La gran mayoría de la clase llevaba varias semanas tremendamente inquieta máxime desde que, la profesora recién llegada al centro, les había anunciado una excursión relacionada con la naturaleza. A pesar de los llantos de los primeros días, pues cada comienzo de curso se asimila más a una tragedia que a una obligación, la relajación en el aula se había conseguido en buen grado consecuencia de la simpatía que emanaba la nueva profesora. Alicia, pues ese era su nombre, trataba a los niños de una forma especial por lo que le resultaba muy fácil ganarse rápidamente su confianza. Había observado que muchos de ellos, y en mayor grado los niños y ya desde tan pequeños, tenían unas normas de convivencia y también de expresividad excesivamente rígidas. Era consciente que había podido entrar en ese centro, catalogado como el de mejor estatus de toda la ciudad, por su excelente historial académico así como por la recomendación expresa de varios miembros de la alta sociedad de la que, parte de su familia, formaba parte.
Las materias impartidas, sin que ella pudiese discutir que no fuesen beneficiosas para la formación de los alumnos, le resultaban demasiado serias para alumnos que, en muchos casos, no depositaban sus pies sobre el suelo cuando de sentarse en un sofá se trataba. El estudio de la música, los idiomas –mínimo tres-, la equitación, el protocolo, la forma de comportarse en una mesa, así como el correcto uso postural y de los cubiertos, el aprendizaje y uso de las nuevas tecnologías, unido a un continuo uso de los apellidos cuando de dirigirse a alguien se trataba –por supuesto anteponiendo el señor o señorita- haría de estos niños, con el tiempo, unos miembros más consolidados de esa clase alta a la que ya pertenecían.
¡Por fin!, llegó el día tan esperado de la excursión. El autobús se encontraba preparado para la marcha. Diligentemente, todos y cada uno de los viajeros tomaron ocupación de su asiento, ya previamente asignado y Alicia, tras el recuento obligatorio previo, dio al conductor la orden de partida. De cara a la dirección del centro el destino programado era el Museo de Ciencias Naturales pero Alicia tenía otros planes, que no desveló a nadie salvo al conductor a quién ya previamente había advertido, en total complicidad, del destino final.
Días antes, y de su propio peculio, había efectuado la compra de un total de quince camisetas, pantalones cortos, calcetines y zapatillas más apropiadas para el lugar a dónde se encaminarían. Los alumnos creyeron que se trataba de otro de los divertidos e innovadores juegos con los que Alicia les tenía acostumbrados. Dentro del mismo autobús ordenó primero que las niñas ocupasen los últimos asientos del mismo, dejando una separación de más de cinco filas con el que ocupaban los niños. Desplegó una sábana, también adquirida por ella misma, que evitaba la visión entre ambos ambientes. Y así es como, primero las niñas y después los niños, utilizando el mismo método cambiaron totalmente su vestimenta.
El autobús, bajo una atmósfera más acorde con la edad de sus componentes, hizo su entrada en el lugar pactado por Alicia notándose ya que el piso asfaltado por el que antes transitaba había modificado su aspecto por el de la tierra y la hierba. Aún cuando, en un principio, los niños parecían un poco asustados Alicia les reconfortó con unas suaves palabras. Les propuso disfrutar al máximo de esta aventura y compartirla con otro grupo de jóvenes que, en iguales circunstancias de vestimenta, habían llegado minutos antes.
La jornada, por intensa de emociones y vivencias, fue larga. Las caras de felicidad, nada habituales en un regreso que se asimilan más al cansancio, eran ilustrativas de que el objetivo que Alicia se había impuesto en total complicidad con el conductor había dado sus frutos. Sabía que un buen número de padres y madres estarían esperándoles a la llegada al centro, pues ese detalle había sido especialmente solicitado por ella. El autobús llegó con puntualidad. Al bajar del mismo, todavía con la misma vestimenta que habían utilizado en su destino, las caras de sorpresa de los familiares iba en aumento. Alicia ordenó a los niños que formaran un semicírculo para que cualquiera de ellos pudiera responder a las preguntas que, a buen seguro, les efectuarían sus padres. Efectivamente así fue y, como era de esperar, la pregunta fue unánime:
– ¿Pero hijos, de dónde venís?.
Sin que nada de ello estuviese pactado, Alicia se mostró más que satisfecha con la respuesta que, al igual que la pregunta, también fue unánime.
– Papá, mamá. Hemos visto y ayudado a nacer a un cordero; hemos ordeñado a una vaca cuyo líquido hemos bebido y estaba mucho más rico que la leche; hemos cogido unos huevos de unas gallinas que después nos hemos comido de forma diferente a como lo habíamos hecho antes; hemos visto también pollos que se movían continuamente y que eran distintos a los de Mc.Donald; hemos extraído espárragos de la tierra….. y así sucesivamente.
Pero la respuesta que más le agradó a Alicia fue la de Inés, pues siendo la misma que la de sus compañeros, solo tenía una frase añadida: Papá, mamá, yo hoy he visto MAGIA.
JOSE MANUEL BELTRAN.