Archivo diario: 3 octubre 2009

Me salió mi vena folclórica

La verdad es que con el tema de la semana «Me da miedo» me ha salido mi vena más folclórica que también la tengo y voy a poner la letra de una canción (copla) cantada a lo largo de los tiempos por grandes artistas de este género, se trata de un poema de Rafael de León, escritor y poeta de la Generación del 27, gran autor de letras para copla y la música del maestro Solano, músico español y autor de copla andaluza y otros géneros. Espero que la disfrutéis.
Tengo miedo
Cuando de vera se quiere
el miedo es tu carcelero
y el corazón se te muere
si no te dicen te quiero.
Y cualquier cosa te hiere
como a mi me esta pasando
que me despierto llorando
con temblores de agonía
porque tus ojos mi vida
y ese color de tu pelo
aún dormida me dan celos
Gitano, Gitano, del alma mía.
Miedo, tengo miedo,
Miedo de quererte,
Miedo, tengo miedo,
Miedo de perderte,
Sueño noche y día
Que sin ti me quedo
Tengo vida mía
Miedo, ay… mucho miedo.
Tiemblo de verme contigo
y tiemblo si no te veo,
este querer es un castigo,
castigo que yo deseo.
Yo en tus palabras no creo
y en las mías tú tampoco
Por tu avenate de loco
Ya me duele el pensamiento
De este puñal que presiento
te llenará de agonía
tu alegría, mi alegría
Gitano, Gitano, de mis tormentos.
Miedo, tengo miedo,
miedo de quererte.
Miedo, tengo miedo,
miedo de perderte.
Sueño noche y día
que sin ti me quedo.
Tengo, vida mía,
miedo, mucho miedo.salió la vena folclórica
La verdad es que con el tema de la semana «Me da miedo» me ha salido mi vena más folclórica que también la tengo y voy a poner la letra de una canción (copla) cantada a lo largo de los tiempos por grandes artistas de este género, se trata de un poema de Rafael de León, escritor y poeta de la Generación del 27, gran autor de letras para copla y la música del maestro Solano, músico español y autor de copla andaluza y otros géneros. Espero que la disfrutéis.
Tengo miedo
Cuando de vera se quiere
el miedo es tu carcelero
y el corazón se te muere
si no te dicen te quiero.
Y cualquier cosa te hiere
como a mi me esta pasando
que me despierto llorando
con temblores de agonía
porque tus ojos mi vida
y ese color de tu pelo
aún dormida me dan celos
Gitano, Gitano, del alma mía.
Miedo, tengo miedo,
Miedo de quererte,
Miedo, tengo miedo,
Miedo de perderte,
Sueño noche y día
Que sin ti me quedo
Tengo vida mía
Miedo, ay… mucho miedo.
Tiemblo de verme contigo
y tiemblo si no te veo,
este querer es un castigo,
castigo que yo deseo.
Yo en tus palabras no creo
y en las mías tú tampoco
Por tu avenate de loco
Ya me duele el pensamiento
De este puñal que presiento
te llenará de agonía
tu alegría, mi alegría
Gitano, Gitano, de mis tormentos.
Miedo, tengo miedo,
miedo de quererte.
Miedo, tengo miedo,
miedo de perderte.
Sueño noche y día
que sin ti me quedo.
Tengo, vida mía,
miedo, mucho miedoMe salió la vena folclórica
La verdad es que con el tema de la semana «Me da miedo» me ha salido mi vena más folclórica que también la tengo y voy a poner la letra de una canción (copla) cantada a lo largo de los tiempos por grandes artistas de este género, se trata de un poema de Rafael de León, escritor y poeta de la Generación del 27, gran autor de letras para copla y la música del maestro Solano, músico español y autor de copla andaluza y otros géneros. Espero que la disfrutéis.
Tengo miedo
Cuando de vera se quiere
el miedo es tu carcelero
y el corazón se te muere
si no te dicen te quiero.
Y cualquier cosa te hiere
como a mi me esta pasando
que me despierto llorando
con temblores de agonía
porque tus ojos mi vida
y ese color de tu pelo
aún dormida me dan celos
Gitano, Gitano, del alma mía.
Miedo, tengo miedo,
Miedo de quererte,
Miedo, tengo miedo,
Miedo de perderte,
Sueño noche y día
Que sin ti me quedo
Tengo vida mía
Miedo, ay… mucho miedo.
Tiemblo de verme contigo
y tiemblo si no te veo,
este querer es un castigo,
castigo que yo deseo.
Yo en tus palabras no creo
y en las mías tú tampoco
Por tu avenate de loco
Ya me duele el pensamiento
De este puñal que presiento
te llenará de agonía
tu alegría, mi alegría
Gitano, Gitano, de mis tormentos.
Miedo, tengo miedo,
miedo de quererte.
Miedo, tengo miedo,
miedo de perderte.
Sueño noche y día
que sin ti me quedo.
Tengo, vida mía,
miedo, mucho miedo.

La verdad es que con el tema de la semana «Me da miedo» me ha salido mi vena más folclórica que también la tengo y voy a poner la letra de una canción (copla) cantada a lo largo de los tiempos por grandes artistas de este género, se trata de un poema de Rafael de León, escritor y poeta de la Generación del 27, gran autor de letras para copla y la música del maestro Solano, músico español y autor de copla andaluza y otros géneros. Espero que la disfrutéis.

Tengo miedo

Cuando de vera se quiere
el miedo es tu carcelero
y el corazón se te muere
si no te dicen te quiero.

Y cualquier cosa te hiere
como a mi me esta pasando
que me despierto llorando
con temblores de agonía
porque tus ojos mi vida
y ese color de tu pelo
aún dormida me dan celos
Gitano, Gitano, del alma mía.

Miedo, tengo miedo,
Miedo de quererte,
Miedo, tengo miedo,
Miedo de perderte,
Sueño noche y día
Que sin ti me quedo
Tengo vida mía
Miedo, ay… mucho miedo.

Tiemblo de verme contigo
y tiemblo si no te veo,
este querer es un castigo,
castigo que yo deseo.

Yo en tus palabras no creo
y en las mías tú tampoco
Por tu avenate* de loco
Ya me duele el pensamiento
De este puñal que presiento
te llenará de agonía
tu alegría, mi alegría
Gitano, Gitano, de mis tormentos.

Miedo, tengo miedo,
miedo de quererte.
Miedo, tengo miedo,
miedo de perderte.
Sueño noche y día
que sin ti me quedo.
Tengo, vida mía,
miedo, mucho miedo.

*avenate: Arranque de locura

Sandra

 

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La noche en que los grillos callaron

Eran casi las doce de la noche cuando Carlos viajaba por la carretera su auto último modelo. Se lo había regalado su empresa, por el buen desempeño en su trabajo.

 

Se le hacia tarde, nunca se había quedado tanto tiempo en su trabajo, mucho menos dejara su esposa con la cena servida. Trató de llamarle dos veces, desde el celular, pero en vano, la señal estaba muerta. Encendió la radio, una música relajante empezaron a salir de los altavoces, casi se queda dormido, pero reaccionó justo antes de que saliera de la carretera y se estampara en una enorme roca. La parte de enfrente del auto quedó reducida a cacharro.

 

-“Maldita sea. – se dijo. No sabia en que parte de la carretera estaba. Ningún auto pasaba por ahí, el silencio era espantoso. Si no fuera por los grillos que esa noche cantaban más desenfrenados que antes. O quizá nunca les había puesto atención. Caminó un poco, hasta que encontró un señalamiento donde le decía que estaba justamente en el kilómetro 666, eso quería decir que estaba al otro lado de su casa.

 

La carretera rodeaba la montaña, él estaba justamente del otro lado de la montaña y su querido hogar quedaba precisamente del otro lado. Si quería llegar temprano tendría que acortar el camino por el bosque.

 

Dio los primeros pasos. Pero en ese momento los recuerdos vinieron a su mente, estaba en el bosque al cuál su abuelo le hizo muchas advertencias. No debía el por ningún motivo meterse a ese lugar. “Una maldición nos está esperando a todos los de esta familia, hijo. No debes por ningún motivo introducirte a ese bosque, jamás”. Toda su vida la había pasado en ese lugar. Jamás, así como lo dijo su abuelo, ni siquiera de curiosidad entró al bosque de la montaña.  “No debes meterte, porque entonces los grillos dejarán de cantar y ¿tu sabes porque los grillos cantan?” No, no lo sabía, pero su abuelo se lo dijo: “Los grillos cantan para que no se escuchen los gemidos de los muertos, si ellos callaran, oiríamos claramente los sonidos del más allá”.

 

Le dieron ganas de reírse, ¿Cómo se ponía todavía a creerle a un anciano que hacia mucho que no veía? Además él ya es un adulto, por lo tanto no deben asustarle esas historias para niños.

 

Cruzó la cerca que separaba la carretera de la montaña, justamente por donde el pasó había un letrero, como si fuera nuevo, se veía claramente a la luz de la luna la advertencia “NO PASAR Y SI PASAS ES BAJO TU PROPIO RIESGO”. Claro que por supuesto que no hizo caso a eso. Tenia que llegar a tiempo, ya hacia hambre, sus tripas le anunciaban, más bien, le exigían que quisieran comida.

 

En cuanto cruzó la cerca, los grillos callaron. Pensó que era su imaginación, así que hizo caso omiso, siguió su camino. No había avanzado mucho, cuando empezó a escuchar gemidos, susurros, algo estaba en el bosque y no era normal.

 

Recordó entonces la historia de su abuelo:

 

            “Hace muchos años, mi tata tatarabuelo pertenecía a la santa inquisición, eran tiempos de la conquista, así que le tocó torturar a muchos indígenas para que se cambiaran a la religión católica. Miles murieron con esas torturas, algunos otros fueron condenados a la hoguera. Todos fueron sepultados en esa montaña. Una ocasión les tocó torturar a un hechicero maya, este antes de morir, le lanzó una maldición: Cuando ustedes o alguno de sus descendientes cruce por esos lugares donde todos estaremos sepultados, los grillos callarán, escucharán nuestros gemidos y entonces nuestra venganza empezará. No importa si pasan millones de años, la maldición será por siempre hasta que cumplamos nuestra venganza”.

 

No dejaba de ser solo una historia, pero en esos momentos empezaba a creer en las palabras de su abuelo. El silencio era espantoso, las voces que se escuchaban a lo lejos también. Sacó de su bolsillo el Ipod que había comprado la semana pasada y le subió todo el volumen.

 

Por un momento dejó de escuchar aquellas voces siniestras, si todo iba bien, en una hora estaría en su casa.

 

Pero no iría bien, una espesa niebla empezaba a nublar todo a su alrededor, las voces volvieron  y ni todo el sonido de su reproductor de mp3 podrían callarlas. El viento era más fuerte, las ramas se movían, se veían como esqueletos vivientes moverse al ritmo del aire. Pensó que todo era parte de su cabeza, de repente las historias de su abuelo estaban volviendo a la realidad. La tierra empezó a temblar, pero no notó nada extraño. Solo las voces, esos quejidos que venían del más allá, esos susurros que le decían: “Ven con nosotros, nos perteneces”. Un olor a podrido empezó a llegarle a sus fosas nasales, asqueroso, nauseabundo. Le dieron ganas de vomitar, pero se contuvo, se dio prisa.

 

Mientras caminaba, notó que sus piernas temblaban, no lo podía creer, tenia miedo, mucho miedo, le dieron unas ganas intensas de reír, las historias de su abuelo daban resultado, un poco atrasado, porque de niño nunca le dieron miedo, pero ahora, todas aquellas advertencias que le había hecho, empezaba a creerlas como ciertas. Sacudió su  cabeza, tratando de desterrar esas ideas, pero las voces ahí estaban, esos quejidos maléficos, terroríficos.

 

Cobró conciencia de que estaba solo en ese lugar, no había nadie mas que el. Se sintió miserable, así que le apresuró a su paso. De repente todo empezó a dar vueltas y ya no supo donde estaba, sabia que se encontraba en medio del bosque pero no sabia en que dirección estaba su casa. Eso le dio mucha impotencia, le dieron ganas de llorar, de gritar que se fueran esas voces de su cabeza, que lo dejaran en paz, pero los susurros seguían en sus oídos.

 

Abatido, se sentó a un lado del tronco de un árbol. Tenia que pensar en algo, quizá si se dormía un rato y esperaba que amaneciera todo estaría mejor. Pero el frío era intenso, un frío que le calaba hasta los huesos. Puso sus manos en el suelo, mientras el se recostaba un poco con la cabeza apoyada en el tronco de ese árbol. Pero con una de sus manos tocó algo que lo hizo estremeserce. Aparentemente era una rama seca que se había caído de algún árbol, pero al empezarla a tocar, al usar su tacto, le encontró cosas no muy comunes en las ramas secas. Entonces la acerco a la vista de sus ojos, para que la luz de la luna iluminaran un poco aquel objeto y entonces la miró, su vista se le quedó clavada un poco, hasta que reaccionó y se dio cuenta que lo que tenia en su mano, era eso, una mano, un pedazo de esqueleto. Aventó el miembro lo mas lejos que pudo. Su corazón latía a mil por hora. Ahora su miedo era demasiado. No sabía como saldría de aquel lugar y cuando dejaría de escuchar el quejido de los muertos.

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Héroe y hombre

La habitación, encuadrada en la parte más septentrional del edificio, poseía unos grandes ventanales por los que rara vez se adentraban los rayos del sol. Esta circunstancia, aparentemente meteorológica, quedaba anulada por la verdadera y esa no era otra que las instrucciones recibidas, siempre de forma categórica, por parte de su temporal inquilino.

–          Señorita Morris, creí haberle dejado bien claro que la persiana debía de estar siempre bajada.

–          Lo siento, general. Pensé que le agradaría un poco de sol. En el exterior hace mucho frío, propio del mes de enero.

–          Usted, señorita, no sabe bien lo que es pasar frío ni tampoco, seguro, sentir que su cuerpo queda abrasado por el calor.

Diligentemente se apresuró a cumplir la orden, sin esbozar ningún gesto que pudiera hacer sentir al general que el tono de sus palabras no era el apropiado para los servicios que ella le prestaba. Conocía perfectamente los sufrimientos por los que había pasado en tantas y repetidas ocasiones, pues muchas habían sido las misiones cumplidas siempre en defensa de la nación. De hecho no es que los supiese por voz de terceros, aún cuando era imposible haberse abstraído no sólo a la lectura sino a los innumerables actos de homenaje que el general había recibido. Los conocía de su propia voz pues, cuando su estado de ánimo era más relajado, gustaba de contarle como se habían desarrollado todas las misiones en las que había intervenido que, para los demás, tenían la consideración de actos heroicos.

Las consecuencias de aquel ataque a la base naval de Pearl Harbor había cambiado totalmente su vida, al igual que la de muchos de sus compatriotas. Su alistamiento, en su caso, no pudo decirse que fuera forzado. Era tal el odio que sentía que fue uno de los primeros de su pueblo en rellenar los papeles para, después de un duro adiestramiento, encontrarse destinado en primera línea de combate. Nadie le podía dar lecciones sobre el frío húmedo de la selva tailandesa cuando, destrozada su compañía y sin más comida que la encontrada en la jungla, soportó mil y una emboscadas de los “amarillos”. Es así como su tenacidad, sufrimiento y altas dosis de paciencia tuvieron su recompensa ya que, con sólo cuatro hombres más, lograron aniquilar a todos los componentes de la importante posición japonesa que obstaculizaba el avance de las tropas. Por esa acción, el alto mando tuvo a bien recompensarle con una nueva estrella que se sumaba a las condecoraciones ya recibidas por anteriores gestas en un acto público que tuvo que demorarse más de lo debido, consecuencia de su hospitalización por la fiebre tifoidea amén de otras importantes secuelas.

Cuando más orgulloso se sentía, sin lugar a dudas, era al relatar sus aventuras en el desierto africano y no por la importancia de las misiones, que sí la tuvieron, sino por haber estado a las órdenes directas del General Patton. Él si fue un verdadero héroe, por el que nunca había perdido su admiración a pesar de las, para él, injustas y cobardes críticas que le realizaron.  A sus órdenes y a pesar de poner en elevado riesgo su vida, como la de sus soldados, logró paralizar la ofensiva de Rommel destruyendo varias de sus columnas. El desierto es muy duro para un soldado pues, a las altas temperaturas del día le siguen noches gélidas que dejan tu cuerpo en un estado casi inerte. Patton, antes de ser relevado en el mando para hacerse cargo de la invasión de Sicilia, solicitó nuevas recompensas para su persona pues todas las acciones realizadas habían sido de alto riesgo y habían tenido como consecuencia la victoria ante el enemigo.

La puerta de la habitación se abrió y la espigada señorita Morris avanzó lentamente hacia el lugar que ocupaba, cuidando de no hacer demasiado ruido con sus tacones.

–          Disculpe general, el Secretario de Estado quisiera hablar un momento con usted pues, al parecer, tiene una excelente noticia que a buen seguro le agradará.

La señorita Morris, en voz más baja y ya cerca del oído del general aún cuando nadie más se encontraba en la habitación, le indicó: Por el sobre que porta en la mano creo que son noticias de la Casa Blanca y además le acompaña el general Campbell, Jefe del Estado Mayor.

–          Dígales que ahora no me encuentro en condiciones de recibirles. Estoy muy cansado y lo único que necesito, de una vez por todas, es que dejen reposar el cuerpo de este soldado.

–          Señor, insistió ella, con todo el respeto creo que aceptar esta visita es una obligación para usted como soldado además de un honor.

–          Señorita Morris, estoy ya muy viejo para recibir honores. Solo me interesa la visita del doctor, que por cierto ya se retrasa. Búsquele y que sea él, si lo cree conveniente, quién me traslade las noticias.

Pasaron unos pocos minutos y esta vez la puerta no se abrió con tanta delicadeza como lo haría la señorita Morris. El doctor, a juicio del general, era un buen soldado de su profesión. Serio, sin ambages, aunque siempre con un tono cariñoso se había ganado su confianza.

–          Doctor, por favor, dígamelo ya. ¿cuál es el resultado de las pruebas?, inquirió el general.

–          Tranquilo general, vayamos por partes.

El general ya denotaba que no eran buenas noticias. Por primera vez, en mucho tiempo, el doctor no iba al grano. Nunca le había escuchado esa expresión: “vayamos por partes”. El doctor hizo aparecer de dentro del sobre una nota, de la que al trasluz se divisaba el membrete y sello de la Casa Blanca y que en sus apartados más importantes venía a decir: El Presidente, en nombre del Congreso de los E.E.U.U., tiene el honor de notificarle la concesión de la Medalla de Honor, máximo galardón de las Fuerzas Armadas, por la valentía e intrepidez demostrada, con riesgo de la propia vida y más allá de la llamada del deber, cuando ha entrado en combate contra los enemigos de los Estados Unidos”.

Por las mejillas del general se deslizaron unas lágrimas, no propias del soldado sino del hombre. Es así que, cuando pudo reponerse de ellas e intentando mínimamente incorporarse, le dijo al doctor

– Ahora ya sé, que el resultado de las pruebas es el que nos temíamos. ¿verdad, doctor?. Este soldado, por primera vez en su vida, le confiesa a un hombre: Me da miedo morir, doctor. Dígaselo usted, en persona, al Presidente y gentilmente rechace en mi nombre esta alta condecoración.

JOSE MANUEL BELTRAN

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