Archivo diario: 25 febrero 2009

Soy una fiera en la cama

Fue lo primero que me dijo la noche en que nos conocimos.

– Soy una fiera en la cama – me susurró al oído mientras bailábamos muy pegados cerca del parlante. No sé si notó mi cara de estupor; creo que no, porque siguió con su actitud de macho alfa algo sexópata por bastante rato.

Nadie me había dicho algo así antes, aunque debo admitir que el ambiente para hacer tal afirmación era perfecto. Arriba de nosotros se balanceaban mujeres semidesnudas, que colgaban de sedas transparentes; a los costados la gente se amontonaba intentando bailar – y tocar a otra gente -, encima de los parlantes, más chicas bailando…En fin, la típica disco puntaesteña, en donde los tipos se ponen más borrachos que en Navidad, y las mujeres se dedican a contonear las caderas provocativas y menearse por doquier, pensando que encontrarán al amor de su vida, quizá bailando sin camisa en la tarima y sudando como un puerco. Una idea muy romántica, sin duda.

Y bueno, allí estaba yo, con mi nuevo acompañante, que aparentemente sabía trucos que no conocía ni el propio escritor del Kama Sutra.

– Estudié sexo tántrico – me decía ahora, arrastrando las palabras (obviamente llevaba un par de tequilas de más). – De hecho, me dio clases la mismísima Alejandra Rasposa.

– ¿Alexandra Rampolla? – reí divertida. Aquél tipo había dejado de asustarme, era demasiado idiota como para matar a una mosca.

De pronto, algo interrumpió nuestra ridícula conversación. La espuma

Dios, lo había olvidado. Esa noche era “La noche de la espuma”.

Para los que no frecuentan discotecas, les aclararé esto: durante las noches de espuma, la espuma – valga la redundancia – cae del techo, de las paredes, qué se yo de dónde… Cae y cae como si fuera nieve, hasta que la pista de baile se convierte en un baño aromático de baja calidad; al final la espuma te llegará hasta las rodillas, te irás empapado y encima con un buen resfriado. Además te tienes que bancar todo el rato a los reos que se quitan las remeras y se bañan en la espumita como si hicieran meses desde la última vez que se bañaron (lo que probablemente es cierto).

Personalmente, odio las dichosas “fiestas”. Pero mi acompañante pareció más entusiasmado por el jabón que por explicarme la teoría del tantra indio o cómo la posición 168 era parecida a la 45. Bueno, al menos era algo.

Recuerdo que se divirtió como un niñito. Yo me desternillaba de risa, mientras él bailaba un ritmo brasilero a mi alrededor y me salpicaba con una enorme sonrisa estampada en el rostro lampiño.

A pesar del loco antagonismo entre su actitud de macho sexópata y su lado tierno e infantil, algo me llamó la atención en él. Al final de la noche, le di mi teléfono.

 

Adivinen qué: fuimos novios durante dos meses enteros. Y, ¿saben algo? Lo de fiera en la cama eran puros palabreríos. Yo más bien diría que parecía un pobre conejito asustado. Pero bueno, así son los hombres.


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