Por K – Alejandro Marticorena – Activo
La tarde se arrastraba despacio, al ritmo del sol primaveral que caía, oblicuo, sobre la mesa del bar Asgard en la que una rubia Quilmes por la mitad prometía aún un par de vasos más (con o sin espuma) para el gordo Chelo y para Quicho.
El Mocho estaba (diría más tarde Quicho) «más Mocho que nunca«. No participaba de las risotadas de los otros dos, que venían recordando anécdotas viejas, de varios años atrás. Escribía algo en su eterno cuaderno con espiral con gesto concentrado, abstraído…
–¿Y la misionera? ¿Te acordás cuando fuimos a bailar al boliche ése… «La verdulería», creo que se llamaba?– Chelo a duras penas podía contener las lágrimas cada vez que algo lo hacía reír.– ¡Qué pedo se agarró, mamita querida! «Necesito estar con un hombre, ahora«, le dijo a Lalo, y el pelotudo la llevó al reservado y le fue a buscar un té…
–Lalo siempre igual– dijo Quicho– …ese samaritanismo con las féminas desprotegidas y vulnerables… como aquella vez que terminó con esa puta tomándose un café en la esquina del burdel haciendo que la mina le cuente sus desdichas… No se la cogió, ¡y encima le pagó el turno! ¡Le pagó por hablar! Bueno, por ahí se garchaba a su psicóloga, qué sabés…
Las risas estallaban como relámpagos en la cara del Mocho, pero éste continuaba absorto en la redacción de su texto.
Chelo se agarró la cabeza antes de hablar.
–¡Pará! ¿Y te acordás cuando fuimos al Tigre con Julito Ciccone, el mecánico, Ariel y no sé quién más con esas minas que había traído Jorge Sanó? ¿Y que nos escondimos Ariel, vos, Julito y yo abajo del piso de tablas de la casa con pilotes para verle el «asunto» a la morocha entre las hendijas de la madera porque nos habían dicho que no usaba bombacha?
–¡Fue mundial!– dijo Quicho, encendiendo un Marlboro. ¿Y te acordás lo que dijo el pelotudo de Ariel después, queriendo hacerse el poeta? ¡Qué pelotudo, por Dios!
Chelo tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar de la risa.
–No, la verdad que no me acuerdo…
–Dijo algo así como que «pudimos contemplar su brillante calva y su poblada barba«…
Chelo comenzó a reírse y a toser de una manera que logró desconcentrar hasta al Mocho. El rechoncho rostro de Chelo amenazaba estallar en cualquier momento como producto de la tos, agravada seguramente por los años de fumador que el gordo había logrado comenzar a dejar atrás hacía cinco meses, y dos gruesas lágrimas habían dejado unos surcos brillantes en sus cachetes, inflados y rojos como manzanas.
Quicho le alcanzó el vaso lleno por la mitad del líquido amarillo y alegre, y Chelo se lo agradeció, con un gesto, sin dejar de reír.
–¿Qué pasa, Mochito?– dijo Quicho.
–Ya casi está y se los leo.
Quicho y Chelo se miraron con gesto misterioso.
–Ya está– dijo el Mocho– Chelito, ¿qué me decías, vos, el otro día, de que los mensajes de texto no dan para incluirlos en un texto poético y eso?
–Eso mismo, Mocho. Te decía eso. A mí me parece que no da, pero bueno, el escritor acá sos vos.
–Te apuesto 50 mangos a que con este texto te emociono y me das la razón a mí.
Nada era peor para Chelo que alguien lo desafiara con una apuesta, y de ese modo. Así que redobló la apuesta.
–Ah, me estás desafiando, Mocho querido. Bueno, que sean 100 entonces. ¡Tomá! Me vas a venir a correr con la parada a mí… y emocionarme las pelotas.
–Upa– dijo Quicho, empujando de un trago lo último que le quedaba en el vaso.
El Moncho lo pensó unos segundos.
–Dale. Cien mangos. Quichín, sos testigo.
–Hecho– dijo Quicho
–Hecho– dijo Chelo, y le dio la mano al Mocho.
Éste carraspeó, y comenzó a leer de su cuaderno.
«Noche es tu ausencia. Oscuridad es que no me sonrías, que no me toques. Tristeza es saber que te vas y sentir que mi corazón llama a tu sangre nombrándote en cada latido.
«Añorar es pensarte. Como ahora, como siempre, como nunca. Desear es tu piel, tu boca. Luz o, mejor dicho, sol, es tus ojos. Tu mirada, ese dulce otoño donde crepita mi alma. Vibrar es verte volar con los pájaros que soltás cuando te encendés como sólo yo sé encenderte. Vibrar es estallar en fuegos de arco iris cuando me encendés como sólo vos sabés encenderme. Vivir es que me hables, es hablarte.
«Noche, ya lo dije, es tu ausencia. Amanecer es ver que llegás. Que me llegás. Que estás, que sos para mí. Suelo es que te vayas; cielo, que vuelvas.
«Movimiento es tu cuerpo, tu manera de bailar, tu sonrisa sensual mordiéndote el labio inferior. Lujuria es tu ternura a prueba de balas, tu manera de acariciarme el pecho, la cara, las esperanzas. Color es estar cerquita tuyo, calor es tenerte, que me cantes.
«Frío, ya lo dije, es tu ausencia. Tibio es que me abraces, que me mires de cerca, cada vez más de cerca hasta que parezcamos cíclopes y nuestros dos únicos ojos se cierren en un beso doble, hondo, húmedo. Caliente es que me seduzcas, que seas ahora mi gata, después mi puta y al rato mi perra. Que me hagas tu hombre, tu macho. Hacerte el amor primero y cogerte después. Que me cabalgues, que me sometas, que me hagas tuyo y después hacerte mi esclava, mi súbdita, mi Princesa, mi Reina, mi amada para siempre.
«Suave son tus pechos redondos y tibios como enormes uvas; fruta es el sabor de tus besos; chocolate, tu aliento. Bosque, montaña, océano es tu olor a mujer, tu deseo de madera para mi pasión de fuego; mi intensidad de sol hacia tu elegancia de nieve. Mis ramas entre tu brisa, el sonido dulce de nuestro amor.
«Alegría es escucharte. Tristeza, ya lo dije, es saber que te vas. Dulce es sentir que llega tu mensaje al celular cuando lo espero. Salado es besarte, que me beses. Cosquillas es que me sonrías, que me mires fijo, sin pestañear.
«Horizonte, futuro, esperanza, son algunas de las palabras que colecciono para pronunciar junto a vos.
«Emoción es lo que me pasa al recordarte. Amor sos vos. Amor sos sólo vos.
«Renacer es leer que me digas ‘estoy yendo, vida’. Felicidad es escribir ‘yo también, amor’.
«Paz es decirte ‘te amo’.»
Los sonidos llegaban amortiguados de la calle y en el bar, que no estaba muy lleno, resonaba el decrépito televisor en el otro extremo del salón mostrando la pantalla roja de Crónica TV con letras enormes y blancas.
Quicho y Chelo estaban quietos. Ninguno de los dos pronunció palabra durante unos segundos interminables.
Chelo se inclinó hacia atrás en la silla, metió una mano en el bolsillo de su pantalón y le extendió un billete de cien pesos al Mocho. Éste sonrió y lo miró. Chelo se puso de pie.
–Qué conchudo… –dijo, como para sí mismo. Y se fue al baño.
–Te pasaste, Mochito… es impresionante eso que escribiste… ¿Es para María?– dijo Quicho.
–Sí…– dijo el Mocho, observando pensativo el billete.
Abel, el escuálido mozo del bar, se acercó acomodando sillas. Cuando llegó se apoyó en el respaldo de una de ellas y los miró con gesto intrigado.
–¿Pasó algo, che? Hasta hace un rato se estaban cagando de risa… y ahora lo ví a Chelo que se iba al baño… ¿me parece a mí o estaba moqueando el gordo?
Quicho sonrió tiernamente y lo miró a los ojos.
–Puede ser, Abelito, puede ser. No parece pero el gordo también se emociona.
Glosario para no rioplatenses
Pedo: borrachera.
Boliche: local bailable.
Mangos: pesos.
Coger: hacer el amor.
Celular: teléfono móvil.
Moquear: llorar.
Próximo turno para M – Daniela – Activo
Está bueno, parecía que los tipos eran unos tiros al aire, de los que siempre estan chupando en algun bar recordando sus noches amorosas vividas… Pero le diste un vuelco precioso 🙂
Ah, y un celular no es un celular en todos lados?
Puede ser, Dani; sólo sé que en España le dicen «móvil»…
Gracias, un beso.
Es cierto, es España le decimos «móvil».
Una ya se siente en casa leyendo a tus personajes… Y el texto… requetelindo. Saludos!!
Esta historia es adictiva Alejandro!!!! 😉
Besitosssss
touché 🙂