suaves lo que hacen verdaderamente maravillosas mis horas de vida. Encuentro más increíble pasar la tarde del martes escapada de todo, tomando sol en el parque de la ciudad con mis amigas, lejos del ruido de los autos, cerca de las risas y los gorriones y los silbidos –y más tarde, las luciérnagas-, que haber sido ofrecida, tan sólo unas horas antes, una beca para estudios en una universidad privada.
—No puedo creer que dijeras que no así nomás, como si eso pasara todos los días.
—No es tan maravilloso. Ni siquiera sé qué es lo que quiero hacer. ¿Qué punto tiene?
—Pero una beca es una beca.
Me pasan el mate, y yo admiro fascinada la textura de las hierbas, la espuma medio amarilla del agua hirviendo que hace que algo cruja en el fondo; el resplandor de la bombilla de metal que provoca el sol me enceguezca por unos instantes, casi como si fuera una luz divina que traspasa los ojos y baja con facilidad hasta el centro.
—Esa universidad no me interesa, no tiene nada de lo que quiero. Son sólo carreritas cortas que te sirven para salir a laburar de secretaria o asistente de algún contador o en alguna empresa, cosas así—intento explicar, distraída, todavía sin sacar la vista de la infusión.
—Dale, no le converses al mate que yo también quiero.
—Che, pero en serio, ¿no te parece que dejaste ir una oportunidad así, como agua entre los dedos?
Me encojo de hombros.
—No es mi oportunidad, no sería justo quitársela a alguien que sí le interese sólo “por las dudas”, ¿no?
—Supongo—se rindió mi amiga. —Dale, bo, ¡el mate!
Bebo el mate y se lo entrego. Lejos, por entre algún camino arbolado, alguien silba bajito, y yo sonrío.
DANIELA