Archivo diario: 27 octubre 2009

Zona libre de muggles

— ¡Vamos, no de nuevo!

Hermione miró con desaprobación a Jack, quien movía la cola fucsia con tanta agilidad que apenas se veía.

— ¡Rose!—bramó, imperante, la mujer. Luego se dirigió al feliz perro, de ataño color dorado, ahora estampado de una gamma de colores tan variada que quedaba uno mareado de solo verlo. — ¿Qué te han hecho, pequeño? Ven, vamos a limpiarte.

Pero al perro parecía gustarle el nuevo look mucho más que a su dueña, y salió disparado a buscar refugio. Sin embargo, sin quererlo, el pobre Jack terminó delatando a los autores de la obra de arte plasmada en su sedoso pelaje, porque corrió directo hacia su escondite.

— ¡Ajá!—exclamó triunfante Hermione, siguiéndolo a tropezones— ¡Ya los tengo!

Una cabellera pelirroja se asomó entre los arbustos. Estos se sacudieron, se escucharon risitas y luego Rose, Albus y Hugo salieron de la maraña de ramas y hojas, con cara de santos.

— ¿Qué pasa, mami?—preguntó el pequeño Hugo, poniendo los ojos como platos.

—No traten de engañarme porque no va a funcionar. ¿Dónde está la varita de papá?

Los escrutó con la mirada a los tres. Ninguno abrió la boca.

—Albus—dijo ella, en tono amenazante—, no querrás que tu padre se entere de tus andanzas, ¿verdad? Porque podría contarle tantas cosas que suceden por aquí…

El chico se sonrojó y miró de soslayo a Rose. Hermione posó ahora su vista en ella.

—Dámela—ordenó.

La pelirroja, cabizbaja, sacó el artilugio de su bolsillo y se lo entregó.

— ¿Qué les he dicho un millón de veces?—preguntó la madre, con voz cansina, casi resignada.

—Que no tomemos la varita de papá—dijeron Rose y Hugo a coro, sin mirarla a los ojos.

—Ahora, entren a la casa, que está oscureciendo. Estas ideas las sacan de James, de seguro. Miren que pintar al perro como un ridículo arcoiris…Ya hablaremos de esto más tarde. ¡Y nada de magia!—añadió, mientras los niños corrían colina arriba hacia la casa.

— ¿Qué pasa, Hermione?—preguntó una voz risueña a la mujer que se había quedado con las manos en la cintura, vigilando pacientemente que sus hijos y su sobrino entraran. Hermione volteó, y se encontró con Harry y con su mismísimo esposo, ese que no había tenido una idea mejor que dejar la varita vieja al alcance de los niños. Él, con solo un vistazo a su cara, pudo fácilmente prever la reprimenda…

—Vamos, Hermione, tranquila. Es sólo un perro pintado—intentó calmarla Harry, interrumpiendo el sermón que venía desarrollándose por diez minutos sobre la irresponsabilidad mágica y sus peligros adyacentes.

—Pobre Jack—musitó Ron, absorto.

—Ya te lo dije, si no dejaras siempre tus cosas a la vista…

—Vamos, amor, sé realista. Cuando eras pequeña tu magia también se salía de control, y no tenías ni idea de por qué. Tus padres eran muggles, no tenían varitas ni calderos ni nada por el estilo…

— ¡Pero al tener una varita a la mano pueden hacer lo que tengan ganas!—exclamó ella, fuera de quicio. Se quedó sin aliento y respiró hondo, intentando tranquilizarse—. Mira, entiendo que su magia explote a veces y se les salga de control, eso pasa siempre; pero creo que Rose está aprendiendo a controlarla.

Ron hinchó el pecho, y los ojos le brillaron.

—Creo que Rose se parece mucho a su mamá.

Hermione lo miró seria, pero luego se aflojó un poco y rió, entre halagada y avergonzada.

—Sabes lo que digo. Solo tiene nueve años. En dos años se irá a Hogwarts, pero de mientras…

—Lo sé. Tendré más cuidado, te lo prometo.

Ella asintió, conforme. Luego miró a Harry, que los había estado observando como quien contempla un partido de tenis.

—Tú también deberías cuidar a Albus. No sé, creo que James les da ideas bastante peculiares a todos.

Harry se echó a reír. James, su hijo mayor y un bromista nato, era un mal sin remedio.

—Por cierto, ¿ya hicieron las compras para James? ¡Se irá en dos meses! Como pasa el tiempo, ¿no?

Ya conversando de cualquier otra cosa, los tres caminaron colina arriba, hacia la vieja pero sólida casa. Jack, el perro más colorido del mundo, los siguió, moviendo la cola tan, tan rápido, que parecía cosa de magia.

DANIELA

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¿Quién se ha llevado mi magia?

¿Magia?

¿Dónde está la magia?

 Se miraba en el espejo y no se reconocía. ¿Quién es esa tía con la cara amarilla y el pelo de punta? ¿Soy yo? Imposible. Bueno, a lo mejor en esto consistía la magia, en cambiar completamente de aspecto. Ella había pensando que sería a mejor, rollo pelo sedoso, mejillas sonrosadas y ojos brillantes de la emoción, pero lo mismo era al revés y por eso se veía como si tuviera ictericia, con los ojos arrasados en lágrimas y el pelo de estropajo.

 «A mí me habían dicho que era un momento mágico. La gente me miente o yo no entiendo el concepto«.

 Volvió a la cama y se puso a recordar las últimas 24 horas.

 Se lo esperaban, claro, no era sorpresa. Se despertó con una molestia y pensó: “ vaya… lo mismo es esto”. Volvió a dormirse. Al rato otra vez, uy uy uy… sí que va a ser esto. Aguantó un par de horas antes de despertarle: cariño, creo que esto como retortijones deben ser contracciones. Él con su mentalidad cuadriculada, se desperezó y le dijo: ¿crees? ¿cada cuanto son? voy a por un cuaderno.

 Ella sabía que no iba a ser ni tan malo como en las pelis, en plan sudando como una cerda agarrada al cabecero de barrotes de la cama y con los ojos apunto de estrellarse contra el techo, ni tampoco una situación mística de comunicación con la naturaleza pero, en fin, esperaba algo más trascendente que unos retortijones.

 Pensó que lo mismo al llegar al hospital el tema se encarrilaba y le encontraba la «magia» al milagro de la vida.

 A las 5 de la mañana, él decidió que era buen momento, «no vamos a coger atasco» y se marcharon para el hospital. Como era vísperas de Navidad todo el personal de la clínica estaba de fiesta y al que le había tocado currar estaba de un humor curioso, un humor hostil para ser más exactos.

 – ¿A qué esperabas guapa? -le dijo la matrona- ¿a tenerlo en tu casa?

Pues mire, no tengo ni idea. Lo mismo le sorprende pero  ES MI PRIMER PARTO.

 Habían empezado mal, aquello no era mágico y el edema que había que ponerse luego tampoco parecía indicado para elevar el glamour del momento. Pensó, que lo mismo cuando estuviera en la sala de dilatación sola con él, se mirarían a los ojos, se darían cuenta de la trascendencia del momento y surgiría la magia de saberse próximos a la paternidad.

 Pero tampoco.

 Él entabló una curiosa conversación con el enfermero sobre el funcionamiento de los monitores fetales y los problemas de aparcamiento en la zona de la clínica. Ella sencillamente pensó que a lo mejor la magia de verdad era en el paritorio. Al cabo de una hora, él dijo: uy… son las casi las 8, me voy a ir a cambiar el coche de sitio que si no me van a poner una multa de la hora.»

 – ¿Te vas a ir a cambiar el coche AHORAAAAA?

Hombre, es que son 90 euros. Esto va para largo, voy, aparco y vuelvo. Ni te vas a enterar que me he ido.

 – Esto va para largo, esto va para largo… ¿TÚ QUE SABES????

 Por supuesto a los 3 minutos llegó el médico y dijo: vamos para adentro… ¿dónde está él?

 – Se ha ido a aparcar.

¿Cómo?

Da igual… vamos a ver si encuentro la magia del momento de una puñetera vez… que si me llegan a contar esto… valiente la hora en que me ponía a reproducirme.

 Nada más entrar se dio cuenta de que la gente mentía muchísimo. Allí, en el paritorio, no iba a haber magia de ninguna de las maneras. Una sala fría, en pelotas, en la postura más humillante que jamás te puedas imaginar y con gente entrando y saliendo comentando una fiesta de navidad:

 – ¿Qué tal? ¿A qué hora te has acostado?

– Pues hace nada… 2 horitas… Fulano acaba de llegar.

– ¿Se había terminado la barra libre?

 Ella decidió que lo mejor era dejarse llevar, el marido aparcando, el médico a lo suyo por los bajos, la gente comentando la jugada… no podía ser peor… pero una vez más se equivocaba.

 – Súbete encima de ella que está muy arriba y no sale.

¿ENCIMA DE QUIEN?

 Dos minutos después, le dijeron:

Es una niña.

Y acto seguido

No te preocupes guapa, que este médico cose que da gusto.

 Ahora, 24 horas después, mientras el  pequeño gollum gris dormía en la cuna y  él roncaba en la cama del acompañante pensó que lo de la magia se lo iba a tener que currar muchísimo.

Por molinos

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