Por Aspective
– Hola Lino, ¿Qué tal? ¿Te he asustado? Perdona. Estabas como ensimismado…
– ¡Ah! Hola Aspec. Bien, bien ¿Y tú? ¿Cómo vas? Siéntate ¿Quieres tomar algo?
– Hummm, un café. Con leche fría y sacarina, por favor, a ver si me cuido un poco.
– ¡Camarero! –llamó Lino- Un café con leche fría y sacarina y para mí, un orujo de hierbas, por favor…
– ¿Estás escribiendo? -preguntó Aspec- ¿Para alguno de tus blogs?
– Bueno –contestó Lino- estoy intentándolo pero no llega la inspiración. No se me ocurre nada. Tengo que preparar mi post del blogguercedario y estoy en blanco.
– ¿El blogguercedario es aquel que me dijiste que…?
– Sí – interrumpió Lino- Aquel que te recomendé para escribir, para leer, para comentar y en el que no te has “dignado” entrar todavía.
– Es que no tengo mucho tiempo… -se defendió Aspec- Ando superliado con lo del curro, ya lo sabes.
– Tú te lo pierdes, en serio. Además, escriben unas tías estupendas, tú que siempre andas a la búsqueda … -argumentó Lino-
– Ja , ja, ja, ja. Pero si eso es internet, tronco, ¿cómo vas a saber que tal están si no las conoces? – rió Aspec-
– ¡Bff! Déjalo porque no lo ibas a entender.
– ¿Y sobre qué vas a escribir? –inquirió Aspec-
– Esta semana el tema son las “Leyendas Urbanas” –respondió Lino-. Es algo muy interesante, que siempre me ha apasionado. He leído un montón sobre ellas pero ahora no se me ocurre nada. Han publicado ya tres post sobre el tema y son fenomenales pero yo estoy en blanco. Sara, escribió un subrealista y divertido artículo sobre psicópatas en campanarios, Gorio otro en plan leyenda gallega escalofriante y Daniela sobre la utilidad y el desconocido origen de las leyendas. Son muy interesantes.
– ¿Desconocido? No todas tienen origen desconocido, hombre – dijo Aspec, desconcertando a Lino-
– ¿Qué quieres decir?
– Mira, invítame a otro café y te cuento una historia que, a lo mejor, te sirve de inspiración para tu artículo… – respondió Aspec con una sonrisa un tanto enigmática-
– ¡¡Camarero!! –llamó inmediatamente Lino- Venga, cuenta…
– Hay leyendas de esas que ahora llaman urbanas –comenzó Aspec mientras saboreaba el café- que son específicas de sitios concretos, pero otras son generales, difundidas por el boca a boca o el cine y se han convertido en modernos mitos, comunes en todo Occidente. Una de estas es el origen de la historia.
– Joer, tío, pero ¿me la vas a contar o no? – bramó Lino impaciente-
– Si ya estoy en ello… -Se defendió Aspec- Tú sabes, porque conoces a mi familia, que somos cuatro, dos chicos y dos chicas.
– Sí, Sara, Sandra, José Manuel y tú –apuntó Lino-
– Sí, bien, pues teníamos un hermano más. Ángel. La historia comienza hace casi veinte años. Ángel era un chaval joven, tímido y que no había tenido hasta entonces mucha suerte con las chicas. Un día de San Juan, que estaba la casa llena con amigos nuestros y de nuestras hermanas y nos estábamos preparando para irnos de juerga por ahí, a Ángel le contaron una leyenda urbana, precisamente. Habrás oído aquella que dice que si te pones a oscuras, delante del espejo, con una vela encendida verás tu entierro ¿no?
– Sí, efectivamente –confirmó Lino- es de las más clásicas…
– Bueno pues tiene una variante que anuncia que si eso lo haces exactamente a la hora bruja, a las doce en punto, de la noche de San Juan, lo que verás en el espejo será la cara de tu amada. Y a Ángel, un poco desesperado y medio en serio, medio en broma, se le ocurrió intentarlo a ver si se despejaban sus dudas. Y sin decírselo a nadie agarró la vela y se metió en el baño a contemplar a su “amor”. Pero se le olvidó echar el pestillo y cuando estaba en mitad del sortilegio, sea lo que sea que haya que hacer, la puerta del baño se abrió e intentó entrar una chica, Sonia, una de las amigas de mi hermana, que tenía una razón tan poco sobrenatural para estar allí como una urgencia fisiológica. Sin embargo, según nos contó después Ángel, lo que él vio fue la respuesta a su pregunta. Al abrir la puerta, la cara de Sonia se reflejó en el espejo al que Ángel se había dirigido para buscar su futuro. Y vio a su amada. Y efectivamente, quedó totalmente prendado de ella, de aquella visión, en aquel mismo instante. Evidentemente ella se excusó y cerró la puerta rápidamente, saliendo a toda prisa del baño, y Ángel la siguió inmediatamente, todavía con la vela en la mano. Mientras él le explicaba, como podía, lo que hacía en el baño a oscuras con una vela, y supongo que no fue tarea fácil, la iba observando extasiado. Comenzaron a charlar, fueron juntos a la fiesta… Había comenzado lo que sería un amor eterno. ¡Coño, Lino, no te rías, que te estoy hablando en serio…!
– Vale, vale, sigue…
– Sólo si te pones serio.
– ¡Que siiiií! venga coño, continúa.
– Pues la historia de mi hermano Ángel y Sonia fue creciendo. Se fueron conociendo, se fueron enamorando pero poco a poco, como con gran suavidad. Él tenía constantemente detalles con ella, ella le mimaba todo y más, siempre sonriéndose, siempre mirándose a los ojos. Tenías que haber oído la descripción que mi hermano hacía de ella y la cara de arrobo, casi de tonto, que ponía mientras lo hacía. Yo creo que Sonia era bastante normal, del montón que se dice. Alta, morena, pero sin nada especial. Sin embargo si hubieses escuchado a Ángel parecía que describiese a la corte celestial de querubines y serafines. Y a ella se le caía la baba cuando hablaba él. Realmente a mi me parecían de lo más empalagoso, pero mis hermanas estaban encantadas. Hablaban de ellos y suspiraban con un “ainsss” melancólico que daban nauseas.
– Vale, me hago cargo, estaban coladitos el uno por el otro ¿OK?
– Sí, pero lo suyo es cierto que tenía algo especial. En lugar de ser como la mayoría de las parejas que una vez pasado ese bofetón inicial de romanticismo se vuelven un poco más realistas, ellos estaban cada vez más compenetrados y unidos. Ella era algo bohemia, una especie de artista que vivía entre los pajaritos del campo y que decía que la ciudad la oprimía y Ángel, ni corto ni perezoso dejó todo y se largó a vivir con ella. Decía que se iba a convertir en escritor. Al poco tiempo de estar viviendo allí y lo que te cuento ahora es una reconstrucción en base a los comentarios de unos y otros, todos testigos directos, Sonia se puso enferma una noche. Avisaron al doctor del pueblo, que tardó bastante en llegar pues se había desatado una fenomenal tormenta, y cuando acudió, le diagnosticó una apendicitis aguda, con probable derivación en peritonitis. Había que avisar a una ambulancia, pero esta debía venir desde la capital y podía perderse un tiempo precioso. Así que Ángel, muy nervioso cogió a Sonia, sin darle siquiera oportunidad a cambiarse y la llevó hasta el coche. La tumbó, con su largo camisón blanco en el asiento trasero para que fuera más cómoda y partió rumbo al hospital provincial. Entre la noche y la tormenta, y que no conocía todavía muy bien la zona, se debió de perder, pues cuando los encontraron estaban en una zona imposible, totalmente fuera de cualquier ruta lógica. Era un pasaje muy virado, y con el nerviosismo, las prisas, la oscuridad y el suelo mojado, Ángel se salió de la carretera y se mató. Murió en el acto.
– Vaya palo, tío, lo siento. ¿Y qué pasó con Sonia? –inquirió, ya interesado, Lino-
– Sonia –continuó Aspec- sobrevivió al accidente. Cuando los hallaron estaba muy grave y sin conocimiento. La trasladaron en helicóptero al hospital y fue operada urgentemente de apendicitis y de las heridas del accidente. Salió con bien de la operación pero estuvo varios días sin conocimiento. Al fin despertó, y lo primero que hizo fue preguntar por Ángel. Nadie quería responderle ni contarle la verdad. Finalmente y ante una insistencia casi histérica, el doctor tuvo que decirle lo sucedido y las circunstancias en que les encontraron. Soltó un grito, casi un aullido, desgarrador, inhumano y la tuvieron que sedar porque, a pesar de ser una persona religiosa o precisamente por ello, no lo sé, comenzó a blasfemar y a insultar a Dios con el vocabulario mas soez que, según me contaron, te puedas imaginar. Al día siguiente murió.
– ¡Joder, vaya drama! ¿De qué? ¿De la operación? –preguntó Lino-
– No. Los doctores que la operaron dijeron que la operación y las heridas estaban bien y la autopsia lo confirmó. Murió de lo que morimos todos. De una “parada cardio-respiratoria”. Unos dicen que el motivo fue un infarto provocado por la impresión de la noticia, las románticas de mis hermanas que de amor, y el cura, evidentemente, que por insultar y desafiar a Dios, fue castigada. Puedes elegir la que más te guste.
– Vale, joer, es una historia triste, sí, pero ¿Qué tiene que ver con las leyendas urbanas? –dijo Lino-
– Te he contado que comenzó gracias a una leyenda ¿verdad?-continuó Aspec- Pero no he acabado. Una noche, estando yo de viaje de vuelta hacia mi casa, al llegar a una zona de muchas curvas, me encuentro con una chica que hacía autostop. Aunque no suelo recoger a nadie, era tarde, me dio pena y paré. Sin decir nada se subió a la parte trasera del coche y arranqué. Muy poco después, al llegar a la siguiente curva, de repente gritó “¡Cuidado con esa curva. Allí se mató mi novio!”. Espantado por el grito, miré por el retrovisor y casi muero yo de un infarto. La reconocí. Era Sonia, estaba allí, sentada, con su camisón blanco… Y desapareció. Así, por las buenas. Se evaporó.
– ¡¡Coño!! –exclamó Lino- Eso no es posible…
– Cierto, no es posible, pero es verdad -concluyó Aspec- Desde entonces he oído que se aparece en muchos sitios, siempre en las mismas condiciones. Personalmente creo que está buscando. Buscando su curva y el cuerpo de su amado. Tú, puedes creer lo que te plazca. Se ha transformado en eso que llaman una leyenda urbana de las que nadie sabe qué origen tienen. Pero esta sí lo tiene y ahí tienes tu historia.
Aspective
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