Por Sara
El despertador suena a las 8, vas directo a la ducha. Escoges del armario la ropa: unos vaqueros y una camiseta azul ancha. Te enfundas los tenis y desayunas mientras haces un repaso a la prensa por Internet. Sales de casa y bajas en el ascensor hasta el garaje. Montas en el coche y te diriges al trabajo. A media mañana sales con tus compañeros a tomar un café. A la hora del almuerzo quedas con tu chica para comer juntos. Parece que algunos os (te) miran por la calle, pero haces caso omiso. Disfrutas del momento y vuelves al trabajo.
Cuando acaba tu jornada laboral, vas al gimnasio y después te vas con unos colegas de cañas a echaros unas risas. Como es viernes, (por ejemplo), por la noche, cenita romántica con tu pareja y una sesión de cine. Os encontráis con unos amigos en común y vais a bailar a una discoteca, hasta que cierra. Como tu casa queda lejos y no puedes coger el coche porque has bebido un par de copas, uno de tus amigos te ofrece las llaves de su apartamento para que te quedes a dormir. Aceptas, tu novia te acompaña. Llegáis a la dirección señalada. A duras penas entras en el portal. Buscas el ascensor y no hay, a pesar de que tienes que subir hasta el cuarto piso. Es entonces cuando te acuerdas de ese accidente que te dejó en una silla de ruedas.