Archivo diario: 4 noviembre 2009

Carta de un niño abortado…

Carta de un niño abortado…

Seguramente más de alguno la habrá leído, pero a quienes no lo hayan hecho les dejo este conmovedor texto que quiero compartir y que a mí me impactó.

Hola Mami:  Soy tu hijo, ¿me recuerdas?

El que debió ser mi padre andaba fuera el país, no bastaron las promesas de amor que le escribías, ni tu honestidad, ni tu familia.

En su ausencia surgió otro hombre. De ese romance fui engendrado yo. ¡Qué gratos recuerdos mami, de los tres meses y veintiún días que me acunaste en tu vientre, me sentía tan seguro!

¡Qué bonito era sentir tus caricias, escuchar el timbre dulce de tu voz, jugar con tu universo interno! Sin embargo, había que blanquear tu desliz, tenía que MORIR el delator y ese era YO.

Por entonces supe de los problemas y de las discusiones que tenias con tu amante, mi padre. Él quería verme nacer y tu no. ¡Qué peleas! Hasta que al fin pudiste arrancarle el dinero que costó mi defunción. Por cierto, que triste que a todo le pongan precio en el mundo de los hombres. «Hasta el asesinato de un inocente».

“¡Qué caros son los abortos!”, comentaste. Pero no hay tiempo que perder, lo que tenga que ser que sea de una vez.

No justifico el crimen mamá, pero lo perdono. Lo que no me cabe en la cabeza es la maldad de aquella bestia vestida de blanco. ¡Qué temor tan horrible cuando me apuntaba con aquella enorme aguja, que anunciaba el fin de mi vida!

Recuerdo que en ese momento, presintiendo el final de mi vida, rompí en llanto incesante, pero ni tú, ni él pudieron escucharme. Quise huir, alejarme de aquel extraño monstruo que amenazaba con destruirme.

Mi ritmo cardíaco iba aumentando, sobrepasaba los 200 latidos por minuto, me agitaba, me convulsionaba lo mas fuerte posible para evitar el contacto con aquel tubo letal, pero el espacio era reducido y el agresor llevaba las de ganar.

Finalmente y para desgracia mía, la punta de succión se adhirió a una de mis piernitas y la desprendió de un tajo. Mutilado y con un dolor que no imaginas, seguí moviéndome cada vez mas lento, pues aquel ambiente antes tan agradable, transparente y calentito, se fue volviendo rojizo y cada vez más seco.

La punta de la aspiradora me seguía insistentemente. El médico la introducía y buscaba a ciegas. Le daba lo mismo arrancarme una piernita, un bracito o mi tronco. Como te darás cuenta, para el asesinato en sí, no existe ningún procedimiento técnico, lo importante es matar.

Yo seguí llorando en una agonía impresionante. El tubo volvió a alcanzarme, esta vez enganchándome un bracito, que también fue desprendido.

Negándome a morir, mi cuerpecito desgarrado seguía sangrando, y la manguera jalaba mi tronco, tratando de arrancarlo de la cabeza. Al fin lo logró.

El desmembramiento fue total, solo mi cabeza quedó dentro, ésta era demasiado grande para ser succionada; así que el médico introdujo unas poderosas pinzas y con ellas la aplastó. ¡Ah, que horrible!, mi tierna cabecita explotó como una nuez. Para entonces ya tenía rato de estar muerto.

No sentía nada. Me tragó por completo la sanguinaria aspiradora. Sé lo que te sucedió a ti. Te traumatizó. Conozco mamá, tus largas noches en vela y tus sobresaltos. Sé que me amas, pues sueñas conmigo y más de una vez te has preguntado, si soy niño o niña. ¡Si supieras la alegría que te hubiera traído!

¿Sabes mami, que los niños no deseados al nacer son mas amados?

¡Ah, por cierto, soy niño! Y quiero que sepas que me parezco más a ti que al seductor que te engañó.

Pero no te preocupes, vas a olvidar, ¡yo a cada momento pido a Dios que borre de tu mente esas pesadillas que turban tu descanso y te dan muerte en vida! Mientras te escribo tengo a mi lado a Antonio, bueno es un decir, porque mi amigo es igual que yo, lo mato su mamá porque cuando ella era muy joven, una noche al regresar a su casa, un hombre la violó, y por eso se deshizo de su hijo a los pocos días de haberlo concebido.

A mi amigo le obsesiona una pregunta. ¿Por qué si mi mamá no amaba al hombre que la violó, me mató a mí, que la hubiera amado por siempre y jamás me hubiera avergonzado de ella?

Aquí en el reino del amor, solo entendemos el lenguaje del amor, por eso no comprendemos esos «argumentos» acerca del aborto: que por violación, que por dificultades económicas de los padres, que por no tener más hijos, que «la familia pequeña vive mejor».

Me cuenta que ni en las guerras, se han realizado tan criminal y desmedida masacre.

Con los abortos se ha privado a la humanidad de brillantes poetas, sacerdotes y médicos, de músicos, pilotos, estadistas, profesores, periodistas, licenciados, pintores, arquitectos, ingenieros, escultores… A mí todos me dicen que quizás hubiera sido un brillante cirujano o un pianista. Cuando nos reunamos mami, ya verás que manos tengo: lo que más me agrada es cuando me dicen «tu mami tiene que ser muy hermosa».

No llores mami. Perdóname si acaso yo soy el culpable de tu sufrimiento, lucha por olvidar el pasado para que seas feliz. Si es necesario, olvídate de mí.

¡Ah! Se me olvidaba, aunque me consumo por las ganas de verte, no te des prisa en venir, pues mis hermanos te necesitan más que yo. Hazles a ellos lo que nunca pudiste hacerme a mí. Fíjate que cuando bañas al bebe o lo amamantas, no sé, me entra un poquitín de añoranza de todo lo que pude ser y no fui. No sabes lo que me hubiera gustado que me arrullaras en tus brazos o que me amamantaras con leche de tus pechos, ser acariciado por esas manos tuyas tan lindas y tan semejantes a las mías. Manos de cirujano malogrado.

Y termino pidiendo por favor, no para mi pues comprenderás que ya no lo necesito, sino para otros niños que aun viven en el seno materno, que a ellos no los maten como a mi, si conoces a una joven madre que quiera abortar, un sujeto que monta campañas a favor del aborto, un médico que practica abortos, cámbiales ese corazón de piedra por un corazón de carne. Préstanos tu voz a los millones de niños sin voz y grítales a todos que tenemos derecho a vivir y que, aunque nadie nos ame, tenemos derecho a amar. Si no lo haces mami, estaremos todos muertos.

Exigimos que nos dejen vivir para amar, ¡es tan triste tener un corazón para nada!

Hasta que nos veamos, mami, entonces te enseñaré lo mucho que te quiero, te quise y te querré.

Tu niño.

Sandra

 

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Se cumplirá la profecía

Se encontraba apoyado en el quicio de la puerta, mirando hacia el jardín. Hacía una noche templada, casi cálida si tenemos en cuenta que estaban a principios de noviembre. Tenía la mirada perdida en la infinita cantidad de estrellas que en el despejado cielo titilaban haciéndole juguetones guiños.  Se acercó el vaso a los labios y bebió un último trago de su diluido gin-tonic.  Lo avanzado de la hora contribuía a que el silencio reinante fuera absoluto y sin embargo, no parecía disfrutar del sosiego necesario. Un sosiego al que el entorno le conduciría fácilmente si se dejara llevar. Echando un último vistazo a Rigel, en Orión, su favorita, se despidió silenciosamente de ellas y se encaminó hacia la escalera después de comprobar que dejaba bien cerrada la puerta.  Parándose durante un segundo, sonrió ante la ironía de lo que acababa de hacer.

Al llegar al piso superior se dirigió directamente hacia el dormitorio de su hijo mayor. Como siempre, se había dormido leyendo y tenía el libro caído sobre la almohada. Con cuidado de no despertarle, lo retiró, depositándolo sobre la mesilla. Se quedó contemplándole durante unos instantes y con su mano le revolvió el pelo suavemente, y asomando una sonrisa, apagó la luz de la lamparita y salió cerrando tras él.

El dormitorio de la pequeña fue su siguiente parada. Desde el umbral se la quedó mirando. Dormía profundamente y su suave respiración, apenas perceptible, transmitía una calma total. Con la mano, le sopló un breve beso e igualmente cerró la puerta al dirigirse hacia su alcoba.

Allí estaba ella. También dormía. Su cuerpo, dibujado a la perfección bajo la sábana, era iluminado fantasmagóricamente  por la claridad que se asomaba al cuarto a través del inmenso ventanal que, de pared a pared, se abría sobre el jardín. Como había hecho antes con el resto de su familia, se detuvo a contemplarla en silencio. Su cabeza ligeramente ladeada, el inicio de una sonrisa en sus labios y el brillo acuoso de sus ojos permitían reconocer facilmente el amor que aún seguía sintiendo por su esposa.

Lentamente, con parsimonia, se despojó de sus ropas que depositó cuidadosamente dobladas sobre una silla. Lejos de la juventud, pero aún en forma, se deslizó con cuidado junto a su mujer y nuevamente la contempló. Él la veía hermosa, muy bella. Recordó que cada vez que se lo decía, ella se reía, como siempre,  echando la cabeza hacia atrás, dejando que el corto pelo se alborotase mínimamente. “No, tonto, soy muy normal, del montón” le contestaba con una  alegría que parecía estar presente en todos sus actos. Ante el inicio de las protestas de él, la réplica también formaba parte de la conocida letanía. “Tú me ves así porque me quieres, mi tontorrón”. Silenciosamente, para sus adentros, él le respondía “Sí, te quiero, pero además eres muy hermosa”. Con infinita suavidad, besó sus labios dormidos intentando no despertarla. Comenzó a volverse hacia su lado de la cama y ella, quizá avisada por el beso, le susurró una cálida bienvenida. “Hola cariño, siento haberte despertado” respondió él.  “No lo sientas y ven aquí” musitó ella con mimo. Volviéndose, la vio sonreírle a través de la semipenumbra del cuarto. La besó nuevamente. Lentamente, con calma, al principio, apasionadamente después mientras sus bocas y sus lenguas se perseguían con la sabiduría de un juego jugado muchas veces. Sus brazos la rodearon sintiendo la calidez y la extraordinaria suavidad de su piel. Y con los labios recorrió su cuello, llenándolo de húmedas caricias, volviendo nuevamente en busca de un nuevo beso con el que saciar su sed de amor.

Las manos, cada vez con mayor frenesí, fueron descendiendo por la curva de su espalda, hasta  encontrar sus suaves, y rotundas nalgas,  que agarraron sin mucha compasión. Besó nuevamente su cuello, sus pechos, lamió y succionó los redondos pezones. Ella abrió sus piernas y le atrajo hacia sí, ayudándole a entrar en ella y comenzaron una danza perfectamente acompasada y desafiante, mirándose a los ojos, casi retándose, besándose fugazmente, reteniéndose mutuamente, acelerando con rabia, hasta que el orgasmo final, simultáneo, coordinado, les dejó extenuados cayendo, entrelazados, uno al lado del otro sobre la cama. En silencio, contemplando el techo de la habitación, él parecía perdido en algún lejano infinito, lejos de todo. Revolvía su corto pelo con la mano mientras ella le correspondía jugando con el ensortijado vello de su pecho.  Tras unos instantes de silencio, recuperando la respiración aún agitada, ella le preguntó “¿Que sucede, cariño? Estabas fogoso, casi rabioso, desesperado. ¿Qué te pasa?” repitió. El silencio que  siguió a su pregunta le inquietó e incorporándose sobre su brazo le miró a la cara. “Amor mío ¿qué pasa?” Fijándose en sus ojos húmedos, en las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas insistió “¿Qué sucede, por qué lloras? Él se volvió hacia ella, la abrazó, y en un susurro le respondió. “En unas horas se cumplirá la profecía. ¿No recuerdas? En unas malditas horas, posiblemente, todos estaremos muertos” Y ya sin vergüenza, sin ocultar nada, rompió a llorar desconsoladamente, mientras ella, con cara de espanto, de terror, de súbita comprensión, se echaba hacia atrás y un grito desgarrador quebraba el silencio de la noche.

Por Aspective

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El hedonismo no es vida

Nunca se vio tanto del fin del mundo como en los últimos tiempos.

No me refiero, que quede claro, a las predicciones indígenas, mayas, nostrodámucas o de cualquier otra índole. Me refiero a las constantes señales que nos están permitiendo vislumbrar el lugar hacia donde estamos caminando –o, más bien, corriendo desquiciadamente-. Como si en la desesperada carrera hacia el horizonte nos hubiéramos centrado tanto en lo que se veía justo delante, que no nos dimos cuenta que el paisaje había cambiado y que el punto hacia el que nos dirigíamos ahora era negro y terrible y oscuro; así nuestros ascendentes y los más viejos de la historia nos encarrilaron en este tren del que ahora no encontramos el freno. Tal vez el freno esté escondido bajo algún asiento. Espero. Eso, o está definitivamente roto, o peor, nunca existió realmente. Hay que recordar que el ser humano es egocéntrico y confianzudo y orgulloso, y de la misma forma que no puso los suficientes botes salvavidas en el Titanic, pudo haber “accidentalmente” olvidado colocar el elemento clave de todo transporte: el freno.

Y ¿qué hacer, si no hay freno? Se necesita un viraje muy arriesgado, que podría matarnos más rápido de lo que llegamos al final del horizonte. De una manera u otra, perece que pronto estaremos muertos todos, y las entradas para el final fatal cotizan a la alta: ahora la pelea es para ver el show desde el palco más caro.

¿Por qué, sino, la ambición por el veneno sin antídoto? ¿Que el mundo no ve hacia donde se dirige? Pues claro, claro que ve. Pero no se da cuenta. Está en la primera etapa de todo cambio: la negación. Algunos, ya pasamos a la ira, otros a la culpa y a la depresión. Los menos, lo han aceptado, y están luchando por la vida.

Probablemente el problema sea la cultura hedonista que va manejando el tren. ¿Qué importa, si mañana se va todo por el caño? Yo vivo hoy, disfruto, despilfarro, porque puedo. En lo personal, me revienta el “porque puedo”.

—Javier se puso aire acondicionado en el cuarto de huéspedes.

— ¿Otro más? Si ya tiene en el living, en la cocina, en los tres cuartos, en el baño…

—Y bueno, y si puede…que disfrute.

Y así uno escucha de todo. Desde perros que comen hamburguesas hasta veinteañeros que van en el auto hasta el almacén que queda a dos cuadras. Porque “pueden”, porque tienen veneno. Digo, dinero.

Atropellamiento mundial, ceguera sin cura: el dinero, poco a poco y de lo particular a lo general, nos rompe el cielo, nos encandila y nos chupa el alma.

Los adultos cortan cabezas por él, y aprenden a sonreír mientras matan; los jóvenes, estudiantes de la escuela del fin del mundo, sueñan con inventar la nueva guillotina.

Y, ¿qué hacer? ¿A dónde mirar primero? ¿Por dónde empezar?

Pues sólo mira al cielo, y piensa.

“La concentración actual de dióxido de carbono en la atmósfera es de aproximadamente 385 partes por millón (ppm). En los últimos 650.000 años la concentración de CO2 en la atmósfera nunca estuvo por encima de 300 ppm. Si sumamos las concentraciones de los demás Gases de Efecto Invernadero (metano, óxido nitroso, hidrofluorocarbonos) y las convertimos a su equivalente en CO2, la concentración total de Gases de Efecto Invernadero (GEI) se sitúa hoy en el entorno de los 435 ppm.”[1]

Y, si esto no disminuye, ¿qué pasa? Pues, en promedio, si se continúa igual, es probable que en el correr del siglo la temperatura aumente 5º C. Nicholas Stern, economista, explica:

“No sabemos bien cómo va a ser la Tierra si la temperatura sube 5º C en promedio. El último período caliente fue hace 3 millones de años cuando las temperaturas eran 2-3º C superiores a las de hoy. El Homo Sapiens apareció en la Tierra hace unos 200.000 años, el Homo Erectus tiene aproximadamente 1,7 millones de años; no conocemos un mundo como ese. Menos uno 5º C más caliente. La última vez que la Tierra estuvo 5º C más caliente fue en el Eoceno, 35-55 millones de años atrás.  Había lagartos cerca del Polo Norte.”

Para estabilizar, o al menos intentar retener de forma relativa el aumento del efecto invernadero y el calentamiento global, los especialistas calculan que costaría más o menos un 3% del PBI mundial o más. Nada, si la inversión es salvar nuestras vidas. Pero, ¡no!, ¿cómo puede alguien atreverse a atentar contra la libertad de las empresas y del mercado de emitir gases a la atmósfera que es de todos?

Pues lo que es yo, me estoy hartando. No estoy en contra del carpe diem, pero, ¿debería ser ilimitado, incluso en perjuicio de toda la vida en la Tierra?

Esta oda al liberalismo hedonista suena a un coro de sirenas: seduce, pero si lo sacas del agua, te das cuenta que las cantantes no saben cantar, ni rimar, y que no son más que estúpidos pescados buscando aparearse.


[1] MARCELO CAFFERA, Hablemos de Cambio Climático; Diario El País, Economía & Mercado, publicado el lunes 24 de abril de 2009.

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