Lo dijo en voz baja, casi susurrando, para que no le oyeran. Para que ella, Marta, no le oyera. Inmediatamente después colgó el teléfono.
Quería a su madre, y le parecía algo normal. Todo el mundo quiere a su madre. No le tenía más apego que cualquier otro de sus hermanos. La visitaba cuando podía, que era poco, y la llamaba de vez en cuando. Pero a ella, Marta, su mujer, se la llevaban los demonios cada vez que le escuchaba hablar con su madre, aunque fuera por teléfono.
– “Es que estás enmadrado, Alfonso. A ver si crecemos de una vez…”
Si además oía que le decía “Te quiero” ya la tenían montada.
– Hombre, que bien. A ella si se lo dices ¿no? ¿Y a mí? ¿Que me parta un rayo?
Lo intentaba. De verdad que lo intentaba. Pero no le salía. No le podía decir que la quería. Posiblemente la razón estaba en que era falso. Ya no la quería.
Se habían casado hace unos años. Le parecían ya demasiados. Él pensaba que habían comenzado muy enamorados y los primeros tiempos fueron, efectivamente, espléndidos. Habían estado unos pocos años de noviazgo, al estilo tradicional, mientras ambos acababan sus carreras y lograban encontrar trabajo. Luego vino el piso, la hipoteca, el coche, el otro coche, la parejita, los colegios, las vacaciones… Nada original, desde luego. Pero tampoco había sucedido nada extraordinario. Sus vidas habían transcurrido muy ajetreadas, muy rápidas, con pocos momentos de reflexión. Hasta ahora.
Habían tenido una discusión doméstica. Otra más. De algo sin importancia habían logrado entablar una verdadera pelotera sin más razón que no dar, cada uno, su brazo a torcer. Tener razón, como sea, con tal de no dársela al otro. Y se había dado cuenta, en ese momento, que le tenía respeto, miedo, a su mujer. No un miedo físico, ni nada parecido. Únicamente miedo a su carácter, a sus gritos, a su mal humor, a sus enfados. Y al castigo. Siempre el mismo castigo: un pijama de felpa y una espalda por todo panorama al irse a dormir.
Recordaba que, al principio, le encantaba esa misma postura. Ella iba sin nada y la contemplación de las curvas, mareantes curvas, que conformaban la cintura y la cadera cuando, de lado, se volvía para, al fin, dormirse, la parecía la visión más bella del mundo. Siempre que veía al conducir la señal de “curva peligrosa” se acordaba de esa semipenumbra en la que se quedaba como tonto admirando la perfección de esas líneas.
¿Dónde estaba ahora esa admiración? Se había perdido en algún rincón, junto con tantas ideas, esperanzas e ilusiones. Se habían extraviado. Como tantas otras cosas a las que había ido renunciando para no escucharla. “Por la paz, una avemaría” recordaba el viejo dicho. Pero había dejado tantas cosas por el camino…
– ¿Con quién hablabas cariño?
¿Cariño? Sería, por fuerza, la costumbre la que le hacía expresarse así, pues estaba convencido de que ella tampoco le quería. Pues a quien se quiere no se le hace la vida imposible, no se le están buscando las cosquillas continuamente.
– Nada, era Gámez, de la oficina, para que no se me olvidara mañana echar la primitiva…
– ¿Y por qué no lo hace él? ¡Siempre exigiendo ese Gámez!
– Mujer, si cada semana lo hacemos uno…
Calzonazos. Sí, esa vieja y fea palabra era la que le definía acertadamente. Contestaba con temor y evasivas para no dar ocasión a una nueva regañina, a otra bronca en la que, finalmente, se terminaría por callar ante la mirada incrédula de sus hijos. Cualquier cosa para no seguir discutiendo, para que no llegaran los gritos a oídos de todo el barrio, para que no le disparara a sus puntos sensibles, esos en los que la herida duele mucho más. Y eso ella lo sabía hacer como nadie.
Había pensado en divorciarse, pero el temor a enfrentarse con Marta, cara a cara y planteárselo, le parecía imposible. Además ¿Qué le iba a quedar a él? Los niños se quedarían con su madre. Y la casa. Y los muebles. Y los amigos pues, oficialmente, el hombre es el malo. Le tendría que pagar una pensión, de su ya menguado sueldo. ¿Cuándo podría ver a sus hijos? ¿Se olvidaría de él o le dejarían de querer? ¿Qué le iba a quedar? El vacío ,que se abría como única perspectiva ante él, le hacía olvidarse rápidamente de esa posibilidad. Hasta la siguiente vez. Y mientras a esperar, a aguantar, a plantearse donde se había ido su vida, dónde estaban esos sueños que cuando era más joven parecían factibles. Lo único que tenía claro era que tenía que aguantar. Como fuera. Y que el matrimonio era una mierda.
Próximo turno P – Montse – Activo
Qué situación tan común en las parejas que llevan años casados. Dice una canción de Falsalarma que: «pierdes el cariño, nunca vuelve al principio, pero siempre hay sitio para la esperanza». Tengo la impresión de que Montse va a disfrutar con esa frase final. Un besito!
La verdad es que lo que describes es horrible. Horrible el estar con alguien con quien ya no puedes hablar; con quien sabes debes callar para no discutir; con quien llevas el corazón en vilo esperando la siguiente discusión, preguntándote cual será el motivo esa vez, algo de lo más nímio problablemente. Y lo más triste es aguantar la situación, la mayoría de las veces por el tema económico… en otros casos más graves, por miedo a las posibles repercusiones físicas.
Y difícil también, no generalizar; librarte de esa situación y conseguir llegar a pensar que no tod@s son iguales; no perder la esperanza de que exista alguien con quien compartir la vida pueda ser un remanso de paz.
Ay!!! (gran suspiro), en fin, convivir no es fácil. Eso sí, yo me hago una pregunta ¿por qué siempre hay uno de genio vivo y otro que cede?… y otra pregunta ¿por qué no suelen coincidir las personas dispuestas a ceder?… porque estas últimas sí tendrían posibilidades de una convivencia feliz ¿no?…
Ya estoy divagando. Tu texto me ha tocado. Conozco perfectamente la situación (a la inversa). Por suerte, ya es parte del pasado.
Un placer leerte…
Un relato muy real, que me provoca un intenso nudo en la garganta. Esa situación me da miedo. Miedo, quizá, no tan grande como aquel que el personaje tiene: el miedo a empezar todo de nuevo, a arrancar de cero, sin nada. Y el miedo a hacer algo para cambiar.
Yo no se que haría en una situación así. Si eres infeliz, ¿por qué el miedo a cambiar, si el cambio puede significar felicidad? No me excluyo de esta pregunta, porque yo también estoy petrificada por el miedo casi todo el tiempo, por ese miedo a cambiar, y también por el miedo a lo que dirán si cambio. Es estúpido, lo sé.
A veces, creemos que estamos encadenados, pero en realidad no lo estamos: las cadenas están en (o son) nuestra mente.
Ya ni sé.
Eso suena muy real. El maltrato psicológico es tan dañino o más que el físico. Hay muchos hombres en esa situación, más de lo que la gente piensa.
Buen post.
Saludos
Es un tema complicado y por lo tanto interesante. Mi punto de vista es que en la vida hay muchos problemas como para buscarlos nosotros mismos y hay veces que, después de pensarselo claro está, lo mejor es cortar por lo sano.
Sara:
Esa esperanza, creo que falsa, es la que hace que muchas parejas aguanten. Pero llega un momento en que algo se ha roto y eso ya no se puede arreglar. No sé si se podría «reinventar a sí misma» esa pareja «refundar» como decía aquel, pero recuperar lo perdido es imposible.
Son:
Sí, es una situación dramática, horrible. Y fíjate que solo hablo del tema emocional, porque el maltrato físico ya es otro tema, que entra dentro del delito penal.
Y efectivamente te hace perder la ilusión y la confianza en «la especie» pensando que todos los hombres/mujeres son iguales. Sin embargo no creo que al comienzo uno sea de caracter fuerte y otro suave sino que el día a día, la necesidad de afrontar decisiones y problemas hace que finalmente cada uno los enfoque de su forma y acaben, junto con el desgaste del día a día que proporciona la convivencia, en posturas lejanas e incluso encontradas a las que tenían al principio.
Ya también conocí, de primera mano, esa sensación.
Y es horrible, efectivamente.
Daniela:
El miedo creo que viene del balance (lo que puedo ganar, lo que puedo perder) y del no querer defraudar o reconocer un fracaso.
Pero finalmente, hay que ser un poco egoista, pues creo que solo siendo feliz tú puedes hacer felices a los que amas. Hay que escoger y la excusa de conformarte con lo que no quieres por no hacer daño, por no herir, te hace sentirte mal y los tuyos no podrán sentirse bien viendote así, por más que lo intentes disimular.
Gorio
Sí, así es.
Por vergüenza, miedo, temor a perderlo todo, falta de valor para el enfrentamiento, etc. muchos hombres padecen esta situación. Pero normalmente en silencio y a oscuras, con lo que es muy difícil que el entorno se entere.
Forma parte, además, de la idiosincrasia masculina, buscar una salida sin comentarlo con nadie.
Pero creo que el maltrato físico es peor. Conduce incluso a la muerte en demasiadas ocasiones. Además, el maltrato físico, por definición, incluye el maltrato psicológico, pues no puede haber nada peor que el miedo a morir o que maten a tus hijos.
Lino:
Efectivamente. La vida es complicada como para buscarnos problemas nosotros solos.
Pero a veces, por las razones que sea, lo que falta es el valor o el saber cómo llevar adelante esa ruptura.
En una situación de desesperación extrema, la persona maltratada puede desear la muerte…y ver una salida en ella, y así dejar de sufrir el daño físico, pero el psicológico dura años…
Ainssssssssss, pido clemencia!!! Necesito un poquito de tiempo para escribir, por favor!!!!
Esta mañana he tenido un encontronazo desafortunadísimo con el suelo, por llamarlo de alguna manera. Toda yo me he rebozado, cual croqueta, y tengo cardenales hasta en el carnet de identidad y he estado de concilio. No se pueden tener tantos cardenales sin numerarlos ni enumerarlos 😉
Acabo de leerte Aspec y el relato está bordado, algo que no es nuevo y como no podía ser de otra manera. Por cierto, siempre me llama la atención la franqueza de tus personajes masculinos cuando fracasan en sus relaciones. Son fantásticos y abiertamente sinceros, sin velos, sin tapujos, hablándose para sí de sus propios errores. Me encanta tu forma de escribir sobre el desencanto. Bravo corazón!!!!!!!!!!! 😉
Yo prefiero no recordar el mío, así que esa frase final me supone un ejercicio duro y complicado, sobre todo porque no recuerdo cuando dejó de ser una mierda para convertirse en peligroso para mi vida y la de mis hijos.
En fin, entre los cardenales, raspones y demás alegrías, de mi «affaire» con el suelo, y mi auto-impuesto alzheimer con mi matrimonio, intentaré darle sentido a la frase, a ver si se me ocurre algo, eso sí, espero vuestra benevolencia y unas horitas porque aún me cuesta estar sentada y prometo ponerlo en cuanto pueda antes de mañana.
Besitossssssssss
Por mi te espero, Montse, teniendo en cuenta que la penúltima vez que me tocaba escribir, salí a dar una vuelta y acabé 4 días en el hospital… te entiendo. Recupérate!!!
Sin problema Montse…