Archivo diario: 9 julio 2009

Abriremos un turno de preguntas

Autor – P – Montse

Fueron llegando uno a uno, tal y como en su día Sir Aspec lo diseñó, como a intervalos fijos de 2 minutos, más o menos la cadencia del portón de entrada al edificio, cargados de maletines, notebooks  y carpetas llenas de papeles, corriendo como posesos con destino a la sala de juntas. Había secretarias, bedeles, mensajeros, y un montón de gente más yendo y viniendo, como locos. Era una oficina más parecida a un manicomio que a otra cosa.

La locura había comenzado hacía 6 horas cuando Marcia, la íntima amiga de Montse, había llamado al bufete para comunicar que lo que tanto habían temido, había sucedido. Inmediatamente saltaron miles de alarmas internas que ponían en marcha un montón de órdenes,  perfectamente elaboradas desde tiempo atrás. En todo este entramado, cada uno de ellos era una simple pieza de un inmenso puzle. Cada uno tenía algo qué hacer que automáticamente ensamblaría con la siguiente y así la cadena se pondría en marcha como un Patek Philippe, el reloj favorito de Sir Aspec.

Montse sabía que antes o después aquello sucedería. Se podían comer bocadillos de caviar, pero era un desperdicio y eso era ese matrimonio, una asquerosa bazofia, aunque los integrantes fueran canela en rama, y en este caso ninguno de los dos, ella también se incluía, lo eran. La diferencia era que al menos ella tenía una educación exquisita algo que en el caso de su esposo, brillaba por su ausencia, más aún, lo que llamaba la atención era su zafiedad, su paletez, su ruindad y cuanto más oropel se ponía, más se le notaba.

El tenía el dinero, y ella la clase, aunque el siempre le repitiera, con aquella educación de camionero: Don sin din, gilipollas en latín.

No tardó mucho en darse cuenta que su puesto dentro de la seguridad del Estado no era más que la perfecta tapadera para el mayor matón del país, así que intentó por todos los medios procurarse una salida para cuando llegara el momento, pero no era tarea fácil, para eso necesitaba alguien que hiciera de todo y además perfecto. Eso no existía.

Sir  Aspec era una de esas joyas que atesoran las grandes familias y que, a cambio de sustanciosas y jugosas transferencias a la isla de Jersey, se encargaba, de forma magistral, de cualquier cosa que pueda enturbiar la paz de alguien, algo fuera del alcance de casi todo el mundo.

Ella le conoció en una kermés que organizó la asociación de las Damas Diplomáticas, para recaudar fondos, a la que acudió la Reina Sofía y donde se decía que iría la princesa Letizia, una de sus blancos favoritos. Blanco que la estaba granjeando pingües beneficios, grandes amigos y enemigos algo fanáticos. Fue el mismo quién se acercó, quién inició la conversación y quién, después de diez o doce palabras, la puso al corriente de lo que sucedía a su alrededor. En dos meses ella tenía tejida en torno a sí, tal red que si su marido o cualquier fanático incurría en un error, como así había sido, todo se pondría en funcionamiento sin que se diera ni tan siquiera una orden.

El siguiente paso, mientras todos estaban hablando como locos al teléfono, o enviando e-mails encriptados, o simplemente escaneando fotos que llegarían a sus legítimos destinatarios, era  que un mensajero le entregara a Don Sito una nota con la confirmación del vaciado y consiguiente cierre de sus dos cajas de seguridad en Liechtenstein. No hay nada que le duela más a un asesino que le toquen su dinero, sobre todo cuando piensa que baila sobre el cadáver de su peor enemigo.

En el mismo momento que dijo: Abriremos un turno de preguntas, le pasaron la nota doblada y al abrirla estuvo a punto de sufrir una lipotimia. Pidiendo disculpas, se retiró ayudado por sus subordinados, entre una nueva lluvia de flashes, para que le atendiera un médico pero él cogió el móvil y ordenó a Vasili que averiguara quién estaba detrás de aquella nota, Le sugirió, entre ahogos y gritos, que hablara con sus contactos entre colombianos, marselleses, nigerianos y algún otro grupo. Nada más lejos de la realidad. La operación había sido diseñada por Sir Aspec, conocido por su famosísima cuadra de caballos imbatibles en Ascot y Dubai.

Don Sito nunca aprendería la lección de la diferencia entre la unión de la eficacia y la eficiencia frente a la fuerza bruta.

Mientras su mujer empezaba a tomar algo de líquido a través de una pajita en la U.C.I. de un gran hospital, se inició la caza y captura de aquel asesino, de aquel sanguinario que no entendía más que de sangre y vísceras. Seguro que habría esperado un matón que le hubiera pegado tres tiros, nunca lo que le esperaba. Para ello habría necesitado emplear alguna neurona pero eso era un esfuerzo sobrehumano que a estas alturas se antojaba imposible.

En varios países del mundo, empezaron a moverse capitales con destinos complejos. Unos se ingresaban en cuentas de empresas dedicadas a multitud de cosas. Se habían vaciado dos cajas que tenían bonos de renta fija de la bolsa de Nueva York que, en estos momentos, estarían vendiéndose para pasar a comprar valores de Nasdaq a nombre de una nueva empresa que, a la vez, perdería todos sus activos y tendría que ser salvada por otra de las empresas de Don Sito y así hasta que no le quedara a ese desgraciado ni para una cajetilla de Winston. El engranaje estaba funcionando con una perfección impecable e implacable.

La primera noticia que puso en fuga a Sir Aspec no fue la paliza a la mujer de Don Sito. Los guardaespaldas de Sir Aspec fueron capaces de avisarle a tiempo del descuido de haberse dejado fotografiar y ahora había decidido irse con su amigo, uno de sus más íntimos y estrechos amigos, Hamad Bin Khalifa, emir de Qatar, que le enseñó entre otras muchas cosas, el arte de la cetrería.

A través de la mujer de Don Sito conoció a Son, aquella excéntrica pintora y a Gorio. Gorio había estado a punto de romper todo su milimetrado mundo, menos mal que todo aquello que dejó al albur, cuidaron los que había a su alrededor. Seis hombres escogidos entre los mejores del mundo. Dos de ellos habían pertenecido al MI6, otro fue reclutado al Mossad, un cuarto en el CNI español y los dos últimos,  encargados directos de la seguridad del presidente Bashar al Assad.

Gorio. Gorio. Nunca imaginó que aquel hombre le volviera loco, tanto que era capaz de compartir cama con dos mujeres con tal de estar con él. Ellas se excitaban viéndoles juntos y ellos las complacían. Si Gorio supiera que habría matado a aquellas dos arpías para quedarse solo con él.

Aún podría hacerlo, sin embargo tenía que terminar el trabajo y dejar que las cosas se calmaran antes de dar cualquier paso. Seguro que Hamad tendría en el desierto algún palacio que dejarle y llevarse a Gorio para disfrutarlo a todas horas sin descanso, hasta aprender cada milímetro de su cuerpo.

Le enseñaría a montar a pelo en su mejor pura sangre «Feeling Blue», desnudos, trabados, para que conociera otro placer nuevo. Pensarlo le excitaba tanto que iba a pedirle a Hamad algún sirviente que le sirviera para desahogarse mientras planeaba el secuestro de Gorio. Tal vez Gorio se prestara gustoso. Sólo imaginarle sumiso le hacía relamerse, y algo más. Tanto que el sirviente se retiró, una vez que le lavó perfectamente, visto que su labor había terminado. Ese Gorio iba a darle mucho placer.

Y  al otro lado del mundo, en aquel país consternado por aquella mujer ingresada, debatiéndose entre la vida y la muerte, aquel músico que había sido encontrado en una cuneta malherido, la famosa y excéntrica pintora que se había cruzado con un brutal violador, y un comisario muy conocido por su persecución contra las mafias de la droga que estaba sufriendo en carnes propias el amor por su mujer, ya que al leer lo que se suponía, algún informe de la situación de la misma, ante todos los periodistas, sufrió un desvanecimiento y tuvo que ser ingresado aunque no en el mismo hospital, todos pensaban en que hay días negros llenos de casualidades que, aunque no tuvieran nexo de unión, lo parecía.

Y, en el último escenario, aquel bufete en ebullición, cuando todas aquellas personas acabaron de mover sus piezas en aquel complicado juego de ajedrez, recogieron los papeles, maletines, portátiles, etcétera y abandonaron aquel inmueble. Al salir, en los cristales, volvió a figurar el cartel de una famosa inmobiliaria como arrendadora del mismo, incluso el mismo polvo en las ventanas de no haber estado habitado en meses.

Cada uno recibió su salario y Sir Aspec, desde Qatar, dio por terminada la operación. Don Sito no tenía nada más que su mísero sueldo como policía. Ni tan siquiera su piso era ya su piso, y ahora habría otras personas, en otros países del mundo, que le buscarían para, en un máximo de 6 horas, desmantelar una vida en justa compensación a la brutalidad de un descerebrado o al calentón de 4 que se revolcaron en una cama con la ventana abierta.

Un auténtico guión de Almodóvar.

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Aspec, Gorio, Montse y Sonvak en plena orgía.

Por  O – Aspective

Contemplaba la foto con la mirada fija,  sin pestañear, como hipnotizado por ella. Después de un largo tiempo que no sabría calcular, estrujó la instantánea con furia y la introdujo en el bolsillo de su pantalón.

¡Malditos hijos de puta! Masculló entre dientes mientras sus músculos se crispaban  y todo su cuerpo adquiría una tensión insoportable.

Anduvo unos pasos, vacilante, con la mirada perdida, y una adusta expresión en el rostro. Un rostro ojeroso en el que destacaba una fina nariz recta, con los ojos pequeños y hundidos bajo la sombra de unas hirsutas y pobladas cejas, unos labios finos, crueles, enmarcados por la incipiente y renegrida barba. El pelo cortado muy corto y su figura alta y extremadamente delgada, completaban una imagen inquietante, un tanto amenazadora.

¡Malditos hijos de puta! Repitió. Hacerme esto a mí ¡A mí! Sacó del bolsillo de su cazadora, azul y algo ajada, una nueva fotografía. También mostraba a Aspec, Gorio, Montse y Sonvak en plena orgía, en otro momento del desenfrenado encuentro, tan claramente recogido por el paparazzi. Si hubiese pagado finalmente, le hubiera costado una pequeña fortuna hacerse con el reportaje e impedir su publicación. El fotógrafo al principio se había negado a entregarle las fotos ya que esperaba fama y dinero a espuertas con su excepcional exclusiva. Pero una conversación serena y sin ambages, mantenida en el piso del periodista, unos convincentes argumentos, algo sucios pues la sangre todo lo salpica,  lograron que entrara en razón. Ahora el autor del reportaje reposaba tranquilamente en el fondo del pantano, bien lastrado. Y se había ahorrado un montón de dinero. Es cierto, hubieran sido un bombazo. Nada menos que un músico de moda,  número uno de las principales listas de éxitos y cuyas canciones estaban sonando de forma ininterrumpida, machaconamente, en las emisoras de radio, con una famosa artista, pintora, fotógrafa e ilustradora, que mantenía una exposición permanente de su obra en una exclusiva galería de neoyorkino barrio de Tribeca, más una conocida y temida periodista, especialista en la jet-set y azote de la familia real, famosa por su lengua viperina y afilada pluma y …y el otro. ¿Quién coño era ese otro? “Aspec” rezaba el dorso de la imagen que contemplaba.

 Tenia que enterarse, iba a enterarse, rápidamente de quién era el cuarto componente de la secreta orgía. Debía que contener los daños y evitar que se supiera. ¡”Eso” nunca había pasado! Sería el hazmerreír de todos y él apreciaba, necesitaba ante todo y sobre todo, el respeto. Y su fama.  ¿Cómo le iban a respetar si se corría la voz de que su esposa y su amante, las dos, juntas, habían estado en una orgía a sus espaldas? No lo iba a consentir. Cierto, desgraciadamente existirían algunos daños colaterales, un eufemismo que a él le encantaba para definir que ciertos personajes lo iban a pasar mal, muy mal ciertamente.screenshot.1

 En un gesto inconsciente tocó su arma. Un revólver compacto S&W 60, cañón de 2 pulgadas y munición del 38 especial; un arma pasada de moda, ahora que en todas las películas salían niñatos disparando como locos, con el brazo estirado, y sendas  semiautomáticas con cargadores de 15 balas en las manos. Imbéciles. Así no hay forma de hacer blanco. El S&W era fiable, no se encasquillaba, permitía hacer mejor puntería y con sus cinco cartuchos era más que suficiente para finalizar cualquier problema. Un arma de profesional. Al músico le harían una visita sus muchachos y tendrían una provechosa charla en las que le explicarían, de forma que no hubiera malentendidos, las ventajas de callarse, negarlo todo ante quién fuera y jamás volver a repetirlo. Quizá no pudiese volver a aparecer en público después de la “reunión”, pero eso ¿a quién le importaba? Además, su mujer ya habría recibido copia de alguna de las fotos en las que el artista aparecía con el tal Aspec, en una actitud cuando menos equívoca,  y el divorcio le iba a salir por un pico.

 También habían “charlado”, amablemente, con el representante del galerista en Madrid, y siguiendo su película favorita, le habían hecho “una oferta que no había podido rechazar”. Ya se ocuparía él de que esa zorra no encontrara quien quisiera saber algo de su trabajo. Se iba a tener que arrastrar ante él, pedirle mil veces perdón y convencerle, como sólo ella sabía hacerlo, antes de que se planteara volver a obligar a algún marchante de tres al cuarto a comprar alguna obra de la puta esa. Eso, si alguna vez le apetecía volver a verla, porque después de la paliza y la violación que le había ofrecido como regalito, no estaba muy seguro de volver a querer tenerla delante.

 Por un instante volvió a la realidad y se dio cuenta de que le estaban esperando. ¡Que les den por culo y esperen! Echó lentamente a andar hacía el fondo del pasillo que estaba recorriendo y pensó en su mujer. En esa golfa que jamás había hecho nada más que darle esos dos hijos, mimados y amariconados, que no soportaba. Toda la vida aprovechándose de lo que él le contaba para hacerse famosa y salir en los programas de vísceras de las televisiones. ¡Ja! El azote de la monarquía… ¡Azotes y hostias se había encontrado la muy puta! Le habían dado una paliza terrible. No estaba muerta, pero iba a quedar muy mal, la pobrecita. Había escogido para el trabajito a unos chavales del este, especialistas en el tema. Le echarían la culpa, ya se encargaría él de hacer correr el rumor, a alguno de los famosos con los que se metía sin clemencia. O mejor, a  matones enviados por la familia real a la que no dejaba en paz. A ver si aprendía de una vez.

 Pero ese Aspec ¿quién era? En sus conversaciones con el periodista, Gorio y Sonvak, no había sacado nada en claro. Sus investigaciones no habían dado resultado. Era evidente que el nombre era un apodo y su foto no era lo suficientemente nítida como para reconocer su cara.  Y todos habían señalado a Montse como la introductora del desconocido en la orgía. ¿Dónde le había conocido? En cuanto lo localizara… sería lo último que se sabría de él. Y se iba a divertir en el proceso. Seguro

 Le sacó de su ensoñación su ayudante que, presurosa, venía en su búsqueda.

 –   Señor, señor, le están esperando ya hace rato y… ¿Le pasa algo, se encuentra bien?

–    Sí, sí, vamos, no les hagamos esperar más, que luego estos tíos…

–    Sí, es verdad.

Llegan a la gran sala abarrotada de periodistas, y los flashes le ciegan inicialmente., mientras decenas de preguntas disparadas inmediatamente se funden en un sonido inteligible. Se acerca al atril y  toma el micrófono:

–  Buenas tardes, señoras y señores. Soy el comisario Sito y les voy a leer un comunicado oficial sobre la ola de violencia sufrida recientemente en nuestra ciudad por eminentes y conocidos ciudadanos y que como ustedes conocen, me ha afectado personalmente muy de cerca en la figura de mi querida esposa. Al final del comunicado abriremos un turno de preguntas.

 

Próximo turno   P – Montse – Activo

 

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