Estaba harta y cansada. Llevaba cinco años sin más meta que consolidar mi posición en la empresa y ahora, por fin, parecía que las cosas funcionaban como ella planificó.
No se lo pensó dos veces y, en vez de ir a comer, se compró un sándwich y se acercó a la agencia de viajes con la que trabajaban siempre. Allí estaba Aurora, que era perfecta para arreglar cualquier cosa que necesitáramos. Le conté que me apetecía un crucero. Me enseñó los famosos cruceros para singles y me horroricé. La opción quedó descartada.
En la tercera página encontramos uno que parecía perfecto. Saldría de Madrid hacia Atenas y haríamos un recorrido por diversas islas griegas (Rodas, Santorini, Corfú, Mykonos, etc.) pasando después por Dubrovnik en Croacia y terminando en Venecia.
Elegí una suite junior con terraza, en la cubierta 7, o sea, más o menos a mitad del barco que, aunque disponía de ascensores, piso arriba, piso abajo, tenía de todo.
Quince días más tarde volé a Atenas donde nos recogieron para llevarnos al puerto de El Pireo y embarcamos en el inmenso trasatlántico (siempre me he preguntado porque no se pueden llamar trasíndico o traspacífico).
No presté demasiada atención a la gente que subió al autobús y, más tarde, en el momento de embarcar, como salí la primera, tampoco me fijé. Me fui a mi camarote, puse la cadena de TVE que se ve desde cualquier lugar del mundo, y viendo las noticias me quedé sopa.
En el desayuno del día siguiente, me dieron un impreso con las fiestas que se organizaban. Los nombres eran los típicos: disfraces, tropical, etcétera, hasta que llegué a la última, Fiesta del Tornillo y de la Tuerca. Inmediatamente hice un barrido con la mirada y noté que muy familiar no era aquel crucero. Levanté la mano y una de las guías se acercó presurosa. Le expliqué mi extrañeza y me dijo que en sí, no era un crucero single, puesto que podía cualquier tipo de pasajero, incluso familias con niños, pero en la práctica, sí.
El croissante se me quedó a la altura de la glotis y pensé que no sería capaz de tragarlo. Estaba rodeada de “buitres leonados” buscando presa. Tenía localizada la piscina, el spa, el gimnasio y el buffet, y el resto del tiempo, disfrutaría de mi hermosa terraza en el camarote.
Aquella noche, mientras disfrutaba de la música del barco, que se oía a lo lejos, y el reflejo de la luna en el mar, alguien entró en mi camarote. Me asomé muerta de miedo y era el sobrecargo que estaba extrañado de no haberme visto en todo el día, desde el desayuno, compartiendo juegos y bailes con el resto del pasaje y pensó que, quizá, el mareo estuviera haciendo estragos.
Le aclaré que el único problema que había en ese hermoso barco era los 350 ejemplares con los bolsillos de viagra y la mirada llena de lascivia.
El sobrecargo me dijo si podía sentarse conmigo en la terraza e intentó, infructuosamente, convencerme de lo contrario, pero enseguida se dio cuenta que la batalla la tenía perdida, así que le puse una sonrisa de circunstancias y se marchó.
Al día siguiente, más o menos a la hora de la cena, volvió Marius, el sobrecargo, con un carrito con la cena, para compartirla en la terraza. A partir de ese momento, mi mente se difumina y no soy capaz de centrar los días, las noches, los hechos, ni nada más. Marius durmió conmigo cada noche, mejor dicho, yo dormía de día y de noche estábamos algo más que despiertos y entretenidos.
Volví a Madrid desde Venecia. La mesa de mi despacho no tenía ni un milímetro libre y casi todo, requería mi atención y se la presté encantada. Había vuelto relajada y con ganas de volver a mi vida.
Dos meses más tarde se celebró en Córdoba, en el hotel Palacio de Córdoba, un meeting de las distintas sucursales de la empresa, en Europa. Lo más interesante era saber que objetivos iban a marcarnos para conseguir el budget y, por extensión, cobrar los bonus. Pero el resto era un muermo de categoría y además la comida me había caído como una piedra.
Cuando terminó, me subí con Marta, una creativa de la agencia a la habitación que compartíamos. Fue entrar e irme derecha al baño y creo que vomité todo lo que había comido en toda mi vida. Me pidió mientras una manzanilla, y según empecé a tomarla, tuve que salir a la carrera porque me sobraba dentro. Así que Marta, ni corta ni perezosa, mandó llamar al médico del hotel. Después de preguntas, auscultarme, tocarme, mirarme, etcétera, me dijo que no era un diagnóstico claro mientras no pudiera ver unos análisis pero para él, aquello era un embarazo de libro.
No lo podía creer!!!!!!! No podía ser eso!!!!!!! Este hombre snifaba harina, fijo!!!! Tenía una bechamel mental que no se aclaraba.
En cuanto el médico salió, me lancé como una posesa a por mi bolso. Lo volqué en el sofá y le enseñé a Marta los preservativos. Le dije que yo personalmente me había encargado de suministrarle en cada ocasión uno, y lo que es más, certificar que aquello estaba donde debía estar. Marta cogió uno y, con los ojos medio extraviados, me dijo muy despacio, como deletreando las palabras: Aquí dice que estos preservativos pueden perder su vigencia a los 3 años, y de eso ya ha hecho unos añitos.
Como iba yo a saber que los preservativos caducaban!!!!!!!! No eran yogures leñe!!!!!! Había que salir a toda velocidad a una farmacia de guardia para comprar un Predictor que nos aclarara la situación.
Marta tomó las riendas del asunto y empezó un interrogatorio al que sólo pude contestar una sola de sus preguntas: ¿quieres tener un hijo? Y mi respuesta fue clara, no quiero tener un nieto.
A medida que mi estómago se sosegó, me entró un sopor y me dejé caer en el sofá. Marta, antes de irse a la farmacia, me dijo: Toda la sagacidad y la astucia que tienes para la empresa, la perdiste en una cama.
Ahhhhhhhhh, y de paso que voy a la farmacia, te compraré condones nuevos.
Próximo turno: O – Aspective – Activo