Archivo diario: 20 marzo 2009

El sexo es algo que viene y luego se va

Dejé el periódico sobre la mesa, ya no quería saber más sobre el puterío. Era mi día de descanso y como que empezar con esa noticia no me hizo muy bien que digamos, claro, si me reí un buen rato, incluso había sacado mis conclusiones, eso de que el puterio fuera un deporte al final de cuentas me tenía sin cuidado. Pero, una cosa lleva a la otra. Me dolía aún la mano, ya tenía una ampolla bastante grande, el café hervía. Me levante de la silla donde estaba y me fui hacia el lavabo, sabía perfectamente (por enseñanzas de mi madre claro) que poniéndome agua helada en la quemadura podía mitigar un poco mi dolor.

El chorro del agua caía despacio sobre mi mano, mientras que me quedaba pensando, ido, distraído en lo que hacía. Tengo ya 45 años, eso del puterío ya no es para mí, en algún momento el sexo era mi debilidad, pero como una vez había leído por ahí en un blog muy conocido que el sexo es algo que viene y luego se va, claro ahora empezaba a comprobarlo que así era. No se pueden imaginar las cosas que he tenido que pasar, cuando mi mujercita quiere que hagamos el amor y yo sin más ni más no funciono ni un poquito. Pero pienso que mis problemas vienen de mis traumas de la secundaria, creo que tengo que contarles mi historia para que me puedan entender.

Antes que nada me presento con ustedes, mi nombre es Elpidio Obeso, ese es mi principal trauma, mi nombre, no se de donde lo sacó mi padre, pero me ha traído unas desgracias horribles. Si ustedes leen mi nombre un poco rápido se darán cuenta. Claro, no se si mi padre me puso ese nombre nada más en venganza, porque también el tiene un nombre raro, más raro que el mío, fíjense; a él le pusieron Pañal, si como lo leen, así se llama mi queridísimo padre. Se preguntarán ¿por qué? Pues les contaré, cuando mi padre nació, su pobre madre murió y las ultimas palabras que dijo fueron: -“que le pongan pañal al niño” – y claro, como la voluntad de un moribundo se tiene que respetar le pusieron ese nombre.

 Volviendo al tema de mis traumas, resulta, que yo constantemente era motivo de burlas en mi escuela, claro, cualquiera diría que yo tenia una ventaja, pero no se pueden imaginar lo traumarte que es. Cuando la maestra empezaba a tomar lista de asistencia y llegaba a mi nombre: -“Elpidio Obeso”- yo decía presente, pero todos los compañeros míos gritaban: “yo también yo también”. Algunas chicas se paraban de sus lugares y me empezaban a dar besos. Al principio no era desagradable, al contrario. El punto es que nada mas por mi nombre me daban besos. Llegué al grado de hartarme de tantos besos y pensé que a lo mejor me estaba volviendo gay, hasta que conocí a mi adorada Petra, ella me devolvió la hombría que estaba perdiendo.

Al principio cuando nos casamos mi poder sexual era tanto, que en menos de siete años tuvimos a nuestros seis hijos, yo quería completar el equipo de futbol, pero pues no es tan fácil mantener a tantos. Tenía un vigor tremendo, que todas envidiaban a mi mujer cuando les decía que terminaba hasta cinco veces en la misma noche. Ella siempre me ha dicho Elpi, de cariño, se escucha menos feo, por eso creo que superé mis traumas. O cuando menos eso creía hasta que me llamó mi padre y me recordó mi nombre. Fue entonces cuando empecé a volver a soñar todos aquellos momentos tan horribles. De eso ya hace un mes y desde entonces no funciono. O más bien, mi cosita no funciona. Le hablo con cariño, le digo cositas bonitas y nada. Mi mujer amanece de mal humor. Con decirles que ya ni me dirige la palabra.

Mi compadre Chencho me dijo que tengo que ir con el doctor, que a lo mejor por mi edad ya no se me para. “El corazón se me va a parar un día de estos” le dije enojado. No se para que le cuento estas cosas si ni me entiende, yo no estoy viejo, estoy en la flor de la juventud. Yo digo que tiene que ser por lo que les conté, no creo que sea lo que dice mi compadre, así que he decidido ir con una psi coloca o algo así leí por ahí.

No sentí cuando el lavabo se llenó de agua y estaba derramándose ya. Mi mujer estaba gritando: “Elpidiooooo” desde la puerta hacia el lavadero donde yo me encontraba. Cabe aclarar que desde que ya no funciono no me dice Elpi. -“¿Qué pasa mi amor?” – pregunté. -“¿Qué no ves el tiradero de agua que tienes?”- me gritó enojada y continuó: -“te hablan por teléfono, ven y contesta”- me dijo molesta. Me preguntaba quien podría ser. Me dirigí a la sala, donde se encuentra el teléfono, lo tomé y me lo puse en el oído. –“Bueno, ¿si? ¿Quien habla?”- contesté. -¿Qué ya no conoces a tu padre? Hijo desnaturalizado, habla tu padre el Pañal. – contestaron desde el otro lado. Era mi padre como pueden ver. -“Si apá, claro que te reconozco, lo que pasa que no sabia que eras tu. ¿Qué pasa?” – dije yo nervioso por los regaños de mi padre, aun a sus setenta años aun me daba mis friegas.

-“Solo hablo pa´ decirte, que la semana que entra, tu madre y yo nos vamos a tu casa a vivir”- dijo mi padre.

-¿Qué que? ¿Pero porque apá? ¿No estas a gusto en el rancho? -“Eso a ti que no te importe, ya dije, así que prepárate, porque allá te vamos a llegar”- dicho esto me colgó.

 Solo esto faltaba para completar mi desgracia. Mi padre venia a quedarse conmigo y yo sin poder funcionar. Me lleva la que me trajo como decía él. No cabe duda, las desgracias me persiguen.

Proximo turno para V- Aguaya

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La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella.

Convencido por los conservadores valores familiares en que se crió, él no sabía hacer nada más allá de lo moralmente bueno y todo lo demás lo veía con despecho. En algunas circunstancias, esto lo favorecía y se ganaba la confianza de la gente que lo rodeaba, tal era el caso de los negocios o de las responsabilidades asignadas, el respeto a la ley y los modales tan cordiales con los que se conducía. En otros aspectos menos terrenales, era considerado incluso un idiota.

A sus 26 años él no había poseído aún a mujer alguna, no en el contexto al que me refiero del verbo, y tampoco había experimentado alguna aventura que de acordarse se le pudiera poner la piel chinita. Había salido de su reciente adolescencia, bastante reprimida por su propio pensamiento, y se aproximaba hacia una ‘madurez mental’ bastante pobre. Y todo porque poco había experimentado de la vida. El sabía decir NO, porque era lo que sus propias reglas le exigían. Vestido siempre de forma elegante, en algunos lugares era bien visto pero en otros solía pasar totalmente desapercibido. Amante de la música clásica del barroco y experto observador de obras arquitectónicas.

Una vez, durante el receso de una junta en la empresa en que laboraba, oyó a alguien decir que la mejor manera de librarse de la tentación era caer en ella misma. ‘Muy apropiado’ se dijo para sí un tanto indignado y volteó a ver a la chica que pronunciaba tan peculiar frase. No pudo evitar plasmar su mirada en sus piernas, aquella mujer llevaba una falda elegante pero bastante ajustada, larga sólo hasta las rodillas. Aún así se podía apreciar la perfección de su cuerpo a través de la tela.

– No puede ser – pensó – esto debe ser eso que ellos llaman tentación.

Se equivocaba por completo. La tentación era un llamado a lo malo, el deseo de querer hacer o poseer algo. Y él sin embargo, sólo se había deleitado con la belleza natural de aquella mortal. Surgió en su cabeza entonces un debate sobre lo que era la tentación. Lo prohibido, lo anhelado, lo imposible, todo esto encajaba en su propio concepto. A su vez se preguntó qué pasaría si lo anterior se viese superado, es decir, si lo prohibido se realizaba, si lo anhelado se alcanzaba y si lo imposible se experimentaba. Entonces el término tentación habría caducado. Teóricamente, quizá tenía razón.

Pero el dilema de lo que es bueno y lo que es malo él lo tenía bastante definido (a su modo y a su singular forma de ver las cosas). Así que, concluyó que lo que había experimentado, el placer de mirar a una mujer no era la tentación a la que se refería la chica que estaba sentada a sólo dos mesas de distancia en aquella cafetería. Sin embargo, esa mujercita que sin duda era mucho más joven que él tenía algo. Era sensual. Pero esa palabra tampoco estaba bien vista por él. Era la realidad, no se dio cuenta que con su sola presencia, la dama atraía la atención de casi todo el lugar, había en sí una gran cantidad de hombres mirándola, algunos disfrutando de la vista y otros se iban más allá, a divagar con la imaginación.

El caso de nuestro protagonista era lo segundo. Sin percatarse, su pensamiento trataba de adivinar qué escondería bajo esa falda aquella mujer. ¿A qué olería? ¿Cómo se sentiría su piel? ¿Caliente, tibio o frío? Nunca se le había ocurrido, o más bien, nunca se había permitido ir más allá cuando experimentaba estos humanos pensamientos. Siempre se cortaba él mismo, se cambiaba el tema y se reprimía sólo.

Experimentó naturalmente una leve erección, por lo cual se sintió avergonzado, al estar en un lugar público y creer que era el centro de atención de la muchedumbre. Camino a casa se permitió seducir por la experiencia de hace algunos instantes. Llegando a su departamento, su imaginación había llegado muy lejos. La imaginaba desnudándola, besándole cada rincón del cuerpo y provocándole ese mismo placer del que ahora era preso con sólo recordarla. Quizá lo que más le excitaba era que se trataba de una jovencita. Se masturbó con exagerado frenesí y terminó bastante pronto. Ya calmado y un poco más relajado, decidió que habría de poseerla. Lo curioso era que no tenía la mínima idea de cómo hacerlo, pero si tendría que ser ortodoxo (como siempre lo había sido en toda su vida), entonces la respuesta se la podía dar un diccionario. La palabra tentación en sí se refería a un estímulo que induce a una cosa mala. Pero a él no lo había poseído la belleza descomunal de la chica, sino más bien aquella frase que había escuchado salir de sus labios. Entonces, como fiel aprendiz, tendría que demostrarle al maestro (maestra en este caso) que lo aprendido se podía aplicar.

Cuidadoso y observador, tal como siempre lo era, vigiló a la chica y examinó cada uno de sus movimientos en su lugar de trabajo. Así lo hizo por sólo tres días, en los cuales se acumuló una bomba de deseo en su interior. Al tercero simplemente la esperó a la salida del trabajo en el estacionamiento del edificio. Ella siempre llegaba sola. Así que, sin otro plan que aplicar, le cubrió sus ojos y de forma violenta la hizo entrar en su coche. La amenazó con un arma ficticia, pero tan real en la ciega realidad que la chica experimentaba, por lo que no puso mayor resistencia.

La llevó inmediatamente al departamento, la acostó en la cama y le descubrió el rostro. La chica estaba completamente asustada, no sabía en realidad qué le deparaba el destino. Como siempre, ella portaba un traje formal, pero ajustado a su cuerpo le sentaba bastante coqueto. No la amarró ni tampoco la golpeó. Entonces se aproximó a una silla que había frente a la cama y lentamente se sentó.

– ¿Qué dijiste la otra vez en la cafetería?

– Decir qué – contestaba ella completamente confundida – . No sé de qué me habla.

– Hablaste sobre la tentación.

– Yo no he hablado nada con usted, no sé a qué se refiera.

– La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella. ¿Qué opinas ahora?

La última pregunta sí que la dejó helada. Ahora ella se veía como un inocente cordero acechado por un hambriento lobo. No habría más que pensar. Ese hombre la iba a poseer de cualquier forma. Así que, recuperando un poco el aliento, ella se repuso, confiando en que el diálogo podría ser todavía un recurso en su auxilio:

– La tentación, querido – improvisando una voz en tono sensual – sólo deja de serla cuando uno pasa por encima de ella. Estoy segura que lo único que se puede hacer para quitársela de encima es entregársele. Pero una vez hecho esto, no creo que el deseo se esfume, entonces volveremos al principio. Ahora dime, ¿qué es lo que deseas?

El hombre estaba loco de deseo. Ella entonces abrió ligeramente las piernas y permitió que la vista de él le traspasara las entrañas. Pero no pasó nada más, él se paró, acarició levemente la pierna izquierda de ella y salió de su habitación. Le ordenó entonces que se fuera, pues su deseo quedó satisfecho. Ahora bien sabía que la dignidad de aquella mujer estaba destrozada, y eso era lo que más anhelaba desde el principio, desde que la había escuchado decir aquella farsa. Lo demás que pudo haber pasado él le restó importancia, porque bien sabía que el sexo es algo que viene y luego se va.

 

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