— ¡Vamos, no de nuevo!
Hermione miró con desaprobación a Jack, quien movía la cola fucsia con tanta agilidad que apenas se veía.
— ¡Rose!—bramó, imperante, la mujer. Luego se dirigió al feliz perro, de ataño color dorado, ahora estampado de una gamma de colores tan variada que quedaba uno mareado de solo verlo. — ¿Qué te han hecho, pequeño? Ven, vamos a limpiarte.
Pero al perro parecía gustarle el nuevo look mucho más que a su dueña, y salió disparado a buscar refugio. Sin embargo, sin quererlo, el pobre Jack terminó delatando a los autores de la obra de arte plasmada en su sedoso pelaje, porque corrió directo hacia su escondite.
— ¡Ajá!—exclamó triunfante Hermione, siguiéndolo a tropezones— ¡Ya los tengo!
Una cabellera pelirroja se asomó entre los arbustos. Estos se sacudieron, se escucharon risitas y luego Rose, Albus y Hugo salieron de la maraña de ramas y hojas, con cara de santos.
— ¿Qué pasa, mami?—preguntó el pequeño Hugo, poniendo los ojos como platos.
—No traten de engañarme porque no va a funcionar. ¿Dónde está la varita de papá?
Los escrutó con la mirada a los tres. Ninguno abrió la boca.
—Albus—dijo ella, en tono amenazante—, no querrás que tu padre se entere de tus andanzas, ¿verdad? Porque podría contarle tantas cosas que suceden por aquí…
El chico se sonrojó y miró de soslayo a Rose. Hermione posó ahora su vista en ella.
—Dámela—ordenó.
La pelirroja, cabizbaja, sacó el artilugio de su bolsillo y se lo entregó.
— ¿Qué les he dicho un millón de veces?—preguntó la madre, con voz cansina, casi resignada.
—Que no tomemos la varita de papá—dijeron Rose y Hugo a coro, sin mirarla a los ojos.
—Ahora, entren a la casa, que está oscureciendo. Estas ideas las sacan de James, de seguro. Miren que pintar al perro como un ridículo arcoiris…Ya hablaremos de esto más tarde. ¡Y nada de magia!—añadió, mientras los niños corrían colina arriba hacia la casa.
— ¿Qué pasa, Hermione?—preguntó una voz risueña a la mujer que se había quedado con las manos en la cintura, vigilando pacientemente que sus hijos y su sobrino entraran. Hermione volteó, y se encontró con Harry y con su mismísimo esposo, ese que no había tenido una idea mejor que dejar la varita vieja al alcance de los niños. Él, con solo un vistazo a su cara, pudo fácilmente prever la reprimenda…
—Vamos, Hermione, tranquila. Es sólo un perro pintado—intentó calmarla Harry, interrumpiendo el sermón que venía desarrollándose por diez minutos sobre la irresponsabilidad mágica y sus peligros adyacentes.
—Pobre Jack—musitó Ron, absorto.
—Ya te lo dije, si no dejaras siempre tus cosas a la vista…
—Vamos, amor, sé realista. Cuando eras pequeña tu magia también se salía de control, y no tenías ni idea de por qué. Tus padres eran muggles, no tenían varitas ni calderos ni nada por el estilo…
— ¡Pero al tener una varita a la mano pueden hacer lo que tengan ganas!—exclamó ella, fuera de quicio. Se quedó sin aliento y respiró hondo, intentando tranquilizarse—. Mira, entiendo que su magia explote a veces y se les salga de control, eso pasa siempre; pero creo que Rose está aprendiendo a controlarla.
Ron hinchó el pecho, y los ojos le brillaron.
—Creo que Rose se parece mucho a su mamá.
Hermione lo miró seria, pero luego se aflojó un poco y rió, entre halagada y avergonzada.
—Sabes lo que digo. Solo tiene nueve años. En dos años se irá a Hogwarts, pero de mientras…
—Lo sé. Tendré más cuidado, te lo prometo.
Ella asintió, conforme. Luego miró a Harry, que los había estado observando como quien contempla un partido de tenis.
—Tú también deberías cuidar a Albus. No sé, creo que James les da ideas bastante peculiares a todos.
Harry se echó a reír. James, su hijo mayor y un bromista nato, era un mal sin remedio.
—Por cierto, ¿ya hicieron las compras para James? ¡Se irá en dos meses! Como pasa el tiempo, ¿no?
Ya conversando de cualquier otra cosa, los tres caminaron colina arriba, hacia la vieja pero sólida casa. Jack, el perro más colorido del mundo, los siguió, moviendo la cola tan, tan rápido, que parecía cosa de magia.
DANIELA